Capítulo 14 - Diana
Capítulo 14 – Diana, 1.831, Arkengrad, Volkovia
Sus labios sabían a sangre. Sabían a lealtad y a venganza, a amistad y cariño... pero sobre todo sabían a pasión y desenfreno. El sabor de un triunfo teñido de una profunda melancolía que ni tan siquiera recuerdos de un pasado remoto eran capaces de eclipsar. En el fondo de su memoria Vexya la espiaba con amargura mientras hundía los labios en el cuello de su amante; cuando acariciaba la curvatura de su musculatura o dejaba que el latido acelerado de su corazón silenciase su razón. Podría perderse en su ser, hundirse en sus entrañas y dejar que los ríos de sangre la llevasen hasta el pasado más lejano de la humanidad, que Vexya seguiría siempre muy presente en su mente. Ella y Davin.
Incluso con el paso de los años, él jamás la había abandonado. Y sabía que era cuestión de tiempo que su arpía cayese en el olvido junto a otras tantas almas que temporalmente había creído amar, pero él siempre la acompañaría. Él formaba parte de sí misma, de su vida y de su propio ser, y por mucho que quisiera hacerlo, jamás la abandonaría.
Por suerte, ella no quería dejarle escapar. Su recuerdo la ayudaba a no olvidar quien era, a tener siempre presente la auténtica identidad que se ocultaba bajo el sobrenombre de la Reina de la Noche; la mujer que, aunque en aquel entonces creía haber encontrado cuanto necesitaba entre los brazos del líder volkoviano, en realidad se bastaba por sí sola para enfrentarse al mundo corrupto donde le había tocado vivir.
Pero mentiría si dijese que aquel hombre no lograba hacerla sentir emociones que jamás había conocido. Diana no había sido afortunada en el terreno sentimental, a lo largo de su vida algunas personas habían logrado hacerla sentir especial, incluso la habían hecho sentir amada, pero jamás les había correspondido. Su corazón había quedado tan marcado por la desgracia que parte de ella había muerto el mismo día en el que su primo fue asesinado. Y aunque desde aquel entonces había pasado mucho tiempo, Diana no había logrado llegar a recuperarse de aquella herida. De hecho, dudaba poder conseguirlo jamás, pero ahora que había encontrado a alguien que lograba calmar un poco su dolor, no quería dejarlo escapar. Al contrario, con cada día que pasaba lo deseaba tener más y más cerca, hasta el punto de que estaba empezando a desarrollar una extraña sensación de necesidad. Diana deseaba permanecer a su lado, cumpliendo con su deber y ayudándole a crear el mundo por el que tantos siglos llevaba luchando, pero a la vez temía verse arrastrada por su ambición. Y es que, aunque los sentimientos estuviesen conduciéndola a una caída sin fin de la que debería intentar escapar, Diana no podía negar que poco a poco empezaba a sentir algo real por Leif Kerensky. Y no era un sentimiento sano precisamente. Empezaba a amarle a pesar de saber que jamás sería correspondida, y eso era peligroso. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Tal era la confianza total y absoluta y el cariño que Leif le estaba demostrando que para ella, un ser herido por la vida, era prácticamente imposible no caer rendida en sus brazos.
—Te dije que podías confiar en mí —le susurró al oído—. Te dije que esto no iba a quedar así.
Diana asintió con suavidad, sin apartar el rostro de su pecho, allí donde llevaba horas apoyado. El velo de la noche envolvía sus cuerpos desnudos, ocultando las manchas de sangre que habían teñido de carmín su anatomía y las sábanas. Diana aún no se había acostumbrado al macabro juego que tanto parecía divertir a Leif, pero mentiría si dijese que no disfrutaba enormemente con él. Beber de su sangre era uno de los placeres más intensos que había sentido jamás.
Acercó sus labios a su mentón para depositar un beso.
—¿Morirán? —preguntó con cautela.
—Morirán, tienes mi palabra —aseguró él—. Hoy mismo ordenaré su ejecución.
—¿Y podría encargarme yo? Esos monstruos me han arrebatado a una de mis hijas y han estado a punto de acabar con otra, merecen la peor de las muertes.
Lo merecían, era innegable. Aunque no fuese a permitírselo, Leif Kerensky entendía sus sentimientos y su necesidad. En su lugar probablemente él también hubiese reclamado sus vidas, pero por su propio bien no iba a permitir que se manchase las manos con su sangre.
Rodeó su cintura con los brazos y tiró suavemente de ella, hasta dejar su rostro frente al suyo, sobre la misma almohada. Incluso después de haber atravesado la gran barrera, los ojos Diana seguían emitiendo una luz tan humana que Leif no podía evitar sentirse atraídos por ellos. De hecho, toda ella seguía siendo muy humana, de ahí a que en gran parte hubiese logrado seducirle. Diana se había esforzado en ello desde el primer día, arrastrándolo a sus brazos a base de seducción y carisma, pero era innegable que había algo en ella que había logrado cautivar a Kerensky desde el principio.
—Y la tendrán, te lo aseguro. Morirán como merecen, pero no será tu espalda la que cargará con ello. Este es mi palacio y yo imparto la justicia, no tú.
—Cierto, se me olvidaba que yo no sé lo que es la justicia...
El voivoda rio ante el comentario.
—Eso lo has dicho tú, no yo, Diana. —Leif le dedicó una sonrisa tranquilizadora—. Me pediste ayuda y me comprometí a dártela: no rompas antes de tiempo nuestro acuerdo.
Leif finalizó la conversación depositando un beso en su frente. A continuación, dejando tras de sí una estela de sangre y oscuridad, bajó de la cama y se cubrió con su bata.
—Hay mucho por hacer —dijo tras correr las cortinas y dejar que la luz del ocaso bañase su rostro—, vístete, te necesito preparada. Según mis cálculos, hoy la Corona de Solaris debería dar una respuesta a nuestra invitación.
—¿Qué crees que dirán?
—¿Sinceramente? Tengo un buen presentimiento. Vamos, te espero para desayunar.
Diana se incorporó, pero no se levantó. Observó en silencio a Leif moverse por la habitación, ir de la ducha al vestidor y uniformarse, hasta finalmente abandonar la habitación no sin antes despedirse de ella con una sonrisa.
La misma sonrisa con la que siempre conseguía que hiciera todo lo que le pedía.
O casi todo.
Diana se dio una rápida ducha antes de vestirse y salir a los sombríos pasadizos del Palacio de Arkengrad. Veinticuatro horas antes Lira le había informado sobre un importante descubrimiento: la procedencia de la llamada que había alertado a la Unidad Hielo sobre su presencia en Meridian. Y para sorpresa de todos, esa procedencia era el mismísimo Palacio de Arkengrad.
Perpleja ante el descubrimiento, Diana no había dudado en informar al voivoda al respecto y juntos se habían encargado de verificar todas las llamadas efectuadas durante la hora clave. Una a una, revisaron las transcripciones, aprovechando que tal y como sucedía en el Nuevo Imperio absolutamente todas las comunicaciones quedaban grabadas, y tras varias horas de arduo trabajo, dieron con el culpable.
Dos horas después, Hans Seidel y sus Cuervos de Hierro lograrían atrapar no solo al cerebro de toda la operación, sino también al asesino a sueldo que había acabado con la vida de Vexya.
Y aquel anochecer morirían: Ninette Petersen, la asistente que había hecho la llamada, Donel Marsh, el asesino, y Frederick Rocken, uno de los asesores del voivoda y cerebro de la operación. Alguien que jamás había aceptado la presencia de Diana dentro del entramado volkoviano... alguien que no había podido soportar quedar relegado a un segundo plano al ser eclipsado por la Reina de la Noche y sus arpías.
Seidel le había confesado que durante su detención Rocken había gritado que él tan solo cumplía órdenes. Que aunque había sabido que tarde o temprano sucedería algo así, él se había mantenido leal al voivoda hasta el final... y en el fondo de su alma, Diana no había llegado a creer del todo que estuviese mintiendo. Probablemente se tratase de un arrebato guiado por la desesperación: Rocken sabía que le aguardaba la horca tras haber sido detenido, pero incluso así había habido algo en sus palabras que había logrado que Diana se inquietara. Pensar que el voivoda pudiese estar detrás de lo ocurrido era estremecedor, y más después de que le mostrase tan abiertamente su apoyo total a Diana al colaborar en la detención de Rocken. Sin embargo, el paso de los años la habían enseñado a desconfiar prácticamente de todo el mundo.
Y Leif Kerensky no era una excepción.
Y fue precisamente esa desconfianza la que llevó a Diana a las mazmorras. La Reina de la Noche dejó de lado la invitación del desayuno para dirigirse a la más alta torre del Palacio, en busca de su venganza. Iba a matar a los asesinos, y lo iba a hacer con sus propias manos. Estaba decidida. Sin embargo, algo truncó sus planes. Muy a su pesar, para cuando alcanzó las celdas donde habían estado encerrados los prisioneros, ya no había nadie en su interior.
—¿De veras crees que no sabía lo que pretendías?
Al igual que el propio Leif Kerensky, Víktor había previsto los movimientos de la Reina de la Noche, con la diferencia de que, lejos de seguir los pasos de su hermano y esperarla en la terraza para disfrutar del desayuno, había decidido ir a buscarla a donde realmente sabía que iría.
—Diana...
Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de la Reina de la Noche al ver aparecer al hermano del voivoda entre las sombras del pasadizo. Le observó acercarse en silencio, sintiendo que la rabia despertaba en su interior, y aunque hubiese querido hablar, no lo hizo. No debía. Si algo había aprendido a lo largo de aquellos años era que su lengua era su peor enemiga, y aunque en aquel entonces Kerensky hubiese merecido soportar su estallido de odio y frustración por permitir que ejecutasen a sus prisioneros antes de tiempo, no le castigó.
En el fondo, Víktor era uno de los pocos amigos que le quedaban y no quería perderle.
—Siempre un paso por delante, ¿verdad? —replicó ella con amargura—. Haga lo que haga, vosotros siempre os adelantaréis.
—Probablemente —admitió él—, aunque en esta ocasión la decisión ha sido únicamente del voivoda. Yo hubiese preferido que tuvieses tu oportunidad de saciar tu sed de venganza.
—Y sin embargo, no ha servido de nada.
—Me temo que no. Lo lamento, Diana.
Sus palabras lograron consolar parte de su tristeza. Diana apoyó la mano sobre la de Víktor cuando éste la colocó sobre su hombro y la estrechó con suavidad, en un gesto cargado de complicidad.
—Si te sirve de algo, ten por seguro que han recibido la muerte que merecían.
—¿Te has encargado tú?
El volkoviano asintió con gravedad.
—No acostumbro a mancharme las manos, pero este caso ha sido una excepción. Tus enemigos son los míos, lo sabes.
—¿Y qué han dicho? ¿Los has interrogado?
—Los he interrogado, sí, y más allá de súplicas y gritos de terror, poco más ha surgido de sus labios. Petersen ha llorado como una niña, asegurando entre lágrimas que no sabía lo que estaba haciendo, mientras que Marsh se ha limitado a enfrentarse a la muerte con toda la determinación y valentía que ha sido capaz de reunir. Creo que ha susurrado una oración antes de su final, no lo sé. A esas alturas apenas se le entendía.
Aunque no lamentó sus muertes, Diana no se sintió satisfecha ante su final. Incluso siendo Marsh el ejecutor, tan solo había sido un títere en manos del auténtico culpable. ¿Y qué decir de Petersen? Probablemente ella ni tan siquiera supiese lo que le habían hecho a Vexya cuando decidió coger el teléfono para traicionarla.
—¿Y Frederick Rocken? —preguntó con interés, incapaz de apartar la mirada de las puertas cerradas de las celdas. Incluso horas después de sus muertes, aún podía percibir el hedor de la sangre y el miedo en el ambiente—. ¿Qué hay de él? ¿Por qué lo ha hecho? Apenas teníamos relación, creo que habíamos hablado en un par de ocasiones, pero poco más.
—Rocken estaba fuera de sí —admitió Víktor—. Decía haber cumplido con los deseos del voivoda en todo momento... incluso se atrevió a decir que lo había hecho por Volkovia. —Se encogió de hombros—. En fin, ¿qué voy a decir que no sepas, querida Diana? Aunque a algunos no nos importe, tus orígenes albianos siguen siendo una gran losa con la que probablemente tendrás que cargar el resto de tu vida.
—¿Crees que me odiaba solo por eso?
Víktor respondió con una sonrisa. Tomó a Diana por el antebrazo y tiró suavemente de ella hacia el interior de la torre, de camino a las escaleras. Aún era pronto, pero si no se apresuraban la Reina de la Noche llegaría tarde a la cita con Leif, y ninguno de los dos quería que eso sucediera.
No después de lo que había hecho por ella.
—Muchos te ven como una amenaza, Diana, y no solo por tu pasado. —Víktor negó suavemente con la cabeza—. Leif te escucha, y eso es mucho más de lo que hace con la mayoría. Te valora y te aprecia... y hace cosas como estas por ti. Solo por ti.
—Están celosos.
—¿Acaso tú no lo estarías? —Víktor dejó escapar un suspiro—. Yo mismo lo estaría si no supiera que detrás de esa mirada desafiante tuya hay una buena persona.
—¿Una buena persona? —Diana rio—. ¿De veras lo crees?
Víktor acompañó a Diana hasta la terraza donde Leif ya la esperaba, pero no se quedó a desayunar con ellos a pesar de la invitación de su hermano. Consciente de que necesitaban un poco de intimidad para aclarar lo ocurrido, Víktor se retiró al interior del Palacio, dejando tras de sí una estela de paz que por suerte para ella, logró apaciguar la ira que hasta entonces había acompañado a Diana.
Una ira que no tenía cabida en aquella terraza.
Leif ordenó al camarero que llenase de vino dulce la copa de su acompañante. Seguidamente, tras asegurarse de que no faltase nada en la mesa, le pidió que se retirase. No necesitaba nada más que buena su buena compañía y una copa para que aquel momento fuese perfecto.
—Empezaba a impacientarme. Dime, Diana, ¿has encontrado lo que has ido a buscar?
¿Venganza? No, no la había encontrado, pero no había vuelto con las manos vacías. Víktor le había entregado lo que realmente necesitaba para apaciguar su alma, el recordatorio de que allí no era una más, que el voivoda realmente creía en ella, y daba gracias por ello.
—No, pero he encontrado algo mejor.
—Me alegra escucharlo, ya sabes cuánto me gusta verte contenta, Diana. Tienes una gran facilidad para contagiarme tu buen humor.
—¿Es por ello por lo que me tienes de aquí? ¿Soy tu mono de feria? —Diana dejó escapar una carcajada jovial—. Vaya, ¡y yo que pensaba que era por mi talento natural!
—¿Cuál de ellos? —Leif le guiñó el ojo con picardía—. Como te dije antes, creo que hoy va a ser un día muy especial. Si finalmente la Corona de Solaris acepta visitarnos durante las festividades el rumbo de los acontecimientos podría cambiar enormemente para todos, Diana. Y por fortuna, todo apunta a que así será. Dicen las malas lenguas que el Emperador e Iliana se entendieron bastante bien durante el Baile de Primavera.
Diana asintió. Aunque no había prestado demasiada atención a las noticias, a sus oídos había llegado que Lucian Auren había sacado a bailar a tan solo dos damas durante la festividad, y una de ellas había sido su prima. La otra, para sorpresa de la mayoría, había sido Iliana, la gran esperanza volkoviana.
—Sería un giro totalmente inesperado que Iliana lograse robar el corazón al Emperador de Solaris —admitió Diana—. ¿Pero por qué no? Es joven y encantadora, además de una auténtica preciosidad, claro. Si alguien puede lograrlo, ese alguien es ella.
—¿Celosa?
—¿Yo? ¡Para nada! Si hubiese querido yo también podría haberlo conseguido... y no hubiese necesitado tanto tiempo, la verdad. Ese crío habría caído rendido a mis pies al instante.
Leif rio ante la naturalidad con la que su acompañante se jactó. Diana parecía estar tan convencida de su posible éxito que resultaba incluso cómica.
—Si quisiera provocar una guerra a escala mundial te habría enviado a ti, tenlo por seguro, Diana. Pero no es mi idea. Y volviendo a lo que te decía, en caso de que acepten la invitación, Iliana viajará con ellos. Será la maestra de ceremonias... pero no quiero anticiparme a los acontecimientos, soy plenamente consciente de que es una decisión muy complicada. El recuerdo de la guerra aún está muy presente, por lo que es posible que quieran seguir manteniendo las distancias. Que el Emperador de Solaris visite Volkovia marcará un antes y un después. Y estoy convencido de que su madre se opondrá firmemente, pero confío en que será valiente y decidirá por sí mismo.
Diana compartía su confianza en Lucian Auren. Si realmente así lo deseaba, el Emperador viajaría hasta Volkovia para reunirse con el voivoda y rememorar sus años de niñez, cuando tanto él como su madre habían permanecido ocultos en el corazón del Imperio de Hierro. Sin embargo, Diana dudaba que Nyxia se lo fuese a permitir. Aquella decisión era clave para encarar el futuro de la política internacional y Diana dudaba que a aquellas alturas el futuro de Solaris estuviese más próximo al de Volkovia que al de Albia. No obstante, haría cuanto pudiese para que así fuese. Y es que, aunque para muchos la guerra aún siguiese muy presente, la única forma de que Volkovia lograse volver a brillar como en el pasado era aliándose con el Nuevo Imperio.
—Supongo que en caso de que acepten venir querrás que regrese a Kovenheim, ¿no? Que desaparezca una temporada. No creo que Nyxia tenga muchas ganas de verme.
—¿Desaparecer? —Leif arqueó las cejas con sorpresa—. ¿Y por qué se supone que iba a querer que desaparecieras, Diana? Eres mi mano derecha: si realmente deciden venir, tendrán que aceptar tanto tu presencia como la de mi hermano, o la de cualquiera de mis generales. No tengo nada que ocultar, y mucho menos ti.
La contundencia de su respuesta logró hacerla reír.
—Leif, ¿ya te has olvidado de que esa gente me odia?
El voivoda se encogió de hombros, restándole importancia.
—¿Y qué? En serio, Diana, me da igual lo que pasara en el pasado, ahora formas parte del Alto Mando de Volkovia y no voy a esconderte. —Leif dio otro sorbo a su copa—. Lo único que te pediré es que controles esa lengua venenosa tuya, nada más. No quisiera que iniciaras una guerra antes de tiempo.
Profundamente agradecida ante la inesperada decisión, Diana asintió con entusiasmo. En el fondo de su alma le hacía ilusión volver a ver a sus antiguos compañeros. Le entristecía que la mayoría de ellos ahora la despreciasen, pero incluso así valía la pena el esfuerzo con tal de ver a Lucian en persona o poder volver a ver cara a cara a su querida Nyxia. Con Loder Hexet, sin embargo, las cosas eran diferentes. A él no quería verle, pero no le importaba tener que sacrificarse con tal de poder saludar al resto. En el fondo, el encuentro iba a ser mucho más incómodo para él que para ella después de lo ocurrido con Lira...
Diana dejó escapar un suspiro. Le costaba no sonreír. De hecho, le costaba no abalanzarse sobre él y besarle delante de todo el servicio. No debía, era consciente de ello, pero tal era su agradecimiento ante las continuas muestras de aprecio que le costaba reprimirse.
—Leif, de veras que no sé cómo agradecerte todo esto —se sinceró—. Has hecho mucho por mí. Mucho más de lo que jamás imaginé que nadie haría por mí. Me has cambiado la vida... le has dado sentido.
—No pido nada a cambio, sabes que lo hago porque así lo siento. Pero si realmente quieres agradecérmelo, me basta con tu lealtad, querida.
Lealtad, la palabra que en boca del voivoda parecía tener vida propia.
Diana asintió con rotundidad.
—Nunca te faltará. Ni la mía ni la de mis arpías, pero insisto, quiero agradecértelo de alguna otra forma, y creo saber cómo. —Diana se levantó y tomó asiento en el borde de la mesa, junto a él, para poder coger su mano—. Quiero que conozcas a Lira.
La sorpresa se reflejó en sus ojos.
—¿Te refieres a conocerla personalmente?
Diana asintió con seguridad. Aunque a simple vista no pareciese gran cosa, para ella era un gran paso. Hasta entonces nadie había conocido oficialmente las identidades de sus arpías, y el que por fin se decidiese a presentarle a una, y más en concreto a ella, era un paso muy importante. Un símbolo de total y absoluta confianza.
—Así es. Lira es alguien muy importante no solo para mí, sino para el resto de las arpías. Es mi mano derecha... mi favorita. Confiaría mi vida a cualquiera de ellas, pero Lira sería la primera de la lista. Ella jamás me fallará.
—¿Y cómo puedes estar tan segura?
—Simplemente lo sé. Preferiría la muerte a traicionarme.
La sorpresa se dibujó en el rostro del voivoda.
—¿De veras? Vaya, parece una mujer fascinante.
—Lo es. Lira es increíble. Todas lo son, pero ella es especial. Es astuta, es inteligente, está capacitada para combatir, para infiltrarse, para mentir y manipular... —Diana se encogió de hombros—. Es una Reina de la Noche con quince años menos: el futuro de la organización.
—¿Estás segura?
Diana asintió.
—De hecho, si algún día yo faltase ella tomaría el control de las arpías. Junto a Vexya, por razones obvias, Lira es la única que conoce la identidad del resto de mis agentes. Las identidades y, en el fondo, prácticamente todo. Es clave en la organización... y es por ello por lo que quiero que te tomes esto como un símbolo de mi total y absoluta confianza, Leif. Compartir contigo su identidad es abrirte mi corazón como jamás he hecho.
Leif apoyó las manos sobre la cintura de Diana y la atrajo a su regazo, donde la depositó con cariño para poder besar su mejilla. A la luz del ocaso, sus ojos brillaban con un intenso halo dorado que le daba un halo mágico hipnotizante.
—Quiero conocerla.
—La conocerás, pero no te enamores de ella, ¿eh? —bromeó Diana—. Haz el esfuerzo.
—Lo intentaré, lo intentaré... aunque puedes estar tranquila, es demasiado joven para mi gusto. La verdad, Diana, me has dado una buena idea. Hablas tan bien de Lira que creo que ya sé cómo vas a pagarme toda esa gratitud de la que hablas. Vamos a hacer un acuerdo, y tranquila que va a ser beneficioso para los dos.
—¿Qué tienes en mente?
Leif sonrió, tranquilizador.
—Quiero que Lira se incorpore en mi red de espionaje dentro de un año. Como bien dices, es la mejor de tus arpías, así que creo que podrá aportar mucho... pero no pongas esa cara, mujer. Dices que es como una hija para ti, ¿no? Pues cuidaré de ella como si yo fuese su padre, te lo aseguro.
—Pero... —murmuró Diana, perpleja ante la petición—. Pero Leif...
—Diana, siempre dices que en el fondo tus arpías trabajan para mí... si realmente es así, entiendo que no habrá ningún problema para que me sirva a mí directamente, ¿no?
—No, no, por supuesto, pero...
—Entonces no hay más que hablar. —Leif le guiñó el ojo—. ¿Cuándo me la presentas? Estoy ansioso por conocerla.
Aquel día marcó un antes y un después en la vida de Diana. Como solía decir su madre, jugar con el fuego era peligroso, si no se trataba con cuidado era probable acabar con los dedos quemados, y Diana no había logrado controlarlo. Lo había intentado, e incluso había llegado a creer dominarlo, pero Leif Kerensky era un alma libre que nada nadie podría controlar.
Ni tan siquiera la Reina de la Noche podía.
Y aunque ambos fueron plenamente conscientes de que perder a Lira era una de las peores cosas que podían sucederle a Diana, Leif no reculó. Una vez tomada la decisión, la mantuvo hasta el final, provocando que una nueva herida se abriese en el corazón de la antigua pretor. Diana permaneció unas cuantas horas más en Arkengrad, deambulando por los pasillos de la corta en silencio, con la mente totalmente nublada y los pensamientos más turbios que nunca, hasta que finalmente, con la caída de la noche, abandonó el castillo con la intención de no volver en bastante tiempo.
Un profundo sentimiento de frustración marcó el regreso al castillo de Kovenheim. Diana intentó mantener la mente ocupada para intentar no seguir envenenándose con la decisión del voivoda, pero le costaba. Cada vez que pensaba en el futuro o en alguna de sus agentes el nombre de Lira acudía a su memoria y con él todo lo que implicaría su marcha. Y es que, aunque a nivel personal sería una gran pérdida, pues la adoraba con todo su corazón, su partida marcaría un antes y un después en la organización. Hasta entonces Lira había sido su mano derecha: su salvavidas en caso de naufragio. Ahora, a sabiendas de que en un año la abandonaría, las cosas iban a cambiar radicalmente. Diana necesitaba a alguien de completa confianza que ocupase su lugar, alguien con quien poder compartir absolutamente todos sus secretos, y salvo a Lira, no tenía a nadie. Y no es que sus arpías no fueran válidas: algunas de ellas podrían haber seguido los pasos de su elegida e incluso mejorarla, pero el vínculo de confianza no era el mismo. Como bien le había explicado al voivoda, su confianza en Lira era ciega, y aunque estaba convencida de que ninguna de las suyas jamás la traicionarían, no era lo mismo. En ellas existía una duda mínima, una brizna de desconfianza que por mucho que lo intentase, jamás podría pasar por alto. Así pues, tendría que volver a idear un futuro para sus arpías. Tendría que empezar desde cero los planes de futuro que tenía para ellas, y visto lo visto, no iban a ser en Volkovia. Al menos no es su totalidad. Diana necesitaba espacio, necesitaba algún lugar donde sentirse libre de actuar como quisiera, y aquel lugar no podía ser Kovenheim. No después de lo de Lira.
Por suerte, tenía varios ases guardados bajo la manga.
Tenía a Morgana.
Diana llegó a Kovenheim poco antes del anochecer, cuando el cielo teñido de rojo ya envolvía de un halo sombrío el castillo. Parecía que el mundo compartiese el mal humor de la Reina de la Noche. Por suerte, el senescal Bogdan Kolwitz no. A diferencia de lo que solía ser habitual en él, el anciano estaba especialmente contento aquella noche, y así se lo demostró a Diana cuando, tras recibirla en las cocheras, la acompañó hasta su despacho, donde hacía horas que la esperaba una visita.
—¿Quién es? —preguntó Diana con curiosidad mientras avanzaban por el lúgubre castillo—. Por tu cara, entiendo que es una visita agradable, ¿me equivoco?
—Todas las visitas son siempre agradables, mi señora.
—Ya... no me vas a decir quien es, ¿verdad?
—¿Y arrebatarle el factor sorpresa? —El anciano le dedicó una sonrisa amable—. No osaría. Cuando acabe tendrá una suculenta cena esperándola en el salón.
Diana se adentró en su despacho con las expectativas muy altas. No sabía quién aguardaría al otro lado de la puerta, pero sin duda debía tratarse de alguien importante. Con suerte, hasta podría ser Lira, aunque dudaba que le hubiese dado tiempo a volver. Sea como fuera, entró con el ánimo algo más alto de lo que había tenido en las últimas horas, pero le duró poco.
Lo poco que tardó en ver el rostro bobalicón del total y absoluto desconocido que esperaba en su interior.
El hombre, un joven de no más de veinte años, se apresuró a ponerse en pie al verla entrar. Se llevó la gorra azul con la que ocultaba su incipiente calvicie al vientre e hizo una ligera reverencia ante la que Diana no pudo más que mascullar una maldición. tal volvía a ser su mal humor que por un instante tuvo la tentación de hundirle un puñal en el corazón. No obstante, no lo hizo. No iba a manchar el suelo de su despacho. En lugar de ello, tragándose el ansia de sangre, bordeó la estancia hasta alcanzar su mesa, donde se dejó caer pesadamente.
—¿Quién te envía? —preguntó despreocupadamente, sin darle la más mínima importancia. Sacó del bolsillo el teléfono y lo dejó en el escritorio tras revisar que no tuviese ninguna llamada—. No me digas: el voivoda.
Lejos de asentir, el muchacho permaneció unos segundos en silencio, con la mirada fija en los ojos ahora cambiantes de Diana. Por su expresión, estaba casi tan fascinado como asustado, y no era para menos. Desde que la Reina de la Noche aceptase cambiar de condición, su naturaleza había cambiado radicalmente, otorgándole un fulgor peligroso a sus ojos de color cambiante.
Aquella noche, furiosa como estaba, le brillaban con la oscuridad de la noche: negros como el carbón.
—¡Venga, habla! —insistió al ver que el mensajero no reaccionaba—. Vamos, suéltalo: ¡no tengo toda la maldita noche!
El muchacho reaccionó sacudiendo la cabeza con nerviosismo. Dio un paso al frente, sin apartar la gorra del vientre, como si le sirviese de escudo, y se detuvo frente a la mesa, a tan solo un par de metros. Inmediatamente después, sintiendo el peso de la mirada de Diana fija en él, clavó los ojos en el suelo.
—No me envía el voivoda, mi señora —respondió con evidente acento albiano—. No soy volkoviano.
Repentinamente interesada, la expresión de Diana cambió radicalmente, agravando la preocupación. Fuesen cuales fuesen las noticias que le traía, dudaba mucho que pudiesen ser buenas.
—¿Qué demonios pasa? ¡Suéltalo ya! ¿¡Quién te envía!?
—Vengo del Nuevo Imperio de Solaris, mi señora... —dijo en apenas un susurro, atemorizado—. Me envía el agente Valens...
—¿El agente Valens? —La perplejidad dejó sin palabras a Diana—. ¿Te refieres a Luther Valens?
El asentimiento del joven logró que Diana palideciese. La Reina de la Noche echó la cabeza hacia atrás, profundamente impactada por la inesperada respuesta, y permaneció unos segundos con los labios sellados y la mente tremendamente alborotada. Hacía muchos años que no sabía de su padre, tantísimos que había llegado a creer incluso que había muerto. De vez en cuando llegaba algún rumor sobre él que le situaba en la corta de Lucian Auren, pero la falta de imágenes o de noticias habían logrado que Diana dudase sobre su supervivencia. Luther Valens era incómodo para prácticamente todos: era uno de los mejores agentes de la Noche que quedaban con vida, pero su conducta un tanto errática siempre había levantado sospechas. Valens jamás había dejado de servir a Lucian Auren, su esposa y su hijo, pero lo había hecho de una forma tan extraña que no era de sorprender que gente como Loder Hexet no confiase en él. Incluso a la propia Diana le costaba entender en qué pensaba su padre...
Y más ahora que parecía haber regresado de entre los muertos. Diana cogió aire, manteniendo a raya el nerviosismo, y asintió con lentitud. Ante ella, el mensajero seguía totalmente empequeñecido, probablemente preguntándose si saldría con vida de aquel despacho.
—¿De veras te envía Luther Valens?
—Así es.
—¿Y para qué?
—Quería que le transmitiera un mensaje.
—¿Cuál?
El joven sacó de su chaqueta un dispositivo móvil de aspecto primitivo.
—El señor Kolwitz ya lo ha chequeado... —dijo tímidamente, y se lo tendió—. Con que apoye el dedo índice sobre la pantalla bastará para que el sensor detecte su huella. Una vez lo haga, se activará automáticamente un canal de comunicación directo con el terminal del señor Valens...
—A ver, a ver... —respondió ella con cierta sorpresa. Se acercó a él y cogió el dispositivo para echarle un rápido vistazo. Aunque a simple vista le había parecido bastante simple, lo cierto era que se trataba de tecnología talosiana, con lo que ello conllevaba—. ¿Intentas decirme que mi padre te ha mandado a la otra punta de Gea para que me entregues esto?
El mensajero se encogió de hombros.
—Bueno... se podría decir que sí.
—Ya. —Diana dejó escapar un suspiro—. De acuerdo, puedes retirarte. Gracias.
Obediente, el joven abandonó la estancia sin saber qué tal y como había sospechado, no iba a salir con vida de aquel castillo. Diana no podía permitirlo. Aunque su padre y ella llevasen años sin tener relación, la posibilidad de que aquel joven pudiese traicionarle era motivo más que suficiente para acabar con su vida.
¿Sería por ello por lo que el senescal estaba tan contento? Teniendo en cuenta su placer por la sangre, era probable.
Pero la vida del mensajero no era lo que ahora preocupaba a Diana. La Reina de la Noche apoyó el dedo en la pantalla, tal y como le había indicado el albiano, y aguardó unos segundos a que ésta se tiñese de blanco. Acto seguido, el pequeño altavoz empezó a emitir pitidos conforme estaba intentando entrar en contacto con el terminal de Luther. Diana se apoyó el teléfono en la oreja, tomó asiento en el borde de la mesa y, cada vez más impaciente, aguardó a que finalmente su padre respondiese.
—Diana —escuchó al fin.
Y escuchar su voz le bastó para que Diana sintiese que algo se rompía en su interior. Alzó la mirada hacia el techo, agradecida porque nadie pudiese ver el sospechoso brillo de sus ojos, y tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta.
—Luther... cuanto tiempo.
—Bastante, sí. He oído lo de tu agente, me he asegurado de que llegase a Meridian con vida. Había ciertos intereses por que sufriese un accidente mortal.
No le sorprendió. De hecho, lo realmente sorprendente era que Lira hubiese logrado salir con vida de su detención. Por suerte, a pesar de todo, Diana seguía teniendo muchos amigos en los que poder confiar, incluido el propio Leif.
—El voivoda ha intermediado.
—Lo ha hecho, sí —admitió Luther—, al igual que ha provocado esta situación. Supongo que no hace falta que te recuerde que no se debe pactar con el demonio.
—La advertencia llega unos cuantos años tarde, ¿no te parece?
Al otro lado de la línea se hizo un tenso silencio que Diana aprovechó para secarse la única lágrima que resbalaba por su mejilla. La Reina de la Noche cogió aire, sintiéndose fuerte al poder controlar el arrebato inicial, y se puso en pie.
—¿Qué quieres, padre? ¿A qué viene esto?
—Las cosas se están complicando, Diana. Desconozco hasta qué punto eres consciente de ello, pero Kerensky es peligroso: deberías alejarte de él.
—¿Alejarme? —Diana puso los ojos en blanco—. Ahora este es mi lugar, padre. Y sí, es peligroso, pero no más que tu emperador o que Vespasian. Kerensky me tendió la mano cuando todos me dieron la espalda.
—Yo jamás te di la espalda.
—No, claro: tú simplemente desapareciste.
Más silencio. Entre ellos no había habido una gran comunicación nunca, al menos desde que alcanzase la edad adulta, pero el poco contacto que había habido se había esfumado en el momento en el que Diana se había visto obligada a unirse a Volkovia tras ser apresada por Hexet. A partir de entonces, apenas habían tenido contacto hasta el punto de acabar rompiendo la relación prácticamente por completo. Una auténtica lástima a su modo de ver, pues negaría si dijese que no adoraba a su padre, pero necesario teniendo en cuenta sus lealtades.
—Hay un lugar en el norte el norte de Ballaster, cerca de la frontera con Talos, donde podrías empezar de cero —prosiguió—. Dispongo de una vivienda en la que podrías instalarte. Si te comprometieras a no abandonarla bajo ningún concepto, te permitirían quedarte en el país. Su Majestad...
—¿Has pedido al Nuevo Imperio clemencia para mí?
—No, se la he pedido a la Emperatriz, la única que te guarda aún cierto afecto, y ha aceptado. Pero no será gratis: a cambio...
Diana parpadeó con incredulidad.
—¿Y quién demonios te ha dicho que quiero volver? —interrumpió Diana con rabia—. ¿¡De dónde sacas que no quiera quedarme aquí!? ¡Aquí soy alguien, padre! ¡Aquí me respetan! ¡El voivoda...!
—El voivoda te utiliza —sentenció Luther con frialdad—. Y cuando dejes de ser útil, se deshará de ti.
—¡¡Eso no es cierto!!
—Lo es, y lo sabes. —Luther hizo un último alto—. Piénsatelo.
Y sin más, colgó.
Y tal y como él colgó, Diana estrelló el dispositivo contra la pared.
—¿Un mal día, mi señora?
Hans Seidel y la unidad de los Cuervos de Hierro que le habían acompañado regresaron con el amanecer. Diana no los escuchó llegar, pues para ese entonces se había quedado dormida en su dormitorio, agotada tras tantas emociones, pero el suyo fue el primer rostro que vio al despertar horas después. La Reina de la Noche había pedido que nadie la molestase durante el desayuno, que quería estar sola, pero el capitán de la guardia tenía motivos más que suficientes para atreverse a retar su orden.
—Antes de que me fulmine con la mirada... —prosiguió Hans, adentrándose en la sala con un sobre entre manos. Acudió a su encuentro en la mesa y lo depositó sobre su plato vacío—. Será solo un minuto: ha llegado algo para usted.
—¿Te digo por dónde te puedes meter el sobre, Seidel? —replicó Diana con frialdad, con los ojos encendidos de rabia.
Aquella mañana estaba especialmente furiosa después de lo ocurrido en las últimas horas. Tanto que incluso tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para no echar a Seidel a gritos. Por suerte, el capitán ya estaba acostumbrada a su mal carácter, por lo que no le prestó atención alguna a su mala cara. En lugar de ello se limitó a saludar con un ligero ademán de cabeza y situarse a su lado, a la espera de que abriese la carta.
—Creo que es importante —dijo al ver el poco interés de su señora en el sobre—. Debería abrirlo, mi señora.
—Ya tengo el cupo de malas noticias lleno —sentenció de mala gana—, no, gracias.
—Diana, hágame caso, le va a gustar...
Guiada por la curiosidad, Diana volvió la vista atrás, para mirarle a los ojos.
—¿La has abierto?
—Por supuesto.
—¿Y con qué permiso?
—Forma parte de mi trabajo, mi señora. ¿Y si fuese una carta explosiva? —Seidel negó con la cabeza—. Lo siento, pero jamás arriesgaría la vida de mi Reina de la Noche... sin usted esto no sería lo mismo.
Seidel acompañó a sus palabras de una sonrisa ante la que Diana no pudo más que reír. En el fondo, aquel hombre le caía bien.
—No me hagas la pelota, anda, no te va a servir de nada.
—Soy consciente de ello. Abra la carta: mejorará su mal humor.
Y no se equivocaba. A pesar de sus reticencias, Diana abrió la carta y descubrió que en su interior había mucho más que unas simples líneas procedentes de Albia. En ella su querida Jyn Corven no solo le informaba que próximamente un nuevo miembro se iba a unir a la familia, sino que, para celebrarlo, estaba invitada al próximo encuentro familiar...
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