Cuarta parte: Oagyz; La tierra de Gunstein
I
Salty, mientras se encontraba vagando en la ciudadela, se dio cuenta de varias cosas que le eran complicadas de dejar de lado; una de ellas fue la falta de algún tipo de guardia o de autoridad en las calles, una verdadera autoridad; la segunda era la sinceridad de sus habitantes; eran completamente honestos, inclusive pecando de cínicos, de ser necesarios; cómo el vendedor de frutas que le quitó su durazno pútrido.
Salty notó que era un lugar simple, sencillo, y humilde. La gente solía caminar constantemente en busca de lo que fuese que buscaba, ya fuese ropa, comida, joyas; en general, lo que se vendiese en la ciudadela. Oagyz, por lo poco que llegó a escuchar, se dio cuenta que antes, muchos de sus habitantes, llegaron a ser de alguna ciudad antigua, su nombre era extraño, al menos en cuanto a su nombre; Asehrzul.
Salty sentía mucha curiosidad acerca de esta ciudad, pues solo llegó a escuchar que era un lugar antiguo, mucho más antiguo que los reinos mágicos de Plutón. Era tan antiguo que es solamente un mito difundido entre los habitantes de Oagyz.
Ella, en su caminata por toda la ciudadela, solamente se llegó a encontrar con tres personas que pudieron resolver, aunque fuese un poco, aquella duda sobre esa ciudad, pese a no ser información realmente valiosa. La primera de ellas fue una mercadera cercana a las otras mujeres que habían hablado de aquella ciudad.
-Una disculpa, señorita – Dijo Salty – No pude evitar escuchar la conversación de sus clientas. Hablaban sobre un lugar llamado... Asehrzul... ¿verdad?
-Oh, mocosa engreída ¿Quién te crees para preguntar por algo así? – La mujer respondió violentamente a lo que Salty había hecho.
- ¡Una disculpa señora! ¡Yo no soy de aquí y quiero saber un poco de lo que se habla!
-Mejor búscate a un erudito – Dijo la mujer del puesto – Yo solo sé que puede ser de ahí de donde provenga la gobernadora Vilhana.
Tras ello, y alejándose de ahí, evitó volver a preguntar a alguien de un puesto; solo se debía relacionar con ellos si requería de algún servicio, cómo algún producto o enseñanza, a pagar.
Salty siguió buscando en su paso por la ciudadela por aquello que le había advertido la mercadera. En búsqueda de un erudito, se encontró con varios estudiantes, al menos de su edad, parecía ser, que corrían con túnicas de hechiceros, azules, con una bolsa que colgaba de su hombro de forma cruzada en su cuerpo, de cuero café. Al acercarse a ellos, preguntó con voz alta.
-Oigan – Salty logró llamar la atención de uno de los estudiantes, un joven de apariencia fina, con cabello rubio y mejillas rojizas. Tenía los ojos cubiertos con vendas o trapos viejos, y aun así era capaz de ver directamente al rostro a Salty.
- ¿Qué desea? – Preguntó este estudiante.
-Oh, si... Una disculpa. Mi nombre es Salty. No soy de aquí, pero quisiera...
-Si no eres de aquí, será mejor que te vayas lo más rápido posible, antes de que Vilhana te vea.
- ¿Qué?
-Ella no soporta a los pueblerinos extranjeros. Teme que ellos puedan traer algo más que solo problemas.
-Me iré de aquí. Lo prometo.
-Las promesas no sirven de mucho; las acciones, son otra cosa – Dijo el estudiante.
-Me iré... Solo necesito saber algo.
-Preguntarás por Vilhana y quien es, ¿verdad?
-No.
- ¿Vienes acaso para aprender hechicería aquí?
-Tampoco.
- ¡Qué bueno! Porque aquí no hay nada de eso – El estudiante se mostró asustado y nervioso tras aquella afirmación.
-Vengo porque... quiero saber un poco sobre Asehrzul.
El porte engreído del estudiante se desvaneció al momento que Salty preguntó por aquella ciudad antigua. El estudiante solamente pudo mirar a los lados y tomó por la camisa a Salty y la acercó hacia él.
-Si no eres de Asehrzul, o no sabes que era, no tienes derecho a estar aquí.
- ¿Por qué? – Salty estaba consternada por aquello.
-Aquí vivieron, engendraron y nacieron quienes alguna vez fueron de ahí. Una ciudad que fue olvidada por los de tu raza.
- ¿Mi raza?
-Eres humana, ¿no? – El estudiante soltó a Salty – Regresa por donde has venido y déjanos en paz. Ya es suficiente con que F. Moore quiera tomar a Oagyz. Los humanos normales no deben estar aquí.
Salty miró cómo el estudiante se alejaba de ahí. Era alguien de aspecto juvenil, pero parecía tener el carácter de alguien viejo, inclusive siendo testarudo y algo cuidadoso en su hablar.
La tercera persona que logró encontrar, o más bien, el tercer ser que pudo decirle algo, logró encontrarlo cercano a uno de los callejones de la ciudadela. Este ser se encontró con ella y comenzó a susurrarle, mientras caminaba, sintiéndose decepcionada de la gente en general.
-Tu, pequeña mujer entrometida – Salty saltó al escuchar esos susurros. Volteó bruscamente, y se encontró de frente al callejón, de donde parecía provenir aquel dialogo.
-Entra al callejón – Siguió hablando aquella voz – Sin sentir temor, entra aquí. Todas tus dudas te serán resueltas, sobre Asehrzul.
Salty, ingenua, caminó dentro del callejón. Nadie la estaba viendo, ni tampoco parecía importarle a nadie. Siguió adentrándose más y más en el callejón, notando suciedad, agua estancada y moho en las paredes. En el centro del mismo, en una pared de ladrillos enorme, había varias ramas de árbol, que parecían estar impregnadas en la pared. Salty no sabía que estaba pasando, pues no había visto algo similar nunca. No obstante, sus dudas fueron resueltas cuando las ramificaciones comenzaron a hablar, de manera un tanto peculiar; Salty notó que las ramas se desprendían poco a poco de la pared y vibraban, moviéndose muy velozmente.
- ¿Quieres saber un poco de la ciudad antigua de Asehrzul, mujer entrometida?
-Solo es curiosidad – Proclamó inocentemente Salty.
-Oh... No tienes que ser modesta. Todos los secretos tienen su raíz en donde la gente busca lo impropio. Tu eres una de esas especies tan lejanas a lo usual. Das algo de miedo, y también curiosidad. No eres alguien de aquí... ni de ningún lado – Las raíces comenzaron a desprenderse de la pared, tomando y sujetando con fuerza a Salty, quien no quería moverse. Se sentía extrañamente atraída por las raíces. Jadeaba y sus mejillas se volvían rojas.
Todo su cuerpo sufrió una masiva relajación y cierto placer. Jadeaba, quedándose sin aire, salivando, y sus pupilas se abrían más que en cualquier otro momento. Su cuerpo estaba sudando más de lo usual, mientras las ramas se metían entre sus manos, perforando su carne, y unos cuantos estaban subiendo por su cuello, para poder perforar sus ojos.
-No tengas miedo... Lo sabrás todo...
- ¡Si! – Salty estaba embriagada por el placer que las raíces le otorgaban, sin embargo, un destello azul provino de sus espaldas, quemando a las raíces al contacto. Salty logró salir del trance que las raíces le habían causado. Se desprendió de las mismas y notó cómo ellas lentamente se incineraban, hasta quedar solo un charco de agua con sus cenizas. Al voltear, se encontró de nueva cuenta con el estudiante, quien, con un báculo de hechicero, había atacado a la raíz.
-No perteneces aquí... Si fueras de aquí, hubieras evitado que aquellas raíces te atacaran – El estudiante se alejó, de nueva cuenta, dejando sola a Salty. Hasta el momento, Salty conocía tres cosas; los habitantes de Oagyz pertenecían a una ciudad antigua, o sus ancestros fueron habitantes, de Asehrzul; Asehrzul es algo que se debe conocer si se es de ahí; evitar las raíces que vibren y sean llamativas. Y pese a lo nulo de información de Asehrzul, le fue útil notar que era un lugar que se mantenía discreto, aunque tenía cosas que lo hacían meramente poderoso.
II
Pasaron las horas, hasta que fue de noche. Salty se encontraba todavía en la ciudadela, aunque escondida en uno de los tejados de las chozas, donde quizá nadie notaría que ella se encontraba ahí. Se recostó en el concreto de este tejado, que no tenía losetas ni tampoco era endeble de paja; pudo mirar con tranquilidad el cielo, que era una amalgama de nubes deformes y algunas estrellas, lentamente colocadas. Pudo mirar las lunas de Plutón a lo lejos, mientras miraba una de ellas cerca. No sabía de cual se trataba, ni tampoco parecía interesarle ya. Cuando se lleva mucho tiempo ansiando escapar de algo, el tiempo se vuelve algo insignificante; ella tenía todo el posible en el mundo, para usarlo a su favor.
Decidió descansar un poco, sintiendo la brisa que de manera tajante perforaba las paredes del viento y causaba un congelamiento instantáneo. Su fuerza era tal que el paso del mismo podía sonar similar al de un alarido de tristeza o desesperanza. Este era constante y no se detenía por nada. La helada se hacía más y más atroz, al punto que ocasionó que no pudiera moverse. Desesperada, Salty buscó con que cubrirse, encontrando un trozo de tela, vuelta harapos, cercana a la entrada a el tejado. Era purpura, tan penetrante que parecía ser negro. Lo quitó con cuidado, esperando a que no hubiera nada ahí. Para su fortuna no encontró nada que pudiera alertar a quienes estuvieran debajo de ella. Se lo colocó como si fuera una frazada, pero notó que había un hueco en uno de los extremos. Se la puso a manera de capa y logró sentir menor frio. Era extensa, aunque no cubría por completo todo su cuerpo.
Se postró en el suelo de nueva cuenta, sin recostarse y solo sentándose. Siguió mirando todo el lugar, toda la ciudadela, al menos de forma corta, pues la choza no era tan grande. Las construcciones eran sencillas. Era un pueblo tranquilo, aunque teniendo algo dentro de él que le hacía ser peculiar. Las raíces eran un ejemplo de ello, y otro, la presencia de hechiceros estudiantes. Esto le parecía algo peculiar, por el uniforme que portaban.
En sus memorias, vino un recuerdo acerca de ello, proveniente de la academia. No se permitían esa clase de uniformes, al menos en apariencia y color. No era una cuestión estética o directamente alguna norma sin fundamentos. Se mencionaba acerca de un hechicero que, hacia mucho tiempo hizo algo inenarrable, que tenía una vestimenta similar. Era algo comparable a vestir túnicas negras en un lugar como lo era Oagyz, pues parece ser que era un sitio de luz.
Las vestimentas de hechicero, con mantos azules, con cinturones y mochilas para resguardar objetos era algo que no se permitía, por la mala imagen de aquél hechicero antiguo. Solo logró recordar aquello Salty, además de que, cuando se lo contó Chio, ella se sentía desconcertada por ello, aunque ya lo hubiera escuchado y reconocido millones de veces antes.
Sobre ello, Salty no sabía nada acerca de lo ocurrido sobre ellos; o al menos, si realmente su paradero era el que se decía; muertos o desaparecidos.
De cualquier forma, el hecho de alejarse era muy extraño, aunque reconfortante. Finalmente obtuvo lo que quiso del viaje que otorgó en el mundo que había visitado con anterioridad. No había bosque Krugther, no se encontraban lejanías hacia el pueblo de Otoño. Nada en ese nuevo mundo el era similar. Le ocasionaba miedo, pero a su vez, cierta extrañeza y curiosidad.
Salty continuó mirando las estrellas, pensando en todo lo que significaba este cambio, hasta que su silenciosa vigilia fue interrumpida por una voz familiar.
-Veo que no te has retirado de este pueblo – Se levantó asustada, sacando rápidamente el cuchillo que Camilar le había otorgado. Sin embargo, apuntando con el filo de la navaja, notó que no era alguien peligroso; era el estudiante que había hablado con ella en la tarde.
-Oh – Salty se tranquilizó – Eres tu.
- ¿Esperabas acaso a alguien más?
-No... – Salty miró de nueva cuenta a las estrellas tras volverse a recostar en el tejado.
El estudiante, con curiosidad, se sentó en los pies de Salty, dejando su mochila y su báculo de hechicero aprendiz en la misma superficie. Cruzó sus manos y miró con detenimiento al cielo, aunque tuviera vendas en sus ojos.
- ¿Alguna vez te has preguntado que son las estrellas?
- ¿Hrmm? ¿Qué? – Salty respondió con un tono somnoliento.
-Las estrellas... ¿Sabes que son?
- ¿Un montón de cuerpos explotando lentamente agonizando?
-Hmm – El estudiante se regocijó un poco en la respuesta de Salty – Para venir de un mundo mágico cómo este, no pareces creer en lo imposible.
- ¿Qué es lo imposible? – Salty bostezó tras preguntar aquello.
-Todo aquello que incluso puede sonar descabellado... Por ejemplo... – El estudiante señaló las estrellas - ¿Sabías que eso de ahí son residuos de ancestros de la tierra?
- ¿Qué? – Salty se rio en voz baja, aun así no pudiendo contener una carcajada pequeña - ¿De que hablas? Las estrellas son solo cuerpos espaciales.
-Muy probable... ¿Acaso los has visto con tus ojos?
-Si.
- ¿Un microscopio acaso?
-Puede ser.
-Creo que no has despertado del todo... Un telescopio es para ver lo distante. El microscopio es para ver pequeñas cosas. Y posiblemente seamos eso.
- ¿Telescopios?
-Cosas pequeñas.
Salty había perdido el sueño y solamente se puso la tela purpura de capa, para cubrirse del frio, sentándose en la misma posición que el estudiante.
- ¿Eres un hechicero?
El estudiante volteó hacia Salty, quien, con menor hostilidad le respondió.
-Puede ser.
-Quiero saber si lo eres. No conozco nada de este lugar y quisiera saber un poco.
-No necesitas saber mucho. No perteneces aquí. Aun así, aquí te recibirán con brazos abiertos quienes vivan en sus calles.
-De Oagyz, ¿verdad?
-De cualquier ciudadela, pueblo, reino o imperio. El desconocimiento es un enorme potencial para quien busca instruir. Aunque, tu no necesitas mucho.
-No, si lo necesito.
-No requieres, Salty – El estudiante se había levantado del suelo con calma, siguiendo con la vista en las estrellas. Salty había quedado sorprendida, consternada más bien, porque aquel estudiante supiera su nombre.
- ¿Cómo sabes que me llamo Salty?
-Hay varias cosas que conozco. Posiblemente más que cualquier ser viviente.
-Eres muy engreído para ser un estudiante.
-Y tu muy inocente para haber sido una esclava.
Salty, ruborizada, se despegó tan rápido cómo pudo hacia el estudiante, sacando su navaja y poniéndola, prematuramente, en su cuello. El estudiante, jactándose de alguna victoria imaginaria, sonreía con cierta burla.
-No es necesario que procures mi mal estar, señorita.
-Yo ya no soy ninguna esclava, ¿entiendes?
-Vives con venganza en tu corazón y rencor al mundo que alguna vez fue tu vida. Ahora temes al futuro que venga en ti y posiblemente te da curiosidad sobre que clase de cosas te tengas que enfrentar. No eres esclava, pero te portas cómo una.
- ¿Qué tal si te corto el cuello?
-No es necesario que tomes medidas desesperadas si quieres conocer sobre este lugar.
-No me sirve nada de la boca de un estudiante con un ego enaltecido.
-Por cierto, tengo un nombre.
- ¿Cuál es tu estúpido nombre?
-Amaida, para serle útil, señorita. Esté segura de que lo que le digo no es ignorancia; se basa en mi experiencia. Estoy seguro de que no quiere cortarme el cuello.
Salty despegó el cuchillo de Camilar del cuello del Amaida, retomando su lugar, sentada pacíficamente, y viendo detenidamente a el estudiante.
- ¿Qué sabes, de manera sincera, sobre este lugar?
-Bueno. Realmente solo se poco. Quizá nada te sea útil.
-Cualquier información sirve.
-Si eso es así... Puedo comenzar con que yo no soy de este planeta. Tampoco provengo de la tierra. Pero habité ese lugar demasiados años, inclusive siglos, viendo cómo la civilización se formaba, lentamente. Los humanos eran desagradecidos con los dioses, inclusive siendo profanos en su investigación sobre ellos.
- ¿Con los dioses? ¿Cómo los dioses de las estaciones?
-Querida, esos dioses son solo una consecuencia de las deidades reales.
- ¿Ah sí? – Salty elevó una de sus cejas - ¿Cuáles son esas deidades "reales" de las que hablas? – Salty hizo comillas con sus dedos al hablar.
-No se mucho acerca de ellas. Solo recuerdo a alguien que tenía información sobre esos seres antiguos... Mi primer profesor y amigo cercano... Él era instructor de los magos en épocas antiguas... En realidad, de hechiceras. No era muy común que los hombres manejaran habilidades mágicas. Gran parte de ellos se encontraban lidiando con conflictos externos a la magia; Las cruzadas cristianas fueron las que ocasionaron más revuelo en donde yo era originario, al menos, cómo erudito.
- ¿Y cómo es que tu conoces acerca de la magia, en comparación con el resto de hombres de tu tiempo?
-Yo habité mucho tiempo en la tierra, en las sombras. Me era juzgado por parecer una mujer. Hombres que buscaban, barbáricamente una guerra, por causas perdidas, continuaron siendo bestias salvajes. Y mujeres, que con gran planeación y cierta crueldad, querían tomar posesión de todo aquello que significase contacto con la hechicería. No me encontraba realmente de ningún lado, y mi amigo, el profesor Demeris Byrthoum, comprendió un poco de mi forma de pensar.
- ¿Tu profesor, Demeris, fue quien tuvo información sobre aquellos dioses de los que hablas?
-Algo así... Es parecido a simples delirios. Jamás se supo realmente que eran aquellas cosas, tampoco se consideró verdadero su veredicto. Sólo era un lunático más de los tantos que hay. Quizá tenía razón en algo – Amaida se alejó de Salty.
-Espera... ¿Qué se supone que haga con aquella información?
Amaida le regresó la mirada a Salty, antes de regresar por donde había venido.
- ¿Sabes por qué la mayor parte de habitantes provienen o son descendientes de habitantes de Asehrzul?
-No.
- ¿No conoces acerca de la maldición?
Salty se estremeció al escuchar la palabra "maldición". Aunque, pese a todo, era de esperarse la presencia de algo así.
-No, ¿qué maldición?
-La poderosa maldición de Byrthoum... Era un gran amigo... Maldito sea Demeris... Esa maldición fue la razón por la cual este pueblo existe.
Salty tenía más preguntas, sin embargo, Amaida descendió del tejado, hacia la callejuela de la ciudadela. Salty, corriendo rápidamente para verlo, se encontró con un callejón desierto. No había nadie ya, con quien pudiera dialogar acerca sobre lo que acababa de descubrir; el conocimiento perturba a quien no obtiene, y calma al que lo reparte. Ella no sabía que hacer con aquella información, y aunque pudiera negarlo, sentía cierto escalofrió por esa supuesta maldición.
III
El día había comenzado con fuerza. Trompetas estridentes habían despertado de un vertiginoso sueño a Salty, quien todavía reposaba en el tejado de uno de los habitantes de la ciudadela de Oagyz. Era una mañana tan pacífica, en comparación a su cohabitación en la oficina de Camilar; lugar que de alguna manera sobrellevaba en sus hombros el peso de ser la oficina de un líder; posiblemente cobarde y sumiso ante designios externos, sin embargo, líder al final.
Todos los habitantes habían salido de sus chozas, de forma apresurada, para recibir con calidez y atención a la señora Vilhana, señora de Oagyz. Todos los habitantes emergieron de sus chozas, haciendo demasiado escandalo, armando rápidamente sus puestos de frutas, de joyas, de ropajes, con la intención de recibir a esta gran señora. Otros solamente se acomodaron, de manera aglomerada, en el centro de toda la ciudadela. Los eruditos, entre ellos los estudiantes de hechicería, cómo lo era Amaida, se congregaron para recibir a la señora Vilhana. Salty solamente miró desde el techo de la choza, observando cómo todos los habitantes, desde gente que se resguardaba en harapos cómo personas con cierta elegancia y nepotismo por defecto, se mantenían estáticos, esperando la llegada de la gran señora de Oagyz.
Salty no entendía que tenía de especial esta mujer, pues no creía que fuera más que otra gobernadora que iba por parte de Moore, o quizá, cómo le explicó Amaida, provenía de donde toda la gente provenía, aunque fuera por ascendencia; de Asehrzul.
Al no sentir genuinamente nada, Salty decidió no meter sus manos en aquellos asuntos, aunque tendría que hacerlo, o al menos se vio llamada por ello, cuando, desde la entrada externa que la había traído hacia Oagyz, vio que entraba una persona enorme; medía posiblemente dos metros y medio. Tenía ropajes blancos con detalles negros, portando una falda y camisón negro, más bien grisáceo por el deterioro de la tela. Tenía su cabeza cubierta por una capucha igualmente blanquecina, cómo su túnica. No obstante, y frente a la admiración de todos, incluyendo a Salty, se postró en el centro de la ciudadela, retirando su capucha y mostrando un rostro avejentado, pero alegre, con paz en su semblante. Sus cabellos plateados paseaban por detrás de su cabeza, siendo manipulados por el viento, cómo una brisa. Su mandíbula tenía recuadros de roca, incrustados, que le daban un aspecto imponente a la avejentada señora de Oagyz. Sus manos, igualmente avejentadas tenían brazaletes de tonos dorados, y sus pies, en sandalias, mostraban uñas negras, posiblemente teñidas, y un pie desgastado, aunque fuerte, con sus venas sobresalientes; tal vez era por el paso del tiempo. En los detalles de la túnica había una línea dorada que recubría el contorno de los ropajes, al igual que un detalle de un rayo dibujado en las esquinas de las líneas encontradas.
- Señora Vilhana... Es un placer tenerla de vuelta – Un habitante de la ciudad, específicamente un hombre con barba y cabeza calva se mostró admirado por la magnificencia y altura de la señora de Oagyz. La mujer tenía los ojos morados, y su piel era morena, muy diferente al aspecto decaído y agotado de los habitantes de Oagyz. Le otorgaba, ciertamente, de una apariencia divina.
Varios habitantes se arrodillaron frente a ella, a la par que otros más comenzaron a sacar sus ofrendas. De esa reacción del pueblo, la señora Vilhana les dijo, riéndose un poco de la gratitud:
-Oh, habitantes de Oagyz. No es necesario que me ofrezcan lo que han cosechado con complicaciones, ni lo que han tejido con dificultad. Solo les pido que sigan con sus labores y continúen siendo respetuosos, entre ustedes, y quienes decidan venir de lejos para conocer Oagyz. Esta ciudad, cómo bien saben, proviene de los esfuerzos de los antiguos hechiceros de la tierra, quienes nos salvaron de ser encarcelados y ejecutados. No repitamos los errores de los humanos y seamos mejores que ellos – La forma en la cual Vilhana se dirigía a sus habitantes era tan pacífica, tan dura pero a su vez, llena de vida y esperanza.
Desde la multitud, Amaida observaría al tejado donde estaba Salty, teniendo sus ojos cubiertos por la venda, y sin poder pronunciar ninguna palabra. Salty no estaba arrodillada, ni siquiera se mantenía de pie. Se sentó a observar, desde el tejado, el discurso de la señora de Oagyz.
- ¡No dejemos que la historia de rechazo que nos tocó vivir sea lo que nos haga más fuertes! ¡Oagyz es eterno!
- ¡Oagyz es eterno! – Todos los habitantes repitieron lo que Vilhana dijo. Salty miró con detenimiento a toda la congregación del pueblo, que continuaban maravillados con la señora de Oagyz. No obstante, al mirar a su alrededor, Vilhana cruzó miradas con Salty, quien rápidamente no pudo sino abrir los ojos del asombro; quizás de miedo.
- ¡Tu! – Señaló Vilhana – ¡La chica del tejado!, ¡¿por qué no te encuentras junto al pueblo aquí abajo?!
Salty no pudo responder de manera rápida.
-Ella es una forastera, señora. No debería encontrarse aquí. Posiblemente venga de las filas de Moore – El mismo señor con barba y calvo advirtió a Vilhana, no obstante, con su semblante intacto y calmo, se acercó a donde se encontraba Salty. Ella, al notar aquello, se levantó del tejado y se puso de pie, para poder mirar a Vilhana.
-Una disculpa – Salty pidió perdón a la señora de Oagyz, quien, levantando su palma, negó por completo que fuera necesaria la disculpa.
-No es necesario. No has hecho nada malo – Respondió Vilhana al acto de Salty - ¿Vienes acaso de las filas de Moore? ¿O buscas libertad del gobierno de esa tirana?
Salty no sabía que responder, pues ella ya era, técnicamente, libre. Y antes de decir siquiera una palabra, Vilhana la interrumpió:
-No será necesario que respondas – Dijo Vilhana igualmente tranquila – Solo te advierto que aquí, si mi pueblo te ha recibido con respeto, requerirás ser igualmente respetuosa y solidaria con ellos. No son animales. Te voy a pedir que bajes de ahí y puedas venir con nosotros.
Salty bajó del tejado tras la orden de Vilhana, hincándose y dando un salto del tejado, cayendo en el suelo de la ciudadela, en un charco de lodo. Este salto hizo que salpicara a quien estuviera cerca, incluyendo a Vilhana. Salty miró asustada a la señora de Oagyz después de impregnar de suciedad parte de sus mantos.
- ¡Lo siento! ¡Lo siento! – Salty se disculpó tras bajar y salpicar a la señora, quien no dijo nada, pero tenía a un pueblo detrás que miraba con desaprobación lo que Salty había hecho, inclusive murmurando palabras, tales cómo "esta mocosa engreída", "Cerda, ¿cómo pudo hacer eso?", "Esta estúpida niña". No obstante, mirando con cierta seriedad y severidad a su pueblo, ocasionando que todos guardaran silencio, Vilhana le dijo a Salty:
-No te preocupes, pequeña. De todas formas, estos ropajes ya son algo antiguos. Tal vez debería limpiarlos un poco más seguido – Contiguo a ello, Vilhana comenzó a reír, mostrando calma y paciencia, mucho más que los habitantes de Oagyz, quienes, hipócritamente, continuaron su regocijo.
-No quería hacer eso.
-Pero lo hiciste. Y no es que sea un delito. Sólo fue un pequeño error, cómo los varios que hemos cometido.
-En verdad yo...
-Si la vida se midiera en cuantos errores hemos cometido, a mi ya se me hubiera condenado. No te sientas mal... ¿Cuál es tu nombre?
Salty miró con detenimiento a Vilhana, mientras ella hacía lo mismo, aunque con paz en su mirada.
-Me llamo Salty.
-Un gusto en conocerte, Salty – Vilhana extendió su mano hacia Salty, invitándola a que la acompañara en su llegada. Era algo imposible siquiera de considerar real, pues, la señora de una ciudadela la recibió con calidez y con sinceridad, mucho más que su pueblo, quien reía todavía, pero no sentía realmente su alegría.
Salty no parecía sentirse realmente tranquila ahí, mucho menos con la forma de actuar de su pueblo. Aunque, si podía relacionarse con su señora, tal vez las cosas serían diferentes.
***
En algún lugar, lejos de la luz que en Plutón se postra, Camilar caminaba. Era un sendero oculto en una cueva, con varios picos rocosos por encima de él, y de un tono pútrido humedecido verdoso, cómo si algo hubiera perecido ahí en mucho tiempo. Iluminando con una antorcha, Camilar llega frente a un cadáver enorme, con partes de dragón y partes de gatos. Esa antigua cueva, con una pendiente en su interior, solía ser el lugar de descanso de un Getz antiguo, tan antiguo que ahora perece en huesos, en una caverna cubierta de humedad. El hedor a putrefacción y muerte es emanado por el aire y la sensación de calor resguardado.
Camilar, con calma, se sienta en la pendiente que antes tenía verde, viendo de frente el cadáver del Getz. Iluminando un poco con su antorcha, se dio cuenta que había un objeto, parecido a un papel, en la pendiente. Al tomarlo y soplar un poco para quitarle el residuo del moho en ese lugar, se dio cuenta que se trataba de una carta de baraja española; un 10 de espadas.
Lanzándola hacia el cadáver del Getz, Camilar comienza a toser, de manera desenfrenada. Al terminar, con sangre en su boca, decide escupir la sangre en coágulos en su boca y limpiar los restos en sus labios.
-Dioses... Mis pulmones no podrán resistir más. Por favor... Se que he pecado... He pecado demasiado... Perdonen mi cinismo... – Camilar saca un pequeño saco del interior de su camisa, el cual en su interior tiene un objeto, similar a un tentáculo de pulpo, que emana una bruma oscura. Sin pensarlo dos veces, Camilar come rápidamente el tentáculo, manchando su camisa con sangre negra. No se detuvo por nada ni con nada. La ferocidad al momento de comer ese tentáculo era indescriptible. Camilar, al terminar de devorarlo, sintió un punzante dolor en su cabeza, haciéndole incapaz de hablar.
- ¡No! ¡No! ¡Arghh! – Camilar sostenía su cabeza con la mano que no tenía la antorcha - ¡Dioses! ¡No! ¡No dejen que me consuma la oscuridad! ¡Por favor! ¡Arghh!
El dolor era insoportable, completamente perforador en su cabeza. No obstante, solo fue un minuto completo. El dolor era eterno, pese a lo poco que duró. Camilar se levantó, tras que pudiera volver a controlar su cuerpo. Su respiración estaba agitada y su cuerpo se sentía agotado. Camilar entonces respira con una bocanada enorme cuando termina su agonía, sintiendo en su boca que algunos de sus dientes habían crecido y se habían vuelto filosos. Esto asustó a Camilar, quien cerró rápidamente su boca, mientras caminaba de regreso a la luz de la caverna.
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