A mi querido amigo:

He recibido tu carta (¿quién manda correspondencia en papel por estos años? Delatas tu edad, amigo mío) y he de admitir que me sorprendió saber de ti luego de tanto tiempo. Para honrar la vieja usanza, decidí responder tu mensaje como cuando éramos jóvenes (en realidad, deseo que quemes esta carta luego de leerla. Lo que verás a continuación, debe quedar entre nosotros). Creí que la vejez y la mala memoria te habrían hecho olvidar los buenos años que pasamos juntos en la escuela. Siempre te tuve en alta estima y tengo que admitir (aprovechando el momento) que nunca conocí a un hombre tan brillante y ocurrente como lo fuiste tú. Por eso, me alegra que te hayas acordado de mí (aun si tus intenciones son egoístas, como era usual).

Espero que aún reste algo de la amable persona que conocí años atrás, quiero pensar que no solo me estás contactando por el caprichoso deseo de ver tu obra publicada en todas las librerías. Soy más que una fuente de ideas (aunque tengo la seguridad de que para ti nunca fui más que eso). Estoy enterado de quién eres en realidad, estuve atento a tu trayectoria todo este tiempo. Has cumplido tu sueño de ser un gran escritor, aunque bajo un seudónimo que te protege del ojo público. Mis más sinceras felicitaciones, me alegra mucho que hayas logrado tu sueño, aunque he de admitir que no me has impresionado.

Ahora, yendo al grano y al motivo de nuestro pequeño reencuentro, me intriga bastante que preguntes por ese caso. ¿Acaso no lo recuerdas? Tú estuviste ahí, me acompañaste y aconsejaste mientras dudaba y me rompía la cabeza buscando respuestas. Tal vez la memoria y los malos hábitos sí te han oxidado, pero, si esto te sirve para publicar un éxito más, con mucho gusto te contaré detalles de la historia que ni siquiera el comisario supo en su momento.