La última
Ya no hay almas en el claro tras el grito solitario,
la bestia quiebra la noche con aguda melodía,
su canto es la ira palpitando bajo la herida,
golpeando las sienes, acelerando la bravía
y, en sus venas, la danza de la tiranía,
arrasa con la razón y la armonía.
Era esa la voz con la que hiciese justicia,
clamando, hasta el hartazgo de ya no soportarlo:
¡Nunca más!
¡Nunca más!
Tiemblan las manos
casi ajenas, casi extrañas,
aferradas al reflejo de un fantasma,
pues, prometido, fue
¡Era la última vez!
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