Segunda parte: F. Moore
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Carretas con frutas paseaban libremente por la ciudadela, de un tono beige en su cielo y nubes libres, vagando perezosamente en espera de algo interesante. Un clima templado arropaba a los ciudadanos, quienes tranquilamente ofrecían sus servicios; carpinteros, cocineros, actores con teatros de marionetas para los niños, comerciantes de frutas, bebidas, carnes, frituras y dulces, pero, sobre todo, varias moradas con humeantes chimeneas, era lo que más había en ese lugar.
El piso estaba completamente resbaloso, húmedo, mejor dicho, por las fuertes lluvias que habían azotado con ferocidad al pequeño pueblo, el cual vivía sus días de forma pacífica, a pesar de intenso murmullo, el "boca en boca" de todas las atrocidades a fuera de la ciudadela. La existencia de deidades venidas de un cosmos. Era sumamente irreal y fantasioso que servía como una mentira bien planeada para los pequeños, los ilusos y los ancianos seniles.
No obstante, eran pamplinas en su más puro sentido. La gente no las creía y prefería seguir con su vida; al final los rumores son solo eso; rumores.
Entre los ilusos, un pobre hombre, delgado, con mirada agotada, piel pálida y ojos tristes, caminaba con su cabello castaño oscuro, cubriéndole las cejas y parte de sus pestañas, por las resbalosas calles de su pequeño y humilde hogar.
Ya había pasado mucho tiempo desde que él había visitado a su amiga más íntima. F. Moore era una chica con una peculiaridad en sus ojos que la hacía extrañamente atractiva. Sus ojos eran completamente blancos, su mirada, con inocencia pura, aunque fuesen escalofriantes.
Su cabello era casi blanco y sus pestañas eran prácticamente inexistentes. Sin embargo, sus cejas se hicieron oscuras con el pasar del tiempo. No eran casi blancas como su cabello.
Con su mejor traje, con su mejor moño y con una carta, fue hacia Moore, en la casa más lejana de toda la ciudadela, abandonada y siendo rechazada por las demás. Esa casa era sumamente hermosa, con ventanales cubiertos por madera fina pero resistente, techo de tejas de bronce, puerta de madera de abedul, perilla de plata y un acabado de mampostería cubierta con una mezcla de concreto rojizo en toda la casa. Sin embargo, lo más destacable era su segundo nivel, con una enorme cúpula de cristal, donde se llegaba a ver todo lo que había en la ciudadela, sin embargo, la ciudadela no podía ver lo que había adentro de esa casa. Verla daba la sensación de ser una casa de los cuentos de Hansel & Gretel.
Todas las ocasiones que el chico iba a ver si estaba Moore en su casa, veía por la cúpula de cristal del centro del segundo piso, donde Moore miraba lo que había enfrente de su casa. Muchas veces se saludaban, Moore siendo alguien amable para el chico y el chico, sintiéndose feliz de que tiene una amiga, una de verdad, en el mundo.
Había sido sumamente solitario y reservado durante casi toda su vida, excepto con Moore, a quien conoció tras la muerte de sus padres; una muerte horrorosa para una pobre pequeña.
El chico siempre fue un cobarde, demasiado cobarde, ni siquiera podía acercarse para hablar con ella como una persona normal; no obstante, Moore se encariñó con él por eso.
Ahora, ya siendo ambos adultos, y con casi un año sin verse, el chico esperó a Moore desde el mismo patio donde se veían diariamente.
No hubo respuesta alguna, ni una simple mirada, durante horas, en las cuales el chico esperó con cierto desconsuelo.
Finalmente, la puerta de la casa de Moore se abrió, muy lentamente, a la par que los ojos del chico se iluminaban con ilusión. Al instante que miró una fina mano pasar en frente de la puerta, Y cuando esta abrió completamente, ahí estaba Moore. Su cabello corto, sus ojos blancos y su mirada seria, aunque honesta, estaban frente a él.
-Hola – Dijo el chico con ánimo, demasiado entusiasmo. Su sonrisa era la de un idiota, sin embargo, un idiota feliz era él en ese momento.
-Hola Edgar – Dijo Moore, con un tono algo serio y desinteresado.
Con un ademan en sus brazos, Moore invitó a Edgar a pasar, cosa que rápidamente te aceptó. Edgar, ya estando adentro, miró el enorme librero que ocupaba los dos pisos, estaba a su izquierda al momento de entrar. La cúpula de cristal
La casa, en su interior era muy desconcertante para quien entrase. Enfrente de la entrada había dos escaleras de caracol, las cuales daban con la entrada hacia de lo que parecía ser una cabina telefónica en el segundo nivel. En realidad, solo había una enorme tabla que dividía a ambos niveles, sin cortar el paso de quien, deseoso, quisiera ver la colección del enorme librero.
Moore invitó a su inquilino a sentarse en su sala de estar, estando a lado del librero.
- ¿Y qué me dices? – Preguntó Edgar, animoso como de costumbre.
-No mucho realmente. Las cosas en una casa olvidada por toda una población hacen que una persona se sienta muy aburrida – Dijo Moore.
-Ya veo – Dijo Edgar mirando la biblioteca y todo el hogar.
-Puedo decir abiertamente que no esperaba tu visita, ya han pasado muchos meses.
-He estado algo ocupado. Mi tesis sobre animales del mundo mágico ha sido... mermada.
- ¿Por qué lo dices?
-Es que últimamente, la existencia de los Getz ha impactado en todo, y más que nada en el interés sobre las demás especies. Ya nadie presta atención a los otros animales. Y parece que cuando les prestan atención, simplemente es para mofarse de ellos o llorar. La gente siempre es así. Su conciencia se guarda en el armario hasta que les es funcional. Gran alegoría ocurre con las otras especies.
- ¿Y eso por qué te preocupa?
-Gracias a ello, debo de hacer una nueva tesis. Sin embargo, créeme cuando te digo que ese es el menor de mis problemas.
- ¿Cuál es el más grande entonces?
-Mis padres me aceptan en su hogar en lo que logro terminar la universidad. Puedo admitir que no es fácil vivir con ellos en lo más mínimo. Siempre tengo la sensación de que realmente no debería estar allí, para no molestarlos. Es constante los choques entre mis padres. Siempre terminan con mi madre llorando por cosas sin sentido y a mi padre, de igual forma, pero encolerizándose. Se de sobra que ya no debería estar allí, sin embargo, en ningún trabajo aceptan a personas que no han terminado una carrera, como mínimo. Es ridículo...
-Tu frustración no me causa si no repudio puro, Edgar. Pensaba que habíamos sido amigos para escapar de los mismos, no para buscar consuelo con ellos; buscamos nuestra amistad para escapar de nosotros, no para aceptarnos.
- ¿No son las amistades aquella honesta e inexistente, y a la par existente, relación que tiene libertad de sentirse genuina sin llegar a la intimidad, pero invadiendo las más hermosas líneas de la intimidad?
- ¿Crees que la amistad es eso? – Dijo Moore levantándose de su sillón de tela rojiza. Riendo tras terminar la frase – Sin dudas eres alguien patético. Más bien, no patético, crédulo, mejor dicho. Las amistades existen en el mundo adulto, si... pero ya no son la inocente relación que pudo ser en la infancia, la niñez, la adolescencia y tal vez, solo tal vez, en la juventud.
- ¿Entonces que es?
-Solo es un mutuo acuerdo que no busca la intimidad, no busca el apoyo, solo busca evitar la soledad. La amistad en el mundo adulto no quiere lazos estrechos, si no escapar de la idea de conocerse bien a si mismo; desea escapar del individuo, conservando la cordura.
-Eso es inaudito, Moore.
-Lo sé, lo sé. Sin embargo, hay que ser realistas, honestos y francos con la verdad; en el mundo adulto las cosas son más crudas que en las otras etapas.
-Entonces...
-Ya puedes deducir que, en realidad, no me siento agradecida, no me siento feliz, mucho menos cálida al saber de tu regreso. Honestamente, no siento nada. No obstante, te necesito.
- ¿Para qué?
-Muchas preguntas, muchas preguntas, muchas interrogantes. En realidad, deberías evitar hacerlas.
-Pero si solo.
-Guarda silencio.
-Es que no tiene sentido Moore – Dijo Edgar levantándose de su sillón.
-La realidad no tiene sentido; la vida es la ironía más cruel creada por seres divinos, la misma biología o por mera generación espontánea.
-No, no, no. No quieras disfrazar a la vida como responsable de que tu seas una mujer descortés. Porqué la Moore que yo recuerdo no era así ¿Qué te ha pasado?
-Eres un niño, en el cuerpo de un adulto, Edgar.
-¿Qué?
-Si, eres un infante en un maduro y experimentado conjunto fisiológico.
- ¿Por qué lo dices?
-Crees todavía que algo me tuvo que ocurrir para que dejara de ser lo que tu llamas "Cortés". Sin embargo, la verdad es totalmente opuesta.
-¿Qué?
-Si, no me ha ocurrido nada. No tengo ya intenciones de que algo me ocurra ya. Y como nadie ha venido, puedo ser más yo misma que antes ¿Puedes comprenderme? No, jamás podrías, y aunque lo intentaras, serías una ofensa hilarante a la libertad humana.
-¿Dices que siempre has sido así?
- ¿Por qué crees que mis padres murieron y yo no?
En ese instante, Edgar, viendo lo imprudente que había sido Moore, descubrió que no era una niña desamparada, si no un monstruo maquiavélico que ahora tenía frente a él. Que ahora podía matarlo, pero no lo hacía.
-Creo que me iré en este momento – Dijo Edgar, con un tono seguro, aunque en vano.
Atrás de él no había nada, ni una puerta, era pura oscuridad. Era como si todo lo que antes existía fuera tragado por un agujero negro.
Edgar intentó moverse, pero el suelo lo había atrapado. Vio sus pies envueltos en moños de madera dura de caoba. Era extraño, no había notado el suelo. Era de esa madera, si, sin embargo, la mayor anomalía venía de la forma de este. Parecía un retorcido rompecabezas con vida propia. Edgar forcejeaba para quitarse eso de sus pies. Sin suerte, Moore se acercó a él.
- ¿Por qué me haces esto? – Dijo Edgar a la par que Moore se acercaba cada vez más.
De forma repentina, las paredes cambiaron caóticamente. Ya no era un tapiz azul oscuro, si no un conjunto de larvas obesas de color petróleo. Eran grotescas, sobre todo por su enorme mandíbula, con la cual podían destrozar una roca del rio. Entonces Moore, empezó a hablar.
- ¿Por qué me llamas miserable, Moore? – Dijo Edgar.
-Porque eso eres, maldito bastardo – Dijo Moore. Tomando por el cuello a Edgar – Eres una piedra en el zapato para mí.
-He sido tu amigo.
-Nunca lo fuiste – Dijo Moore convirtiendo su mano en un manojo de tentáculos e inoculando en el abdomen de Edgar, con furia feroz, la criatura que antes era su mano. Edgar se estremeció de dolor y se empezó a retorcer mientras que su cuerpo se hacía más pequeño – Me dabas lastima. Siempre has sido como un niño pequeño, lleno de esperanzas y de una inmadura pizca de vitalidad que me era, me es y me será siempre repugnante.
Y tan rápido que Edgar se hizo más pequeño, Moore se desvaneció y Edgar quedó abandonado, en una profunda oscuridad, ahora siendo un niño.
Tratando de comprender que ocurría, escuchó un lamento, proveniente de la oscuridad más profunda y catastrófica que algún ser humano pudo haber visto en su vida.
Los resonares venían de todas partes; eran sonidos de alaridos de elefantes bebés, gritando de dolor; un sufrimiento sin precedentes. Las pisadas rápidas en las tinieblas hacían todo menos relajar el ya de por si alterado corazón de Edgar.
- ¿Quién está allí? – Preguntó Edgar sin recibir respuesta.
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