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Capítulo 3 - Nessa

Capítulo 3 – Nessa, 1.831, Solaris, Nuevo Imperio de Solaris



Tenía una mente privilegiada. La Reina siempre decía que en gran parte era por ello por lo que la había seleccionado, pero lo cierto era que su unión había habido sido producto de una gran carambola cósmica. Los astros habían decidido que sus caminos debían cruzarse, y sin apenas ser consciente de ello, Nessa había acabado junto al resto de las arpías en el castillo de la Reina, preparándose para un futuro que parecía inalcanzable.

Un futuro que después de seis largos años de preparación al fin había llegado. Nessa había sido enviada al Nuevo Imperio de Solaris para unirse a la Inteligencia Imperial de su gobierno, y luchaba por conseguirlo. O mejor dicho, estudiaba. Solaris daba oportunidades a todos, pero tan solo los mejores lograban superar sus pruebas de acceso.

Y Nessa era la mejor.

Había nacido con el don de absorber datos, y desde su llegada a Solaris dos semanas atrás no había hecho otra cosa. Día tras día se había encerrado en la biblioteca nacional, a sabiendas de que los observadores la tenían muy presente, y durante largas horas había permanecido en completo silencio, recabando la información que almacenaban los miles de libros que aguardaban en su interior. Había aprendido sobre historia, sobre ciencias y sobre arte: sobre sus grandes héroes y sus leyendas, sus dioses y sus demonios, pero sobre todo sobre su compleja realidad. Solaris era un país nacido de la guerra y dirigido por un Emperador demasiado joven como para no necesitar el consejo de su círculo más cercano.

Un círculo al que pronto se uniría.

Y lo hacía con ambición. A Nessa le gustaba el trabajo que le habían asignado, se consideraba afortunada de haber sido enviada a un Imperio tan ordenado como el de Solaris, y no quería desaprovechar ni un minuto de su nueva vida. Aquel lugar era perfecto para alguien ordenado y organizado como ella.

Alguien puramente cerebral.

Al menos en apariencia, claro.

—Ahora sí, Nessa, ahora sí...




Quinientos alumnos procedentes de todo el país y las naciones aliadas se presentaron al primer examen en la sala de las Espadas de la Universidad Nacional Aurea de Solaris. Se decía de aquella prueba estaba diseñada para poder separar a los alumnos que realmente se habían preparado de los que probaban suerte. Que gracias a sus preguntas se podía detectar el talento. Fuese cierto o no, tan solo los cien mejores podrían pasar a la siguiente fase.

Nessa entró en la sala armada únicamente con una pluma, tomó asiento en la primera mesa que encontró libre junto a la pared y aguardó pacientemente a que le entregasen su prueba. Una vez en sus manos, empezó a rellenar sus hojas con los miles de datos que su mente había retenido a lo largo de aquellos años de estudio sobre la historia del Nuevo Imperio y las implicaciones políticas de su creación.

Cinco horas después, entregó el fajo de veinte hojas al responsable y abandonó la sala con el convencimiento de haber aprobado.

No se equivocaba, obtuvo la mejor marca.




Cinco días después se presentó a la siguiente prueba en la Sala de la Noche en la Universidad Nacional Aurea, donde el alumnado había sido reducido a los cien aprobados. Nessa tomó asiento junto a la pared y aguardó pacientemente a que el responsable repartiera los cuestionarios. En aquella ocasión las preguntas giraban en torno a la legislación vigente y las normativas propias del país. Era un tema complejo, y más teniendo en cuenta las continuas modificaciones que se aprobaban prácticamente a diario. Por suerte, Nessa lo dominaba a la perfección.

Tan solo los veinte mejores lograrían pasar a la siguiente prueba. La prueba en mayúsculas: la que realmente seleccionaría a los futuros miembros de las Juventudes del Nuevo Imperio. Todas las anteriores simplemente habían sido de descarte.

Pero a ella no le importaba.

Cuatro horas después de entrar en la sala, Nessa entregó su examen y regresó a su casa convencida de que aprobaría.

Y lo hizo, por supuesto. Con la mejor nota.




La siguiente prueba fue convocada tres días después, en la sala del Sol Invicto de la Universidad Nacional Aurea de Solaris. Nessa llegó de las primeras para poder ocupar una de las mesas junto a la pared. Tomó asiento bajo un cuadro conmemorativo de la coronación de Lucian Auren como Primer Emperador del Nuevo Imperio de Solaris, y aguardó pacientemente a que el resto de los estudiantes se presentaran. Eran un total de sesenta personas, veinte por cada una de las tres líneas de exámenes que se habían ido celebrando durante aquellos días. Todos cuanto la rodeaban habían logrado superar las dos pruebas con grandes notas, y ahora se preparaban para la definitiva. Los diez que obtuviesen mayor puntuación serían aceptado en el Real Programa de Reclutamiento de la Oficina Imperial de Inteligencia.

Todos estaban nerviosos. Aquella era una gran oportunidad por la que la mayoría llevaba años estudiando. Servir al Imperio era todo un honor, pero hacerlo desde la Oficina Imperial de Inteligencia era un regalo caído del cielo. Lucian Auren tan solo quería a los mejores a su lado, hombres y mujeres que realmente pudiesen cambiar el curso de los acontecimientos con sus mentes, y Nessa quería ser una de ellas.

Mientras el responsable repartía los cuestionarios a los participantes, la arpía ya se imaginaba a sí misma asistiendo a reuniones del Alto Mando y aportando ideas. No lo iba a tener fácil, era consciente de ello. De haber nacido en el Nuevo Imperio o en Albia, su voz habría sido escuchada sin ningún tipo de reparo. Siendo hecatiense, sin embargo, no era tan fácil. Era una extranjera, alguien nacida en un país que en otros tiempos había aliado, sí, pero un país lejano, y eso era algo que seguramente les frenaría. No obstante, a Nessa no le importaba. La arpía sabía que sus capacidades acabarían sobreponiéndose a sus orígenes y que sería aceptada. Al fin y al cabo, jamás encontrarían a alguien como ella...

Pero todo habría sido más fácil de no haber tenido los ojos rasgados, era innegable. El color ceniciento de su piel y el negro de su larga cabellera no eran un problema. Su mirada, en cambio, marcaba unos orígenes que no podía negar. Nessa procedía de tierra de brujas, era una hija de la Luna, y el Nuevo Imperio tendría que aceptarlo.

Tres horas después de entrar en la sala, Nessa finalizó el examen y se retiró a la sala de espera, donde tanto ella como el resto de los candidatos tendría que esperar un par de horas a obtener los resultados. Tomó asiento en uno de los sillones... y dos horas después volvió a abandonar la sala con la satisfacción de que había superado la prueba.

Una vez más, había sido la mejor.




—Como todos ustedes ya sabrán, han sido seleccionados para acceder al Real Programa de Reclutamiento de la Oficina Imperial de Inteligencia. Han sido más de mil quinientos los participantes en las pruebas de este año, pero tan solo ustedes diez han logrado superar todas las pruebas mostrando su valía en cada una de ellas. Les felicito.

Falco Bethel acompañó a sus palabras de un ligero asentimiento que los congraciados celebraron como una gran victoria. Aprobar los exámenes había sido una labor titánica por la que todos se sentía muy orgullosos, pero que el mismísimo Falco Bethel les felicitara eran palabras mayores. El ex capitán de la Legio I Lumina era toda una leyenda.

—La Oficina Imperial de Inteligencia está compuesta por dos departamentos, la unidad administrativa, formada en su mayoría por funcionarios de seguridad, y la unidad operativa. Una vez realicen la valoración médica, serán sometidos a varios tests de personalidad gracias a los que se definirá su destino en base a su perfil. Sea cual sea el departamento al que sean derivados, pasarán los siguientes tres años recibiendo formación específica, y alcanzado el cuarto, si el proceso sigue su curso habitual, serán nombrados oficialmente como agentes de la Oficina de Inteligencia Imperial. Este es el principio de un largo viaje que marcará para siempre sus vidas: formar parte de la OII es unir sus destinos a los del Nuevo Imperio. Pero si están aquí es porque ya lo saben, por supuesto. —Falco Bethel ensanchó la sonrisa—. Vuelvan a sus casas y celebren su triunfo con sus familias: próximamente recibirán la carta donde se les comunicará oficialmente la fecha de ingreso. Una vez más, enhorabuena y bienvenidos.

Bethel cerró la charla con un aplauso al que todos se unieron. Los alumnos se felicitaron los unos a los otros, estrecharon la mano a Falco con emoción y uno a uno fueron abandonando la sala, ansiosos por poder explicarles a sus padres lo ocurrido. Nessa, en cambio, tenía otros planes. La arpía se despidió educadamente de sus compañeros, prometiéndoles que pronto se verían, y acudió al encuentro de Falco con la intención de agradecerle sus palabras antes de retirarse. Con suerte, para cuando volviese a casa aún estaría abierta la cafetería de la calle de enfrente y podría tomarse un té con vino.

—Ha sido un placer conocerle, señor Bethel —aseguró Nessa con controlado entusiasmo—. He leído muchísimo sobre usted.

—De lo que digan, créete la mitad —respondió él con una amplia sonrisa en los labios. El agente lanzó una fugaz mirada a los pocos alumnos que aún quedaban en la sala, dos chicos y una chica, y volvió a centrar la atención en Nessa—. Natasha Fedora, ¿verdad?

—La misma.

Bethel asintió.

—Te delata esa mirada, eres la única extranjera que ha logrado aprobar. Algo muy inusual. En tu ficha ponía que eres hecatiense. He visitado tu país en varias ocasiones... un lugar singular sin duda. Sois gente muy diferente.

—No es lo mismo nacer bajo la luz de la Luna que la del Sol, supongo —respondió Nessa—. ¿Conoce el sur del país, señor Bethel? Yo soy de la ciudad de Luzgo. No es demasiado grande, pero sí conocida por ser el lugar más oscuro de todo Hécate. Tan solo contamos con tres semanas de cielos despejados en todo el año. El resto del tiempo las nubes cubren el sol.

—He oído hablar de ese lugar, sí. Un origen singular el tuyo; me pregunto qué hace una hecatiense como tú aquí, en el Nuevo Imperio. Apuesto a que tendremos tiempo para que me lo expliques, pero no ahora. Necesito que me acompañes, Natasha. Por favor, espera fuera a que el resto de tus compañeros salgan.

Tras despedir a los alumnos más rezagados, Bethel guio a Nessa hasta la parte trasera de la universidad, donde se encontraba el aparcamiento reservado para el profesorado. Subieron a uno de los vehículos y pronto dejaron atrás el titánico complejo universitario situado en las afueras de la capital para encaminarse hacia el corazón de la ciudad, donde situado no muy lejos del Palacio Imperial se encontraba la sede de la Oficina de Inteligencia Imperial.

Llegaron a sus accesos en menos de una hora. Bethel condujo por los frondosos jardines hasta alcanzar el pórtico de entrada del gran edificio de piedra caliza con lentitud, saludando a su paso a varios vigilantes, y aparcó en una de las plazas reservadas.

—El director quiere entrevistarse contigo —anunció al fin tras apagar el motor del vehículo y apearse de él.

Juntos se acercaron a la escalinata de acceso al edificio, donde dos grandes estatuas conmemoraban el edificio. Una de ellas pertenecía a Lord Loder Hexet, considerado el fundador de la Oficina de Inteligencia, y la otra a un agente sin rostro en representación de los miles de agentes que servían a la organización.

—¿El director de la OII? —preguntó Nessa con sorpresa—. ¿Se refiere al centurión Eryn Cabal?

—El mismo. Por favor, acompáñame.

No importaba que fuera de día o de noche: la sede de la Oficina de Inteligencia siempre estaba llena de agentes trabajando en sus salas de control. El Nuevo Imperio no descansaba, por lo que tampoco podían hacerlo ellos.

La sede de la OII era un lugar singular. Tras analizar varias opciones, Eryn Cabal y sus hombres habían decidido instalar su sede en aquel amplio palacete, la antigua residencia de uno de los nobles locales. Se trataba de un lugar muy espacioso y rodeado por un amplio jardín que ofrecía la cobertura suficiente para que Cabal se sintiese cómodo. Además, sus muros eran altos y gruesos como los de una muralla, algo que favorecía las labores de reforma. El objetivo de su director era transformar la sede de la OII en un fortaleza inexpugnable, y poco a poco lo estaba consiguiendo.

—Tenemos oficinas por todo el país y en el extranjero, en las embajadas. Muchos de nuestros agentes están desplazados. De hecho, hay algunos que apenas pisan Solaris, pero los tenemos muy presentes. Ellos son nuestros ojos más allá de la frontera.

—¿Y en los países donde no hay embajadas? —preguntó Nessa. Conocía la respuesta oficial y la real, pero sentía curiosidad por ver qué le respondía.

Pero Bethel no dijo palabra. El agente le dedicó una sonrisa significativa, más llena de advertencia que de simpatía, y señaló unas escaleras de piedra situadas al fondo del pasadizo. Las ascendieron con paso rápido, cruzándose a su paso con dos miembros de la oficina, y una vez en el piso superior recorrieron la planta hasta alcanzar el ala oriental, donde el despacho del director aguardaba tras una robusta puerta de roble.

Bethel llamó con los nudillos antes de abrir.

—Director...

Eryn Cabal estaba hablando por teléfono cuando entraron. El pretor de la Casa de la Noche les dedicó una fugaz mirada, hizo un ademán de cabeza para que se acomodaran y se alejó unos pasos hasta el fondo del despacho, donde no tardó más que unos minutos en finalizar la llamada. Permaneció unos segundos en silencio, pensativo con la mirada fija en la ventana, y finalmente regresó a la amplia mesa de cristal donde le aguardaban los recién llegados.

Le tendió la mano a Nessa.

—Bienvenida, Natasha Fedora, te estaba esperando.

La seguridad con la que le dio la bienvenida logró confirmar la imagen que Nessa siempre había tenido de aquel hombre. La arpía respondió con un ademán de cabeza y tomó asiento en una de las incómodas sillas metálicas, frente a él. Bethel hizo una rápida e innecesaria presentación, pues era evidente que Cabal sabía perfectamente quien era, y abandonó la sala, dejándoles a solas.

Ya cara a cara, Nessa tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para disimular la alegría que le producía tener a aquel hombre ante sus ojos. Durante todos aquellos años la Reina de la Noche le había hablado sobre lo que encontraría en Solaris, sobre las personas en las que podría confiar y en las que no, y Eryn Cabal era una de las pocas que se salvaba. Su nobleza y lealtad absoluta a la causa y el apoyo que le había brindado durante las pocas semanas que habían compartido durante la guerra lo convertían en alguien que, de haber podido, habría llevado consigo a Volkovia.

Pero Eryn Cabal jamás habría aceptado, por lo que Diana ni tan siquiera se lo había planteado. Aquel hombre era leal a la causa del Nuevo Imperio, había abandonado Albia siendo apenas un post-adolescente para unirse a las filas de Loder Hexet en Volkovia, y años después ocupaba uno de los cargos más elevados en la cadena de mando. Además, era uno de los hombres de confianza de Lucian Auren. Alguien cuyos susurros el joven emperador escuchaba atentamente y en cuyo hombro se apoyaba cuando era necesario.

Alguien perfecto para ella.

—Te felicito por tus resultados en las pruebas de acceso, eres la alumna con mejor nota desde el inicio del programa hace ya cinco años.

—¿De veras? —respondió ella con sorpresa—. Vaya, me alegra mucho escucharlo. Llevo años preparándome para este momento.

—No me cabe la menor duda, no es fácil conseguirlo, y mucho siendo alguien extranjera. He tenido que comprobar por mí mismo los resultados para acabar de creerlo. Resulta sorprendente que un hecatiense haya demostrado más conocimientos sobre la historia de nuestro país que los autóctonos. —Negó suavemente con la cabeza—. Sea como sea, lo importante es que estás aquí y la OII no va a dejar escapar a alguien con tanto talento como tú. Te queremos con nosotros, entre nuestras filas, y dado tu potencial queremos que te incorpores de inmediato. El programa de formación al que se van a someter el resto de los alumnos les aportará grandes conocimientos y los preparará para cumplir con su deber, pero no a corto plazo. Tres años es un plazo de tiempo que puede ser muy breve para algunos, pero muy largos para otros. En tu caso no podemos permitirnos. —Cabal se cruzó de brazos—. Como ya sabes, vivimos un periodo especialmente turbulento tras el incidente con su majestad durante la visita a la princesa Tyara Vespasian de Albia. La guerra acabó hace más de una década, pero aún hay muchas heridas abiertas. Como director de la Oficina de Inteligencia Imperial, lucho a diario para proteger no solo a nuestra corona, sino también a todos los ciudadanos de nuestro país. Solaris vive una época de prosperidad, pero las sombras acechan. Es por ello por lo que necesito a agentes como tú a mi lado, trabajando día y noche por el bien de nuestro país.

El frío fervor que envolvía el mensaje de Cabal logró seducir a la arpía. Nessa sabía perfectamente lo que pretendían hacer con ella, ni era la primera ni sería la última candidata que seguía aquella vía para incorporarse a la Oficina de Inteligencia Imperial, pero incluso así quería que se lo explicase. Llevaba tantos años esperando aquel momento que ahora que al fin lo había conseguido, quería disfrutarlo.

—¿Significa esto que estoy dentro?

Eryn negó suavemente con la cabeza.

—Casi. Has demostrado con creces estar preparada para formar parte de la unidad administrativa de la oficina, pero tengo la esperanza de que podrás darnos más. Tengo ratones de biblioteca de sobras a mi cargo: lo que ahora necesito son agentes capaces no solo de recabar información en un archivo. Necesito hombres y mujeres valientes dispuestos a jugarse la vida por la causa, capaces de enfrentarse al peligro sin miedo. —El director le dedicó una débil sonrisa carente de calidez—. Necesito muchísimo más que unos cuantos exámenes aprobados, Natasha. ¿Serás capaz de ofrecérmelo?

El corazón de Nessa latía acelerado en su pecho, embriagada del fervor patriótico del director. No había pasado ni una palabra por alto, al contrario, las había grabado todas a fuego en su memoria, y cuanto más oía, más quería saber. Le gustaba aquel hombre, le gustaba aquel lugar y le gustaba lo que le planteaba. Le gustaba absolutamente todo cuanto le rodeaba, pero aún más poder ponerse a prueba a sí misma. Porque como bien decía Eryn Cabal, las arpías creían que ella era un ratón de biblioteca, pero en realidad era mucho más.

La Reina se había encargado de ello.

—¿Y bien? —sentenció el pretor de la Noche. Tendió la mano sobre la mesa y aguardó con su inquietante mirada de ojos negros fija en Nessa a que respondiese—. ¿Puedo contar contigo?

—Por supuesto —dijo con decisión. Tomó su mano y la estrechó con firmeza—. ¿Qué tengo que hacer?




Nessa se cargó la mochila a las espaldas y comprobó el crono. Inmediatamente después salió a la carrera del solitario vestuario donde había recibido su equipo y recorrió el pasadizo hasta alcanzar la puerta de emergencia. La abrió con rapidez, descendió la larga escalinata metálica peldaño a peldaño, y una vez en la parte trasera del edificio buscó con la mirada el coche negro del que le había hablado el director. Se encontraba no muy lejos de allí, bajo la luz de una de las farolas, con el conductor fumándose un cigarrillo.

Nessa volvió a comprobar el crono y acudió a su encuentro. En su mente tan solo había cabida para aquella misión. Iba a ser muy complicado, pues apenas tenían tiempo, pero haría cuanto estuviese en sus manos para conseguirlo. Y si para ello tenía que mostrar sus auténticas capacidades, lo haría... pero sin testigos.

Alzó la mano a modo de saludo al conductor sin tan siquiera molestarse en mirarle a la cara y se metió en el coche. Dejó la mochila a sus pies, sacó de su interior el fragmento del mapa que el director le había entregado y se ató el cinturón justo cuando su compañero tomaba asiento frente al volante. Cerró la puerta de un portazo, sobresaltándola con ello, y ensanchó la sonrisa cuando ella le miró.

Y entonces el tiempo se detuvo por un instante. Nessa le mantuvo la mirada y todo su cuerpo se estremeció al sentir por primera vez que algo despertaba en su interior. Una llama, una luz: una duda. Era inconcebible, era absurdo... era de locos. Le mantuvo la mirada, sintiendo que se hundía en los pozos de acero gris que eran sus ojos, y cogió aire.

Un chisporroteo de energía despertó en la punta de sus dedos.

—Mierda, mierda, mierda... —murmuró para sí misma al sentir que perdía el control de su propio yo—. Ahora no...

—¿Ahora no? —replicó él con sorpresa—. ¿Ahora no qué?

Nessa se apresuró a sacudir la cabeza con determinación. Desvió la mirada hacia el frente, allí donde tan solo les aguardaba la oscuridad de la noche y los jardines, y respiró hondo, tratando de volver a ordenar sus pensamientos.

—Arranca —dijo en apenas un susurro.

—Si hablas tan bajo no te oigo —replicó él con fastidio—. En fin, eres Fedora, ¿no? Natasha Fedora.

Ella asintió sin tan siquiera mirarle. Prefería no hacerlo. Lanzó una fugaz mirada al retrovisor para comprobar que iba en compañía de un policía y señaló el frente con el mentón.

—Sí, venga.

—Joder, tú no eres de aquí, ¿no? Esos ojos...

—¡Arranca!

El policía se sobresaltó. Miró de reojo a Nessa, desconcertado ante su extraña actitud, pero obedeció. Encendió el motor y puso el vehículo en movimiento. Pocos minutos después, salieron a las amplias calles de la capital del Imperio de Solaris.

—Eh, tranquila, es poco tiempo pero lo conseguiremos —aseguró el policía, tratando de calmar sus nervios—. Podemos llegar a la frontera en menos de tres horas.

—Podemos no: tenemos que llegar en menos de tres horas —replicó ella, cortante—. Me juego mucho.

—No eres la única. —Volvió a mirarla—. Llevo toda la vida esperando esta noche.

—Ya somos dos...

—Entonces hagamos que sea perfecta. —El policía le dedicó una sonrisa amable a través del retrovisor y le tendió la mano—. Me llamo Orl...

Un fuerte cosquilleo recorrió las manos de ambos cuando se rozaron antes de que Nessa apartara la suya. La arpía le dedicó una única mirada, breve pero cargada de intensidad, y negó con la cabeza, logrando así despertar aún más dudas en el policía.

—No lo digas —se apresuró a decir—. No quiero saber tu nombre: no quiero saber absolutamente nada. Vamos a asaltar una torre de comunicaciones albiana y no quiero tener nada que poder decir en caso de que me detengan e interroguen.

—¿Detenerte? —El policía rio—. No te van a detener: para eso estoy yo aquí. Aunque lo intentaran, no lo permitiría. Pero me parece bien: lo capto. Sin nombres. Un apodo, entonces. Te guste o no, de alguna forma tendremos que dirigirnos.

—Yo seré Hécate y tú Solaris, ¿de acuerdo? Supongo que no hace falta que explique el motivo.

—¿Te crees que soy estúpido o qué? Lo capto.

Aunque no lo pretendía, el comentario logró ofender al policía. Solaris la miró a través del retrovisor una última vez con el ceño fruncido y dejó escapar un profundo suspiro, dando por finalizada la conversación.

Las siguientes tres horas iban a ser muy largas.




Faltaban doce minutos para las dos de la madrugada cuando la torre de comunicaciones surgió entre las montañas, recortada contra el horizonte. No era un especialmente alta, al menos en comparación con las de las capitales, pero sí estaba bien vigilado. Instalados junto a la escalinata de ascenso a la cabina, tres soldados custodiaban la zona con sus armas automáticas preparadas. A simple vista parecían legionarios cualquiera uniformados de gris y blanco y con los cascos cubriendo sus rostros, pero un rápido vistazo con los binoculares bastó para que Solaris identificase su auténtica naturaleza.

—Son Centinelas Grises.

—¿Centinelas Grises? —replicó ella.

Nessa aceptó los prismáticos para poder comprobar lo que decía. Hacía unos minutos que habían ocultado el vehículo tras los altos muros de un edificio abandonado y habían recorrido los últimos metros a pie para evitar ser detectados. Por suerte para ellos, la zona era tremendamente tranquila, con grandes extensiones de hierba baja a ambos lados de la carretera y cientos de kilómetros sin apenas población. Los pocos vehículos que en otros tiempos tomaban aquella carretera la empleaban para desviarse hacia las vías que conectaban con la zona central del continente, pero con la división del país ya eran muy pocos los que se atrevían a transitar una vía tan cercana a la frontera.

—Supongo que sabes lo que son —murmuró el policía tras recuperar los prismáticos y meterlos en la mochila—. Albia se está quedando sin tropas de élite: ahora además de novatos también reclutan civiles. Los Centinelas Grises...

—Sé lo que son —le cortó Nessa—. Los huérfanos de la guerra.

Solaris asintió. Albia no estaba pasando por su mejor momento, pero el Nuevo Imperio tampoco. El que se estuviesen abriendo sus filas a través de programas de reclutamiento como el de la OII evidenciaba que los dominios de Lucian Auren también necesitaban de sangre nueva.

Para reforzar sus tropas, la Emperatriz Vanya Vespasian había optado por buscar en los orfanatos a todos los huérfanos de la guerra que quisieran servir a su país. Oficialmente era un programa de libre participación en el que todos los candidatos se apuntaban por decisión propia. No obstante, había rumores que indicaban que ciertos jóvenes estaban siendo empujados a unirse a sus filas. Albia necesitaba engrosar sus tropas, y si voluntariamente no lo hacían, buscaban otras alternativas.

Pero que fueran precisamente Centinelas Grises los guardianes de la torre de comunicaciones les beneficiaba. Nessa desconocía las capacidades de su compañero Solaris, pero por la seguridad con la que miraba a sus oponentes sospechaba que no iba a tener demasiadas dificultades para neutralizarlos.

—Yo me ocupo. Espera tres minutos y sube, ¿de acuerdo? Yo me encargo de que no te molesten. Si encuentras a algún otro vigilante arriba, tendrás que apañártelas tu sola, ¿podrás?

—La duda ofende.

—Pues en marcha.




Solaris cumplió con su papel mucho mejor de lo que Nessa había esperado. Lejos de enfrentarse a los guardias, el policía logró engañarlos para que se alejasen lo suficiente como para que la arpía pudiese cumplir con su deber. Durante el viaje de regreso tuvo la tentación de preguntarle cómo lo había hecho, pero tal era la inquietud que el policía despertaba en ella que prefirió mantenerse con los labios sellados. Así pues, ni ella le preguntó cómo lo hizo, ni tampoco él quiso saber qué había pasado en lo alto de la torre de comunicaciones. Por suerte, no había mucho que explicar. Tras ascender por la larga escalera de mano que conectaba con la cabina, Nessa había irrumpido en la sala con la cabeza cubierta por la capucha de su chaqueta y el rostro por un pañuelo. Una vez dentro, se había encargado de destruir el dispositivo de grabación que un joven Centinela Gris que apenas había tenido tiempo a reaccionar había intentado proteger. Nessa lo neutralizó con un dardo tranquilizante. Disparó al joven en la garganta, logrando arrancarle un grito de puro sobresalto, y aguardó tres segundos a que se derrumbara en el suelo. Acto seguido, pasando por encima de su cuerpo inerte, tomó asiento en la butaca de control y se apresuró a realizar una copia de seguridad de la base de datos.

Para cuando el joven lograse despertar cinco horas después, no recordaría nada de lo ocurrido.




Los primeros rayos de luz iluminaban el cielo de la capital del Imperio cuando Nessa y su compañero llegaron a la base. Dejaron el coche en la entrada, donde una joven asistente ya les estaba esperando, y volvieron al despacho del director.

—Señor Cabal, ya están aquí...

Eryn Cabal no se sorprendió al verlos entrar victoriosos. Al contrario. Permaneció unos minutos en silencio en su mesa, concentrado en la pantalla de su ordenador, y tras introducir unos últimos datos se puso en pie para recibirlos.

Les estrechó la mano a ambos.

—¿Lo habéis conseguido? —preguntó con sencillez.

—Así es, director —respondió el policía—. Rápido y limpio, como a usted le gusta.

Nessa le entregó la pequeña tarjeta de memoria donde había realizado la copia de seguridad. Durante el proceso de duplicado había tenido la tentación de revisar la información que estaba obteniendo, pero dado que el director se lo había prohibido explícitamente, había decidido cumplir con su deber a rajatabla con la esperanza de que a su regreso compartieran con ella la información. Sin embargo, había otros planes para aquella información. Eryn Cabal aceptó el pequeño dispositivo, pero no visualizó su contenido. En lugar de ello se lo entregó asistente que les había guiado hasta el despacho y con ello dio por finalizada la misión.

—En caso de que el resultado haya sido el esperado, en unas horas recibiréis una llamada de mi asistente en la que os emplazará para el ingreso oficial en la Oficina. En caso de no recibirla, ambos quedaréis fuera de vuestros respectivos programas —anunció con sencillez antes de volver a tomar asiento—. No os lo había dicho, ¿Verdad? —Eryn les dedicó una sonrisa ácida—. No me lo tengáis en cuenta, ha sido por vuestro propio bien. Gracias por vuestra co...

—¿Fuera del programa? —interrumpió Nessa con perplejidad—. Pero...

—Esperaremos la llamada —cortó el policía.

Solaris dio un disimulado codazo a Nessa cuando ella le miró molesta por la interrupción. Saludó al director con cordialidad, sin perder la sonrisa en ningún momento, y salió de la sala, instando a la arpía a que le siguiese con un suave empujón. Una vez fuera, se alejaron unos metros del despacho antes de romper el silencio.

—Has cumplido con lo que te han pedido, ¿no? —dijo él en apenas un susurro—. ¡Pues entonces ni tan siquiera te lo plantees! Te llamarán, ya verás.

—Lo sé, pero...

—¿Pero qué? —El policía negó con la cabeza—. No me jodas, Hécate: ambos dependemos de lo que hayas hecho ahí arriba. ¿Tengo que preocuparme?

Nessa tragó saliva. Estaba casi segura de que había seguido el procedimiento al pie de la letra, pero ahora que la presión empezaba a sofocarla, su seguridad se quebraba.

—No, no, no hay de qué preocuparse. Lo he hecho bien... creo.

—¿Creo? Que no te venza la presión, Hécate. Estoy convencido de que lo has hecho bien. —Solaris le dedicó una sonrisa brillante y alzó la mano a modo de despedida—. En fin, ya nos veremos, entonces. Descansa un poco... si es que puedes, claro. ¡Ah, y no te pases con las celebraciones! Hasta que no me llamen sigo siendo policía.

—¿Y si no llaman?

Solaris soltó una carcajada.

—Llamarán.

Nessa respondió con un asomo de sonrisa. Envidiaba su total y absoluta confianza.

Se despidió de su compañero con el peso de la responsabilidad sobre las espaldas y abandonó el edificio, dispuesta a volver caminando. Su piso quedaba bastante lejos de la oficina, a más de media hora a pie, pero necesitaba que le diese el aire en la cara. Quizás, con un poco de suerte, así pudiese calmar el nerviosismo.

—Ya os llamaremos... —murmuró con pesar mientras se abría paso por las grandes avenidas de Solaris—. Maldita sea, como no lo hagan la Reina me mata.

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