Capítulo 23 - Diana
Hoy los Reyes Magos han traido un regalito para todos los que se han portado bien... y los que no, ¡también! Jejejeje, espero que disfrutéis mucho de este fragmento de la historia. La verdad es que siempre me gusta ponerme en la piel de Diana, y cuando tengo la posibilidad de sumergirme un poco en su historia pasada, aún más :)
En fin, espero que disfrutéis del capítulo y de esta noche tan mágica.
Un beso.
Capítulo 23 – Diana, 1.831, Umbria
A Sayumi le había sentado bien la estancia en Umbria. Después de tres años de quejas y súplicas para que la dejase volver, la arpía había logrado encontrar su lugar en el país isleño. Y lo había hecho gracias a su fuerza de voluntad, convenciéndose a sí misma de que el Sol Invicto no iba a castigarla por fingir creer en otros credos.
Pero no había sido fácil. Dejar atrás su vida en Ballaster y después en Volkovia para viajar hasta el otro extremo del planeta había sido un auténtico sacrificio por el que Diana siempre le estaría agradecida. Pocas personas habrían sido capaces de soportar un cambio tan radical como aquel, pero por suerte Sayumi lo había conseguido.
Porque Sayumi era única.
Y precisamente por ello, porque Sayumi era única, Diana no había dudado en coger una nave y recorrer toda Gea para acudir a su llamada tan pronto había sonado su teléfono. Hacía mucho tiempo que no hablaba directamente con ella, y el que hubiese decidido contactar era señal de que algo grave había pasado.
Algo totalmente inesperado que logró que, por primera vez en mucho tiempo, Diana no supiese reaccionar.
—¿Hablas en serio?
—Totalmente en serio, Diana: las vi con mis propios ojos.
Sentada la una junto a la otra en la terraza del pequeño apartamento en el que Sayumi vivía en las afueras de la ciudad de Calas, las dos agentes disfrutaban del anochecer con una copa de vino helado entre manos. Para intentar vencer al frío la arpía había traído dos gruesas mantas de pelo con las que taparse, pero incluso así Diana no logró entrar en calor. Al contrario, la noticia la dejó tan helada que le temblaron hasta las rodillas.
—Supongo que no te ha dicho nada.
—No.
—Puede que lo haga un poco más tarde. No conozco apenas a Vekta, pero no creo que sea de las que ocultan secretos.
—No lo es, no... ¿pero estás segura de que se vieron?
Sayumi se encogió de hombros. Las había visto juntas cenando en el salón y después bebiendo hasta altas horas de la noche. Incluso había visto a la joven Morix acudir a su alcoba en plena noche... pero aquello era algo que la Reina no necesitaba saber. Si Vekta quería decírselo, adelante, pero desde luego ella no iba a airear temas tan íntimos.
Diana dejó escapar un profundo suspiro como respuesta. Se movió inquieta en la silla, sintiendo que poco a poco el gran castillo de naipes que era su red de arpías se tambaleaba, y cerró los ojos. Le dolía la cabeza de solo pensar lo que aquel descubrimiento podría comportar.
—Has hecho bien llamándome.
—Bueno, para esto me enviaste, ¿no? Para asegurar que Morix no intentaba romper el acuerdo con Vermont. Y no me lo está poniendo fácil, la verdad. Esa cría es una auténtica lianta. Por suerte, he logrado frenarla antes de que cometiese alguna estupidez que pudiese ponerlo todo en peligro.
—Es peligrosa, sí. Hablaré con Morgana. Más que nunca necesito que se cierre ese acuerdo.
—¿Vuelves a estar interesada en Umbria?
Diana asintió ligeramente, sin apartar la vista del cielo cada vez más oscuro.
—Nunca dejé de estarlo, pero admito que ha subido muchas posiciones en mi lista de prioridades. Mañana partiré hacia Lorendall, tengo que hablar con Vermont. Aunque sé que a Morgana no le va a hacer la más mínima gracia, me temo que vamos a tener que acelerarlo todo.
—Pero se suponía que ibas a alargarlo hasta que cumpliese los veinticinco, ¿no?
Era su idea, sí, pero la muerte de Vexya, la marcha de Lira y el cada vez más evidente interés del voivoda en su red de arpías lo había precipitado todo. Diana tenía que crear una segunda base en la que poder operar con libertad fuera del alcance de todos, donde poder empezar desde cero en caso de ser necesario, y Umbria se había convertido en la mejor opción.
—Las cosas nunca salen como una espera —sentenció—. En fin, no te voy a molestar mucho más. Mañana mismo partiré a primera hora.
—Puedes quedarte el tiempo que quieras, Diana, eres bienvenida.
—Ya... pues no sé por qué me da que tu marido no opina lo mismo. —Diana ensanchó la sonrisa y apoyó la mano sobre el abultado vientre de su arpía—. En fin, ¿y cuándo dices que va a nacer tu pequeño? Va a ser el primero, eres consciente de ello, ¿no?
Diana abandonó Calas al siguiente amanecer para iniciar el camino hasta la lejana Lorendall en motocicleta. Había un largo trayecto hasta el lejano principado, por lo que decidió dejar de lado sus habituales paseos a caballo para acelerar el viaje. Desafortunadamente, la tecnología volkoviana no había llegado aún a Umbria, por lo que su transporte no era tan estable ni tan rápido como esperaba. Además, las huellas de la guerra seguían tan presentes en las carreteras que se vio obligada a alargar el viaje a dos jornadas, haciendo la primera noche en el principado de Magna Matter, en la gran ciudad de Coratia, la capital de Umbria.
El descanso le sirvió para dedicarse unas cuantas horas a sí misma. Poco acostumbrada a disponer de tiempo libre para disfrutar de la soledad fuera de Kovenheim, Diana se llenó la bañera de agua caliente y se encerró en el baño con una botella de vino y una copa.
Umbria era un buen país en el que empezar de cero. Sus habitantes eran unos auténticos salvajes y su temperatura insoportable, pero la esperanza de un nuevo amanecer iluminaba el país isleño cada mañana. El umbriano era un pueblo positivo, un pueblo que había renacido de sus cenizas y para el que las segundas oportunidades estaban al orden del día. Todo aquel que quería empezar una nueva vida viajaba a las islas y allí era bien recibido. Los umbrianos no preguntaban, simplemente te daban un arma y la oportunidad de volver a intentarlo: en tus manos quedaba el aprovecharla o no.
En definitiva, era un buen lugar. Muy mejorable, pero con gran potencial. Un potencial que, por supuesto, iba a aprovechar. Sus arpías necesitaban un nuevo hogar y Vermont se lo iba a proporcionar. O al menos, no iba a estorbarla cuando decidiese construirlo.
Al fin y al cabo, ¿a quién le importaba lo que sucediese en la gélida costa norte del país?
Diana disfrutó del agua caliente y el vino durante una hora, hasta que el aburrimiento la llevó de regreso a la habitación. La Reina se dejó caer pesadamente en la cama, algo más risueña de lo habitual por el alcohol, y sacó el teléfono. Tenía la tentación de llamar a Vekta para pedirle explicaciones, pero estaba de demasiado buen humor como para hacerlo. Además, se había prometido a sí misma que iba a intentar tranquilizarse y disfrutar del viaje y empezarlo con una discusión con la joven arpía no era la mejor opción. Ya tendría tiempo para ello.
Guardó el teléfono y dirigió la mirada hacia la ventana. La noche era joven...
Despertó tarde al siguiente amanecer, aún con el sabor de la cerveza en los labios y la música atronando con fuerza en su recuerdo. Se lo había pasado bien. Quizás no tanto como cuando en el pasado había salido por Hésperos con sus primos y con Lansel, pero sí lo suficiente como para iniciar la siguiente jornada de buen humor.
Desayunó algo rápido y retomó el camino. Calculaba que llegaría a Lorendall al atardecer, aunque las nubes negras del cielo prometían un viaje lleno de lluvia. Por suerte, no tenía prisa. Diana inició el viaje y a medio día, minutos antes de que una potente tormenta estallase, se detuvo en una posada para poder comer tranquilamente y esperar a que escampase.
Completó el resto del viaje sin más incidentes. Diana atravesó la frontera de Magna Matter poco después de las cinco de la tarde e inició el ascenso por la fría Lorendall hasta la ciudad de Nocta.
Lorendall era el principado situado más al norte, una gélida región apenas urbanizada en la que densos bosques de árboles de hojas negras cubrían su superficie. Era una zona especialmente dura en la que vivir, con inacabables temporadas de nieve que ponían al límite a su ciudadanía. Por suerte, las gentes de Lorendall eran excepcionalmente duras: un pueblo de guerreros que si bien había sido prácticamente erradicado durante la guerra, había logrado sobrevivir a su debacle.
Y en gran parte lo habían hecho gracias a Diana.
Mientras viajaba a través de sus angostas carreteras Diana recordaba con cariño la primera visita que había hecho a Umbria ocho años atrás. En aquel entonces el sabor amargo de la guerra del Eclipse aún estaba en boca de todos, por lo que su llegada fue totalmente inesperada. Incluso Umbria se lamía las heridas provocadas por los despertados. Pero si algo bueno tenía aquel pueblo era que sus gentes eran guerreras y no habían temido enfrentarse al enemigo con tal de sobrevivir.
Ni al enemigo, ni mucho menos al amigo.
Aquella había sido una de sus primeras operaciones bajo las órdenes de Leif. El voivoda la había enviado para sellar un acuerdo de paz con los lejanos vecinos isleños y ella había aprovechado el viaje para ampliar su red y adquirir una nueva arpía. Una jovencísima Morrigan, la hija menor del príncipe Valpaso, a la que su hermana gemela estaba obsesionada con asesinar.
Morrigan no había tenido suerte al nacer en el seno de una familia tan supersticiosa como la de los Valpaso. Las leyendas decían que los hijos nacidos durante luna llena estaban malditos, y si bien el doctor había intentado que el parto finalizase antes del anochecer, Morgana se había resistido. La niña había querido esperar a que la luna llena iluminase la noche, y con ella había empezado una vida marcada por la superstición en la que la muerte se había convertido en la única alternativa para salvar a la familia Valpaso.
Al menos a ojos de la más joven de las hermanas, por supuesto. El resto de la familia nunca había tomado demasiado en serio aquel tipo de creencias. Sin embargo, a pesar de no apoyar la obsesión de Morix por acabar con su vida, tampoco hicieron nada por detenerla, lo que arrastró a la pobre Morgana a una vida de terror. Y es que, en el fondo, a nadie le importaba la vida de Morgana. Aquella cría estaba maldita, así que dado que en su hogar no la querían, Diana la convirtió en una de las suyas.
Pero su viaje a Umbria no había acabado en Tarsys tras la reunión con Valpaso y la adoptación de Morgana. Diana había seguido conociendo el país, reuniéndose con todos sus príncipes y princesas, hasta llegar a la lejana Lorendall, donde había encontrado a un pueblo tan maltrecho y diezmado que su supervivencia pendía de un hilo. La población había sido reducida hasta prácticamente su extinción durante la guerra, y aunque su príncipe, Giral Vermont, había intentado atraer a nuevos ciudadanos, la falta de recursos se lo había impedido.
Y entonces llegó Diana.
La Reina de la Noche cambió el destino de Lorendall. Vermont y ella cerraron un acuerdo por el cual Volkovia iba a colaborar en la reactivación económica y demográfica de la región, y tras seis años de intenso trabajo, el resultado había sido muy positivo. Lorendall seguía siendo el principado más despoblado de todos, pero poco a poco se estaba fortaleciendo. Sus pueblos volvían a estar ocupados, las fábricas volvían a producir y las flotas, algo más pequeñas que en el pasado, a llenar de carne de foca y pieles los almacenes.
Lorendall estaba floreciendo gracias a la ayuda de Volkovia... pero no gratis.
Diana había aprendido desde muy joven que todo tenía un precio y Umbria llevaba años pagando el suyo. El más evidente era el porcentaje de beneficio que obtenía Volkovia de toda su producción. Por el momento era bajo, pero en el momento en el que se ampliasen las exportaciones se convertiría en un ingreso a tener en cuenta. Sin embargo, el dinero no era algo que preocupase a Leif. El voivoda quería aliados, quería gentes con las que poder contar en el momento en el que la guerra volviese a asolar Gea, y Umbria se había convertido en uno de ellos.
Y para ser más exactos, Giral Vermont.
Pero las dinastías en Umbria no eran necesariamente hereditarias, cualquiera podía retar al príncipe para ocupar su lugar, por lo que Diana había decidido mejorar su acuerdo añadiendo una nueva cláusula. Aunque los Vermont fuesen expulsados del trono nunca dejarían de ser los dueños de las líneas de producción del principado, por lo que Diana necesitaba tenerlos controlados, ¿y qué mejor forma que hacerlo a través de un acuerdo matrimonial? En Umbria se estilaban los matrimonios de conveniencia: las casas con más renombre acordaban las uniones de sus hijos antes incluso de que cumpliesen la mayoría de edad y así se aseguraban su porvenir.
Y Diana decidió aprovechar aquellas circunstancias a su favor.
Vermont tenía un hijo que tarde o temprano ocuparía su lugar y Diana a una umbriana de alta cuna cuyo origen le aseguraría un trato a largo plazo con Umbria. ¿Cómo no aprovecharse de ello?
Diana alcanzó las murallas de Nocta poco antes del anochecer. A aquellas alturas del viaje estaba totalmente congelada y agotada tras la larga marcha, pero ver la ciudad de piedra blanca tan llena de vida le devolvió la energía.
Nocta era pequeña, con pequeños edificios achaparrados de color blanco y estrechas calles que se unían entre sí formando un intrincado laberinto por el que era fácil perderse. Era un lugar bonito, sin apenas decoración en sus avenidas o en las fachadas de los edificios, pues las marcas de la guerra aún estaban muy presentes en ella, pero con tanta naturaleza en sus parques y jardines que resultaba complicado encontrar algún punto donde no hubiese vegetación. Mirases donde mirases había maceteros con flores, enredaderas y árboles negros cargados de hojas sobre cuyas ramas siempre reposaban cientos de pájaros blancos.
Los pájaros de la nieve, como los había llamado Vermont hijo en su primer encuentro. Los pájaros de la esperanza, como los había bautizado Diana, ya que, según le había contado, aquellas preciosas aves de pico dorado y cola roja como la sangre habían desaparecido durante la guerra hasta su llegada.
Diana aprovechó el recorrido por la ciudad para perderse por sus calles y disfrutar del ambiente. Nocta seguía siendo una ciudad casi fantasma, con más de la mitad de sus edificios vacíos, pero ver gente por sus calles y negocios abiertos era todo un triunfo para ella. Además, había un notable aumento de vehículos aparcados y de rótulos en los edificios, por lo que todo apuntaba a que durante el día la ciudad estaba mucho más concurrida de lo que aparentaba. Eran muy buenas noticias, aunque hasta que no lo viese con sus propios ojos, no acabaría de creérselo.
Atravesó la ciudad hasta el otro extremo, donde el gran castillo de piedra negra que era la residencia de los Vermont separaba Lorendall de los gélidos fiordos del norte. Aquella zona del país también le pertenecía, pero estaba cerrada a la población. Tan solo los pescadores con licencia podían atravesar las puertas y disfrutar del impresionante océano de hielo que aguardaba al norte de Umbria... hasta ahora.
Aunque no la estaban esperando, Diana fue bien recibida por la guardia real cuando llegó a la residencia de Vermont. El líder de su guardia, Wulfram Galdur, era un antiguo conocido de Diana, fue el primero en ir a recibirla en el vestíbulo de entrada.
Y lo hizo con gran sorpresa.
—Diana... —dijo con perplejidad.
Uniformado con la armadura de placas plateada propia de su país y el lobo aullante de los Vermont en la pechera, Wulfram ofrecía un aspecto magnífico aquella noche. Alto, ancho de espaldas y con el cabello rubio recogido en una coleta baja, el guardia era un claro ejemplo del prototipo de hombre umbriano: de aspecto imponente, incluso algo salvaje, y con el instinto siempre alerta.
Pero su aspecto no era algo que intimidase a Diana. La Reina sabía que Wulfram era un leal servidor de su príncipe, y mientras él no la considerase un peligro, su seguridad nunca se vería comprometida en aquel lugar.
La sorpresa de su rostro logró hacerla reír.
—Sí, soy yo —respondió Diana con una amplia sonrisa en la cara—. Vamos, Wulfram, no me mires así: no soy un fantasma.
La expresión del guardia se transformó en una sonrisa cauta. Wulfram la observó durante unos segundos desde sus casi dos metros de altura, pensativo, pero finalmente hizo una ligera reverencia a modo de saludo. Parecía contrariado.
—Bienvenida, Diana. Tu llegada es una auténtica sorpresa, aunque supongo que no es casual.
—¿Casual? —respondió ella—. ¿Qué ha pasado, Wulfram?
La noticia de la muerte del príncipe Giral Vermont aún no se había hecho pública. El ya anciano gobernante había muerto tres días atrás tras casi cinco años de larga enfermedad, pero por el momento ninguno de sus dos hijos había querido que se supiese. Giral Vermont había sido alguien muy importante para Umbria, uno de los valientes guerreros que había trabajado arduamente para expulsar a Nedershem de sus tierras. Alguien que había luchado hasta el final, enfrentándose sin temor al enemigo, hasta atrapar al Rey Connor en Torre Blanca y darle muerte.
Alguien cuya muerte iba a causar un gran dolor a sus ciudadanos, pero cuyo ejemplo les serviría como inspiración.
—Lo lamento enormemente, Darius —dijo Diana con sinceridad, estrechando las manos del mayor de los hijos de Giral—. Apreciaba a tu padre.
Darius Vermont era el vivo reflejo de su padre, con el cabello rizado de intenso color rubio y los ojos grises ahora apagados. En aquel entonces ya rozaba los cuarenta años, pero su semblante algo aniñado contraído por la tristeza le hacía parecer algo más joven.
Pero sobre todo lo hacía parecer vulnerable.
No necesitaba más que mirarle a la cara para saber qué había pasado los últimos tres días llorando a los pies de la cama de su padre. De los dos hermanos, Darius era el más inteligente, el más reflexivo y el más astuto, pero también el más sensible. Su amor total y absoluto hacia su padre le había llevado a convertirse en su sombra, por lo que no era de sorprender que tanto él como su esposa e hija estuviesen totalmente destrozados. Sin Giral, estaban perdidos.
—Agradezco tus palabras, Diana —respondió Darius en apenas un susurro, con los ojos hinchados—. ¿Cómo te has enterado? Aún no lo hemos hecho público.
—No lo sabía —aseguró ella—. Ha sido casualidad, te lo aseguro.
—No lo creo: siempre apareces en el momento en el que te necesitamos, así que dudo que haya sido casualidad. En el fondo, Bael-Naan no nos odia tanto como muchos creen.
La mirada de Diana se desvió por las frías paredes de piedra del pequeño salón donde se encontraban hasta la pared, allí donde el señor de los Abismos aparecía retratado en compañía de cientos de sirenas, su ejército personal. Diana no sentía especial simpatía por aquel dios, pues a su modo de ver era demasiado vengativo y cruel como para poder ser admirado y venerado, pero respetaba las creencias de los umbrianos.
—¿Has visto ya a Crassian? Lleva dos días desaparecido. Sé que está en algún lugar del castillo, pero no quiere ver a nadie. Está totalmente destrozado... aunque a su manera, ya lo sabes. Su forma de mostrar sus sentimientos es diferente.
Diana respondió con un asomo de sonrisa. Darius tenía tan asimilado que debía proteger a su hermano menor que incluso lo hacía ante ella. Resultaba curioso que entre ellos el vínculo fuese tan fuerte. Normalmente los hermanos hijos de reyes competían entre ellos, y más cuando uno de ellos era adoptado. Sin embargo, Darius era plenamente consciente de quién era el sustituto natural de su padre y no intentaba cambiarlo. Al contrario: quería que su hermano se alzase como príncipe de Lorendall para poder seguir apoyándolo como había hecho con Giral.
—No lo he visto aún, pero me gustaría. Aunque venía a veros a todos, es con él con quién tenía que hablar. Entiendo que aún no ha sido proclamado príncipe entonces.
Darius negó con la cabeza.
—En absoluto. Es probable que mañana hagamos pública la muerte de mi padre, pero estoy pendiente de su decisión. Ahora mismo estamos un poco superados... un poco perdidos.
—Estoy convencida de que lo haréis bien —le tranquilizó Diana. Apoyó la mano sobre su hombro y lo presionó con suavidad—. Y si lo necesitáis, ya sabéis que podéis contar con el apoyo de Volkovia.
Diana permaneció un rato más con Darius, hasta la llegada de su esposa Laine de Ritrea, que en aquel entonces había estado encargándose de su hija Wilma, y acudió al encuentro de Crassian. Aquella situación era incómoda, pero le daba cierta libertad. Era un buen momento para la negociación sin excederse. Aunque no sentía especial aprecio por aquellas gélidas tierras, sí que lo sentía por Vermont y no quería aprovecharse de él. Al fin y al cabo, el prometido de Morgana iba a jugar un papel importante en el futuro de las arpías, así que cuanto más fluidas fuesen sus relaciones, mucho mejor.
Aunque siendo sinceros, Diana sabía que no iba a tener ningún tipo de problema con él...
Diana encontró a Crassian en el despacho de su padre, mirando a través de la ventana hacia el norte, donde los límites de Lorendall daban paso a los fiordos. La luz de la luna arrancaba algún destello a las lejanas olas, tiñendo de un velo mágico el océano. Era una lástima que las temperaturas fueran tan extremas, la belleza de aquel lugar era tan impresionante que bien podría haberse convertido en uno de los parajes más visitados de toda Gea.
La sorpresa se dibujó en los bellos ojos negros de Crassian Vermont cuando vio a Diana entrar. El nuevo príncipe de Lorendall la observó desde la lejanía durante unos segundos, impactado ante su llegada, y aunque tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para ello, no acudió a su encuentro como había hecho en otras ocasiones.
Aquel día sencillamente no se alejó de la ventana.
—Diana.
Crassian era uno de los hombres más apuestos que Diana había conocido. Joven, con el cabello muy negro y los ojos aún más oscuros, el hijo menor de Giral Vermont había sido uno de los pocos hombres que había logrado impactar a Diana con su simple apariencia. Su rostro era atractivo, con una mirada que siempre parecía atormentada y una mandíbula cuadrada y fuerte que sumada a su expresión meditabunda hacían de él un hombre irresistible. Además, el ser alto y ancho de espaldas se sumaba a su atractivo. Sus abrazos eran tan cálidos que era complicado no buscar su calor en las noches más frías.
Una auténtica hazaña que a Diana le había costado enormemente conseguir.
—Siento lo de tu padre, Crassian —respondió ella, cruzando los brazos sobre el pecho—. Me lo ha contado todo Darius.
—Era cuestión de tiempo que sucediese —dijo en tono bajo—, y a pesar de ello, no nos habíamos hecho a la idea.
—¿Acaso alguien puede? —Diana negó suavemente con la cabeza—. No quiero robarte demasiado tiempo, pero necesito hablar contigo.
—No es el mejor momento.
—Lo sé. —Diana se acercó a él con cautela, consciente de que no era el mejor momento para romper su intimidad, y depositó un cariñoso beso en su mejilla—. Mañana, ¿de acuerdo?
Diana se instaló en la misma habitación en la que se alojaba cada vez que visitaba Nocta, en una de las torres. Incluso estando en primavera era un lugar especialmente frío, aunque con unas vistas espectaculares de los fiordos. Era una lástima que la temperatura no le permitiese disfrutar de ellas. Al no haber avisado con antelación de su llegada tal era el frío que se respiraba en la alcoba que apenas logró conciliar el sueño. Por suerte, el sol no tardó en iluminar el sol con la llegada del amanecer.
Crassian estaba mucho más recompuesto que la noche anterior cuando Diana lo fue a visitar a su propio despacho. Tenía profundas ojeras bajo los ojos que evidenciaban que no había dormido apenas, pero al menos parecía algo más hablador.
La recibió con un ligero ademán de cabeza. Diana cerró tras de sí, adentrándose una vez más en la sala donde tantas horas había pasado charlando con el joven Vermont, y tomó asiento frente al escritorio. Al otro lado, rodeado por varias pilas de documentos, Crassian trataba de poner en orden su nueva vida.
—¿Has desayunado? He pedido que te preparasen algo caliente —dijo a modo de saludo, pasando documentos de un lado a otro.
—En realidad se ha encargado tu hermano, pero sí, he logrado tomarme un café. Ha sido de agradecer después de casi morir congelada en esa torre, la verdad.
Los ojos negros de Crassian se ensombrecieron al darse cuenta de lo sucedido. Fijó la mirada en Diana, perdiéndose por un instante en su brillo dorado, y negó con la cabeza.
—Perdona, no sé dónde tengo la cabeza. Ni tan siquiera me lo planteé.
—Lo sé, por eso no te dije nada —respondió ella, restándole importancia—. El frío me va bien para mantenerme joven y bella, ya lo sabes.
—Ni que lo necesitaras.
Diana respondió con una sonrisa.
—Me alegra verte algo más animado. Te vienen unos años complicados, supongo que eres consciente de ello.
El nuevo príncipe de Lorendall asintió con lentitud. A sus solo treinta años ya eran varias las canas que marcaban su corta cabellera. Hilos de plata que evidenciaban que los últimos años no habían sido fáciles precisamente.
—Lo sé. Al menos puedo contar con el apoyo de mi hermano, que no es poco. Lo habitual en Umbria es que los hermanos se maten entre sí por el trono, así que me considero un auténtico afortunado. No obstante, vamos a tener que trabajar mucho para sacar adelante el principado. Mi padre hizo un gran trabajo cerrando acuerdos con el resto de naciones, pero necesitamos más. Necesitamos a más gente.
—¿Tienes algo en mente?
—Quizás, pero ya sabes cómo funciona el mundo. Necesitas amigos y dinero para todo.
—Hacer amigos no va a ser complicado si sabes jugar bien tus cartas. Lorendall tiene muchos recursos naturales con cuya comercialización puedes ganar socios. Y sobre el tema del dinero... —Diana esbozó una sonrisa maliciosa—. Precisamente sobre ello quería que hablásemos. Como te dije ayer, la fecha es casual, pero mi visita no. Tarde o temprano iba a venir.
—Me lo suponía —respondió Crassian, devolviendo la mirada hacia los documentos. Era evidente que no se sentía cómodo mirándola directamente a los ojos—. ¿Y bien? Dispara, soy todo oídos. Ah, y antes de que lo digas, puedes estar tranquila, los contratos que firmaste con mi padre se mantienen.
Había amargura en aquellas palabras. No tanta como en el pasado, como en aquellas frías noches que Crassian había acudido a la torre para compartir con ella largas conversaciones, pero sí la suficiente como para que Diana la percibiese.
—Me alegra escucharlo: no me hubiese gustado tener que discutir sobre ello.
—Tranquila, no lo haremos.
—Entonces seré breve. Tu padre y yo cerramos un acuerdo por el cual contraerías matrimonio con una de mis protegidas. Tan solo puso dos condiciones: que fuese de origen umbrio y que a cambio contaseis con mi protección.
Crassian no disimuló su desagrado. Recordaba el acuerdo. Había discutido en tantas ocasiones con su padre por él que le molestaba incluso el tener que mencionarlo.
—Soy consciente de su existencia, al igual que también soy consciente de la fecha que incluiste como cláusula, dentro de siete años. —Crassian hizo un alto—. Puedes estar tranquila, no voy a casarme con ninguna otra mujer.
—Contaba con ello. La cuestión es que necesito adelantar esa fecha.
—¿Adelantar? —Crassian frunció el ceño—. ¿A cuándo?
—A ya.
El rostro de Crassian se contrajo en una mueca de evidente enfado. El príncipe la miró con fijeza, visiblemente tenso ante la petición, y se puso en pie para no responder. Sabía que si lo hacía estallaría y no quería que Diana se convirtiese en el blanco de su furia.
Salió de detrás del escritorio para acudir en busca de un poco de aire junto a la ventana.
—No es lo que ahora necesito, Diana —dijo contrariado—. Ya se me han complicado suficiente las cosas como para que ahora me vengas con estas.
—Lo sé, y lamento que haya coincidido con la muerte de tu padre, pero te puede ayudar. Es una chica extraordinaria, Crassian: te gustará, estoy convencida. Es muy bella... una auténtica preciosidad. Además, es muy inteligente, y ahora mismo es gente con cerebro lo que necesitáis aquí. Morgana...
—No.
La palabra surgió con tanta contundencia de los labios de Crassian que Diana supo que no iba a poder discutir con él en aquellas condiciones. Cuando Vermont se cerraba en banda era imposible hacerle cambiar de opinión. Por suerte para ella, su petición venía con una oferta de la mano. Una oferta que, dadas las circunstancias, no iba a poder rechazar.
—¿Aún tienes a los caballos? A Deena y Mirla.
—Sí, claro, están en los establos.
—Quisiera hacerte una propuesta, pero no aquí. ¿Podríamos salir a cabalgar? No te robaré demasiado tiempo, te lo aseguro. Además, te irá bien para despejarte. Necesitas salir de aquí al menos unas horas.
Crassian no se negó. Después de haber rechazado tan rotundamente el cambio de las condiciones del acuerdo prefería no empeorar las cosas con Diana, así que la llevó hasta el establo. Tomaron los mismos caballos que habían montado en el pasado y se encaminaron hacia la muralla norte, allí donde se encontraba el único acceso a través de la isla a los fiordos.
Cruzaron las puertas bajo la atenta mirada de los guardias. Wulfram se ofreció a acompañarlos, pero el príncipe rechazo su compañía, asegurando que no necesitaban protección. Más allá de la muralla no aguardaba absolutamente nada salvo un espectacular paisaje helado por cuyos caminos vírgenes iniciaron la expedición.
Lástima que el frío fuese tan atroz, de lo contrario habría sido una excursión de lo más agradable.
—¿Por qué quieres venir aquí? —le preguntó Crassian mientras avanzaban a través de una amplia ladera de nieve. Incluso yendo totalmente protegidos con ropas térmicas y varias capas de gruesos abrigos, ambos sentían los huesos totalmente congelados bajo la ropa—. Si lo que querías era pasear podríamos haber ido al volcán. Aquella zona es casi tan tranquila como esta, con la diferencia de que no puedes morir congelado.
—¿Quizás porque no es el volcán lo que me interesa? —Diana le dedicó una sonrisa sincera—. No tengas tanta prisa, Crassian, pronto lo entenderás.
Cabalgaron durante casi una hora hasta alcanzar lo alto de uno de los salientes. Frente a ellos, dibujando largos dedos de tierra ahora helada, los fiordos se adentraban en el océano dibujando profundas garras alrededor de las cuales las gélidas aguas lamían el hielo. Era una visión hermosa, con el poder del mar enfrentándose con las espadas de tierra que se atrevían a enfrentarse a él. Sin duda, una auténtica lucha de titanes que tan solo unos cuantos afortunados eran libres de ver.
Diana desmontó del caballo y se enfrentó al desfiladero que se abría ante sus pies con seguridad, situándose en su extremo. Se sentía poderosa de pie frente a aquella impresionante estampa.
—Sigues enamorada de este lugar —dijo Crassian unos metros por detrás, algo más precavido—. Pasan los años, pero sigues volviendo al mismo punto, como si te sintieses atraída por algún tipo de fuerza.
—Y en cierto modo así es... —Diana volvió la vista atrás, hacia él, y se cruzó de brazos—. Este lugar es especial: es único. Prácticamente no lo conoce nadie salvo los valientes marineros que surcan estas aguas. Para el resto del mundo, este lugar es invisible... y ahora necesito hacerme invisible.
—¿Invisible? —preguntó Crassian con sorpresa—. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
Diana negó con la cabeza. Aunque en otros tiempos habría tenido la tentación de confesarle sus inquietudes, en aquel entonces tal era la mentalidad de Dana que ni tan siquiera se lo planteó. Sus preocupaciones eran suyas, sin más. Compartirlas con Lira le había supuesto un precio muy alto y no estaba dispuesta a volver a cometer el mismo error.
—Necesitas dinero y yo terreno donde iniciar la construcción de una fortaleza. Un lugar donde poder operar al margen de absolutamente todo cuanto me rodea... —Diana señaló con el pulgar los fiordos—. Un lugar seguro, donde sé que sus dueños no me van a traicionar, porque una de las mías va a ser su señora. —Hizo un alto—. ¿Entiendes ahora porque necesito adelantar esa fecha, Crassian? Necesito que Morgana se instale aquí y se encargue de todo. Aunque quisiera, yo no puedo.
Crassian le mantuvo la mirada, pensativo. Sabía que Diana no mentía ni exageraba con sus propuestas. Por extrañas y retorcidas que pareciesen, siempre eran reales. Tan reales como atractivas. Además, necesitaba dinero para poder sacar adelante el principado y Diana podía ofrecerle la financiación que tanto ansiaba. Podría ayudarle a sacar adelante el proyecto por el que tanto había luchado su padre... por el que tanto estaban luchando todos.
Era tentador. Muy tentador.
—Serías vista por los barcos que faenan por estas costas, ¿no te preocupa?
—Conozco la forma de que ni tan siquiera se den cuenta de nuestra existencia —aseguró ella—. No intervendríamos en nada. Además, nadie os relacionaría con nosotras. Morgana es la hija pequeña de Valpaso: tiene sentido vuestra unión.
—¿Y qué pasa con Valpaso? ¿Acaso él no sabe que su hija está contigo?
Diana no respondió. Ciertamente hacía tiempo que se había ocupado de aquella cuestión. De hecho, para ser más exactos, Sayumi se había encargado de ello, y por el momento el resultado había sido el esperado. Ni Valpaso recordaba lo que había ocurrido la noche que le había entregado a su hija, ni jamás lo recordaría.
—Morrigan Valpaso desapareció. Ahora, seis años después, regresa para contraer matrimonio con el príncipe de Lorendall, en el otro extremo de Umbria... —Diana se encogió de hombros—. Y para dirigir lo que aguarda más allá de sus murallas.
—Diana...
—Tenemos un acuerdo, Crassian. ¿Quieres esperar siete años más? Entonces me temo que los intereses volkovianos que existen a día de hoy en tu país desaparecerán. Yo misma me encargaré de ello. Sin embargo, si aceptaras que adelantásemos esa fecha y cerraseis ese acuerdo matrimonial podría comprarte esta parcela de tierra que nadie quiere y poder a trabajar. Tú podrías seguir adelante con sus planes comerciales, y yo...
—De acuerdo —le interrumpió Crassian—. De acuerdo, aceptaré el cambio de cláusula. Se supone que ambos vamos a salir beneficiados, ¿no? Entonces poco más hay que decir al respecto. ¿Volvemos?
Diana aguardó a que el príncipe montase de nuevo en su caballo y le diese la espalda para sonreír. Estaba enfadado con ella, era evidente. El acuerdo matrimonial le sacaba de quicio, y Diana era plenamente consciente del motivo. De hecho, era la culpable. Había jugado con él en el pasado. Había jugado con sus sentimientos haciéndole creer que podría haberse enamorado de él. Que podrían haber sido felices. Se habían besado, se habían acariciado e incluso se habían acostado, convencidos de que estaban locos el uno del otro. Por desgracia para ambos, no había sido más que una fantasía pasajera. Unos meses después Diana había iniciado su idilio con Leif Kerensky y el príncipe umbriano había caído en el olvido.
A su favor se podía decir que no lo había hecho a propósito. De hecho, la propia Diana había creído que podría llegar a querer a Vermont. Era un joven atractivo y bondadoso, perfecto para un alma atormentada como ella. Sin embargo, se había equivocado. Aquel joven había despertado cierto interés en ella, pero no el suficiente como para dejar Volkovia atrás. No obstante, a pesar de ello, le tenía un gran aprecio. Tanto que había sido su país en el que había pensado para poder instalar su nueva base. Vermont no la iba a traicionar, estaba convencida, y un empujón en sus finanzas no le iba a ir nada mal.
—Claro. Ya te dije que no te iba a quitar demasiado tiempo...
Diana se quedó una última noche en el castillo de los Vermont para acabar de firmar toda la documentación. Con el cambio de cláusula en el contrato, la fecha para el inminente acuerdo matrimonial se había acordado en un plazo inferior a dos meses, con lo que ello comportaba. Morgana debía finalizar su misión en Albia y viajar hacia Umbria de inmediato, pero debía hacerlo sin levantar sospechas. Por suerte, tenían tiempo para poder hacer las cosas bien.
Crassian no se mostró especialmente contento con el cambio en el contrato matrimonial, aunque la oferta económica por las tierras del norte logró arrancarle una sonrisa. Fue breve y muy tímida, pero más que suficiente para que Diana no se fuese con mal sabor de boca. A partir de ahora iban a tener bastante más trato de que el que habían tenido hasta entonces y no quería que hubiese tensiones entre ellos. Al contrario. De todos sus socios, probablemente él fuese a convertirse en el principal, así que era importante mantener las buenas relaciones.
Pero no iba a ser fácil, estaba convencida. Por suerte, Morgana lo facilitaría todo, estaba convencida.
Satisfecha, Diana volvió a su gélida habitación, la cual seguía tan fría como el día anterior gracias a Crassian, y se preparó para partir al día siguiente. Con suerte, si todo salía según lo esperado, en menos de una semana volvería a estar en Volkovia.
Y así se lo hizo saber a su voivoda.
—Diana, querida, ya empezaba a preocuparme tu silencio... —dijo Leif a modo de saludo al contestar a su llamada. Hacía cerca de una semana que no hablaban—. ¿Cómo van las cosas por Umbria?
—No puedo abandonar el país y atravesar todo Gea sin que te enteres, ¿eh?
Sin necesidad de verle, Diana supo que Leif estaba sonriendo tanto o más que ella. Por alguna extraña razón que la Reina aún no había logrado comprender, el voivoda estaba totalmente encantado con ella, y el sentimiento era mutuo. Empezaba a ser mucho más que un amante.
—Ya sabes que no. ¿Qué clase de persona sería si no velase por la seguridad de mis más queridos amigos?
—Pues no lo sé, pero me gusta eso de que me consideres uno de tus "más queridos amigos". Creo que hoy dormiré mucho mejor.
—No tanto como en Arkengrad, pero apuesto a que alguna hora descansaras. Y yo me pregunto, ¿qué hace mi querida Reina de la Noche en el otro extremo de Gea? ¿No pasas suficiente frío aquí, quizás?
Diana rodó sobre la cama, con el teléfono pegado a la oreja y la sonrisa en los labios. No le habría importado en absoluto poder combatir el frío de aquel gélido país con él. Al contrario, Leif tenía es magnífica capacidad de protegerla incluso de las bajas temperaturas con un simple abrazo.
—Me temo que tengo asuntos pendientes, mi voivoda. Por suerte, no me van a llevar mucho más tiempo; calculo que tardaré como mucho una semana en regresar.
—¿Una semana? —preguntó Leif con sorpresa—. Vaya, es mucho tiempo, querida, pero lo respeto. No obstante, te pediría que no lo alargases más. La comitiva del Nuevo Imperio no tardará en venir. Aún no se ha confirmado su fecha de llegada, pero calculo que dentro de un par de semanas estarán en Volkovia.
—¿Y quieres que esté presente? ¿Estás seguro?
Leif hizo una pausa.
—Ya te lo dije, sí, quiero que estés presente. Y quiero que vengas con algo de antelación para poder informarte sobre ciertos detalles importantes que debes saber.
—Viajaré directamente hacia Arkengrad entonces.
—Oh, no. Regresa a Kovenheim, es posible que tardes bastante en regresar a tu castillo, así que aprovecha para recoger tus cosas. Las próximas semanas van a ser de infarto, tenlo por seguro.
Sorprendida ante su petición, Diana tuvo la tentación de preguntar más al respecto y tratar de sonsacarle algo de información, pero sabía que Leif no era de los que hablaba más de la cuenta.
—Iré a Kovenheim entonces.
—Pero no te acomodes. Por cierto, tengo una buena noticia sobre la visita del Nuevo Imperio... ¿a que no adivinas quién se va a quedar en Solaris custodiando el país mientras su hijo y su esposa están de visita?
—¡No me digas! —Diana alzó el puño, triunfal—. Que le den a Hexet, me daban arcadas de solo pensar en volver a ver su fea cara. Me alegro de que no venga.
—Aunque no comparto tu aversión hacia él, admito que no me ha sorprendido la noticia. Daba por sentado de que al menos uno de los regentes se quedaría en Solaris, por lo que no ha sido totalmente inesperado. No obstante, dada la evidente animadversión de Nyxia De Valefort por nosotros, daba por sentado que sería ella.
Diana volvió a girar en la cama. Le emocionaba la posibilidad de volver a ver a Nyxia. Habían pasado muchísimos años desde su último encuentro durante la batalla de Parthia, pero incluso así seguía sintiendo un gran respeto y admiración por ella. Nyxia era una de aquellas mujeres que había logrado cambiar el mundo con su fortaleza y perseverancia, y eso era algo que Diana admiraba enormemente. Además, se había portado bien con ella. Nyxia la había acogido entre sus tropas desde el primer momento, permitiéndole acercarse a ella hasta compartir un importante nivel de intimidad, y eso era algo que no iba a olvidar jamás. Incluso en la distancia y en distintos bandos, para Diana siempre sería alguien importante en su vida.
—Tengo ganas de verla.
—¿De verla? ¿A quién? ¿A De Valefort? —El voivoda rio—. Me temo que vas a estar demasiado ocupada como para poder tomarte un café con ella, querida Diana, pero nunca se sabe... en fin, confío en que estarás disfrutando tu viaje.
—Está siendo muy productivo, sí, pero echo de menos el calor de Volkovia.
—¿El calor de Volkovia? —Leif volvió a reír—. Echo de menos tus ocurrencias, Reina de la Noche. Entonces espero verte pronto.
—Cuenta con ello... es hora de volver a casa.
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