Si el último desvelo nos es arrebatado,
no habrá techo sobre la cuna de nuestro mal sueño,
no habrá cobijo en el que se arrullen mis ojos sin velo
eclipsados en las ruinas de un cielo muerto,
no habrá más nada por lo que tengamos que golpearnos el pecho.

Si el último desvelo nos es arrebatado,
saldremos a hondar nuestros cantos
bajo el manto inmaculado que en la noche luce blanco
en el sendero inocente donde los robles aguardan tristes y olvidados
de los males por los que algún humano ha de andar penando.

Si el último desvelo nos es arrebatado,
no habrá, entre tanto daño cantado, hogar para fogones de llanto que a medianoche se apoderan del cuarto
y las llamas que incineraron tus alas
se volverán polvo y suspiros sopranos.

Si el último desvelo nos es arrebatado,
a ritmo de ronda, en rueda redonda,
en rueda desnuda, rodando sin culpa,
me soltaré el vestido, frío de días, frío de lunas,
para que el desamparo sea vuelo en la hechura de la negra cúpula
y nuestros cantos, entre los robles angustiados,
agiten las hojas tiesecitas que mis pies han abrigado.

Si el último deseo de descanso nos es otorgado,
el otoño habrá sido invierno en un terreno ya lejano
del que nunca más han de regresar aquellos huéspedes ingratos
y, bajo las huérfanas estrellas y la tibia brisa,
se derretirá la sal de las heridas,
alimentando el suelo muerto que nos habita.

Si el último deseo de descanso nos es otorgado,
saldremos al prado como bravíos alborotados alabando las rosas nebulosas del espacio
y los vaivenes del universo vibrarán en todos estos versos,
ahondaran nuestras ásperas gargantas
impulsando nuestros cantos
más allá del manto inmaculado,
que en la noche luce blanco.

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