Capítulo 37 - Lira
Capítulo 37 – Lira, 1.831, algún lugar de Aeron
Nunca un viaje en coche le había resultado tan largo. Encerrada en el pequeño vehículo con el que había viajado hasta Hésperos días atrás, Lira recorría Albia en toda su extensión hacia la frontera, allí donde había acordado con su contacto que se reunirían.
—Es un motel de carretera a unos cincuenta kilómetros de la frontera, al norte. En otros tiempos tenía una cafetería cojonuda en el área de servicio, así que era bastante conocido. Paraban muchos viajeros. A partir del cierre, todo cambió. Los dueños vendieron el negocio, y...
—¿De veras crees que me importa si la cafetería está abierta o no? ¿¡De veras!?
Lira recordaba con amargura su última conversación. Él se había mostrado nervioso y ella aún más, mucho más, y lo que debería haber sido una charla amena se había convertido en un intercambio de acusaciones sin sentido alguno.
—¡¡Deberías haberla vigilado!!
—¿¡Y yo que demonios sabía lo que iba a pasar!? ¡Estoy siempre con ella, pero tenía una maldita operación en marcha! ¡Me reclamaron!
—Ya, ¡pues mira lo que ha pasado! ¡Mira lo que ha pasado, joder! De haber estado allí...
—¿Y tú? ¿¡Qué pasa contigo!? ¡Estás en Albia: deberías haberte enterado! ¡Deberías...!
Debería haberla avisado, sí. El agente no se atrevió a decirlo, pues a diferencia de Lira a él le quedaba un mínimo de decencia, pero la arpía era plenamente consciente de que lo pensaba. Él y todos. De hecho, no había hora en la que no se lo recordase a sí misma...
Pero de nada iba a servir que siguiese martirizando con algo que ya había pasado. Lira había intentado de todas las formas contactar con ella antes de que fuese demasiado tarde, pero había fallado.
Jamás podría perdonárselo.
La noche había caído en el sur de Albia cuando Lira divisó en la lejanía el cartel luminoso en el que una flecha roja indicaba el aparcamiento del motel. Tal y como le habían avisado, se trataba de un lugar venido a menos: un edificio de cuatro plantas de fachada algo ennegrecida cuya falta de clientela se evidenciaba con la ausencia de vehículos.
Mejor, se dijo Lira.
La arpía aparcó el vehículo junto a la pasarela de acceso a la recepción y entró con paso rápido, escapando de la tormenta primaveral que estaba a punto de estallar. Se registró como segunda ocupante de la habitación que el agente había reservado previamente y subió a la tercera planta, allí donde, al final de un largo pasadizo enmoquetado, se encontraba la pequeña estancia donde pasarían la noche.
Se detuvo frente a la puerta para coger aire. Cerró los ojos, contó hasta tres, tratando de serenarse, y entró.
—Lira...
El agente ya la estaba esperando de pie junto a la ventana cuando llegó. Se levantó para recibirla, pero no se acercó a ella. Apenas se conocían, pero le bastaba con mirarla a la cara para saber que no estaba de buen humor.
—Hola.
Lira cerró la puerta tras de si de un fuerte empujón y lanzó su mochila sobre una de las dos camas gemelas. Seguidamente se desprendió de la chaqueta, las llaves del coche y se soltó el cabello. Después de tantas horas conduciendo se le había quedado deformado por el moño.
—¿Sabes algo nuevo?
El rostro del agente se ensombreció.
—No.
—Joder... ¡joder! —Lira sacó su teléfono para comprobar que seguía sin noticias y lo lanzó contra la cama—. ¡¡Joder!! ¿¡Qué demonios significa esto!? ¿¡Qué significa, Gladio!? ¿¿La han matado??
No supo qué responder. Gladio Orlasky le mantuvo la mirada durante unos segundos, tratando de reorganizar sus ideas, pero al igual que le sucedía a ella, no pudo evitar que la amargura invadiera su mente.
Se dejó caer pesadamente en una de las butacas. Apoyó los codos sobre las rodillas y, desanimado, hundió el rostro en las manos.
—Sinceramente, no lo sé...
Nessa llevaba desaparecida veinticuatro horas cuando Marcus Giordano y Lansel Jeavoux regresaron a Hésperos para informar del resultado de la operación a su prefecto. Lira no estuvo presente en aquella conversación, pero el que dos horas después la liberasen fue muy significativo. Ni tenían a Nessa, ni habían regresado todos los que habían ido.
—¿Corvus Nexx ha muerto? —preguntó Gladio con perplejidad tras escuchar la narración de Lira—. Vaya, es sorprendente desde luego. Se han oído algunos rumores, pero Hexet se ha encargado de silenciar todas las bocas. Hasta que no sepa exactamente qué ha pasado, no dejará que se filtre nada.
—Dudo que lo vaya a saber nunca —respondió Lira desde su cama, sentada en posición de meditación—. Jeavoux y Giordano son dos de los mejores agentes de la Noche que hay a día de hoy, habrán limpiado bien su rastro.
—Probablemente. Vaya... —El agente se dejó caer sobre el respaldo de la butaca—. ¿Nessa lo mató? Me cuesta creer. Es muy inteligente, la mujer más inteligente que he conocido jamás, y tiene aptitudes para la lucha, pero... —Se encogió de hombros—. Nexx era un pretor.
—Un pretor de las Tormentas —confirmó ella—. Sinceramente, yo tampoco creo que Nessa haya podido matarlo... pero tiene formas. Tiene herramientas para conseguirlo.
Gladio asintió con lentitud, pensativo. Él también había barajado aquella posibilidad, pero no se atrevía a decirla abiertamente. La simple idea de pensar que había tenido que recurrir una vez más a la ayuda del demonio le horrorizaba.
—Tiene que haber estado muy al límite para recurrir a él... —dijo en apenas un susurro—. En las últimas semanas estaba totalmente obsesionada con la deuda. Le aterrorizaba la idea de que pudiese regresar.
—¿Regresar? —preguntó Lira con confusión—. ¿A qué te refieres?
Lira escuchó con perplejidad la parte de la historia que Nessa nunca había llegado a compartir con ella. La arpía no tenía apenas conocimientos sobre la magia de sangre, pero sabía que su uso era tremendamente peligroso. Que tan solo las brujas más poderosas eran capaces de dominarla en su totalidad: ahora entendía el motivo.
Angustiada al imaginar las semanas de terror que debía haber vivido su hermana, Lira se dejó caer de espaldas sobre el colchón. Le hubiese gustado poder estar a su lado para darle apoyo. Le hubiese encantado poder calmar sus pesadillas con palabras de paz y serenar sus miedos buscando una solución más allá de los límites de Aeron. De haberlo sabido...
De haberlo sabido jamás la habría dejado regresar.
—Gracias por cuidar de ella —murmuró tras escuchar la historia—. No debería haberte confesado nada de todo esto, pero... me alegra que lo haya hecho. Al menos no ha estado sola.
—Bueno, insistí mucho, la verdad... —replicó él, incapaz de disimular un asomo de sonrisa—. Ya te lo dije en su momento: adoro a Hécate. Ella es... es... —Negó con la cabeza—. Tengo que encontrarla, Lira. Tengo que encontrarla. La necesito. Esa chica es única, te lo aseguro.
—Hablas como si no la conociera —respondió con tristeza—. Nessa es única, estoy de acuerdo contigo. Y es lista... lo suficientemente lista como para haber sobrevivido. —Hubo una breve pausa—. Está viva, ¿verdad, Gladio? Está viva, no han podido matarla.
Pero todo apuntaba a que así había sido. Los pretores no habían logrado traerla de regreso, era cierto, pero sí que habían encontrado rastro de ella. Un largo rastro de sangre que respondía perfectamente a una muerte violenta causada por una descarga eléctrica. Nexx podría haberla pulverizado; la podría haber reducido a poco más que un poco de ceniza, pero el que él también hubiese desaparecido resultaba sospechoso.
Muy sospechoso, pero la sangre...
Lira sintió un escalofrío al recordar el escenario de muerte y destrucción en el que se había convertido el campamento de Ignatius Thurim con la intervención del demonio de Nessa. En aquel entonces había visto tantísima sangre y muerte que cabía la posibilidad de que, a pequeña escala, la escena se hubiese repetido.
—No lo sé. Quiero pensar que no, que ha logrado escapar, pero me sorprende que no haya contactado contigo ni con vuestra señora. —Gladio negó suavemente con la cabeza—. ¿Es posible que haya hablado con el resto de las tuyas?
—Pronto lo descubriremos.
Lira recuperó el teléfono y lo plantó en el borde del colchón, entre ambos. Hizo un ligero ademán de cabeza a Gladio para que se acercase y, ya con ambos junto al dispositivo, marcó el número de Vekta seguido del de Morgana.
Las arpías respondieron de inmediato.
—¡Eh, Lira! —exclamó Morgana con entusiasmo a modo de saludo—. ¡Anda que has tardado en volver arrastrándote con las tuyas! ¿¡El voivoda ya te ha echado!?
—Espero que no sea así, pero... —replicó Vekta—, no me pondría a llorar si hubiese pasado, la verdad. —Hizo una pausa dramática—. Me alegro de oíros, hermanas.
—¡Yo también! —Morgana estaba exultante—. ¿¡Como va por ahí arriba, Vek!? Creo que tienes mucho que contarnos... ¿y por el Nuevo Imperio, Nessita? ¿Ha vuelto ya el "empe", no?
Lira y Gladio intercambiaron una rápida mirada ante la pregunta de Morgana. Había tanta alegría y tanto ímpetu en ella que ambos sintieron que se les rompía el corazón.
—Nessa no está, hermanas —intervino Lira—. Lo primero, me alegro de oíros, y antes de que sigáis es importante que sepáis que no estoy sola. El agente Gladio Orlasky está aquí, conmigo. No sé si Nessa ha llegado a hablaros de él, pero es un colaborador directo del voivoda emplazado en el Nuevo Imperio desde hace unos años. Alguien de su confianza, vaya. Nessa y él han trabajado juntos durante estos meses y se han hecho buenos amigos...
—¿Solo amigos? —inquirió Morgana—. ¡Vamos, Orlasky, no seas tímido! ¿Nessita y tú estáis juntos?
Un asomo de sonrisa se dibujó en el rostro de Gladio. No lo estaban, ni probablemente jamás lo fueran a estar, pero no le habría importado. Es más, habría estado encantado de que aquella maravillosa joven compartiera su vida con él. Pero Orlasky no se engañaba, Nessa estaba enamorada del "empe", como lo llamaba Morgana, y hasta que no lograse superar aquella etapa, no podría fijarse en él.
Y eso sin contar que estaba desaparecida, claro.
El peso de la mano de Lira sobre su hombro logró apaciguar su inquietud.
—Morgana, Vekta, escuchad con atención, por favor —prosiguió Lira—. Esto es grave: Nessa ha desaparecido.
—¿¡Cómo!?
Incluso sin verlas, ambos pudieron imaginar los rostros de las arpías, totalmente en shock después de escuchar lo ocurrido. Por el momento no tenían demasiados datos sobre lo acontecido más allá de lo que Lira había logrado descubrir a través de sus contactos en Hésperos, pero todos coincidían en que era muy extraño. Preocupantemente extraño.
Si Nessa realmente hubiese desaparecido, habría intentado ponerse en contacto con alguna de ellas...
—¿Cuánto lleva desaparecida? —preguntó Vekta con nerviosismo—. ¿Pero estáis seguros? ¡Tiene que estar en algún lugar!
—Cuarenta y ocho horas como poco —informó Lira—. Tiempo suficiente para haber abandonado Aeron y encontrarse de camino a Volkovia...
—Puede que esté incomunicada —reflexionó Morgana rápidamente—. Puede que esté en algún barco escondida sin ninguna forma de contactar con nosotras... sí, debe ser eso. Además, es pronto. Pero está bien, estoy convencida. ¡Joder, es Nessa! ¿Cómo no va a estar bien? ¡Joder, puto Corvus! ¿¡Pero qué demonios le pasa!? ¡Creía que éramos amigos!
—Precisamente porque erais amigos cabe la posibilidad de que se le fuese la mano... —murmuró Vekta por lo bajo—. Se baraja la teoría de que el pretor la haya matado, ¿verdad? En Albia, me refiero.
Aunque podría haberla ignorado, prefirió no hacerlo. Como bien decía Morgana, Corvus y ella habían sido amigos, por lo que era justo que supiese cómo había muerto. Y lo que era aún más importante, el por qué...
—Barajan esa posibilidad, sí... y tiene bastante fuerza. En Albia dan por sentado que Nessa está muerta.
—¡Pero eso no es posible! —insistió Morgana—. Si realmente la hubiese matado, ¿por qué habría muerto él también? ¿Fuego cruzado? ¡Eso no tiene sentido! ¡No, no, no! Nessa está viva, estoy convencida. Lo presiento... lo noto en mi interior. ¿¡Acaso vosotras no!?
Ninguno de los tres dijo nada. Gladio porque sabía que no le estaba preguntando a él, aunque pudiese compartir ese presentimiento, y Lira porque prefería no cometer el error de dejarse llevar por falsas esperanzas. Necesitaba tener la cabeza clara para poder enfrentarse a la realidad.
Y Vekta no respondió porque, a diferencia de su hermana, ella sí que tenía un mal presentimiento.
—Sea como sea, es cierto que debemos esperar —admitió la throndall—. Han pasado pocas horas, pero incluso así es extraño. ¿La Reina de la Noche no sabe nada?
—Está informada al respecto, sí, pero no ha sabido nada de ella. Ha mandado a varias de nuestras hermanas para localizarla. Como comprenderéis ahora mismo la suya es una situación muy crítica de cara a Albia. Si interviene saldrá a la luz que Nessa está vinculada a nosotras, así que no le queda otra alternativa que mantenerse en silencio.
—¿Y qué pasa con el Nuevo Imperio? —preguntó Vekta—. ¿Cómo han reaccionado?
Esta vez sí fue el turno de intervenir. Gladio le dedicó una fugaz mirada a Lira, en busca de su beneplácito para intervenir, y una vez ella asintió, se concentró en el auricular.
Y aunque nunca había hablado con ellas ni formaba parte del equipo, por una extraña razón se sintió en total sintonía con ellas.
—He denunciado su desaparición ante las autoridades. Se ha abierto una investigación y la policía la está buscando. Si la han vinculado a lo ocurrido en el polígono o no, es algo que aún no sé, la investigación está bajo secreto, pero seguramente así sea. Todo dependerá del trabajo de los agentes de la Noche, si han logrado borrar su rastro por completo o no.
—Lo habrán hecho, son profesionales —sentenció Lira con amargura—. Sea como sea, nos beneficia que la busquen. ¿Tienes contactos que puedan informarte de los avances?
Orlasky asintió con gravedad.
—Sí, pero siendo francos, hasta que no vuelva y lo vea con mis propios ojos no me lo creeré. —Hizo una pausa—. He sido convocado por el voivoda para regresar a Volkovia. Desconozco durante cuánto tiempo o el motivo, pero doy por sentado que está relacionado con la guerra con Cydene. Sea como sea, en cuanto pueda regresar al Nuevo Imperio, la buscaré y no pararé hasta dar con ella.
—El Nuevo Imperio... —reflexionó Lira—. Creo que es el último lugar en el que se quedaría si realmente ha logrado escapar. Sea como sea, compañeras, necesito vuestra colaboración: si descubrís algo, sea lo que sea, un rumor, una verdad velada, un presentimiento: todo. Quiero que todo me lo hagáis saber. No podemos perderla, ¿de acuerdo? Mantened los ojos muy abiertos.
La conversación finalizó dejando a todos los participantes con muy mal sabor de boca. Lira no había esperado encontrarla en compañía de sus hermanas, pues en caso de haberse reunido con ellas habría informado al resto, pero había tenido la esperanza de poder avanzar un poco. Por desgracia, todo apuntaba a que aquella búsqueda no iba a ser en absoluto fácil.
—Te llevaré a Arkengrad —murmuró Lira por lo bajo. Le dedicó una sonrisa cansada y se dejó caer de espaldas en la cama—. Es curioso, nunca pensé que volvería a cruzarme contigo y, sin embargo, fíjate, ahora trabajamos para la misma persona. El mismo que, curiosamente, nos ha reclamado a los dos... ¿será cosa del destino?
Diana – Arkengrad
Veinticuatro días desaparecida era preocupante.
Veinticuatro días sin saber nada de Nessa, y el tiempo seguía pasando...
Durante las primeras horas Diana había querido pensar que Nessa, la más inteligente de sus arpías, había encontrado la forma de escapar. Que en su fuga se había topado con algún obstáculo que le había impedido contactar con ella, pero que estaría bien. Que tarde o temprano aparecería, porque era Nessa, y a Nessa no le podía pasar nada. Porque era inteligente, porque era astuta, porque era poderosa...
Pero se había equivocado.
Había pasado ya demasiado tiempo como para seguir creyendo que no había tenido la posibilidad de contactar. Nessa había desaparecido, y tenían que aceptarlo. La gran duda era, ¿cómo? Todo apuntaba a que tanto ella como el pretor que le había dado caza habían muerto durante el combate, en pleno fuego cruzado, pero resultaba complicado de creer. De Nexx al menos había quedado el fragmento de Magna lux, pero de Nessa nada salvo un poco de sangre.
¿Qué significaba entonces todo aquello? ¿Por qué alguien que debería haberla secuestrado la había asesinado? Y tanta brutalidad... cualquiera diría que realmente había algo entre ellos. Que lo había arrastrado el rencor o el odio...
Diana tenía la sensación de que algo se le escapaba en aquel gran puzle, y por más que había interrogado a Lira y a Gladio al respecto, no había sido capaz de sacar nada en claro. Nessa había desaparecido, sin más, y no parecía haber motivo real para ello. La perseguían, sí, la habían relacionado con la desaparición de Thurim, pero poco más.
O al menos eso querían que pensara. Diana tenía la sensación de que Lira ocultaba algo, que probablemente intentaba proteger a alguna de las chicas con su silencio, pero era cuestión de tiempo de que saliese a la luz. Por desgracia, dudaba mucho que sirviese para nada. Nessa estaba muerta y había que empezar a tomar conciencia de ello.
Aunque la guerra con Cydene había acabado hacía ya unas semanas, aún quedaba mucho por hacer. Las tropas de Volkovia todavía desfilaban por sus calles, recreándose entre sus ciudadanos. Había sido una victoria relativamente rápida, aunque no sencilla. Viéndose al frente de la legión de los Cuervos de Hierro, Diana había quedado atrapada entre el fuego enemigo en varias ocasiones, pero en tan solo una de ellas había visto su vida peligrar.
Una ocasión que había quedado grabada a fuego en su memoria.
Tras perseguir al enemigo durante kilómetros a través de una profunda arboleda, los Cuervos de Hierro se habían separado, creyendo dominar la situación. Diana envió a la mayor parte de los soldados a una de las laderas para dar soporte a otro de los generales y, acompañada tan solo por dos docenas de guerreros, había seguido con la caza. Y aunque durante las primeras horas había creído tener la situación controlada, al caer la noche todo había cambiado. El enemigo había empezado a surgir de absolutamente todos los rincones del bosque, como solemnes apariciones, y uno a uno habían ido dando muerte a todos sus hombres.
A absolutamente todos.
Salvo a ella, claro. Cydene tenía otro objetivo para ella, y es que, tratándose de la mismísima Diana Valens, la mano derecha del voivoda, valía más viva que muerta.
Y había sido precisamente eso, su deseo de utilizarla para negociar con Volkovia, lo que le había salvado la vida. Diana se había resistido a ser detenida, había intentado escapar y, durante esa huida, el voivoda había acudido en persona a su rescate. Leif y su guardia de sangre surgieron de la noche como llamas de muerte y, con la magia de los antiguos, habían logrado no solo detener al enemigo, sino también eliminarlo.
A partir de aquel punto todo se había acelerado. Con Leif al frente, la guerra se había decantado a favor de Volkovia. El Imperio de Hierro se enfrentó con brutalidad al enemigo y en apenas unos días se apoderó de su capital, plantando la bandera del trisquel en su fortaleza de mando. El voivoda obligó al enemigo a firmar la derrota, y lo que hasta entonces había sido un Imperio hundido y silenciado tras la guerra del Eclipse, había vuelto a renacer.
Volkovia había vuelto, y lo había hecho con la fuerza de un titán.
Pero de eso hacía ya días, y aunque en aquel entonces aún eran muchos los que saboreaban la victoria, Diana tenía demasiadas preocupaciones como para poder disfrutar de aquellos días de gloria. Por suerte, no lo hacía sola. Desde su regreso a Arkengrad, Lira estaba a su lado, aprovechando el tiempo que les quedaba juntas. Y era de agradecer, desde luego. Con Hans Seidel al frente de los Cuervos y Víktor Kerensky ocupado en Cydene, Diana sentía que los pocos amigos que tenía estaban demasiado lejos de ella cuando más los necesitaba.
Pero aunque la desaparición de Nessa era una gran sombra, lo cierto era que llegaban buenas noticias del resto de sus arpías. Suri se había integrado a la perfección en su nuevo puesto y la construcción de la fortaleza en Umbria avanzaba a pasos agigantados. Las noticias desde Lameliard tampoco eran malas, y en general del resto de sus agentes infiltradas estaba obteniendo grandes resultados. Gea se estaba moviendo, el golpe sobre la mesa que había dado Volkovia con la guerra a Cydene no había dejado a nadie indiferente, y poco a poco las naciones empezaban a revolverse.
Empezaba a respirarse el miedo.
Diana estaba tumbada en la cama de su habitación en el castillo de Arkengrad, con los ojos abiertos pero la mirada perdida mucho más allá del techo de piedra, cuando alguien golpeó en la puerta. Era tarde, pasadas las tres de la madrugada, pero no le importó la llamada. Bajó de la cama con paso tranquilo, imaginando que se trataría de Lira o del propio Leif, y abrió. Para su sorpresa, al otro lado del umbral, con el rostro teñido de sombras, se encontraba el nuevo agente del voivoda, Gladio Orlasky.
El joven agente se sonrojó al sentir la mirada de Diana fija en él. Diana tenía la sensación de que se sentía intimidado por ella. De hecho, por el modo en el que a veces la miraba cuando creía que no lo veía había llegado a creer incluso que se sentía atraído por ella, pero Lira le había confesado la realidad. Aquel joven estaba totalmente enamorado de Nessa, por lo que era de suponer que se sintiese aún aturdido por su desaparición.
—Lamento despertarla, general, pero me envía el voivoda.
—Lo suponía. ¿Te ha dado algún mensaje para mí?
—Pide que le vaya a ver de inmediato a su despacho. Ha pasado... algo.
Una extraña sensación de urgencia acompañó a Diana durante su camino hasta el despacho del voivoda. No era la primera vez que la llamaba en mitad de la noche, ni mucho menos que visitaba su despacho en aquellas condiciones, pero había habido algo en el tono de Orlasky que le había preocupado.
Algo que jamás habría imaginado que pudiese suceder.
Leif estaba sentado en su escritorio cuando Diana llegó a su despacho, estudiando un documento que tenía entre manos. El voivoda le dedicó una fugaz mirada de reconocimiento, con la expresión muchísimo más sombría de lo habitual, y se puso en pie.
Acudió a su encuentro para compartir con ella lo que tanto le intrigaba: una fotografía. Una sencilla fotografía tomada desde la distancia en la que aparecían dos personas bailando en mitad de una fiesta: el emperador de Solaris, Lucian Auren, y una preciosa joven de cabello caoba.
Confusa, Diana cogió la imagen y le dedicó unos segundos. A simple vista parecía una fotografía cualquiera de dos adolescentes bailando, pero lo cierto era que había mucha fuerza en sus miradas. Una fuerza que iba mucho más allá del papel.
Sintió un escalofrío.
—¿Quién es ella?
—Se hace llamar Valeria y dice ser una princesa de las islas de Rodenia —explicó él con frialdad—. Apareció en una de tantas celebraciones que organiza Emrys Daeryn, y desde entonces ella y el emperador del Nuevo Imperio se han vuelto muy cercanos. Tremendamente cercanos. Parece haberlo seducido.
—¿Seducido? —Diana parpadeó con incredulidad—. ¿Y qué pasa con Iliana? ¿No se suponía que suspiraban el uno por el otro?
Leif frunció aún más el ceño.
—Así era. Iliana había hecho un gran trabajo, prácticamente había logrado conquistar al emperador, pero la llegada de Valeria trastocó sus planes. Esa "princesa" logró apartarlo de ella, y por mucho que ha intentado volver a su lado, Lucian Auren no se lo ha permitido.
—¿De veras? —Diana parpadeó con incredulidad—. Me cuesta creer. Esperaba un poco más de formalidad por su parte, y más después de la gira por Volkovia. Daba por sentado que lo suyo era real.
—Lógico, tú y todos. Todo esto ha sido muy desconcertante... tanto que no me ha quedado más remedio que investigar sobre esa mujer, la tal Valeria. ¿Y sabes qué he encontrado? —Los labios de Leif se contrajeron en una mueca furiosa—. Que miente: no es una princesa.
—¿Quién es, entonces?
—Buena pregunta. Sinceramente, no lo sé, pero muy pronto lo sabré. Sea como sea, es evidente que es peligrosa. Con su intromisión nos ha puesto en una situación muy comprometida.
Confusa ante la inquietud de Leif, Diana tomó su mano para ganar su atención. Había algo que le preocupaba de verdad, y no era precisamente que Lucian Auren se hubiese fijado en otra joven. En el fondo, el idilio con Iliana era solo una posibilidad: el éxito no estaba asegurado.
—Leif, tranquilo, no es para tanto. La relación entre Volkovia y Solaris se sostiene en algo más que un romance adolescente. Además, que Lucian se haya fijado en otra persona no implica que se nos cierre esa puerta. Ayer fue Iliana, hoy Valeria y mañana...
—No, no es eso —le interrumpió él con brusquedad. Apretó con suavidad su mano, tratando de encontrar algo de calma en ella, pero no tardó en soltarla para poder alejarse y coger aire—. Iliana ha muerto.
La noticia, un auténtico jarro de agua fría, la hizo palidecer.
—¿¡Cómo!?
El voivoda asintió con amargura.
—Así es, querida, esta mañana encontraron su cadáver en su habitación, en el complejo universitario de Solaris. Alguien la ha asesinado, y lo ha hecho con una brutalidad escalofriante. Ha resultado francamente complicado identificar el cuerpo.
Perpleja ante la terrible noticia, Diana tardó unos segundos en reaccionar. Le costaba creer que alguien hubiese querido hacer daño a aquella encantadora joven, pero visto lo visto, ya nada le sorprendía. El mundo había enloquecido.
—¿Quién crees que está detrás? ¿Valeria?
Leif se encogió de hombros.
—¿Recuerdas el atentado que sufrió cuando estaba de gira con Lucian Auren por Volkovia, no? En su propia casa.
—Sí, claro: aquel día se decidió el futuro de Cydene.
—Así es. Pues bien, desde ese día decidí aumentar su seguridad. Tenía el presentimiento de que si lo habían hecho una vez, podrían volver a intentarlo, así que envié a uno de mis mejores guardias de Sangre para velar por ella. A Conrad, ¿lo recuerdas?
Lo recordaba, sí. Tanto él como el resto de miembros de la guardia real del voivoda eran tan escalofriantes que dudaba que nadie que los conociese pudiese olvidarlos jamás.
—La cuestión es que Conrad ha desaparecido, y teniendo en cuenta las heridas halladas en el cuerpo, su violencia y precisión, tengo la teoría de que ha sido él quien ha cometido el brutal asesinato.
—¿¡Él!? —Diana abrió mucho los ojos, con perplejidad—. ¡Pero no tiene sentido, Leif! ¿Para qué iba a hacerlo? ¿Crees acaso que lo han sobornado?
El voivoda negó con determinación.
—Ni todo el oro de Gea conseguiría que uno de mis agentes me traicionase. No, han tenido que manipular a Conrad para que se volviese contra Iliana... del mismo modo que han manipulado a Lucian Auren. —Los ojos del voivoda volvieron a fijarse en la fotografía—. Esa mujer, Diana. Ha sido ella.
—¿Tú crees?
Asintió con gravedad.
—Estoy casi convencido. Hay algo oscuro en ella, lo presiento. Además, me encaja. Mis hombres la están investigando y todo apunta a que sus orígenes no son rodenios precisamente. Es más, me jugaría todo mi imperio a que ni tan siquiera es de este lado del Velo. Quizás sea simplemente una premonición, pero es peligrosa. Muy peligrosa.
—¿Tan convencido estás?
El voivoda asintió de nuevo, logrando con ello que el sentido de alerta de Diana se desatase. La Reina tomó la fotografía para poder mirarla más de cerca, y aunque seguramente no tenía ningún sentido, en los ojos de Valeria creyó ver algo. Un fulgor antinatural... un destello mágico.
El mismo destello mágico que refulgía en los ojos de Lucian Auren.
Sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo.
—¡Deberíamos avisar al Nuevo Imperio!
—¿Deberíamos? —Leif negó suavemente con la cabeza—. Realmente ya no es nuestro problema. Ahora que Iliana está fuera del tablero de juego quizás debería permitir que esa mujer destruyese a Lucian Auren.
—Pero no vas a hacerlo, ¿verdad? —comprendió Diana de inmediato—. No vas a dejar escapar una oportunidad como esta.
—Veo que me conoces bien... —Leif esbozó una media sonrisa—. Se ha colado un enemigo muy poderoso en la madriguera de Nyxia De Valefort y parece que la emperatriz no se ha dado cuenta. Por suerte para ella, al otro lado del océano tiene amigos, y esos amigos van a acudir al rescate de su hijo antes de que sea demasiado tarde.
La amargura tiñó de sombras la mirada de Diana al pensar en Lucian Auren. Si Valeria realmente era la culpable de la muerte de Iliana, estaba en peligro. De hecho, dependiendo de cuales fuesen sus intenciones, podría llegar incluso a intentar acabar con él, con lo que ello comportaría. Diana apreciaba a aquel joven, pero aún más a su madre, y el pensar que Nyxia pudiese sufrir la pérdida de su hijo le resultaba demasiado doloroso como para incluso poder planteárselo. Sencillamente tenía que evitarlo, y sabía cómo.
—Iré yo —decidió con determinación—. Yo acabaré con esa mujer. ¡Déjame que vaya, y...!
—Diana...
Sabía lo que iba a decir, pero incluso así insistió. Tal era la opresión que sentía en aquel momento en el pecho que necesitaba hacer algo. Necesitaba intervenir, necesitaba ayudar... necesitaba proteger al joven emperador.
—¡Leif, por favor! ¡Déjame ir! ¡Sabes que puedo hacerlo! ¡Sea quien sea esa mujer, acabaré con ella! ¡Yo...!
—Diana, querida, calma —la tranquilizó el voivoda—. Agradezco su ofrecimiento, te lo aseguro, y sé perfectamente que cumplirías a la perfección con tu cometido, pero eres demasiado importante como para permitir que pongas en peligro tu vida por ese joven. Tu lugar está aquí, conmigo, pero admito que es necesario que uno de los nuestros viaje hasta el Nuevo Imperio para tender una mano a nuestros amigos de Aeron.
—Y ya has seleccionado al mejor candidato, ¿me equivoco?
No se equivocaba, por supuesto. Diana conocía tan en profundidad el funcionamiento de la mente de Leif que a aquellas alturas rara vez lograba sorprenderla. Sus mentes estaban conectadas.
—Te puedo asegurar que va a ser alguien de tu total confianza... alguien que cumplirá con su deber con gran éxito. —Leif apoyó la mano sobre su hombro y lo apretó con suavidad—. Esto no va a quedar así, Diana, te lo aseguro. Nadie daña a un volkoviano y sale impune. Esa mujer pagará por lo que nos ha hecho... Pero no quiero engañarte, la muerte de Iliana es un golpe inesperado, pero ten por seguro que vamos a salir reforzados de todo esto, mi querida Reina de la Noche. Te lo prometo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro