Día Cinco
La aurora apenas comenzaba a despuntar en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas, cuando Chiaza inició su ronda por las almenas de la muralla de Zuazaor. El viento frío soplaba a través del campo, llevando consigo el aroma de la tierra húmeda y el susurro de las hojas. A pesar del sol radiante que ascendía lentamente, el aire era lo suficientemente gélido como para que el frío se colara a través de su chaqueta.
«Y esta será la temperatura más alta en la que estaremos hasta que llegue el invierno», pensó.
Junto a él, Yesca, su mejor amigo y guardia personal, caminaba con paso firme y seguro. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra de la madrugada, no encontraban ningún fuego encendido en la lejanía. Los demás clanes aún guardaban silencio, y Chiaza esperaba que así continuara, aunque sabía que el encuentro con ellos era inevitable. Y cuando ese día llegara, las pérdidas serían exorbitantes debido a los Huaryan.
Rezaba a la Deidad Inmortal para que las Zyraquens no decidieran unirse al baile de la guerra; eso sería una verdadera pesadilla.
—¿Has notado algún movimiento extraño, Yesca? —preguntó Chiaza.
—Nada por aquí, amigo. Parece que los otros clanes aun duermen.
—Eso es un alivio. Aunque no sé qué prefiero, ¿la calma o la tensión anticipada?
—Siempre es mejor estar preparados. ¿Recuerdas cuando nos encontramos con los Írucha la última vez? —Yesca lanzó una mirada cómplice a Chiaza.
—Cómo olvidarlo. Fue una negociación interesante, por decir lo menos.
Chiaza se ajustó los lentes y apretó la chaqueta contra su cuerpo, intentando resguardarse del frío mientras continuaba la ronda con los centinelas. La piedra de la muralla, testigo de tiempos antiguos, le recordaba la grandeza de sus ancestros. Los miembros del Gran Consejo, Aquellos del Calor Exterior, como los conocía su pueblo, le habían contado sobre la técnica de albañilería de sillería. ¿Cómo habían logrado sus antepasados moldear la piedra de esa manera? En Soguapabara, tal hazaña era desconocida, y ninguna urbe rivalizaba con su esplendor. A pesar de los intentos, solo lograban erigir edificaciones de madera, caña y barro; la piedra, rebelde y esquiva, solo había cedido ante ellos para cimentar los templos de Diane. De aquellos saberes, solo quedaban las leyendas que susurraban los vientos de la Devastación.
Las murallas, sin embargo, jamás habían detenido las luchas por el dominio de Zuazaor.
El centinela que halló, un hombre de estatura modesta de unos casi seis palmos y robusta constitución se resguardaba bajo su capa larga y oscura, con el rostro inclinado hacia el pecho y sus mejillas sonrojadas por el frío. Chiaza se detuvo, contemplando el horizonte que se desplegaba como un mar de verdor y terruño. Al tocar el hombro del guardia, este se enderezó con sobresalto, casi dejando escapar su lanza de bronce de sus manos enguantadas. La capucha se deslizó, revelando por un instante su rostro oscuro con destellos iridiscentes, antes de que, con premura, se cubriese de nuevo y buscase su yelmo descuidado. Chiaza, desprovisto de yelmo y armadura, sabía que el hombre incurría en falta al no portar el yelmo solar.
—¿Todo en orden, amigo? —inquirió Chiaza con una sonrisa alentadora. El soldado, tras un temblor fugaz, se relajó al oír su voz serena—. La ronda de sueños es traicionera, ¿cierto? Pero debemos estar vigilantes, Quyca, los clanes pueden surgir en cualquier momento.
—Lo siento, Chiaza. No estaba durmiendo, solo... estaba algo cansado. Todo está muy tranquilo en el amanecer.
Chiaza, con un gesto de asentimiento, mantuvo su voz vibrante, teñida de una urgencia que no lograba ocultar su nerviosismo latente.
—La tranquilidad puede ser engañosa. Tienes suerte de que te haya encontrado yo y no mi padre, si no te pondrían a limpiar las letrinas—dijo Chiaza con un tono bromista—. Pero no olvides que estamos en tiempos turbulentos, solo falta un año para que llegue el invierno. Mantén tus sentidos alertas y tu lanza lista, amigo mío. Ahora puedes marcharte, soy tu relevo.
El soldado lo miró con una expresión estupefacta, como si no acabará de procesar lo que había dicho.
—¿Usted? Pero escuché que... no quiero sonar mal, pero...
—No te preocupes por eso, ve en paz. Que los vientos de Soguapabara guíen tus pasos y los espíritus ancestrales te protejan.
El soldado, balbuceando una disculpa, extendió su mano hacia el astro rey con la palma hacia afuera y los dedos juntos en un respetuoso saludo, y se alejo con pasos apresurados, bien derecho y espabilado, procurando mantener la sangre fluyendo en sus extremidades. Chiaza hubiera querido ofrecer su auxilio, pero sus poderes no eran propicios para aliviar el frío que aquejaba del hombre, pero el Sugunquy era demasiado riesgoso y ninguna persona quería sufrir el riesgo de una mutilación. Las Zyraquens eran mucho más diestras en tales artes, pero ellas nunca ayudaban a menos que la enfermedad carcomiera a la persona. En cualquier cosa, era mejor no pedirles ayuda a menos que no hubiera otra opción, pues el precio que pedían por sus servicios era algo que pocos estaban dispuestos a pagar; a nadie le gustaba vivir atado a una vida de servicio.
Con la llegada de su nueva... aliada, Chiaza albergaba la esperanza de un cambio.
¿A dónde iría el centinela? No era la primera vez que Chiaza asumía tal papel, dejando a los hombres perplejos, más solo lo hacía con aquellos cuyo agotamiento era palpable. Era difícil encontrar al idóneo, en Zuazaor todos los hombres estaban exhaustos. Aunque aún no se libraba batalla alguna, y deseaba que así continuase, la necesidad de cubrir turnos adicionales para la recolección de recursos era imperante. Los músculos tensos y las mentes embotadas por el frío y la tensión no eran compañeros idóneos para la vigilia.
Chiaza volvió su atención al paisaje que se extendía ante él. La ciudad de Zuazaor comenzaba a despertar; los sonidos de las puertas al abrirse y las voces de los comerciantes preparándose para el día se mezclaban con el canto de los pájaros matutinos. ¿Cuánto tardaría este sonido en desaparecer? La ciudad estaba abarrotada, con al menos veinte mil soldados del clan Suébica, liderado por su padre, donde al menos un tercio de ellos vigilaban constantemente. Con la amenaza de los otros clanes siempre presente, no podían permitirse bajar la guardia.
—¿Por qué te tomas la molestia de ser centinela, Chía? ¿No hay cosas más importantes que hacer? —inquirió Yesca, su aliento escapando en vapor frente a sus labios enguantados—. ¿Las Zyraquens no han aprobado tu plan?
—Es verdad, hay tareas más urgentes que reclaman mi atención —admitió Chiaza, ajustando sus lentes con un gesto reflexivo—. Pero no puedo avanzar en ninguna hasta que las Zyraquens autoricen la liberación de Neme. ¿Sabías que incluso para eso se toman su tiempo y ninguno de nosotros puede intervenir?
Yesca asintió con una expresión sabia, sus marcas doradas resplandeciendo bajo el sol. Pero guardó silencio. Nunca se hablaba mal de las Zyraquens.
—¿Has pensado cómo trabajarás con esa mujer? Seguro has oído las historias —susurró Yesca, como si compartiera un secreto—. Incluso la viste discutir con tu madre. ¿Sabías que una desterrada podría vencer a la Quexuana en una disputa? Su temperamento es... complicado. No será fácil, Chía.
Chiaza le obsequió una sonrisa, más antes que pudiera articular palabra, el silente aire se quebró ante la presencia imponente de Zahíroa. El líder del clan suébica surgió de las sombras del alba, su armadura solar centelleando con los primeros destellos del amanecer. Las pieles que orlaban su estampa se mecían con cada soplido del viento, cual llamaradas de un fuego bravío, y su capa dorada se movía al son de una tonada ancestral. El yelmo, portado bajo el brazo, revelaba su semblante, marcado por líneas iridiscentes que circundaban sus ojos, resplandecientes con luz propia. En su diestra, la lanza se erguía como vástago de su resolución.
Chiaza y Yesca, con las palmas expuestas hacia el astro rey, le brindaron un saludo reverente. Zahíroa correspondió con igual gesto.
«Vaya, esto ha sido más rápido de lo que imaginé.»
—Así que decides tomar el turno del centinela, ¿eh? —dijo el líder del clan, con una presencia tan imponente como las murallas de Zuazaor.
—Oh, no. Solo estaba disfrutando del aire fresco y las vistas. Pero no quería que aquel guardia interrumpiera mis reflexiones sobre el Sugunquy —respondió Chiaza con humor—. Y, por supuesto, pensando en cómo resolver los problemas del mundo.
Zahíroa soltó una carcajada que resonó sobre el viento.
—Siempre has sido un gran soñador, Chía—dijo con una sonrisa indulgente—. Pero no puedo negar que tu mente siempre está llena de ideas brillantes.
—Bueno, alguien tiene que mantener la imaginación viva en tiempos oscuros.
Yesca asintió con una sonrisa, respaldando las palabras de Chiaza.
—Por eso le pedí a Yesca que no se separara de ti, alguien tiene que estar ahí para cuando tu audacia te lleve demasiado lejos.
Chiaza giró hacia su amigo, los ojos abiertos en una expresión de fingido horror.
—¿Demasiado lejos? —exclamó—. Pero si las mejores aventuras comienzan justo en ese punto.
—Y por esa razón es que debo cuidarte para que no cometas más locuras que de costumbre.
Los tres hombres se quedaron en silencio por un momento, observando el paisaje que se extendía ante ellos, vasto e insondable. Chiaza rompió el silencio, su voz llena de curiosidad.
—¿Han avistado algún fuego en el exterior, Zahíroa? —preguntó, escudriñando el horizonte en busca de señales de actividad.
Su padre negó con la cabeza.
—Nada aún —suspiró—. Pero eso no significa que los otros clanes no estén al acecho. La tensión aumenta, y la tormenta empeora las cosas. Estamos alistando un destacamento de exploradores. Necesitamos actuar con prontitud.
Chiaza asintió, procesando las palabras de su padre.
—¿Cuántos clanes están reunidos en Zuazaor en este momento? —preguntó con curiosidad—. ¿Hemos sellado el acuerdo con los Zipán?
El semblante de Zahíroa se tornó sombrío.
—Los Zipán han declinado el acuerdo solar con nosotros, aun cuando les ofertamos el conocimiento sobre el moldeado de las armaduras de bronce, pero las conversaciones aún continúan —repuso con descontento—. Solo cuatro linajes se han agrupado en Zuazaor, incluyendo el nuestro. Mas ello no implica que compartamos un mismo propósito. No soy una Zyraquen, pero hasta yo percibo que todos los caciques y aquellas damas codician el dominio sobre Zuazaor. Y con la venida del invierno, se desatará una contienda por la supremacía.
Chiaza asintió con gravedad.
—Entonces, es por eso por lo que las Zyraquens han encargado a nuestro clan vigilar las murallas y controlar las entradas y salidas —dijo con una comprensión repentina—. Quieren mantener el control sobre los demás clanes, incluso sin participar activamente en sus asuntos.
Zahíroa asintió, su mirada errante en el horizonte lejano.
—Las Zyraquens siempre están maquinando, buscando maneras de controlar la situación sin ensuciarse las manos —murmuró en voz baja—. Y las nuestras son más listas aun que las de los demás clanes, ¿olvidas que tu madre fue quien se convirtió en Quexuana? Sin embargo, es un juego peligroso en el que juegan, hijo mío. Lastimosamente, somos simples peones en su tablero.
Chiaza asintió en silencio, su mente trabajando en las palabras de su padre. Antes de que pudiera articular una réplica, Zahíroa prosiguió, su voz impregnada de una preocupación que reverberaba en el aire.
—Cuatro clanes aún yacen fuera de nuestro pacto —profirió con una solemnidad que pesaba como plomo—. Los que moran más allá de los confines de Zuazaor. La incertidumbre acecha; no sabemos si se unirán a nosotros o nos atacarán.
Chiaza cerró sus puños con determinación, y una chispa de resolución brilló en sus ojos, iluminando su semblante con una luz interna.
—Podremos llegar a un acuerdo —pronunció con una fe inquebrantable.
—¿Cuándo fue la ultima vez que enviamos una comitiva? —dijo Yesca con un tono lleno de urgencia—. Podríamos considerar enviar unos emisarios para negociar con los otros clanes. Tal vez podamos llegar a un acuerdo que beneficie a ambas partes.
Zahíroa negó con un movimiento de cabeza lento y pensativo, su perfil recortado contra la fría roca donde reposaban los rayos del sol.
—Ese no es el punto —dijo con voz grave—. Aunque consigamos llegar a un acuerdo con los otros cuatro clanes, no tenemos recursos suficientes. Llevamos décadas recolectando alimento, medicinas... pero no será suficiente para sobrevivir al invierno y alimentar a los ocho clanes.
Una sensación de urgencia creció en el pecho de Chiaza, un pájaro aleteando contra las barreras de su ser.
—Tal vez la guerra sea lo mejor —murmuró su padre con pesar—. Al menos, significaría menos bocas que alimentar durante el invierno.
Chiaza frunció el ceño, su mente girando en busca de alternativas, su inteligencia desafiando la fatalidad de las palabras de su padre. ¿Era la guerra la única salida? ¿Era ese el destino inexorable de su pueblo? La idea de derramar sangre para garantizar la supervivencia le resultaba tan inquietante como el silencio que precede a la tormenta.
—Pero Chiaza puede intentar otra manera —dijo Yesca con resolución—. Él puede encontrar otra manera.
Los ojos de Chiaza se iluminaron.
—Estuviste en el Consejo de Lunas, padre —dijo Chiaza con cautela, su voz un susurro que luchaba por ordenar el caos de sus pensamientos—. Me viste ahí mientras hablaba con la Quexuana. Hay otra manera, he investigado y he descubierto una manera de salvar a todos los clanes. Las cosas pueden ser diferentes.
Zahíroa se tensó, su cuerpo una estatua de preocupación y dilema. La idea de que un hombre, su hijo, pudiera investigar y buscar la salvación de su pueblo era un concepto que desafiaba las normas, un tabú que se extendía como una sombra sobre su linaje. Suspiró, un sonido que llevaba el peso de generaciones.
—Confío en ti, lo sabes, ¿no? —Zahíroa se giró hacia el horizonte, sus manos unidas a su espalda en un gesto de contemplación y resignación—. He hablado con el clan y las Zyraquens. Estás listo para hacer la prueba de líder de clan cuando llegué el momento. Eres el más hábil en el Sugunquy que se ha visto en años y tu habilidad de liderazgo rivaliza con la de varios caciques.
—El cacique tiene razón, Chiaza —añadió Yesca—. Lo has demostrado una y otra vez, Chía. Tu valentía y astucia nos han sacado de más de un aprieto. No hay nadie mejor preparado para liderar nuestro clan.
Chiaza contuvo la respiración, sintiendo el peso de la responsabilidad descender sobre él como una capa de armadura. La inevitabilidad de su destino lo envolvía, y aunque había intentado evitarlo, sabía que su habilidad lo había marcado para el liderazgo. Después de todo, ser cacique no se definía por linaje, sino por capacidades. Y Chiaza siempre había sido muy hábil. Su rostro mostró un atisbo de desconcierto, una grieta en su armadura de confianza.
—Te lo digo porque... confío en que eres capaz de conseguir lo que... estás proponiendo — continuó Zahíroa, su mirada perdida en la distancia—. Si de verdad crees que hay otra manera, puedes hacerlo. Sin embargo, tienes responsabilidades como hombre y como Huaryan. ¿Sabes cuáles son estas responsabilidades?
Chiaza asintió, su postura erguida y decidida, reconociendo la importancia de su papel.
—Las responsabilidades de los hombres —respondió Chiaza con solemnidad—, son ser guerreros y protectores de la comunidad. Nuestro entrenamiento está enfocado en la guerra, la caza y la defensa contra el invierno, así como la recolección de recursos. Debemos enfocar nuestros esfuerzos en el bien inmediato, asegurando la supervivencia de nuestro pueblo y defendiendo nuestras fronteras de cualquier amenaza que se presente. Y como Huaryan... mi deber es liderar y conseguir que esto sea posible.
Zahíroa asintió, satisfecho con la respuesta de su hijo.
—Exactamente — confirmó con una seriedad que era tanto una bendición como una carga—. Y aunque tu camino puede ser difícil y solitario, siempre tendrás el apoyo de tu clan y de tu familia. Eres un Huaryan, y llevas en ti la fuerza y la sabiduría de nuestros ancestros. Las mujeres y las Zyraquens están enfocadas en el futuro y en la supervivencia de nuestro pueblo, eso es tema de ellas. Confío en que tomarás las mejores decisiones, pero necesito que te centres en los problemas de ahora, no en los del mañana. Las Zyraquens se encargarán de eso.
Chiaza sonrió a su padre, reconociendo su manera de "apoyarlo". No lo juzgaba, ya que él siempre había sido un hombre muy centrado. Chiaza sabía que no solo podía pensar como hombre en los problemas inmediatos, pero esto no se lo dijo a su padre.
—Haré lo mejor para nuestro pueblo como Huaryan que soy — declaró, su voz llevando el peso de su promesa sobre el susurro del viento.
Yesca colocó una mano en el hombro de Chiaza con un gesto reconfortante.
—Ya sabes que tienes todo nuestro apoyo, Chía. Eres el líder que necesitaremos en estos tiempos difíciles.
Zahíroa asintió.
—Pero no remplazaste a uno de mis centinelas solo para llamar mi atención y hablar de asuntos fraternales, ¿Me equivoco? —dijo el cacique.
Chiaza, cuya astucia era tan afilada como la espada que colgaba de su cintura, ensanchó su sonrisa.
—Entonces no veníamos solo a una conversación de padre a hijo —replicó con un tono que destilaba confianza, aunque sus dedos jugueteaban nerviosamente con la punta afilada de su lanza.
—A veces eres difícil de contactar, ¿lo sabías? Esos soldados tuyos siempre me dan largas cuando intento reunirme contigo.
—¿No será porque siempre los distraes con algo y los metes en problemas? —Chiaza elevó una ceja, su sonrisa se amplió aún más, revelando la diversión que le causaba el juego verbal.
La risa de Chiaza resonó entre las piedras de la muralla, una carcajada que llevaba el eco de mil batallas ganadas con ingenio.
—¿Necesitas mi ayuda de nuevo como cuando te ayudé a organizar aquella reunión con Chyquy? —intervino Zahíroa, su voz grave y serena contrastaba con la jovialidad de Chiaza.
—Necesito información sobre cuándo Neme va a salir, y cuando lo haga, que tus hombres la dirijan hacia las habitaciones que he preparado para ella. Las Zyraquens no están completamente de acuerdo sobre este acuerdo, y puede que no eviten que se cumpla, pero harán todo lo posible por retrasarlo. Nymyxa me dijo que la están reteniendo mientras "cumple su condena", así que necesito que cuando eso termine, intervengas antes de que puedan hacer algo más. Creo que no debería ser problema para ti, ¿no? Tus hombres están a cargo de su vigilancia después de todo.
Zahíroa suspiró de nuevo, pero asintió con solemnidad.
—Lo haré, hijo —respondió—. Pero ten cuidado con esa mujer. Es muy peligrosa. Has escuchado incluso lo que las Zyraquens opinan de ella. Asegúrate de mantener a Yesca a tu lado todo el tiempo que estés con ella.
Chiaza asintió, su expresión se tornó seria por un momento, antes de que una sonrisa traviesa se dibujara en sus labios.
—Sería difícil quitármelo de encima ya que ha vuelto luego de sus vacaciones.
El cacique detuvo a Chiaza y a Yesca antes de que pudieran marcharse.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó con firmeza.
—A terminar de preparar el laboratorio, por supuesto—respondió Chiaza, su tono ligero ocultaba la urgencia de sus tareas—. Necesito adelantar todo antes de que llegue Neme. Tengo varios experimentos y teorías en mente.
—¿En serio crees que podrías remplazar a uno de mis hombres y marcharte en cuanto consiguieras lo que necesitabas? —preguntó Zahíroa con su voz autoritaria de líder de clan—. El puesto de centinela que decidiste ocupar arbitrariamente tiene un trabajo de estar ocho horas de vigilancia. Más te vale cumplirlo adecuadamente. Luego de eso, debes hacer unas cuantas rondas, y más te vale no dormirte o recibirás un castigo como cualquier hombre a mi cargo.
Chiaza se encogió un poco, asintiendo con evidente frustración.
— Que el fuego del hogar guíe tu camino y la cosecha nunca falte en tu mesa, Chía.
Al quedar solos, Yesca y Chiaza oteaban el horizonte.
—Este va a ser un día muy largo—comentó el guardia a su lado.
—¿Tienes alguna manera de distraernos? —preguntó Chiaza con una sonrisa simpática—. Siempre vienes preparado para cualquier cosa.
—¿No le habías llamado la atención al centinela diciéndole que debíamos estar alertas en todo momento o podría atacarnos otro clan?
—Bueno, ahora no estoy supervisando a nadie, y en cambio estamos de centinelas —dijo Chiaza con una sonrisa pícara—. Además, el líder de clan se acaba de marchar. Entonces, ¿tienes algo que pueda ayudarnos a pasar el tiempo?
Chiaza sonrió al ver que Yesca sacaba un juego de dados de su bolsillo.
—¿Trajiste esos contigo? —preguntó Chiaza con una sonrisa de complicidad.
Yesca asintió, y pronto los dos amigos estaban inmersos en el juego, olvidando por un momento las preocupaciones que pesaban sobre ellos.
Chiaza miró a Yesca con agradecimiento.
—Bueno, puede que al final no sea un día tan aburrido —dijo Chiaza.
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