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Capítulo 31 - Nessa

Capítulo 31 – Nessa, 1.831, Solaris, Nuevo Imperio



—¿Por qué lloras?

—Me duele la cabeza.

—¿Te duele la cabeza? ¿De qué?

—Llevo semanas sin dormir.

—¿Y por qué no descansas un poco?

—No puedo... no puedo bajar la guardia.

—¿Y qué pasará si lo haces?

El suave peso de la mano de Lucian sobre su mejilla bastó para que el cansancio acumulado de aquellos días arrastrase a Nessa al mundo de los sueños. Fue un toque suave, sin intención alguna más allá de ser una caricia, pero su magia chocó con la de Nessa y sus defensas cayeron. El peso de los párpados enterró los ojos de la arpía durante unos segundos, apenas cinco... y cuando logró volver a levantarlos todo a su alrededor había cambiado. La blancura de la biblioteca ahora estaba teñida del rojo de la sangre y su silencio se había visto interrumpido por lo gritos tribales de los demonios. Los libros yacían entre los charcos, con las páginas empapadas y la tinta corrida, mientras que los murales de los techos se deshacían en lágrimas doradas.

Y Lucian estaba a su lado... en sus manos, a sus pies. Estaba muerto, pálido como la cal, y tenía los ojos muy abiertos. La estaba mirando... y en el reflejo de su mirada se veía a sí misma hundiendo el puñal en su corazón.

Se veía a sí misma matándolo de decenas de formas diferentes y besando su cadáver. Acariciando sus manos frías... abrazando su cuerpo helado.

Llorando lágrimas de sangre...




No lo podía soportar más. Gladio le decía que podía hacerlo, que mientras solo fuesen pesadillas podría controlar la situación, pero Nessa lo dudaba. Su cuerpo estaba agotado después de varias semanas de no poder descansar. Tenía los músculos en completa tensión y había perdido mucho peso de todas las veces que había vomitado. Le dolía la cabeza a diario y se le caía el pelo.

Estaba realmente al límite.

Pero aunque físicamente no iba a poder soportar mucho más aquel ritmo, lo que realmente le preocupaba era su mente. Nessa sospechaba que su cerebro no iba a aguantar mucho más tiempo encerrado en aquel círculo vicioso de pesadillas y miedos, y no se equivocaba.

—Eh, eh, tranquila —exclamó Gladio, tomando su mano con fuerza. La presionó con suavidad, hasta lograr que le mirase y asegurarse así de que seguía siendo ella, y la abrazó—. Ha sido solo un sueño, tranquila...

El calor de Gladio era una de las pocas cosas que lograban calmar su malestar. Tras unas cuantas insoportables jornadas en su apartamento, la desesperación había llevado a Nessa a instalarse en el piso de su compañero. Y aunque a ella le había costado dar el paso, él la había aceptado encantado. Le gustaba tenerla cerca, y ahora que le necesitaba, mucho más.

Y lo que al principio había sido una mera convivencia como compañeros de piso, cada uno en su propia habitación, había acabado con los dos agentes compartiendo cama. Cada uno en su respectivo lado del colchón tratando de rozarse lo mínimo posible, pero cerca para cuando el otro le necesitaba. Momentos como aquel.

—Creo que ha llegado el momento de que me vaya —murmuró Nessa con los ojos entrecerrados. Ya no le quedaban lágrimas de tantas veces que había llorado—. No puedo soportarlo más, Solaris.

—¿Y crees que allá donde vayas, no te perseguirá? —Gladio negó suavemente con la cabeza—. No soy experto en la materia pero diría que no te puedes esconder de esto. Lo único que puedes hacer es encontrarle una solución, y si todo va bien, hoy la conseguiremos.




Aquella mañana Nessa decidió ir al Palacio del Despertar caminando, aprovechando el buen tiempo. Le gustaba que la luz del sol le diera de pleno en la cara los días en los que la oscuridad le ensombrecía el ánimo. Era como si le devolviera parte de la vitalidad. Resultaba irónico, pues siendo ella una hija de la Luna era extraño que se sintiese tan cómoda en aquel lugar, pero lo estaba, y a cada día que pasaba, más. Además, volver a Volkovia no era precisamente una idea que le sedujese demasiado. Mientras paseaba escuchaba los avances de la guerra a través de la radiofrecuencia de su teléfono, y las novedades que llegaban del Imperio de Hierro no eran todo lo buenas que le hubiese gustado escuchar. La guerra siempre era guerra y la gente moría. Y su Reina estaba luchando.

Pero ella no iba a morir, estaba convencida. Diana encontraría la forma de escapar de la muerte tal y como siempre había hecho... o al menos eso quería pensar.

—Ni te lo plantees —se dijo a sí misma—. El voivoda jamás permitiría que le pasara nada...

Llegó pronto al Palacio del Despertar, antes de que la mayor parte de habitantes se levantaran. Pasó rápido los controles de seguridad, tomó el ascensor y, convirtiéndose en una sombra más del subsuelo, se adentró en las profundidades del castillo en busca del calor de su pequeño cubículo. Una vez en él, cerró la puerta y siguió con su búsqueda.




Sumida en las profundidades de los libros, Nessa podía pasar horas buceando entre secretos y memorias sin agotarse. Era entre sus líneas donde se sentía más cómoda, donde dejaba las preocupaciones de lado. Sus hermanas arpías siempre se habían burlado de ella por aquella pasión, pero jamás le había importado. Nessa sabía que la única verdad se encontraba allí, entre las páginas de los volúmenes, y disfrutaba enormemente descubriéndola cual explorador alcanzando un nuevo continente.

Tal era su pasión por la lectura que ni tan siquiera el cansancio o su mal estar lograron eclipsar sus horas de trabajo. Nessa pasó varias totalmente concentrada en la lectura, abstraída del mundo que la rodeaba, hasta que un destello de luz procedente del techo captó su atención. La arpía desvió la mirada hacia la oscuridad que emborronaba los altos muros y más allá de la penumbra comprendió que unos cuantos pisos por encima Lucian Auren había entrado en la biblioteca.

Su aura se filtraba a través de la piedra.

Dubitativa, Nessa se preguntó si debería subir a visitarle. Aunque el Emperador había vuelto de su visita a Volkovia hacía unos días, aún no había tenido la oportunidad de hablar con él. De hecho, había evitado cruzárselo. Tras haberlo visto morir en tantas ocasiones en sueños, Nessa temía que su encuentro pudiese propiciar la aparición del demonio, por lo que intentaba no coincidir. Por suerte, Lucian Auren estaba demasiado ocupado como para fijarse en la ausencia de alguien como ella. Quizás en algún momento se acordaría de la joven ayudante hecatiana que había estado colaborando con él en la fundación de su biblioteca, pero no sería ni durante el periodo de guerra de Volkovia contra Cydene, ni tampoco mientras estuviese tan fresco en su memoria el atentado contra Iliana Fedorova.

Sea como fuera, lo mejor era no cruzarse con él.




Alcanzado el mediodía Nessa abandonó su oficina para salir a comer algo por la ciudad. Sus compañeros habían salido hacía media hora, por lo que aquel día le tocaría ir sola. Por suerte, no le importaba. Aunque le gustaba conversar con ellos, en días como aquel prefería comer algo ligero en uno de los bancos de la plaza, disfrutando del sol.

Subió al ascensor con paso tranquilo, sintonizando de nuevo la emisora de radio internacional en el teléfono, y se puso los auriculares. Unos segundos después, las puertas volvieron a abrirse, dándole acceso a la zona restringida para el personal de la OIA. Recorrió los pasadizos tranquilamente, logrando al fin conectar con el programa informativo con el que había estado siguiendo la guerra desde su inicio, y descendió la escalinata que daba al exterior del edificio. Allí, para su sorpresa, había bastante más personal de lo habitual. Nessa se quitó uno de los auriculares, interesada en saber qué estaba pasando, y se internó entre los presentes. Por sus habladurías, algo había pasado en el patio interior del palacio.

Algo que les había obligado a evacuar la zona.

Inquieta ante la noticia, Nessa volvió a subir la escalinata y se encaminó al ascensor. Sabía que no debía utilizarlo para descender a las plantas intermedias, pero la preocupación la arrastró a ello. Presionó el botón del bajo y aguardó con el corazón cada vez más acelerado a que las puertas se abriesen. Sabía que era imposible que el demonio se hubiese liberado, que en caso de haber sucedido ya no sería dueña de su cuerpo, pero necesitaba verlo con sus propios ojos. Necesitaba comprobar que era una falsa alarma...

Tan pronto las puertas del ascensor se abrieron Nessa salió disparada, adentrándose en un estrecho corredor que conectaba con una de las puertas de servicio. Nessa lo recorrió a la carrera y trató de abrir la puerta sin éxito. El sistema de seguridad impuesto por Loder Hexet bloqueaba todos los accesos en caso de emergencia.

A pesar de ello, no se rindió. Nessa se apresuró a comprobar el código identificativo del modelo de la consola de control donde debía introducir el código de seguridad para poder desbloquear la cerradura y rápidamente abrió el cajetín para inspeccionar la cablería. Examinó las conexiones e hizo un par de pruebas desconectando alguno de los cables hasta lograr comprender su funcionamiento. Acto seguido, llenando de aire los pulmones, tiró de uno de ellos en concreto, desconectado el sistema. La cerradura eléctrica emitió un pitido y se desbloqueó.

Nessa se apresuró a salir a uno de los corredores secundarios. Bordeó el patio, tratando de acercarse lo más posible eligiendo los pasadizos más vacíos, y avanzó hasta alcanzar la diminuta sala de descanso donde Helena Dolora la había invitado a un refresco. En la parte superior del muro oriental había un diminuto ventanal que daba al patio, más que suficiente para ella. Nessa saltó sobre el sillón con agilidad y se asomó.

Y lo que vio logró ponerle el vello de punta.

El césped del patio estaba totalmente abrasado, convertido en una gran mancha negra. Y junto a éste, en la lengua de cemento lateral, había un grupo de personas: pretores, magi, legionarios... Nessa trató de ver qué sucedía, pero tras unos cuantos minutos de espera comprendió que había llegado tarde. Fuese quien fuese que había provocado el incendio, había desaparecido. Por suerte para ella, en el fondo no le importaba. Con saber que el demonio no se había liberado tenía más que suficiente.




—¿Voy bien?

—Estás preciosa.

—Oh, vamos, no tengo que estar preciosa, tengo que estar perfecta.

Con las manos apoyadas en el volante del coche y una mueca divertida en el rostro, Gladio miró de reojo a Nessa, logrando con aquel sencillo gesto arrancarle una carcajada nerviosa. Estaba preciosa, era innegable, pero también sofisticada. Aquella noche la hecatiana era lo que cabría esperar de alguien de su país: una exótica pero elegante jovencita a la que el destello de la magia le había otorgado un tono rosado a la mirada.

—Estás perfecta, Hécate —aseguró Gladio—. Un poco tapada para mi gusto, pero ya sabes que yo soy un enfermo.

Lo era, pero no tanto como fingía ser. Gladio se esforzaba por tranquilizarla y que se sintiese cómoda, y lo estaba consiguiendo. Aquella noche era importante para Nessa y no quería fallar.

—Lo que no tengo muy claro es qué va a decir tu amigo cuando me vea aparecer —comentó despreocupadamente mientras cruzaba las verjas de los frondosos jardines de la mansión de Emrys Daeryn—. Ni estoy invitado ni soy hecatiano.

—Creo que a esta recepción va más gente —respondió ella—. Pero de todos modos podía llevar a un acompañante, así que no habrá problema.

—¿Significa eso que hoy soy tu cita?

El coche de Gladio destacaba entre los modernos y lujosos vehículos del resto de invitados. Al parecer, Emrys había convocado a las grandes personalidades del Nuevo Imperio, nobles, comerciantes, artistas, militares... Por suerte para ellos, no había nadie conocido curioseando cuando aparcaron. Nessa y Gladio bajaron del coche con cierta premura, sobre todo ella a la que las miradas del resto de invitados molestaban especialmente, y se encaminaron hacia el pórtico de entrada de la mansión. Allí, formando una corta cola, varias parejas aguardaban pacientemente a que los guardias de la entrada los identificasen.

Poco después, llegó su turno.




Dulces sonatas de la vieja Hécate sonaban en el salón cuando Nessa y Gladio entraron. Las luces eran bajas y el ambiente relajado, ideal para que las conversaciones fluyesen entre los invitados. El suelo estaba elegantemente decorado con puntos de luz que de vez en cuando emitían suaves fulgores, con pétalos y curiosas alfombras de hojas secas que otorgaban un toque otoñal de lo más agradable. A pesar del calor del exterior, el frío de Hécate parecía haberse instalado en la mansión de Emrys.

Era una fiesta singular. Mientras se abrían paso entre los presentes y los camareros, Nessa pudo percibir el toque mágico que fluía en el ambiente. Un toque que perfumaba el aire, bañándolo del aroma de las flores y del bosque que, sumado a los impresionantes cuadros paisajísticos que cubrían las paredes, creaban un aura realmente especial.

Un aura única.

Claro que, ¿qué otra cosa se podía esperar del antiguo rey de Hécate?

Nessa no tardó en localizarlo en la lejanía, junto al pequeño escenario donde tocaba la banda. Emrys estaba especialmente elegante aquella noche, con un entallado traje de terciopelo púrpura que realzaba la palidez de su piel. Lucía el cabello peinado hacia atrás, mojado en apariencia, y los ojos realzados por dos líneas negras bajo los párpados. Sumados a su apariencia, tal era la elegancia de sus gestos y el brillo esperanzador de su mirada que resultaba una figura realmente imponente.

—Míralo, allí está —comentó Nessa en apenas un susurro—. Deberíamos acercarnos a saludar, ¿no crees? A presentarte al menos.

—¿De veras? —Sin saber exactamente de dónde las había sacado, pues acababan de llegar, Gladio ya tenía dos copas de vino entre manos. Probó el contenido de una de ellas, vino tinto, y después la otra, vino blanco, y le tendió la primera—. Al menos tiene buen gusto con la bebida. Eso sí, podrían haber barrido un poco, ¿no?

Gladio empujó suavemente las hojas del suelo, logrando con ello ganarse la atención de varias de las invitadas que había por los alrededores. Las miró de reojo, incapaz de reprimir una sonrisa, y se encogió de hombros.

—Era broma —aclaró—. Muy bonito todo. Muy... original.

Antes de que iniciase lo que sería una larga conversación con todas aquellas presentes que estuviesen dispuestas a charlar con él, que no iban a ser pocas teniendo en cuenta lo elegante que iba aquella noche, Nessa decidió llevarlo hasta el escenario para presentarle a Emrys.

—Mi señor Daeryn...

El encuentro fue mucho más frío de lo que había imaginado, pues era evidente que ni Daeryn ni Gladio tenían el más mínimo interés el uno en el otro, pero sirvió para que al menos cumpliese con el protocolo. Los dos hombres se estrecharon la mano, intercambiaron un par de palabras sin demasiada importancia y, aprovechando la aparición de unos desconocidos, Emrys dio por finalizado el encuentro.

—Me alegro enormemente de tenerte aquí, querida Natasha —aseguró el hecatiano, tomando sus manos para apretarlas con efusividad—. Más tarde hablaremos, ¿de acuerdo?

Emrys se movía como pez en el agua entre los invitados, conversando con unos y con otros sin perder en ningún momento la visión de la entrada. Al parecer estaba esperando a alguien. Alguien que, como pronto descubriría Nessa, no era precisamente hecatiano.

—No me jodas, ¿no es ese el emperador?

La inesperada llegada de Lucian Auren logró que Emrys dejase de ser el protagonista absoluto de la fiesta. Las miradas rápidamente se centraron en el joven monarca, y tras unos cuantos segundos de habladurías, decenas fueron los invitados que acudieron a su encuentro, dispuestos a saludar y charlar con él.

Claro que Lucian no había venido solo. Además de por sus guardaespaldas, miembros de la Unidad Hielo, junto a él se encontraba la esperanza volkoviana: Iliana Fedorova. La joven con la que todos los periódicos empezaban a relacionarle formalmente y que, con suerte, acabaría cerrando los tratados de paz entre las dos naciones...

Gladio se llevó a los labios la copa que tenía entre manos, la cuarta de la noche, y se la acabó de un sorbo. Le incomodaba su presencia, era evidente. Saludar a Emrys había sido un mal trago que había estado dispuesto a aceptar con tal de satisfacer a su acompañante, pero acercarse al emperador era un punto y aparte. Ni le apetecía hacer el ridículo fingiendo ser un leal súbdito más, ni mucho menos ver cómo los ojos de Nessa chisporroteaban ante su mera presencia.

—Es él, sí... —murmuró la arpía—. No sabía que le habían invitado.

—Ah, pero que no te lo ha contado... y yo que pensaba que erais íntimos —replicó Gladio con incomodidad—. A este sí que no voy a saludarlo, me niego. Ve tú si quieres.

—Sí, claro, tengo que saludar.

Puso los ojos en blanco.

—No estás en el trabajo, así que no estás obligada... —le recordó su camarada con recelo—, pero allá tú. Eso sí, no pierdas de vista lo que hemos venido a hacer aquí, eh.

—¿Dudas de mi profesionalidad?

Sin tan siquiera molestarse en escuchar su respuesta, pues era plenamente consciente de que el reproche no venía de su parte racional, sino de la emocional, Nessa se acercó al grupo de seguidores que rodeaba en aquel entonces al emperador. Como de costumbre, él se mostraba cauto a la par que correcto con todos, pero sin separarse de Iliana. Sus manos no estaban entrelazadas, pero tal era su cercanía y el continuo contacto físico que había entre ellos que no era necesario. La complicidad era más que evidente.

Demasiado evidente como para que Nessa no sintiese un nudo en el estómago. La arpía se mantuvo a una distancia prudencial durante unos cuantos minutos, observando al emperador saludar a unos y con otros, hasta que al fin se hizo un pequeño hueco en el círculo. Nessa aprovechó entonces para acercarse a él, codeándose con varios militares, y aguardó a que la mirada de Lucian se encontrase con la suya.

—¡Natasha! —exclamó, alejándose un par de pasos de Iliana para acercarse a saludarla. Parecía aliviado de ver un rostro realmente conocido. Tomó su mano cuando ella se la tendió y la estrechó con suavidad—. Vaya, no te había reconocido. No sabía que conocías a Emrys.

—En realidad hace poco que lo conozco en persona —respondió ella—. Pero fue mi rey durante años cuando era una niña. Mis padres trabajaban para él.

—¿De veras? Vaya, qué pequeño es el mundo. Primero tus padres y ahora tú. —Lucian sonrió—. Tenemos pendiente algo, supongo que no te has olvidado.

Su mera mención logró hacerla sonreír. Nessa olvidó momentáneamente dónde estaba y los cientos de personas que les rodeaban y su atención se centró únicamente en Lucian y el extraño embrujo que siempre le rodeaba.

Era pura magia.

—Para nada, lo tengo muy presente.

—Yo también, pero necesito encontrar el momento adecuado. Las cosas se han complicado bastante últimamente. Confiaba en poder celebrar la apertura después de mi gira por Volkovia, pero... —Los ojos de Lucian buscaron los de Iliana, la cual les observaba con una sonrisa en los labios, y asintió con la cabeza—. En fin, no es tan fácil. Por el momento tendrá que esperar.

—Por supuesto, Majestad, lo entiendo. No hay prisa.

—Tú siempre tan amable. —Lucian negó con la cabeza—. En fin, me alegro de verte por aquí, Natasha. Espero que disfrutes de la velada. —Volvió la mirada hacia Emrys, el cual se encontraba en aquel preciso momento en la pista, bailando con una de las invitadas—. Por cierto, Victoria soñó contigo anoche. No recuerda el qué, pero quién sabe si predijo que íbamos a coincidir. Creo que le caló hondo tu canción, algún día podrías volver a cantársela: es una auténtica tortura escuchar su versión. Claudia recuerda un poco más de la letra, pero vaya... —Lucian sonrió—. En fin, nos vemos pronto.

Tan encantador como de costumbre, Lucian no tardó demasiado en sacar a bailar a su querida Iliana Fedorova bajo la atenta mirada de todos los curiosos. Juntos formaban una pareja preciosa, todo belleza y encanto. Una pareja a la que Nessa contemplaba con cierta envidia, pero también plenamente consciente de cuál era su papel en toda aquella historia. No tenía tiempo que perder con ensoñaciones adolescentes, Nessa era una espía de Volkovia y no lo olvidaba.

Ni en aquel entonces, ni nunca.

Pero al igual que le pasaba a Gladio, a veces no podía evitar que los celos enturbiasen su visión. Por suerte, el embrujo duró tan solo unos minutos. Tan pronto regresó junto a su compañero y los dos se concienciaron sobre lo que realmente tenían que hacer, la figura de Lucian Auren quedó relegada a un segundo plano.

Pasaron dos horas deambulando por la fiesta, conociendo a un invitado y a otro, pero en ninguno de ellos encontraron lo que buscaban. Emrys había convocado a la mayor parte de la comunidad hecatiana de Solaris, y en ella había todo tipo de personalidades, desde artistas a soldados, pero no brujas. El único poder mágico hecatiano que residía en la sala estaba en manos de Emrys, y aunque quizás él pudiese haberla ayudado, Nessa no lo valoraba como una opción viable. Necesitaba a alguien más discreto, alguien que no pudiese ponerla en peligro, y al parecer ese alguien no estaba en aquella fiesta.

O al menos durante las primeras horas.

Alcanzada la medianoche, algo extraño sucedió. Muchos fueron los invitados que abandonaron la celebración, pero también otros tantos se unieron a ella. En su mayoría eran hecatianos más jóvenes, todos procedentes de los círculos universitarios y artísticos de la ciudad; hombres y mujeres que, engalanados con sus mejores ropajes, llenaron de color y vida una celebración que poco a poco había ido decreciendo. Y entre aquellos jóvenes había alguien que logró que dejasen sus conversaciones a medias para mirarla.

Alguien cuya belleza era tal que eclipsó a absolutamente todas las demás.

Incluso Gladio se quedó sin palabras al verla aparecer con sus hermosos ojos verdes y su vestido de escamas esmeralda. Sus tacones de aguja, sus labios pintados de rojo... su larga melena caoba ondeando al ritmo de sus caderas.

Era impresionante.

—¡Vaya! —exclamó Gladio a su lado—. Si no fuera porque estoy rodeado de imbéciles, le silbaría. ¿La has visto?

—Cállate —replicó Nessa, hundiendo disimuladamente el codo en sus costillas—. No te desconcentres.

—Oh, no, tranquila... total, creo que ya ha elegido a su víctima de esta noche.

Nessa no quiso prestarle demasiado atención, pero no pudo evitar que la mirada volase hasta la pista, allí donde Lucian Auren había dejado de lado a Iliana para concentrar su atención en la recién llegada. Resultaba una imagen extraña, con la volkoviana a unos pasos con una expresión sombría, visiblemente molesta, mientras que él no dejaba de sonreír. Contemplaba a la recién llegada con los ojos encendidos por un extraño brillo cegador en la mirada que solo Nessa parecía poder ver.

Un brillo antinatural.

Sorprendida, Nessa tuvo la tentación de acercarse y curiosear lo que estaba sucediendo, pero algo llamó su atención. Recién llegada de la calle, alguien acababa de irrumpir en la celebración. Alguien que había dejado atrás la juventud hacía mucho tiempo, pero cuya presencia fue muy bien recibida por parte de los más jóvenes.

Alguien cuyo rostro Nessa reconoció incluso a pesar del paso del tiempo. Su cabellera gris con mechones blancos, sus ojos violetas, su tez blanca... y sus labios siempre pintados de negro.

Absolutamente siempre.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Nessa al verse a sí misma de regreso a la mansión de Luzgo, tendida sobre uno de los altares con decenas de aprendices de brujo a su alrededor. Ella no siempre había estado allí, pero sí durante las primeras veces, dando órdenes y consejos al resto. Compartiendo con ellos un conocimiento que, de haber podido ejecutarlo, habría acabado con la vida de Aairis y Deeiris mucho antes.

Alguien cuya mera aparición logró que los ojos de Nessa brillasen cargados de rabia y tristeza. Años atrás se había prometido a sí misma que la mataría por haber metido aquellas estúpidas ideas en la mente de su tío y del resto de sus compañeros. Pero aunque odiase a aquella mujer con toda su alma, sabía que era la clave. Ella era la persona a la que había estado buscando: la única que podría ayudarla a controlar al demonio.

La única que podría lograr acabar con él fuese cual fuese el precio.

—Mineya Varelis —murmuró con desagrado—. Ella, Gladio. Es ella.

—¿Ella quién? —preguntó él con confusión. Siguió la mirada de Nessa hasta dar con la anciana—. ¿Te refieres a esa señora? ¿La conoces?

Nessa asintió con gravedad.

—Sí, la conozco. Ella es la solución a todos mis problemas.

—Por el modo en el que la miras, doy por sentado que la conoces en profundidad... de acuerdo, mejor esperemos a que acabe la fiesta, ¿eh? La seguiremos hasta su casa y hablaremos con un poco más de tranquilidad con ella allí, sin miradas indiscretas. ¿Es peligrosa?

Nessa prefirió no contestar. No fue capaz de encontrar las palabras adecuadas con las que describir a aquel monstruo. En lugar de ello le arrebató la copa que en aquel entonces tenía entre manos, una de tantas, y le dio un largo sorbo. De repente, su mera presencia había logrado no solo eclipsar todo lo demás, sino secarle la garganta.

Sintió que la punta de los dedos empezaba a subir de temperatura. La sangre ardía con fuerza en su interior, guiada por un odio irracional. Un odio que escapaba de su control pero que, poco a poco, iba despertando a la magia que había en su interior.

—Vale... —murmuró Gladio, viendo en la expresión cada vez más tensa de su compañera que estaba empezando a perder el control. Tomó su mano y entrelazó los dedos para impedir que pudiese escapar. Inmediatamente después, lanzándole un último vistazo a la bruja, tiró de ella hacia la salida—. Sigamos la fiesta en el coche, ¿vale?




—Nunca te había visto así —murmuró Gladio un rato después, pasada media hora desde que habían dejado la fiesta. Le había costado arrastrar a Nessa hasta su coche, pero una vez dentro, rota la conexión visual con la bruja, la arpía parecía haberse relajado un poco—. ¿Estás bien? Deberías intentar controlarte, Hécate, por tu propio bien.

¿Lo estaba? Nessa se miró las manos, cuyos dedos habían adoptado un color rojizo al concentrarse la magia, y bajó la mirada. Estaba mejor, sí. Al menos los recuerdos ya no le nublaban la razón.

—No hace falta que respondas si no quieres —prosiguió Gladio ante su silencio—. Con que asientas o me hagas una señal me basta. No me voy a meter donde no me llaman, pero... en fin, llegados a este punto, puedes contarme lo que quieras, ya lo sabes.

—No puedo —murmuró ella—. Hay cosas que es mejor que no sepas... ni tú ni nadie.

—Ya... —El agente dejó escapar un largo suspiro—. De acuerdo, no te voy a presionar. El silencio forma parte de tu encanto. Eso sí, sé sincero conmigo: ¿va a ser una conversación civilizada? Si no te ves con fuerzas o autocontrol suficiente, puedo ir solo.

—¿Tú solo? —repitió ella con sorpresa. En sus labios se dibujó una sonrisa divertida—. ¿Y cómo se supone que le vas a pedir que te ayude? Tienes un poco de capacidad mágica, es evidente, pero no la suficiente como para poder convocar a un demonio.

El agente se encogió de hombros.

—Pero miento como el mejor.

Una carcajada escapó de la garganta de Nessa cuando Gladio le guiñó el ojo. La joven negó con la cabeza, agradecida por todos los esfuerzos que estaba haciendo por ella, y apoyó la mano sobre su antebrazo. Lo apretó con suavidad.

—No sé qué haría sin ti.

—Eso me pregunto yo a diario... pero bueno, confiemos en que ese vejestorio no tarde demasiado en salir.

La espera fue larga, de casi dos horas, pero lejos de aburrirse, Gladio y Nessa compartieron un rato agradable dentro del coche. La mayor parte del tiempo lo pasaron charlando sobre cosas triviales, con él intentando hacerla reír y ella haciendo un auténtico esfuerzo por quitarse de la cabeza a Mineya Varelis, pero era una conversación forzada. Ambos estaban nerviosos, inquietos ante lo que iba a suceder aquella noche, y no les faltaba motivo. Si bien su idea inicial era la de mantener una conversación civilizada con la bruja, ambos sabían que no iba a ser fácil. No porque Nessa tenía demasiado odio en su interior, y no porque Gladio sabía que en situaciones como aquella no se debían dejar testigos.

Aquella noche iba a marcar un antes y un después en la vida de ambos en Solaris. Nessa les estaba complicando demasiado la existencia a los dos, pero ni ella ni Gladio se planteaban su vida en el Nuevo Imperio sin el otro. Se necesitaban, y en momentos como aquel en los que la conversación era de agradecer, pero aún más los silencios, se hacía más evidente que nunca.

—Como el voivoda se entere de esto nos va a mandar ejecutar, eres consciente, ¿verdad? —comentó Gladio en tono jocoso, atento a todos los invitados que escalonadamente iban abandonando la residencia—. A él que le gusta tenerlo todo controlado, y aquí estamos nosotros, haciendo lo que nos sale de los mismísimos...

—Por suerte, está demasiado ocupado matando cydenios como para prestarnos atención —replicó ella—. En cualquier caso, no tiene por qué enterarse. Venga, si esto sale bien te invito a cenar a uno de esos sitios de moda que tanto te gustan. Te dejo elegir.

—Eso ya lo hacemos casi cada noche.

—Pero pagas tú. Esta vez pagaré yo.

—¡Ni que eso fuese a marcar la diferencia! —Gladio negó con la cabeza—. Si esto sale bien me darás un beso. Y no un beso casto en la mejilla, que te conozco. Un beso en condiciones, de esos que te dejan sin aire... de esos que te dan ganas de arrancarte la ropa. ¿Cómo lo ves?

Aunque la insistencia del agente era digna de admiración, la aparición de su objetivo en el aparcamiento captó la atención de ambos. Mineya iba acompañada por su escolta, dos hombres fornidos que la acompañaron hasta su coche. Ambos subieron en los asientos delanteros, ella en el trasero, y se pusieron en marcha.

Gladio aguardó unos segundos para encender el motor y empezar una discreta persecución.




Siguieron a Mineya hasta una solitaria urbanización situada al oeste de Solaris, a tan solo quince kilómetros. La bruja hecatiana vivía en el corazón del núcleo urbano, en un lujoso edificio acristalado del cual era la única habitante. Su coche blanco bordeó el bloque, dibujando una media luna a su alrededor, hasta alcanzar el acceso subterráneo a su aparcamiento, donde se detuvo para que el vigilante de la garita de seguridad comprobase su identidad. Seguidamente, la puerta de acceso se abrió y entraron en el subterráneo.

Gladio y Nessa rodaron por los alrededores durante unos minutos, hasta localizar una calle especialmente tranquila situada junto a unos jardines donde dejar el coche. Aparcaron bajo uno de los árboles de mayor tamaño, aprovechando su sombra para ocultar la placa identificativa del vehículo a ojos de las cámaras de los negocios colindantes, y se apearon.

Aguardaron un par de minutos más antes de encaminarse hacia la entrada principal del edificio.

—Mantengamos la calma, ¿de acuerdo? —advirtió Gladio a su compañera al ver la escalinata de acceso al vestíbulo de entrada—. Esto es una mera visita de cortesía. Nos envía la OII. Una vez estemos dentro, ya vemos cómo lo hacemos.

Nessa respondió con un ligero ademán de cabeza y aceleró el paso hasta dar con la puerta de acceso. Al igual que para acceder al aparcamiento, la entrada del edificio disponía de un vigilante trajeado de negro al que las placas identificativas como miembros de la OII bastaron para abrirles. Eso sí, avisó a través de la radio interna a sus compañeros.

Se adentraron en el edificio con paso sereno. Al estar vacío salvo por la vivienda de Mineya, el vestíbulo no tenía buzones identificativos. En lugar de ello únicamente había plantas, decenas de plantas que surgían de absolutamente todos los rincones, cubriendo las paredes y el techo con gruesas enredaderas.

Al final del vestíbulo encontraron dos elevadores cuyas puertas doradas estaban cerradas. Gladio presionó el botón de llamada y la derecha se abrió, invitándoles a subir. Dentro otro vigilante les esperaba. El hombre aguardó a que entrasen, ya conocedor de su presencia, y presionó uno de los botones. Inmediatamente después, el elevador empezó a subir a gran velocidad. Permanecieron en completo silencio durante el trayecto, hasta que al fin la puerta volvió a abrirse. Los dos agentes descendieron y allí volvieron a toparse con un recibidor cubierto de plantas en el que aguardaban dos guardias.

Pero no eran guardias como los que habían visto hasta entonces. Los dos vigías que guardaban la puerta de acceso a la residencia de su señora eran dos mujeres de ojos rasgados uniformadas con monos rojos y dorados e imponentes lanzas ceremoniales. Una indumentaria y equipo que, aunque a simple vista parecía totalmente fuera de lugar, e incluso de tiempo, logró despertar ciertos sentimientos encontrados en Nessa.

Su madre había vestido de una forma muy parecida en el pasado.

Dejando los sentimientos de lado, la arpía avanzó hasta el pórtico de entrada, donde las vigías les pidieron dejar las armas a pesar de volver a identificarse. Era una cuestión de seguridad, decían.

—No vamos a dejarlas —advirtió Gladio, endureciendo la expresión—. Somos agentes del gobierno: miembros de la seguridad de Solaris. Mientras estemos en territorio del Nuevo Imperio, nuestro deber es llevar las armas encima en todo momento. Y este edificio, os guste o no, está en el Nuevo Imperio.

Las vigilantes insistieron, pero tal fue la determinación con la que Gladio enfrentó la situación que no tuvieron más opción que ceder. Las mujeres abrieron las puertas y, quedándose atrás, les dejaron pasar.

—Bien hecho —le susurró Nessa al cruzar el umbral.

—Hombre, tú dirás. No sé quién demonios se creen que son, pero... Oh, mierda, mira esto.

Los dos agentes accedieron al amplio apartamento en cuyo salón, esperándoles en una cómoda butaca de piel y con dos estilizados gatos negros acomodados sobre su regazo y reposacabezas, aguardaba Mineya Varelis.

Nessa volvió a estremecerse al verla. Se detuvo en la entrada del salón, ignorando cuanto les rodeaba, pues en su mente tan solo había lugar para la bruja, y cogió aire. Gladio, a su lado, no pudo evitar dejar escapar un ligero gemido de desagrado al verse nuevamente rodeado de plantas. Había también mobiliario, sí, pero quedaba totalmente eclipsado por la incalculable colección de plantas y flores que decoraban el inquietante lugar.

—¿No son de su agrado, agente? —preguntó la anciana desde su asiento, con voz aterciopelada. Sus manos huesudas paseaban sobre el lomo del gato que tenía en el regazo—. Las plantas son vida.

—Oh, no me malinterprete —respondió él, haciendo un esfuerzo por disimular su mueca de perplejidad tras una sonrisa forzada—. Son muy bonitas, señora Varelis. Tiene usted una casa muy singular... solo espero que no le traigan demasiados bichos. Pueden llegar a ser muy molestos en recintos tan cerrados.

—Los bichos, como usted los llama, saben respetar los límites. Son libres de vivir en mi hogar siempre y cuando se comporten. Es todo cuestión de autocontrol.

Gladio volvió a sonreír, esta vez con algo más de tensión, e hizo un ademán de cabeza a Nessa para que se aproximara. Tal era la mezcla de emociones de la agente que tardó unos segundos en encontrar las fuerzas suficientes como para enfrentarse a la situación.

Respiró hondo y se acercó, consciente de lo que iba a pasar. Consciente de que la iba a reconocer... pero en contra de lo que había esperado, no logró causar reacción alguna en Varelis con su llegada. La anciana le dedicó una mirada, mostrando evidente indiferencia, y volvió a fijar la atención en Gladio, el cual parecía bastante más de su interés.

—Me pregunto qué hacen dos agentes de la Oficina de Inteligente Imperial en mi casa a estas horas. Fuese lo que fuese que querían decirme, podrían haberlo hecho durante la recepción del rey Emrys.

—Podríamos —admitió Nessa—, pero no era el lugar.

La anciana volvió a mirarla, pero siguió sin reaccionar. ¿Sería posible que la hubiese olvidado? A ojos de Nessa era imposible, ella tenía grabado a fuego tanto su rostro como el del resto de participantes en los rituales, pero era innegable que no habían jugado el mismo papel. Quizás, visto desde su óptica, Nessa no había sido más que un mero juguete.

Aquella idea logró enfurecerla aún más.

—¿Y bien? —preguntó la anciana ante su silencio—. Agradecería que se pudiesen identificar, agentes. Al menos para saber cómo dirigirme a ustedes, claro.

—Yo soy Gladio Orlasky —respondió el medio volkoviano con determinación—, y ella Natasha Fedora. Trabajamos en el departamento de Archivística y estamos haciendo un estudio en profundidad sobre demonología.

—¿Demonología? —preguntó la anciana con sorpresa—. Vaya, un tema curioso desde luego. Intrigante... aunque no tanto como que alguien como usted, agente Orlasky, trabaje en Archivística. ¿Le han salido los músculos de cargar libros de una estantería a otra?

Una sonrisa ácida se dibujó en el rostro del antiguo policía.

—No sea usted traviesa, señora Varelis. —Gladio le dedicó una de aquellas sonrisas con las que en tantas ocasiones había logrado encandilar a alguna que otra mujer—. Uno de nuestros contactos nos habló de usted. Nos dijo que si alguien era capaz de darnos un poco de información al respecto en esta ciudad, esa persona era usted.

—¿Y puedo saber quién es ese contacto, señor Orlasky?

De nuevo esa sonrisita.

—Señora Varelis, no me ponga en un compromiso, por favor. Ya sabe que no puedo ni debo revelar datos personales de los informadores. No dejan de ser colaboradores del gobierno.

—Oh, claro, claro... —La anciana se encogió de hombros con una sonrisa traviesa en el rostro—. Disculpe, agente, a veces se me olvida que estamos en el Nuevo Imperio y Lord Hexet lo quiere tener absolutamente todo controlado. Me pregunto si sabrá que en Archivística, además de al amable y musculoso Gladio Orlasky, tiene a una bruja revisando textos.

Bruja. La palabra sonó con fuerza por la sala, arrancando ecos a todas las plantas. Y aunque no hubo acusación alguna en su tono, ni mucho menos ningún reproche, Nessa lo sintió como tal. Sintió que Varelis se estaba riendo de ella, que la estaba provocando, y aunque hasta entonces siempre había logrado mantener el control, por un instante creyó que todo se iba a venir abajo. Que todo su odio iba a acabar con la gran mentira que había sido su vida hasta entonces en Solaris y que, de una vez por todas, la auténtica Aairis Norwen iba a regresar de entre los muertos.

Por suerte, él la detuvo. Gladio apoyó la mano sobre su hombro y aquel sencillo gesto bastó para que su yo interior se calmase. Era como si hubiese utilizado alguna especie de tranquilizante con ella... como si de alguna forma, la hubiese hechizado.

Y no estaba del todo desencaminada.

—Sigue usted en forma, señora Varelis —contestó Gladio—. Efectivamente, la señorita Fedora tiene ciertas capacidades mágicas, pero demasiado débiles para poder ser de utilidad real. Ni ella tiene suficiente magia, ni yo suficiente fuerza, así que, juntándonos, al menos conseguimos un cerebro. Más que suficiente para leer libros, ¿no? —Gladio dejó escapar un suspiro—. En fin, no quisiéramos alargar esta visita más de lo necesario. Usted tiene que descansar y nosotros trabajo que hacer, así que, ¿qué tal si hablamos de una vez por todas en serio?

El cambio de registro de Gladio, que empezó lleno de amabilidad pero acabó hablando con mucha más severidad de la que había visto Nessa en él hasta entonces, logró que la anciana comprendiese que aquello no era un juego. Se trataba de una visita oficial, y como tal debía responder a sus preguntas a no ser que quisiera tener auténticos problemas con el Nuevo Imperio.

Y nadie los quería tener, y mucho menos los extranjeros como ella que se habían visto obligados a huir de su país.

—De acuerdo agentes —aceptó, endureciendo la expresión—. ¿Qué quieren saber que no aparezca en los libros? Mi conocimiento en demonología no es demasiado extenso, pero quizás pueda serles de ayuda.

—Confiemos en que así sea —intervino Nessa—. Como ya sabe, la carrera armamentística no tiene fin. Las innovaciones tecnológicas de países como Talos, Lameliard o Volkovia están llevando al límite a nuestros ingenieros. Vivimos tiempos de paz, pero tarde o temprano volverá la guerra, porque siempre vuelve, usted bien lo sabe, y el Nuevo Imperio debe estar preparado. Para ello, estamos buscando alternativas. A nuestro servicio hay magi, pretores y legionarios, pero se baraja la posibilidad de abrir el abanico de combatientes.

—Y aprovechando que el rey Emrys se ha instalado definitivamente en Solaris y que su presencia probablemente vaya a atraer a muchas brujas de sus antiguos círculos se plantean la posibilidad de unirlas a su ejército, ¿me equivoco? —La anciana dejó escapar un suspiro—. Tarde o temprano iba a pasar, advertí a Emrys al respecto. Él decía que lo dudaba, que tanto Nyxia De Valefort como Loder Hexet querían mantener la brujería fuera de los límites del Nuevo Imperio, pero la necesidad hace extraños compañeros de cama. Sin embargo, ¿cómo iban a poder hacerlo cuando el propio emperador tiene magia en su interior? Y no hablemos del regente. Lord Hexet oculta mucho más de lo que a simple vista parece... y probablemente también sus hijas. —Negó suavemente con la cabeza—. Vienen tiempos oscuros, lo presiento. Lo sentí antes del inicio del Eclipse, y ahora vuelto a tener la misma sensación. El volcán no va a tardar en entrar en erupción.

Nessa sintió miedo al escuchar sus palabras. En ellas no había nada que no supiera, al menos no que no sospechase, como por ejemplo lo de Loder Hexet y sus hijas, pero el mero hecho de escucharlo de boca de otra persona logró provocarle vértigo.

—Nunca nos cerramos ninguna puerta —reflexionó Gladio—. Pero se tratan de meros estudios; esto no implica que realmente vaya a llegar a nada real. Por el momento nos estamos documentando.

—Lógico, antes de firmar un contrato hay que leer la letra pequeña. —Mineya sonrió—. ¿Y qué es lo que necesitan saber, agentes? La magia de sangre es la única tipología de brujería en la que se tiene trato directo con los seres del otro lado del Velo. Demonios, más en concreto. Y no es un arte fácil de dominar. No hay demasiadas brujas con la suficiente capacidad como para poder convocar demonios, y muchas menos capaces de dominarlos. Es por ello por lo que el uso de la magia de sangre siempre fue muy minoritario en Hécate. Hay ciertas puertas que no se deben atravesar... incluso cuando eres capaz de controlar a quien aguarda al otro lado.

—¿Por qué? —preguntó Nessa con inquietud—. ¿Tan complicado el dominar a un demonio? Hasta donde sé, cada demonio se vincula con una bruja; alguien con quien crea un vínculo irrompible desde el momento en el que cierran el primer acuerdo de sangre.

—Lo que dice es cierto, agente —admitió la anciana—. El problema radica en que rara vez la bruja es capaz de dominar al demonio en su totalidad. Puede invocar sus poderes cuando así lo requiere, pero el pago a cambio suele ser elevado. Y no nos engañemos, hablamos de demonios. Ni la más poderosa de las brujas podrá tener control total sobre ellos jamás.

Nessa entrecerró los ojos. Las palabras se clavaban en su mente como dagas envenenadas que infectaban de dura realidad su mente. En lo más profundo de su corazón sabía que no le estaba mintiendo.

—Señora Varelis, ¿cómo se destruye a un demonio? —intervino Gladio, adelantándose un paso—. Si realmente son tan peligrosos e incontrolables, ¿cómo acabar con uno antes de que pueda causar daño a inocentes?

—¿Destruir? —La anciana alzó las cejas en una mueca llena de sorpresa—. ¿Se refiere a matar a un demonio, verdad, agente? ¡Ojalá hubiese alguna forma! Por desgracia, querido amigo Orlasky, no se puede matar a aquello que no está vivo. Se pueden desterrar, pero únicamente siempre y cuando no le ate nada a este plano. Absolutamente nada. —La mujer sonrió con frialdad—. Los demonios son peligrosos, de ahí a que el uso de la magia de Sangre esté tan controlado. Si me permiten un consejo, agentes, tengan mucho cuidado si deciden seguir adelante con este proyecto. El poder descontrolado de una bruja puede llegar a ser devastador.




Las palabras de Mineya Varelis aún resonaban en la mente de Nessa llenándola de ecos de oscuridad cuando llegaron al apartamento de Gladio. No habían hablado durante todo el trayecto de regreso, ni tampoco cuando entraron en la vivienda. Nessa sencillamente se adentró en la habitación que compartían y se dejó caer en el colchón, con los ojos enrojecidos de contener las ganas de llorar. La anciana había sido muy clara al respecto, tan solo había una forma de desterrar a un demonio de su realidad, y esa forma era acabar con aquello que lo atase.

Y ella esa era atadura.

Cerró los ojos y trató de encontrar algo de paz en el silencio reinante. No necesitaba ver a Gladio para saber que estaba en la entrada de la habitación, mirándola con el corazón roto. Su buen amigo había querido creer que habría una oportunidad para ella, pero no la había. Si realmente querían evitar una posible masacre, Nessa tendría que desaparecer de la ecuación.

—Pero eso no va a pasar —se dijo a sí mismo Gladio tras cerrar la puerta de la habitación tras de sí y coger aire. Comprobó el cargador de su pistola y lanzó un último vistazo atrás—. Esto aún no ha acabado.


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