Capítulo 18 - Lira
Capítulo 18 – Lira, 1.831, Kovenheim, Volkovia
Hans Seidel ya la estaba esperando cuando salió de la estación de tren. La arpía atravesó la plataforma que conectaba con el aparcamiento y allí localizó el vehículo oficial negro junto al cual que el capitán de la Guardia de la Reina de la Noche la esperaba desde hacía una hora. Hans la saludó con un ligero ademán de cabeza, como si acabasen de verse hacía tan solo un par de horas, y tiró al suelo el cigarrillo. Seguidamente, no sin antes dedicarle una mirada significativa a los feos moratones que Lira aún lucían en la cara y los brazos, metió su equipaje en el maletero.
—¿El Nuevo Imperio? —preguntó despreocupadamente, ocupando ya el asiento de piloto.
—¿Quién sino?
Hans arrancó el motor e inició la marcha. A aquellas horas de la mañana el tráfico era muy moderado, por lo que no iban a tardar demasiado en llegar al castillo. Diez minutos como mucho. Consciente de ello, Lira bajó la ventanilla para respirar el aire frío volkoviano y cerró los ojos. Una vez llegase a la madriguera no dispondría ni de un minuto de descanso, por lo que debía aprovechar para recuperar fuerzas.
El guardia la miró a través del espejo retrovisor.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —respondió ella en apenas un susurro—. ¿Cómo está la Reina?
—Jodida —confesó con sencillez—. No cuenta demasiado, ya sabes, pero no está bien. La muerte de Vexya la ha dejado tocada. Además, tengo la sensación de que ha pasado algo más, pero el viejo no suelta prenda. Puede que tú tengas algo más de suerte.
Lira respondió con un asomo de sonrisa. Sí, a ella se lo contaría, estaba convencida. Bogdan no, por supuesto, el mayordomo jamás traicionaría a la Reina, pero ella sí que compartiría sus inquietudes con su arpía favorita. Lo había hecho siempre hasta entonces, y dudaba que lo ocurrido en Solaris hubiese cambiado nada. En el fondo, no había sido culpa suya...
El castillo estaba tan tranquilo como de costumbre cuando llegaron. Hans despidió a Lira en la entrada, donde acudió al encuentro de los suyos en el perímetro del edificio, mientras que ella se adentró en el vestíbulo. Dejó la maleta en el suelo, colgó la chaqueta y, con la sensación de al fin volver a casa, se adentró en su gran hogar de piedra en busca de su señora.
Para su sorpresa, no estaba sola.
Tras unos minutos de búsqueda por la planta baja y la superior, Lira decidió descender a la subterránea, donde las arpías tenían su madriguera. Descendió la escalinata con paso tranquilo, deleitándose de la mezcla de olores a flores que ascendía desde las catacumbas, y se adentró en el gran salón principal, donde la presencia de chaquetas y varias mochilas evidenciaba que una nueva oleada de arpías acababa de llegar a Kovenheim. Siguió el sonido de la voz de Diana, procedente de una de las salas de adiestramiento situadas en el ala este, y se quedó junto a la puerta, deleitándose del mismo discurso de bienvenida que años atrás le había dedicado a ella y sus compañeras. La Reina había variado alguna de las frases y palabras, adaptándolas a las nuevas generaciones, pero el mensaje era el mismo de siempre: les daba la bienvenida a su nueva familia.
A su nueva vida.
A su segunda oportunidad.
Era como música para sus oídos. Con sus palabras, Diana lograba transportarla al pasado, cuando Lira había decidido cambiar su vida llena de comodidades y de aburrida rutina para unirse a la misteriosa albiana. Lograba curar sus heridas y silenciar la voz de la conciencia. Le devolvía las fuerzas: le daba alas para seguir volando.
Sí, aquella era su Reina: la única capaz de devolverle las ganas de vivir con tan solo escuchar su voz.
Lira aguardó una hora tras la puerta hasta que la bienvenida de Diana llegó a su fin y las niñas salieron del aula para internarse en sus habitaciones. Al pasar junto a ella ninguna se atrevió a mirarla a la cara, algo que no sorprendió a Lira. Sin tan siquiera necesidad de establecer conexión visual con ellas podía percibir sus almas atormentadas. Eran niñas profundamente heridas a las que les costaría salir adelante. Por suerte, lo conseguirían.
Siempre lo conseguían.
—Lira —la llamó Diana desde el interior de la sala, sentada sobre su mesa con las piernas cruzadas en posición de meditación—. Pasa, Lira.
La arpía se adentró en la que en otros tiempos había sido una de sus aulas y cerró la puerta tras de sí. Se trataba de un recinto muy pequeño, para diez personas como máximo, con una mesa principal y cinco pequeños pupitres repartidos por la pequeña estancia. En la pared delantera había una pantalla de proyección, y a lado y lado de ésta, cubriendo los muros, estanterías repletas de cientos de libros.
Lira se detuvo en la entrada para contemplar la pequeña estancia. Tenuemente iluminada por la lámpara del techo y con el estampado negro y rojo de las rosas de las paredes, al principio le había parecido un lugar agobiante. Una sala asfixiante en la que las inacabables clases de Diana le habían hecho preguntarse si, en realidad, no estaría intentando acabar con ellas. Por suerte, con el paso del tiempo había aprendido a apreciar aquellos momentos. Diana no solía compartir nada personal con ellas, pero cuando lo hacía siempre era en aquella sala: entre aquellas paredes. Era, por así decirlo, un lugar de confianza: un sitio en el que se sentía cómoda y en el que, con el paso del tiempo, la química entre las arpías las había acabado convirtiendo en una auténtica familia.
—Recuerdo el día que Vekta se desmayó en esa mesa —rememoró Lira con cierta amargura mientras se encaminaba hacia su pupitre, el central. Subió sobre él ágilmente y adoptó la misma posición que Diana—. Dos horas antes se había hecho un corte en el brazo durante la clase de esgrima y por vergüenza no había querido decir nada. Temía que te enfadases con ella. Morgana intentó frenarle la hemorragia con un vendaje, pero la cosa no salió bien. Siguió sangrando durante tres horas hasta que al final se desmayó.
—Creía que se moría —admitió Diana—. Después de tantas horas aguantando, había llegado a su límite. Fue sorprendente que sobreviviese: es muy fuerte.
—Los throndall son así, ya lo sabes: prácticamente indestructibles. De ahí que a los albianos os guste tanto enfrentaros a ellos, son buenos rivales.
Un asomo de sonrisa se dibujó en el rostro de Diana. Hans tenía razón, su mirada destilaba tristeza, pero estaba mucho más entera de lo que esperaba.
—También recuerdo el día que a Nessa se le cayó aquella estantería encima —prosiguió Lira, incapaz de reprimir la sonrisa al recordar—. Cuando llegamos la encontramos enterrada en libros. Si la hubieses visto... cuando nos vio aparecer se le iluminaron los ojos. Estaba desesperada. Entre todas lo colocamos todo y ni te diste cuenta.
—Eso es lo que vosotras creísteis —respondió Diana con diversión—. Aunque intentasteis ponerlos todos en su sitio, no lo conseguisteis. Había un par fuera de lugar.
—¿Y te diste cuenta?
Diana ensanchó la sonrisa.
—Nessa me lo confesó esa misma noche. Como si no la conocieras, Lira...
Lira rio. En el fondo de su alma, lo había sospechado. Con el paso del tiempo se había olvidado, por supuesto, pero durante semanas había estado convencida de que había confesado. Ella, por supuesto, lo había negado asegurando que iba a guardar el secreto, pero Nessa estaba demasiado agradecida a Diana por haberla rescatado como para ocultarle algo. Para ella, la Reina de la Noche era poco menos que una diosa.
—Esta sala me trae muy buenos recuerdos: he sido muy feliz aquí —sentenció Lira—. Y ellas también lo serán, estoy convencida.
—Tardarán, pero sí, lo serán —dijo Diana—. O al menos haré todo lo que esté en mis manos para conseguirlo. Esas chicas merecen una segunda oportunidad.
—Estoy segura de que sí. Hablabas en volkoviano, ¿son todas de aquí?
Diana no respondió, algo que sorprendió a Lira. En lugar de ello se bajó de la mesa y se acercó a la arpía para abrazarla. La estrechó con fuerza contra su pecho, como si de una madre se tratase, y durante unos minutos permaneció en completo silencio, con el rostro apoyado en su cabellera rubia. Lira, perpleja ante su inesperado arrebato, aprovechó para disfrutar del momento. Se apoyó en su pecho y el momento de total complicidad permaneció con los ojos cerrados, perdiéndose en el rítmico latido de su corazón.
Finalmente, Diana besó su mejilla y volvió a la mesa, donde tan solo se apoyó.
—Sabía que no ibas a permitir que te mataran.
—Bueno, se necesita más que un puñado de imbéciles con la mano larga para acabar conmigo, ya lo sabes —respondió Lira con determinación—. Pero admito que no tenía muy claro que Hexet fuese a dejarme salir con vida de esa sala.
—Hexet... —suspiró Diana. Negó suavemente con la cabeza, con los ojos teñidos de sombras, y volvió la mirada hacia el fondo de la sala, allí donde en la pared había un mapa de Gea—. Por suerte para nosotras, Hexet respeta demasiado al voivoda como para atreverse a acabar con una de las nuestras. Sabe que enfrentarse abiertamente a mí es atacar a Leif, y no lo va a hacer. No es estúpido.
—¿Significa esto que le debo una al voivoda?
Aunque en la pregunta había una buena dosis de ironía, en la respuesta no hubo ni rastro de ella. Diana sencillamente le mantuvo la mirada, pensativa, y asintió.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lira ante su respuesta.
—Sé que no sientes especial simpatía por Leif, pero es un buen hombre.
—No lo niego, Diana, y no me malinterpretes: es mi voivoda y como tal lo respeto, pero...
—No me tomes por estúpida, Lira: sé que no es de tu agrado. No necesito leer tu mente para saberlo. Sé que desconfías de él, y mentiría si dijese que yo no lo hice en su momento. No obstante, el voivoda ha demostrado ya en muchas ocasiones su apoyo total y absoluto a nuestra causa. Cree en nosotras, y es en parte a ello por lo que hoy estás aquí. Aunque probablemente yo hubiese podido sacarte de esa celda con el mismo éxito, en esta ocasión ha sido su mano la que ha movido los hilos.
Lira se esforzó por disimular su mal estar. Aunque agradecía enormemente el apoyo de Leif, no podía evitar sentir inquietud al saber que se había encargado personalmente de ayudarla. La arpía dudaba que Kerensky actuase por simple lealtad. Al menos no solo por lealtad. Tras los actos del voivoda siempre había algo más.
—Dale las gracias de mi parte entonces.
—Se las darás tú misma. Voy a organizar un encuentro para que te conozca. Para que conozca todo esto, de hecho. Ha estado en muchas ocasiones en el castillo, pero nunca le he mostrado este lugar.
—¿Le vas a enseñar nuestra madriguera?
Lira palideció al ver a Diana asentir. Se bajó de la mesa, sintiendo que ya no podía seguir quieta mucho más, y cogió aire en un intento desesperado por acallar la voz de su conciencia. Su señora le había enseñado muy bien a controlarse y a dominar sus palabras: a decir únicamente lo que era correcto en todo momento, pero aquella mañana a Lira le estaba costando controlarse. Aquella noticia era demasiado terrorífica como para que el pánico no se abriese paso libremente por su garganta.
—Diana...
—El voivoda te ha reclamado —interrumpió la Reina de la Noche antes de que pudiese decir más—. He intentado detenerlo, pero no puedo desobedecer una orden directa: quiere que dentro de un año te unas a él.
—¿¡Cómo!?
—Sabe que eres la mejor... que eres mi mano derecha, y te quiere a su lado. —Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Diana—. Creo que te he vendido demasiado bien. —La Reina de la Noche volvió a acercarse a ella, pero esta vez fue únicamente para apoyar la mano sobre su hombro y apretarlo suavemente antes de abandonar la sala—. Felicidades, ahora vas a servir a un rey de verdad.
Ser reclamada por el voivoda era el mayor honor al que cualquier volkoviano podría aspirar. Servir a su líder y llegar a lo más alto de la cadena de mando de su mano era un sueño hecho realidad: ser reconocido, vivir con seguridad, ganar un buen sueldo, y todo bajo la atenta mirada del señor del Imperio de Hierro. Trabajar para Leif Kerensky era asegurarle el porvenir no solo a sus padres, sino también a sus futuros hijos en caso de tenerlos. Dejar atrás su anonimato y convertirse en alguien importante... en alguien capaz de cambiar el mundo.
Disfrutar de una tercera oportunidad.
Sin duda, era un sueño hecho realidad. Aquella debería haber sido la mejor noticia en la corta vida de Lira, el ascenso en mayúsculas, pero ella no se lo tomó como tal. Para ella el tener que separarse de sus arpías y de la Reina de la Noche era el mayor de los castigos, y así lo demostraron las decenas de lágrimas que bañaron sus ojos cuando, tras el anuncio, se quedó a solas en el aula. Diana cerró la puerta tras de sí al salir y Lira rompió a llorar como una niña.
No quería abandonar la hermandad. No quería abandonar a sus amigas, ni muchísimo menos a Diana. Lira quería seguir como hasta ahora, luchando desde las sombras por el bien de su señora, pero sabía que no podía negarse. El voivoda la quería bajo sus órdenes y ella no era nadie para negarse. Al contrario: lo único que podría provocar con ello era que tanto ella como Diana sufriesen las consecuencias, así que no, no podía negarse. Pero no lo iba a hacer de buena gana. Lira sentía que su mundo se desmoronaba con aquella decisión, que su sueño de formar parte de la red de arpías de la Reina de la Noche llegaba a su fin.
Que después de tantos años de fortuna, la suerte la había abandonado.
Pero aunque quería dramatizar y llevar al límite su rabia, no iba a hacerlo. Diana no tenía por qué cargar con su dolor. La decisión era muy dolorosa, pero no era suya y en consecuencia no iba a convertirla en la culpable. Detrás de aquel movimiento maestro solo había una persona y tenía nombre y apellido.
Así pues, consciente de que no debía errar en sus próximos pasos, Lira aguardó a quedarse sin lágrimas para dejar la sala y volver a la planta baja, donde los jardines se habían convertido en el refugio perfecto. Salió a los traseros a través de las cocinas, tratando de evitar a su paso al máximo de personal posible, y una vez en el exterior deambuló entre los árboles hasta alcanzar el muro trasero de la fortaleza, allí donde, apoyando contra la piedra, había uno de los bancos. Lira tomó asiento en él, aprovechando que la densa naturaleza que lo envolvía lo hacía prácticamente invisible, y dejó que los recuerdos fluyesen en cascada. Hacía tan solo seis años que se había unido a Diana, pero aquellos habían sido los mejores de su vida. Una vida en la que había disfrutado de los lujos de su condición como hija menor de uno de los grandes barones de Volkovia: Idolf Guerásimov. Una vida en la que había tenido todo y en la que, de haber querido, podría haber llegado a ser un destacado miembro de la nobleza volkoviana.
Una vida fácil en la que tanto ella como sus cinco hermanos podrían haber llegado a ser lo que hubiesen deseado. Todo, absolutamente todo estaba a su alcance.
Todo salvo una cosa: su propia libertad. Lira había nacido sabiendo que podría elegir su destino, pero únicamente si no se salía del camino establecido. Que todas sus decisiones tendrían que respetar los límites marcados por su padre para mantener en buen lugar el nombre de su familia, y que absolutamente todos sus movimientos siempre estarían controlados. Porque aunque viviera rodeada de lujos, no dejaba de estar atrapada en una jaula. Una gran jaula de oro y diamantes en la que nunca había querido vivir.
Se negaba a aceptar aquel estilo de vida.
Y aunque durante años había sabido que tarde o temprano llegaría el momento de abandonar su hogar en busca de libertad, no había sido hasta que había conocido a Diana Valens que no había tomado la decisión. Ella le había abierto los ojos con su visión de la vida: con sus vivencias y su sorprendente historia. Se había perdido en sus palabras y había fantaseado con sus aventuras hasta el punto de creer que ella, una niña de poco más de doce años, podría seguir sus pasos. Que podría vivir experiencias como las de la Reina de la Noche.
Lástima que estuviese tan equivocada.
Lira decidió abandonar su hogar cerca de Arkengrad y viajar hasta la costa este, donde un barco la estaría esperando para viajar hasta Aeron. No sabía qué quería hacer con su vida, pero sí tenía claro dónde, y su lugar estaba en Albia, estaba segura. Allí podría empezar una nueva vida llena de todo tipo de experiencias, porque Albia era el hogar de los guerreros: el hogar de la aventura. Así pues, cogió sus pertenencias y sin avisar a ninguno de sus hermanos ni mucho menos a su padre, se escapó en plena noche, con la esperanza de escapar. Por desgracia, no llegó lejos. De hecho, ni tan siquiera logró salir de la provincia. Lira viajó hasta Arkengrad, donde había contratado a un conductor para que la llevase hasta la costa, pero la mala suerte quiso que ni tan siquiera lograse llegar al punto de encuentro. Antes de ello, caminando por las silenciosas calles de la ciudad volkoviana, la joven fue víctima de un atraco en el que dos encapuchados le robaron no solo el bolso, sino también la maleta donde llevaba sus pertenencias. Por suerte, los ladrones no le hicieron daño alguno. La asustaron, pero poco más. Probablemente se apiadaron de ella al verla tan joven.
Desesperada al verse sin dinero, Lira intentó llegar hasta el punto de encuentro, pero al no poder usar ningún transporte para ello llegó tarde. Para cuando logró llegar a la plaza, ya nadie la estaba esperando. Quiso llamar a su contacto, pero sin teléfono con el que hacerlo no pudo hacer otra cosa que deambular por la ciudad hasta el amanecer, sin saber qué hacer.
Con la llegada del alba, Lira tuvo la tentación de pedir ayuda a los viandantes, pero temía que pudiesen denunciar su situación a la policía. No era muy habitual ver a niños de su edad solos por la ciudad. Consciente de lo que se jugaba, pues en su mente no barajaba la posibilidad de regresar, decidió pedir ayuda a la única persona que creía que podría tenderle una mano. La misma a la que había conocido dos semanas antes y cuya historia había emocionado hasta tal punto de arrastrarla a aquella complicada situación: Diana Valens.
Lira había conocido a Diana durante un cóctel en la Corte de Arkengrad, así que decidió ir al palacio del voivoda en su búsqueda. Irónicamente, en aquel entonces creía que la Reina de la Noche vivía allí. Por desgracia, como pronto descubriría, Diana se encontraba en Kovenheim.
Pero aunque la Reina de la Noche no estaba para responder a su llamada, sí que había una de sus arpías. Una joven aprendiz que, lejos de ignorar las súplicas de la joven a los guardias del palacio, transmitió el mensaje a su señora.
Aquella misma noche la arpía llevó a Lira hasta Kovenheim, y hasta seis años después, no volvió a abandonarlo.
Y había sido precisamente en el mismo banco en el que en aquel momento estaba sentada donde Diana la había recibido. Estaba dispuesta a hacer el sacrificio de aceptarla como aprendiz, pero únicamente si ella juraba lealtad total y absoluta hacia su persona.
—Lira.
La voz de Hans Seidel rompió el hilo de sus pensamientos, catapultándola de regreso a la fría realidad del castillo de Kovenheim. El capitán de la guardia la miraba desde cierta distancia, con una expresión sombría en el semblante. Por su expresión, Lira sospechó que acababa de ser informado de su futuro, aunque con él era complicado acertar. Hans pasaba tanto tiempo con Diana que a veces resultaba complicado saber cuándo estaba siendo sincero y cuando estaba fingiendo.
—Hola Hans —saludó ella. Lanzó una fugaz mirada al banco de piedra y palmeó el hueco libre a su lado—. Siéntate si quieres.
—Me manda la Reina, Lira. Dice que cuando estés preparada, que la vayas a ver a su despacho.
—¿Y por qué se supone que no iba a estar preparada?
El Cuervo de Hierro se encogió de hombros.
—¿Y a mí qué me cuentas? Yo no tengo ni idea de qué va el tema.
—¿No te lo ha contado?
—¿A mí? —Hans puso cara de circunstancias—. Solo sé que las dos estáis cabreadas, y es un auténtico fastidio, la verdad. Creía que con tu llegada la Reina se calmaría, pero no. Ha ido a peor incluso.
—¿De veras?
Lira sintió cierta satisfacción al verle asentir. Volvió a señalar una vez más el asiento, insistiendo en que se sentase con ella, y aguardó a que se acomodase a su lado para apoyar la cabeza sobre su hombro en un gesto lleno de complicidad.
El soldado dejó escapar un suspiro de puro cansancio.
—Lira, en serio, ¿qué os pasa? ¿Tan grave es?
—Ya sabes que no te lo puedo contar.
—Podrías si quisieras. Pero no, no quieres. —Se encogió de hombros—. En fin, no me voy a meter en vuestros problemas, pero te recomiendo que no la hagas esperar.
Lira asintió con la cabeza, pero no se apartó. Rodeó su brazo con los suyos, entrelazándolos, y giró ligeramente el rostro, hasta apoyar el mentón sobre su hombro. Hans la miró de reojo, tratando de mantener las distancias, pero con ella siempre era complicado. El rostro de Lira estaba tan cerca del suyo que resultaba casi imposible no mirarla.
—¿Me vas a echar de menos? —le preguntó en tono meloso.
—¿Te vas?
—Podría ser.
—Bueno, siempre que te vas se te echa un poco de menos, no te voy a mentir —admitió el capitán—. Ya casi me había acostumbrado a tus tonterías cuando te mandaron a la corte del voivoda.
Lira sonrió con travesura.
—¿Mis tonterías? —preguntó, aunque sabía perfectamente a lo que se refería. Acercó su rostro al suyo para depositar un beso en la barbilla—. Y yo que pensaba que te gustaban mis tonterías, como tú las llamas.
—Y me gustan, pero... —El guardia apartó la mirada—. La jefa te espera, no te hagas de rogar.
—¡Pero no quiero irme, Hans!
—¡Pues no te vayas! —sentenció él con sencillez—. Eso sí, si no lo haces, tendrás que cargar con las consecuencias.
Incluso sin saber lo que realmente sucedía, las palabras de Hans lograron apaciguar el alma de Lira. La arpía se levantó y juntos regresaron al castillo, donde sus caminos no tardaron demasiado en separarse. Lira se adentró de nuevo en su hogar, con las ideas algo más claras de lo que había tenido hasta entonces, y se encaminó al despacho subterráneo de Diana. Para su sorpresa, ella no la esperaba allí. La Reina de la Noche se encontraba en su propia habitación, en la segunda planta, de pie frente a la puerta abierta de la terraza. A pesar de las horas, las sábanas de su cama estaban mal puestas, como si acabase de levantarse, lo que explicaba por qué iba vestida con un sencillo camisón negro.
Diana le dedicó un ademán de cabeza a modo de saludo y se puso una bata blanca por encima de los hombros desnudos. A continuación, salió descalza al balcón para poder contemplar el medio día con cierta tranquilidad. El cielo empezaba a encapotarse, pero por el momento no había ni rastro de la tan habitual lluvia.
Lira no tardó más que unos segundos en unirse a ella.
—Doy por sentado que estarás molesta conmigo —dijo Diana despreocupadamente—, y no te culpo por ello: yo también estoy enfadada conmigo misma. Tu pérdida es mucho más importante de lo que probablemente creas. Tenía grandes planes para ti.
—Y sin embargo, mi futuro no está en Kovenheim.
—Eso parece.
—Y el voivoda sabía de esos planes, claro.
Diana le dedicó una mirada con cara de circunstancias.
—Guárdate las medias tintas para otros, Lira. El voivoda sabía que eras importante para mí y a pesar de ello ha decidido reclamarte, sí. Lo sé. —Dejó escapar una carcajada amarga—. Es un castigo. Un maldito castigo. Al voivoda no le gusta nuestra hermandad, quiere tenerlo absolutamente todo controlado y vuestra existencia le incomoda. Quisiera poder dominaros, y mientras no se lo permita no me va a poner las cosas fáciles. Siempre tendrá ciertas reticencias.
—Y a pesar de ello, sigues a su lado.
Una expresión extraña se dibujó en el rostro de Diana. La Reina de la Noche desvió la mirada hacia Lira, pensativa, y durante unos segundos no dijo nada. Por suerte, no fue necesario. La arpía la conocía lo suficiente como para saber el significado de aquella mirada.
—Dime una cosa, Diana, ¿él y tú...?
—¿Estás segura de querer hacerme esa pregunta? —Se cruzó de brazos—. Te basta con saber que te lo voy a presentar. Quiero que lo conozcas un poco más en profundidad, aunque tampoco demasiado. No te pases, que nos conocemos y no quisiera tener que matarte.
Lira rio.
—Oh, vamos, no soy estúpida: jamás me metería entre vosotros.
—Por si acaso. Al resto de mujeres no puedo controlarlas, pero confío en que al menos tú me guardarás la cara. —Diana dejó escapar un suspiro—. Sea como sea, doce meses es mucho tiempo y por el momento te necesito a mi lado. Las cosas van a cambiar, no te voy a mentir. Quizás te sientas algo desplazada, pero créeme que lo hago por tu propio bien. Si tu lugar está con el voivoda, que así sea. Sin embargo, hasta que te unas a él definitivamente voy a necesitar tu apoyo. Como ya sabes, la pérdida de Vexya marca un antes y un después en nuestra organización. Dudo que encuentre a nadie con sus capacidades y su talento, pero tengo una buena candidata para suplir su lugar. ¿Recuerdas a Suri?
Lira asintió. La recordaba, por supuesto. Suri era una arpía de segunda generación, de carácter complicado y con Talos como destino. Lira no había coincidido con ella apenas, pues se había unido a la organización cinco años después de que ella partiera, pero en ciertas ocasiones habían tenido la oportunidad de conversar y le había caído bien.
—La recuerdo, sí. Está en Talos, ¿verdad?
—Exacto. Suri logró ingresar en la Sociedad Nacional de Ciencia y Desarrollo hace cuatro años. Puede que no lo sepas, pero es una mujer con un gran coeficiente intelectual. Quizás no sea tan alto como el del resto de sus compañeros en la SNCD, pero ha sido lo suficientemente astuta como para llegar muy lejos en la organización. Hasta donde sé, está metida de lleno en la investigación de un nuevo fármaco relacionado con el desarrollo y explotación del cerebro. —Diana se encogió de hombros—. Un tema muy interesante, pero que la mantiene totalmente aislada. Contacta conmigo cada cierto tiempo, y siempre que hablamos tengo la sensación de que alguien nos escucha, cosa que tiene sentido. La SNCD tiene muy controlados a sus científicos.
—Vaya, nunca lo habría dicho.
—Han tenido algún que otro problema de saboteo y espionaje industrial, así que era de esperar. Sea como sea, quiero que Suri ocupe el lugar de Vexy, y para ello necesito que le transmitas mi mensaje. Dile que necesito que vuelva lo antes posible.
Una sombra de sorpresa iluminó los ojos de Lira por un instante. Diana no era de las que solía delegar aquel tipo de funciones. A ella le gustaba tratar directamente con sus arpías y rara vez era la que dejaba en manos de otra un trabajo de aquellas características. Sin duda, algo importante debía impedirla que abandonase Volkovia.
Algo que, como pronto descubriría, podría marcar un antes y un después para el futuro del Imperio de Hierro.
—Antes de que te montes tus propias historias, Leif me necesita aquí. Y tú dirás... ¿por qué? Pues es sencillo, mi querida Lira. ¿Recuerdas la petición que le hizo la embajadora Clausewitz-Vostok a la Regente Nyxia De Valefort? La invitación a que tanto ella como el Emperador Lucian Auren visitaran nuestras tierras... pues para sorpresa de todos, ha aceptado. Hace tan solo unas horas el voivoda ha recibido la respuesta y me ha hecho llamar. En unas semanas tendremos a la Corona del Nuevo Imperio de Solaris aquí, de visita, con lo que ello comporta... ¡y sí, esa es la misma cara que se me quedó a mí! —Diana rio—. Que Lucian Auren haya aceptado es una auténtica sorpresa... aunque claro, el que Iliana Fedorova vaya a ser su anfitriona, ha influido.
El poder de la manipulación. Lira siempre había creído en él, convencida de que una palabra o una mirada podía llegar a ser la más letal de todas las armas, pero incluso así el saber que el plan del voivoda estaba saliendo bien le sorprendió. Le sorprendió enormemente. Lucian Auren no dejaba de ser un joven de su edad, con las hormonas revolucionadas, e Iliana Fedorova una chica casi tan encantadora como guapa, por lo que en el fondo tenía sentido que hubiese logrado seducirle. Además, era lógico que quisiera volver al país que durante tantos años les habían acogido a él y a su madre.
El país que le había llevado hasta el trono de Solaris.
Sí, tenía mucho sentido, pero incluso así, le sorprendía. Aquella visita lo podría cambiar todo. El que Solaris mostrara interés abiertamente por Volkovia la alejaba de Albia, lo que cerraba las puertas a una posible reconciliación. Un giro inesperado para aquellos como Damere que luchaban a diario por volver a unir las dos mitades de su país, pero que para ellos, los volkovianos, se convertía en un gran triunfo. Leif Kerensky estaba haciendo un gran trabajo, y muestra de ello era aquel viaje.
Pero no solo eso. Además de lograr atraer a Solaris hasta Volkovia y a Lucian Auren a los brazos de Iliana Fedorova, que no era poco, no estaba dispuesto a ocultar a Diana. El voivoda quería mostrar abiertamente que contaba con el apoyo de la albiana, que no le importaba cuánto la odiasen en Solaris, y eso decía mucho a su favor. Lo convertía en alguien mucho más íntegro de lo que Lira había esperado, y, sobre todo, demostraba que quizás, en el fondo, su interés por Diana no fuese del todo falso.
Quizás la apreciase de verdad.
—¿Y vas a participar en la visita? —preguntó Lira con inquietud—. ¿Estarás junto al voivoda en calidad de...?
—Pronto lo sabremos —sentenció Diana—. Solo espero que Hexet no aproveche para apuñalarme, o algo peor. —Se encogió de hombros—. Si te soy sincera, Lira, todo esto es muy sorprendente. Contaba con que el plan del voivoda saldría bien, pero no tan rápido. Él y la embajadora están haciendo muy buen trabajo... un trabajo que puede cambiar nuestro futuro. Esta visita es clave para decidir el mañana: si sale bien... bueno, si sale bien conocerás una Volkovia totalmente diferente a la de estos últimos diez años.
—¿Y realmente crees que lo conseguiremos?
Diana asintió.
—Lo creo.
—Ya, yo también lo creo... —admitió Lira. Se situó junto a Diana en el balcón, con los brazos apoyados sobre la barandilla, y alzó la mirada hacia el cielo encapotado—. Parece que nada puede parar al voivoda. La gran cuestión es... ¿es lo que deseas?
Con Diana, Lira había aprendido que los silencios podían llegar a convertirse en la mejor de las respuestas. Sin embargo, aquel día no fue silencio lo que obtuvo. En lugar de ello, Diana la miró con fijeza, con una chispa de diversión iluminando sus ojos cambiantes, y negó suavemente con la cabeza.
—Ahora estoy con Volkovia —dijo con sencillez—. Así que sí, es lo que deseo.
—Quizás así puedas volver a ver a tu padre —reflexionó la arpía—. Si las cosas entre el Nuevo Imperio y Volkovia mejoran puede que te saquen de su lista negra.
—¿Y por qué iba a querer que me sacasen de su lista negra? —replicó Diana con acidez—. Ya sabes cuánto me gusta estar en boca de todos. Si me perdonasen, no tardarían demasiado en olvidarse de mí.
Las dos mujeres rieron con complicidad.
—Eso es imposible, Diana.
—No te creas, hay gente que olvida con mucha facilidad... pero no es mi caso. —Diana le dedicó una fugaz mirada—. Y espero que tú tampoco. El que vayas a trabajar directamente para Leif no implica que no podamos seguir siendo amigas.
—¡Por supuesto!
—Tengo el presentimiento de que vienen tiempos muy difíciles, Lira... tiempos en los que seguramente nos pongan a prueba a todos. Busca a Suri y tráemela: voy a necesitar a todas mis arpías preparadas, y eso te incluye a ti.
Lira asintió con la cabeza.
—Yo siempre seré una arpía —prometió—, no lo olvides.
—Ya te lo he dicho: yo no olvido nunca. No lo olvides tú.
La luz del amanecer marcó la marcha de Lira. La joven arpía abandonó el castillo de Kovenheim con un gran peso a las espaldas. Un peso que iba mucho más allá de su misión en Talos. En sus manos quedaba la responsabilidad de guardar un gran secreto. El secreto que iba a marcar para siempre su vida y que, muy a su pesar, la separaría de las suyas.
Lira volvió la vista atrás. Ante ella, alzándose contra el amanecer de un nuevo día, el gran castillo de Kovenheim se alzaba como un coloso inalcanzable. Abandonaba su hogar una vez más, pero algo le decía que cuando volviese, nada volvería a ser igual. Dedicó una intensa mirada a la ya lejana figura situada junto al pórtico de entrada que era Hans Seidel y asintió con la cabeza, dando por zanjada aquella etapa. Subió al coche que ya la estaba esperando al final del camino e hizo el viaje hasta la estación de tren en completo silencio, con la mente totalmente sumida en sus propios pensamientos.
Una vez en su camarote privado, sacó el teléfono y marcó el número de Vekta. Más que nunca, necesitaba volver a reunirse por última vez con sus tres amigas.
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