Día Quince: Noche
En el rincón de sus apeñuscados aposentos donde el frío se atrevía a desafiar el calor del fuego, Neme se encontraba enfrascada en su habitual batalla de ingenio contra sus propios pensamientos. El fuego, en un esfuerzo patético por combatir el frío, proyectaba sombras que danzaban al ritmo de la incertidumbre de Neme, como si los espíritus del pasado se burlaran de su dilema. Después de un intercambio de palabras más intenso que el fuego con Chiaza, este había optado por el noble arte del silencio, evitando así que las Zyraquens decidieran que Neme era más útil en el exilio. Sin embargo, la duda seguía siendo una compañera persistente, tan intrusiva como una suegra entrometida.
—No pienso darles el gusto de traicionarme otra vez —murmuró Neme, con los puños tan apretados que casi podía oírse el crujir de sus propios huesos.
La traición de su exesposo, Chaquense-Huayran, seguía doliendo como una herida abierta. Recordó el día en que le confió el futuro de su hija, suplicándole que la enviara lejos para protegerla del invierno. En lugar de eso, la entregó a las Zyraquens, quienes, con su arrogancia habitual, decidieron separarlas. Desde entonces, la desconfianza se había convertido en su segunda piel. Cada encuentro con un hombre era una prueba para su armadura emocional.
La idea de escapar se colaba en su mente con la sutileza de un oso polar en una tienda de porcelana. ¿Debería huir y tomar las riendas de su destino? Se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, mirando por la ventana.
Pero había algo en Chiaza que la hacía dudar, algo que lograba hacer mella en sus defensas.
—Los hombres y sus curiosidades, siempre metiendo las narices donde no les llaman —pensó Neme, observando el fuego que parecía reírse de su situación.
El calor del hogar era un agradable contraste con el frío que intentaba colarse sin invitación. Se envolvió más en su manta, buscando el consuelo de su abrazo cálido mientras las dudas la acosaban sin piedad.
Aunque su mente tejía planes de fuga, su mirada se desviaba hacia la puerta cerrada de su habitación, donde la presencia de Chiaza era como una promesa hecha con los dedos cruzados. ¿Por qué no había roto el acuerdo? ¿Por qué las Zyraquens no habían venido a castigarla por su traición? Las respuestas, esquivas y juguetonas, se perdían entre el humo y las sombras.
Impaciente, Neme se levantó del sillón y caminó hacia la ventana, apartando las cortinas con un movimiento brusco. La luz de la luna inundó la habitación, revelando el paisaje helado más allá de los cristales. Pensó en su hija, en su seguridad y en su futuro.
Le gustaría ayudar a Chiaza, si eso significara la seguridad de su hija. Pero confiar en las Zyraquens era como esperar que un lobo de cristal perdonara a su presa. Seis meses para encontrar resultados era una misión tan factible como encontrar una aguja en un pajar, considerando que habían pasado quinientos años del último ciclo, y antes de eso quien sabía cuántos milenios. Ayudar a Chiaza no era una garantía de nada.
—Quizás debería tomar a Suani y desaparecer en la noche, como un ladrón con buen corazón —pensó Neme, con un suspiro que llevaba el peso de mil decisiones.
¿Funcionaría? No estaba segura, especialmente si su hija decidiera quedarse. Después de todo, era una aprendiz de Zyraquen, y quién sabe qué ideas le habrían metido en la cabeza a su preciada niña.
Entonces, un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Se giró rápidamente, su corazón latiendo como un tambor de guerra. El silencio que siguió fue más sutil y delicado que el susurro de una flauta, esperando la próxima nota. Era la primera vez, desde su encierro, que alguien se atrevía a interrumpir su soledad.
La puerta de los aposentos de Neme se abrió con un gemido lastimero, como si las bisagras oxidadas lloraran por el peso de los secretos que guardaban. Antes de que pudiera reaccionar, Chyquy, la presuntuosa Quexuana, entró con pasos medidos que resonaban en el silencio, su presencia imponiendo una reverencia inmutable. A su lado, Ytsarua, la segunda al mando avanzaba con la gracia vigilante de un lobo de cristal en su territorio.
El aire se llenó con el aroma de algodón y el sutil perfume de las flores silvestres que adornaban sus ropajes, un contraste marcado con el olor a humedad que emanaba de las paredes. Las sombras de las llamas bailaban sobre las paredes, proyectando figuras que parecían susurrar y conspirar con cada movimiento de las visitantes.
—Me dicen que no has progresado nada en los siete días que has pasado aquí—dijo Chyquy, con una voz que era un eco de autoridad que no necesitaba alzar el tono para ser escuchada—. Y aquí te encuentras, encerrada en tu inacción.
Neme no se irguió como una Quexuana ni siquiera como lo hacían los soldados. Simplemente se sentó en el suelo, obligándolas a bajar la mirada. Sonrió al ver el rostro enrojecido de Ytsarua. Este movimiento inesperado sorprendió a las Zyraquens, quienes intercambiaron miradas de desconcierto.
—El viento puede ser atrapado, si uno sabe cómo hacerlo —replicó con firmeza—. El trato con Chiaza sigue en pie, y no permitiré que lo olviden.
Chyquy adoptó una mirada condescendiente, como si estuviera tratando con una niña terca.
—Es sorprendente que hayas decidido trabajar con Chiaza, un hombre. Siempre pensé que las mujeres eran más cuerdas para este tipo de asuntos —comentó, su voz cargada de sarcasmo.
Neme apretó los puños con fuerza, pero mantuvo la compostura ante el desprecio evidente en las palabras de Chyquy.
—¿Ahora vienes a mí con el propósito de desprestigiar a tu propio hijo? —bufó Neme, su tono impregnado de desdén—. ¿Y tú eres la Quexuana?
El ambiente se tensó con la confrontación entre las dos mujeres. Chyquy, con su mirada gélida, no mostraba signos de ceder terreno.
—No se trata de desprestigiar a nadie, Neme. Se trata de la realidad. No has mostrado interés en la propuesta de Chiaza y sabes que seguir adelante con esta empresa es una locura —respondió Chyquy con calma, pero con una determinación implacable.
La furia ardía en los ojos de Neme, pero también había una chispa de duda que comenzaba a abrirse camino en su interior. ¿Estaba haciendo lo correcto al desafiar a las Zyraquens? No sabía hasta donde llegaba su «libertad».
Ytsarua observó la escena con ojos que destilaban una mezcla de desdén y curiosidad. Su juventud no le restaba ni un ápice de la severidad que su posición demandaba.
—Chiaza es un idealista, y tú, Neme, una soñadora —intervino Ytsarua, su tono era el de quien ha visto demasiados sueños desvanecerse en la nada—. La aprendiz de Zyraquen Suani no ha mostrado interés en reunirse contigo. ¿No es eso prueba suficiente de que tus esfuerzos son vanos?
Neme sintió cómo la duda intentaba abrirse paso entre las grietas de su determinación, pero la aplastó con la fuerza de su voluntad.
—Mi hija sabe lo que hace. No necesito la aprobación de nadie para saber que lo que estoy haciendo es lo correcto—dijo, su voz era un murmullo que llevaba la promesa de tormentas futuras.
—Neme, debes entender que Chiaza es un hombre terco. Si no puedes convencerlo de abandonar este proyecto, solo te estás hundiendo más en tu propia obstinación —añadió Ytsarua con una voz firme—. Y lo hundirás a él mucho más de lo que crees, los hombres comienzan a desconfiar de él.
Neme frunció el ceño y se dirigió a la ventana, observando el paisaje helado. La duda se transformó en una sombra oscura que se apoderó de ella, sofocando su determinación. Sabía que estaba luchando una batalla perdida, pero solo necesitaba tiempo para idear un plan para sacar a su hija de Zuazaor.
Chyquy, con su mirada fría como la piedra, se acercó a Neme.
—Te doy un consejo, Neme-Sinlin-Desclán-Terranulo, que no es un mandato. Convence a Chiaza de abandonar su locura antes de que ambos se ridiculicen aún más o que consigas socavar aún más su estatus entre el pueblo. O emplea todos tus esfuerzos en que el proyecto fracase. Quizás podamos llegar a otro acuerdo. Pero ten en cuenta que el trato solo seguirá vigente si consigues resultados —advirtió con severidad.
Las palabras de Chyquy colgaron en el aire, pesadas como una sentencia aún no pronunciada. Se retiraron con la misma solemnidad con la que habían llegado, dejando tras de sí un rastro de dudas y preguntas sin respuesta.
Ytsarua, antes de seguir a su líder, se volvió hacia Neme y le dedicó una última mirada, una que llevaba la burla de quien se sabe en posición de poder.
—Quizás hubiera sido mejor para ti aceptar el abrazo del invierno —dijo con una sonrisa cruel—. Al menos el hielo no pretende ser otra cosa que no es.
La puerta se cerró con un golpe seco, y Neme se quedó sola, envuelta en el calor de su manta y el frío de sus pensamientos. El fuego seguía ardiendo, indiferente a las pasiones humanas, mientras las sombras continuaban su danza macabra, celebrando la incertidumbre de un destino aún no escrito. Neme poso una mano sobre el cristal, su silueta recortada contra el paisaje nocturno. Abrió la ventana y dejó que el viento frío de las montañas la envolviera.
—Por mi hija, haré lo que sea necesario.
Mientras la luz de la luna se filtraba a través de la ventana, bañando la habitación en un resplandor plateado, una nueva determinación se encendió en los ojos de Neme. No se dejaría manipular por las Zyraquens. No haría lo que ellas querían.
Cerró la ventana con un golpe decidido y se giró, observando la habitación como si buscara aliados en las sombras. La promesa hecha al viento llevaba consigo un doble filo, uno que solo ella conocía.
—No seré un peón en su juego —murmuró, su voz apenas audible sobre el crujir de las brasas moribundas.
Unos momentos más tarde volvieron a llamar a la puerta. ¿Dos veces un mismo día? ¿Quién podía ser ahora? Neme se preparó para que entrar nuevamente sin pedir permiso.
Un segundo golpe sonó, más insistente.
—¿Puedo entrar? —preguntó una voz que conocía demasiado bien.
El corazón de Neme se aceleró. ¡Era el capitán de los soldados del clan Suébica, el guardia personal de Chiaza! Las alarmas se dispararon en su mente. Se levantó rápidamente y miró a su alrededor, buscando desesperadamente una salida. Pero no había ninguna. La ventana era una trampa mortal y los Ubidanzugá la dejaban tan indefensa como un ciervo escarchado en una cacería.
—Adelante —dijo Neme, con la voz tan fría como el hielo que cubría el mundo fuera de su ventana, en una perfecta imitación de la soberbia Zyraquen.
Yesca, ese monumento a la testosterona con patas, entró con la solemnidad de un sacerdote en un funeral. Neme lo recibió con una mirada que destilaba un desdén tan puro que podría haberlo petrificado en el acto.
—¿Qué viento te trae por aquí? —preguntó Neme, su voz era una mezcla perfecta de aburrimiento y sospecha, en un intento por ocultar los nervios que creían en su interior.
Yesca parecía visiblemente agitado, como si llevara una carga demasiado pesada sobre sus hombros.
—Neme, por la Deidad Inmortal, ven. Chiaza te necesita —balbuceó Yesca, con una urgencia que rozaba lo cómico.
¿El capitán de la guardia balbuceando? ¡Era ridículo! ¿Qué treta estaba planeado? Pero... Neme frunció el ceño, una serpiente de ansiedad se deslizaba por su espina dorsal. La había llamado por su nombre, sin los habituales epítetos despectivos. Qué conmovedor.
—Oh, ¿así que el magnánimo Chiaza requiere de mis humildes servicios y no puede dignarse a pedirlo en persona? ¿Qué mazmorra me tienes preparada? —replicó Neme, mientras se levantaba de su asiento y caminaba hacia Yesca, su sarcasmo tan afilado que podría haber cortado el aire.
Yesca, con el ceño tan fruncido que parecía un acantilado, mantuvo su compostura como un faro en medio de una tormenta.
—Te lo suplico, confía en mí. Chiaza está en problemas, y solo tú puedes ayudarlo —explicó Yesca, intentando que su sinceridad atravesara la coraza de cinismo de Neme—. No entiendo sus planes. ¡Vientos! Apenas comprendo lo que dice, pero su desesperación es palpable. Te necesita.
Neme se mantuvo impasible, sus dedos tamborileaban un ritmo de impaciencia sobre la mesa, pero no dijo palabra.
—Solo te pido que vengas y veas por ti misma. Sé que no confías en mí, ni en Chiaza, pero dame la oportunidad de mostrarte lo que intenta hacer —Yesca habló con una mezcla de angustia y determinación—. Dame esa chance de persuadirte. Mi amigo está en apuros, y yo no tengo cómo ayudarlo. No llevaré ningún Ubidanzugá, si así lo prefieres, te lo prometo.
Neme vaciló, la urgencia de la situación era un viento que soplaba con la fuerza de un huracán. Si iba con él, tendría acceso a la energía natural de nuevo. Libertad.
«Han jugado contigo antes», pensó, su mente un laberinto de traiciones pasadas.
¿Sería esto otro engaño para entregarla a las Zyraquens?
«Ellas vendrían directamente, no necesitan trucos», razonó con la lógica fría de quien ha sido quemado una vez demasiadas.
—Está bien, iré contigo. Pero si intentas traicionarme, si llevas uno de esos malditos Ubidanzugá, no dudaré en convertirte en mi enemigo —advirtió Neme, su tono era tan helado que podría haber congelado el fuego de la chimenea.
Yesca frunció el ceño, y por un instante, el líder de la guardia se materializó ante ella. Alto, imponente, inquebrantable.
—Ningún guardián de Huaryan faltaría a su palabra —dijo, y luego se giró hacia la salida—. Sígueme.
Neme tomó un último vistazo a la habitación antes de seguir a Yesca, sus pasos firmes resonando en el corredor. Los tapices y las lámparas colgantes eran testigos silenciosos de su paso. A medida que se alejaban del Ubidanzugá, Neme sentía cómo una parte de ella despertaba de un largo sueño. La energía natural pulsaba a su alrededor, ubicada en todas partes, como el aire que respiraba, pura y poderosa, y aunque deseaba sumergirse en ella, se contuvo, manteniendo su guardia alta junto a Yesca.
Mientras se adentraban en la quietud del palacio, Neme percibía cómo el bullicio habitual se desvanecía, dejando un silencio que casi podía tocarse. Llegaron a una sala que parecía más un santuario de la ciencia que un rincón de Zuazaor. La puerta, entreabierta como por invitación al misterio, revelaba a Chiaza-Huaryan, absorto en su labor, con la mano sobre una losa y la mirada perdida en el fuego de la chimenea.
Neme estuvo a punto de decir algo, pero Yesca se llevó una mano a los labios, exigiéndole silencio. Con un suspiro de resignación, Neme obedeció, aunque una chispa de impaciencia brilló en sus ojos. ¿Qué era tan importante? Observó, aguzando la vista. Sugunquy. Ah, las marcas iridiscentes en la piel de Chiaza brillaban con un dorado potente. La ingenuidad de los hombres, siempre jugando con fuerzas que no entendían.
El aire cálido de la habitación la hizo sobresaltarse brevemente.
«Está usando el Sugunquy para calentar la habitación», pensó Neme, aunque la idea le parecía tan imprudente como intentar domar un huracán.
Claro, él estaba consumiendo una cantidad peligrosa de energía natural. Ningún poder podía usarse con tanta imprudencia sin que el usuario fuera consumido por él. Pero claro, ¿qué podía esperar de un hombre?
Chiaza parecía ajeno a la presencia de Neme y Yesca, lo que lo hacía aún más patético.
—Chiaza está solo y desesperado por encontrar una solución para detener el implacable avance del invierno. Parece que está experimentando con algo que llama «conducción de calor para transferir y almacenar energía térmica». No entiendo del todo el proceso, pero parece ser importante —susurró Yesca con seriedad.
Neme asintió, una sonrisa irónica curvando sus labios. Se levantó y comenzó a caminar lentamente por la habitación, observando con atención la actividad de Chiaza. Sus ojos se posaron en la chimenea, donde las llamas crepitaban y lanzaban destellos naranjas y dorados. Claro, el hombrecito estaba utilizando el calor de esas llamas, canalizándolo hacia la losa. Aunque Neme no era una experta en las complejidades de la energía térmica, comprendió que Chiaza estaba teniendo dificultades. No era sorprendente.
La temperatura en la habitación fluctuaba, mostrando signos de descenso continuo a medida que Chiaza canalizaba más poder hacia su experimento. Sí, estaba agotado, lo cual explicaba la inestabilidad. Aun así, sus gestos reflejaban una concentración intensa y, al mismo tiempo, una preocupación palpable. Qué conmovedor.
La mente de Neme trabajaba rápidamente, conectando los puntos entre la teoría y la práctica que presenciaba. Si Chiaza no lograba estabilizar el almacenamiento de energía térmica, sus esfuerzos podrían desvanecerse en el aire, dejando solo un rastro de intentos fallidos. Qué típico.
—¿Por qué lo hace? —susurró Neme, intentando mantener la compostura.
Yesca no respondió de inmediato.
—Siempre se ha preocupado por salvar a su pueblo.
Neme frunció los labios y se acercó a una mesa, recogiendo un pequeño objeto y girándolo entre sus dedos. Había escuchado ese discurso demasiadas veces por parte de las Zyraquens. ¿Qué habían hecho ellas por detener el invierno? Promesas vacías. Pero aquel hombre había insistido, había rogado a las Zyraquens que le permitieran trabajar con una mujer y cuando Neme discutió con él, siguió intentándolo.
Todo lo que había dicho he insistido hasta el momento era sincero; aquel hombre, realmente buscaba una manera de salvar al mundo. Aunque, francamente, lo dudaba.
¿De verdad lo dudaba? Las Zyraquens también le habían pedido que convenciera a Chiaza de detenerse, de que lo hiciera fracasar. ¿Y si en verdad querían que se enojara y ayudará a aquel repulsivo hombre? Pero no, las Zyraquens nunca mentían.
Era lo mismo que hacían con ella, socavarla cada vez que podían. Pero con Chiaza era distinto, buscaban impedirle hacer cualquier cosa que tuviera que ver con el futuro el pueblo.
Neme apretó la mandíbula.
Avanzó con cautela, cada paso resonando suavemente contra el frío mármol del suelo. De manera casi inadvertida, se halló en el núcleo de la sala, abriéndose al Quillazca. La energía la envolvió, semejante a la sensación de zambullirse en un lago sagrado, absorbiendo su esencia vital. Se tomó un momento para inhalar, sintiendo una serenidad profunda colmarla, tan delicada y refrescante como la brisa de la primavera. Las marcas iridiscentes de su piel brillaron con un fulgor azulado, radiante y etéreo.
Aunque el Sugunquy le era invisible y su conocimiento sobre él limitado —como a todas las mujeres de su pueblo—, Neme comprendió la labor de Chiaza-Huaryan. Él luchaba por transferir el calor de la chimenea a la losa, pero se enfrentaba a un dilema: la losa rechazaba el calor, y la chimenea se aferraba a su ardiente esencia. Neme intuyó que, si Chiaza soltaba el Sugunquy, el experimento se desvanecería en el aire. Un esfuerzo patético, realmente.
Pero se trataba de un esfuerzo que nunca había visto en un hombre.
Con una armonía nacida de su conexión con el mundo espiritual, Neme entrelazó el fuego con la tierra, observando las sutiles partículas espirituales que danzaban alrededor. Guió al fuego hacia la piedra y a la tierra hacia las llamas.
«Sean uno», solicitó con dulzura, como quien pide un favor a un espíritu travieso.
Al comienzo, el fuego se mostró reticente; no quería renunciar a su libertad, a su danza entre las corrientes de aire, a su naturaleza efímera y ardiente. La losa, por otro lado, resistía con la obstinación de lo eterno, deseosa de mantener su fría y sólida existencia. Fue entonces cuando Neme, con una sabiduría que superaba los límites de lo conocido, le extendió una invitación al cambio. Invocando el Quillazca con una profundidad que nunca había explorado, les reveló la posibilidad de una transformación.
Aunque al principio se mostraron reacios, la intervención de Chiaza con el Sugunquy fue la llave que abrió la puerta al entendimiento. Neme no necesitó esforzarse en explicar la naturaleza del cambio; la demostración de Chiaza era elocuente por sí misma con la guía del Sugunquy. Con la guía del Quillazca, Neme persuadió al fuego para que continuara su ardiente existencia en unión con la losa, y a la losa para que aceptara el calor sin perder su esencia de piedra.
Finalmente, se rindieron al cambio.
Ambos cedieron ante la visión que Neme les ofrecía: una coexistencia, una simbiosis enriquecedora que prometía nuevas experiencias. Con un acto de voluntad pura, Neme tejó la energía espiritual, fusionando fuego y piedra en una unión eterna. En su nueva realidad, siempre serían dos entidades en una, nunca más solo fuego o solo piedra.
Y así, el milagro se manifestó.
Chiaza pegó un respingo, levantándose y dirigiendo su vista hacia la entrada, y las marcas iridiscentes desaparecieron, al igual que las de Neme, pero el calor permaneció inmutable.
—Enlacé al fuego y a la losa para que aceptaran el cambio que les ofrecías —dijo Neme, fuerte, como cuando era una Zyraquens y necesitaba que su voz resonara por la habitación—. Lo que planeas no funcionará de esta manera. El problema radica en el material utilizado; una losa quizá no sea el material más eficiente para mantener la estabilidad al transferir calor.
Chiaza la observó con una expresión incrédula y defensiva. Qué sorpresa.
—Estoy usando granito y pizarra como conductores térmicos. Es el material predominante en Zuazaor, en el palacio. Cuando caiga el invierno, quizá no haya muchas más opciones que estas. La piedra debía absorber y retener el calor de manera eficiente, manteniendo una temperatura constante sin fluctuaciones bruscas. Aunque no lo suficiente... —respondió Chiaza, acompañando sus palabras con una mueca.
Se interrumpió, sus ojos se posaron en un cuaderno desgastado sobre la mesa. Se levantó y comenzó a garabatear anotaciones frenéticamente.
—Necesito un mejor conductor, pero aún no sé cuál. Hay varios candidatos, pero deben ser tan manejables como el granito y la pizarra.
Piedra y Pizarra, aunque lo parecía, de hecho, no era una mala idea. Neme reflexionó por un momento, paseándose por la habitación mientras trataba de recordar alternativas viables. Había estudiado algo al respecto, aunque claro, su área de especialización no era esta.
—Podrías considerar utilizar cobre. Es un excelente conductor térmico y podría ayudarte a mantener una transferencia más estable en la energía —sugirió Neme, deteniéndose frente a Chiaza y cruzando los brazos.
—El cobre... Tienes razón. ¿Cómo no lo pensé antes? Puede resistir altas temperaturas, además es maleable y fácil de trabajar —entonces Chiaza se detuvo un momento—. ¿Y de dónde sacaríamos cobre para cubrir el palacio si es necesario o limitarlo como accesorio para cada persona? Todo el cobre está destinado para los soldados...
—¿Y crees que en épocas de invierno harán falta soldados? —dijo Neme con aire victorioso—. Podríamos fundir sus armaduras o incluso trabajar con los elementos de cobre del palacio. Imagino que también tienes problemas con la preservación del calor, ¿no? Seguramente durante el invierno las chimeneas no sirvan, y no podamos encender un fuego, a menos que sea con el Sugunquy o el Quillazca. Y no podemos depender de que haya una Zyraquen o un Huaryan todo el tiempo utilizando la energía natural. Morirían debido al cansancio.
» Y lo que hice hoy, no sé si servirá para un proyecto a gran escala. Convencer a un único fuego y a una única losa no es difícil, convencer a todo el palacio es imposible. Ninguna Zyraquen, y duda que cualquier Huaryan, tengan ese poder.
—Al comienzo pensaba experimentar con la transferencia de calor, pero todavía no he pensado en una fuente de calor más controlada y renovable... Pensaba en que quizá hay una manera de usar la energía solar. ¿Es posible?
Neme estuvo a punto de decir algo, pero esta vez simplemente se limitó a sonreír. ¿Era posible aquello? No conocía a nadie que hubiera intentado algo semejante y estaba segura de que con el Quillazca era imposible, o por lo menos, no había encontrado una manera. ¿Pero con el Sugunquy?
—Quien sabe, podría ser una buena propuesta —fue en cambio la respuesta de Neme.
—Yo... —dijo Chiaza y se detuvo un momento, como si aún no procesara lo que estaba escuchando—. Gracias, Neme. Y.... disculpa por mi comportamiento de hace unos días.
Esta vez fue el turno de sorprenderse de Neme. ¿Vulnerabilidad y humanidad en el comportamiento de un Huaryan? Aquello era nuevo para ella. ¿Podía confiar en él? Volvió a mostrar aquel rostro inexpresivo, aún era pronto para decidirlo. Quizá, solo quizá, este hombre no fuera como los demás. Pero solo el tiempo lo diría.
—¿Pero este es tu plan para detener el invierno? —Neme arqueó una ceja, un toque de sarcasmo en su voz—. Podría ser una salida en caso de emergencia, un plan B, quizá. Pero no una solución definitiva.
Chiaza levantó la mirada hacia Neme, su expresión reflejaba determinación y un peso considerable en sus palabras.
«Este hombre siempre tan dramático», pensó Neme.
—No, no lo es. Mi verdadero plan va más allá de simples soluciones temporales. Mi objetivo es romper el ciclo, asegurarme de que Soguapabara nunca vuelva a sufrir por el invierno y los ciclos de destrucción de nuestra civilización. Por eso necesito unir ambas energías naturales.
Neme miró a Yesca y luego volvió a fijar su atención en Chiaza, observando con cautela. Decidió tomar asiento, dejando que el silencio llenara la habitación mientras procesaba la audaz declaración de Chiaza. Finalmente, Neme rompió el silencio con una risa suave, no con malicia esta vez, sino con incredulidad.
—Destruir el ciclo... esto es algo que ni siquiera las Zyraquens se habían planteado. Es como romper el tiempo, es simplemente imposible —dijo Neme, sacudiendo la cabeza, disfrutando de la oportunidad de bajar los humos a este hombre.
Chiaza respondió en un tono serio y decidido, sin dejarse intimidar.
—Podría sonar imposible, pero las Zyraquens nunca pudieron lograrlo porque carecían de algo que yo tengo —dijo Chiaza, mirando directamente a Neme, como si poseyera una verdad universal que ella jamás podría comprender.
Neme levantó la cabeza, confundida por la afirmación de Chiaza.
—¿Y qué es eso que tienes y las Zyraquens no? —preguntó Neme, con una mezcla de escepticismo y curiosidad, preparándose para otra de sus grandiosas revelaciones.
Chiaza sonrió ligeramente antes de responder, con una condescendencia que casi la hizo reír.
—Las mujeres, desafortunadamente, son muy cerradas de mente. Nunca han visto el mundo a través de los ojos de un hombre como yo. Es por eso por lo que los soguapeños han permanecido atrapados en este ciclo interminable durante eras. Nunca tuvieron acceso al Sugunquy ni supieron cómo utilizarlo a su favor —explicó Chiaza, con convicción en sus palabras.
Neme se encontró a sí misma emitiendo una pequeña risa sarcástica.
—Así que me estoy uniendo a un demente—murmuró Neme, pero esta vez su tono reflejaba una ligera aceptación de la situación. Quizás sería entretenido ver a dónde llevaba todo esto.
La sonrisa de Chiaza se amplió un poco mientras respondía.
—Confía en mí, Neme. Juntos, lograremos unir el Sugunquy y el Quillazca —dijo Chiaza con determinación.
Neme se levantó, incapaz de permanecer sentada durante esta conversación, sus pensamientos corriendo tan rápido como sus pasos. El silencio se apoderó del lugar mientras consideraba las palabras de Chiaza. Finalmente, se detuvo y lo miró directamente.
—Siempre que se ha intentado unir el Quillazca y el Sugunquy ha sucedido una desgracia. Aunque me interesaría ser la primera en un descubrimiento de tal envergadura, ¿cómo planeas romper el ciclo con eso? —preguntó Neme, buscando comprender mejor la ambiciosa propuesta de Chiaza.
Chiaza se inclinó ligeramente hacia adelante, como si estuviera compartiendo un secreto.
—Los anteriores intentos de unir ambas energías nunca funcionaron porque las Zyraquens siempre buscaron controlar el poder del Huaryan en lugar de entenderlo y colaborar. Tú sabes mucho sobre el Quillazca, yo sé mucho sobre el Sugunquy. ¡Incluso hoy trabajamos juntos con ellos! Podemos combinar lo mejor de ambos mundos, enseñaremos el uno al otro —explicó Chiaza, con una chispa de emoción en sus ojos.
Neme reflexionó sobre las palabras de Chiaza, procesando la idea de una colaboración tan profunda entre ambos poderes. Chiaza continuó, proyectando confianza en sus palabras.
—No será fácil, pero podemos hacerlo. Necesitamos encontrar un método para comprender el poder del otro y unirlo en uno solo, comprendiendo así la naturaleza que afecta tanto la parte física como la espiritual del mundo. Esto nos permitirá realizar un cambio en ambas partes, alterando la naturaleza del invierno.
—Pero ¿cómo abordaremos los desafíos que surgen con los cambios estacionales tanto a nivel físico como espiritual? El invierno afecta más que solo el clima y la temperatura —exclamó Neme, su voz cargada de seriedad—. Hay fuerzas ancestrales en juego que influyen en el equilibrio de nuestro mundo. ¿Olvidas que el Ciclo surgió por culpa de la Devastación?
Chiaza hizo una pausa, pero la miro con determinación, reconociendo la profundidad de las preocupaciones de Neme.
—Tendremos que encontrar un modo de ocuparnos del mundo físico y espiritual... Tengo unos cuantos planes al respecto. Sea como sea, este tipo de problemas son los que tenemos que solventar... en equipo. Tenemos que comprender los patrones del invierno: necesitamos entender la manera en la que afecta al mundo físico. Tendremos que encontrar un modo adecuado de solventar el desequilibrio de los elementos naturales durante el invierno y un modo unir ambas magias para utilizar todo el poder que tengamos.
» Pero si lo hacemos bien, podremos romper el ciclo, identificando que hace el invierno cíclico para la disminución de energía térmica en Soguapabara, quizá tenga que ver con un desequilibrio por parte con los espíritus o la energía natural. Después de que suceda esto, contrarrestarlo no será ningún problema, después de todo, el invierno no deja de ser un mero cambio climático.
—No lo sé...
—Habrá contratiempos. Lo sé. Pero necesitaremos enfrentar estos desafíos juntos, Neme. No solo como individuos con habilidades únicas, sino como un equipo que comprende las complejidades tanto de la naturaleza como del espíritu. ¿Estás conmigo en esto? —preguntó Chiaza, sus ojos brillando con convicción.
Neme asintió después de un momento de duda.
—Estoy contigo —respondió Neme, aunque con reservas. Este tipo era un demente.
Sin embargo, Neme planteó una última preocupación.
—Necesitaríamos un poder considerable para una acción de esta envergadura. ¿Dónde encontraríamos un Ubidanzugá capaz de amplificar la energía natural? Conozco varios de ellos, pero ninguno tan poderoso para ese propósito —dijo Neme, expresando sus inquietudes.
Chiaza asintió con solemnidad.
—Efectivamente, necesitamos un Ubidanzugá amplificador de energía natural demasiado poderoso. Por eso he planeado algo más —dijo Chiaza, dirigiéndose hacia sus notas—. En todo Edjhra existen las profecías del Olvido, según ellas, un ser conocido como el Destructor o el Forjador llegará y el mundo entrará en caos. Sin embargo, estas profecías también hablan de eventos que ocurrirán antes de su llegada, incluyendo el papel crucial que desempeñará Soguapabara y la desaparición del invierno.
» «En el crepúsculo de los tiempos, cuando la sombra del ocaso cubra la era presente, el gélido abrazo de Soguapabara perdurará, inquebrantable e inmóvil. Solo cuando Ajironará desate su fulgor con el canto del último aliento, el invierno cesará sus vendavales furiosos y la calma retornará a la tierra.» —parafraseo Chiaza.
Neme mostró sorpresa ante esta nueva información.
—Nunca había escuchado esa parte de la profecía —comentó Neme—. Las profecías fueron mi área de estudio durante un tiempo y conozco ninguna profecía que involucre a Ajironará, el cetro de Diane, salvo que el Forjador la empuñará. ¿De dónde las sacaste?
Chiaza continuó, mostrando una determinación inquebrantable.
—Siempre hemos estado limitados a nuestro poco conocimiento por culpa de los ciclos, pero hay quienes nunca se han visto afectados por esto. Aquellos del Calor Exterior —comentó Chiaza, extendiendo una sonrisa atrevida. ¡Hombres! —. Yesca y Nymyxa me ayudaron a reunirme con algunos de ellos y me hablaron sobre las profecías. Estoy seguro de esto, Neme. Las profecías sugieren que su luz brillará por primera vez en siglos en Soguapabara —dijo Chiaza, compartiendo su plan audaz con Neme—. Podemos encontrarlo. El Ubidanzugá amplificador más poderoso de energía natural.
—Pero si encontramos el cetro, ¿sabes cómo hacerlo funcionar con nuestras energías combinadas? —preguntó Neme, buscando más claridad.
Chiaza sonrió, lleno de confianza.
—No lo sé aún, pero sé que necesitaremos tanto el Sugunquy como el Quillazca para desatar el verdadero poder del cetro. Las profecías también mencionan algo de eso. No te preocupes, lo encontraré y haremos que funcione —dijo Chiaza, finalizando su explicación con determinación.
—Definitivamente estás loco.
Y Chiaza rio ante ello.
—Bueno, ¿Cuándo comenzamos? —dijo Neme luego de un suspiro.
FIN DE LA PRIMERA PARTE
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