Has venido a galope,
contra el Zonda y la montaña,
con el mismo puñal,
convencido,
que matarme es la salida,
que morirme es mi destino.

Ente de los sueños,
esperé entre nostalgia 
y todo lo que me duele,
bajo el filo de la guillotina,
la brisa de la muerte.

Y aquí me tienes,
dejándote que trepes
la confianza hecha pedazos,
para que arrastres y devores
lo mucho que he ocultado.

Te entregué sin peros, en bandeja,
las manos tendidas,
las muñecas,
mi espalda,
mi cabeza.

Que no vea, piedad, nacer en tus pupilas,
desgarra mi carne,
quita el instrumento derrotado
y rellena el hueco con madera,
lista para la hoguera.

Sutura lo que queda
y corta el nervio rojo,
ese que trenzo y nos enreda,
en el llano lamento
de las culpas que nos pesan.

En este ocaso caerá,
como telón de falsa primavera,
el deshojar de las rosas prematuras
que abundan y abonan nuestra fosa,
en la penumbra.

Y antes de irte volando,
cuervo de tinta,
prueba parte de mi tierra,
que mi sangre es la cura
de la enfermedad que nos atormenta.

Te quiero vivo y cantor,
aunque aborrezco tu mal agüero,
es que el recuerdo es una droga,
de autoengaño y escenas,
que no deja soltar
lo que, muerto, ya está.