Cuarta parte: La huella de Byrthoum
Salty tenía un paso calmo, mientras observaba su alrededor. Era un lugar de tonos grisáceos, y la gente solía estar feliz. Era un contraste extraño. Las torres de mampostería y de mármol eran tan gruesas que parecían ser gigantes que en algún momento se retirarían de su puesto e irían a atacarte en el momento que fuera necesario. Salty sintió algo de vértigo al verlas, con su imponente arquitectura, su detallado desgaste que le daba mayor imponencia, y la sombra que proyectaba.
El suelo era igualmente tan rasposo cómo de costumbre, y los pasos eran agotadores, pues Salty no podía seguir el paso de la mujer enorme, que veía a todo y a todos con una mirada de paz y tranquilidad. Salty no podía evitar sentir admiración, inclusive cierta seguridad, estando a lado de la señora de Oagyz. La mujer manifestaba un carácter duro, pero justo, de lealtad implacable a su pueblo. Y mientras ella caminaba junto a Salty, el estudiante, Amaida, se acercó hacia ellas. Salty miró con cierto temor a Amaida, pues él no parecía mostrarse igual que en su primera plática. Su andar hacia ellas era pacífico, cómo si ese mal carácter y su temperamento hubieran cambiado.
Salty iba a reaccionar, sin embargo, para su sorpresa, Vilhana reaccionó antes que ella, y se acercó a Amaida.
-Gunstein – Dijo Amaida al ver directamente a Vilhana a los ojos, con sus vendas.
-Amaida – Respondió Vilhana al hechicero estudiante. Ambos extendieron sus brazos, sujetándose a la altura de los codos los dos. Salty se sentía confundida, especialmente por el nombre con él que Vilhana respondió a Amaida; Gunstein.
Otra cosa que llamó la atención de Salty fue que ellos dos se hablaran de una forma tan familiar, cómo si ambos se conocieran de mucho tiempo; mucho más del que posiblemente Salty podría intuir. Era algo incomodo para ella siquiera tratar de encajar ahí, aunque tampoco parecía que lo necesitara. Por curiosidad, le preguntó a Vilhana que tipo de relación tenía con Amaida:
- ¿Conoces a ese estudiante?
- ¿Estudiante? Él es maestro de los eruditos de Oagyz.
- ¿Qué? – Salty se asombró, pues tenía la misma apariencia que los estudiantes que también le seguían – Pero su uniforme...
-Los estudiantes y los maestros son seres humanos por igual. Una vestimenta no hará que sean diferentes. El estudiante y el maestro buscan conocimientos; para el alumno, las enseñanzas de un viejo conocedor; para el alumno, un reflejo del mundo que no le vio crecer.
-Entonces... ¿Ambos se visten igual porque ambos aprenden del otro?
-Si lo ves de esa forma, tal vez sea cierto.
-Nunca lo hubiera pensado – Salty bajó la mirada tras pensar en ello. Vilhana, con su aspecto rudo pero indulgente, miró a Salty, con curiosidad.
Ambas, tanto la señora de Oagyz cómo la nueva habitante, viajera de una tierra lejana, continuaron su camino, hablando un poco. Salty estaba tranquila pues parecía que podía contestar con calma todo lo que Vilhana le preguntaba:
- ¿Cuántos años tienes, Salty?
-No lo sé bien... Tal vez, veinte. Tal vez más.
- ¿Por qué no lo sabes?
-Bueno... He estado mucho tiempo encerrada que he olvidado el paso del tiempo.
- ¿De qué forma "encerrada"?
Salty pensó bien en su respuesta, pues, aunque quizá su aspecto era afable, había la diminuta posibilidad de que sintiera repulsión hacia aquellos que eran esclavos; más vale prevenir que lamentar.
-Pertenecí a una especie de hermandad donde yo estaba con muchas más mujeres y hombres, entre otras especies, sin poder salir, salvo para... bueno... tomar el aire de vez en cuando – Dijo Salty, mintiendo.
- ¿Y acaso esa hermandad te pedía tener un aspecto fuerte? – Vilhana le respondió a Salty, manteniendo notorio su aspecto fuerte – No eres una típica hermana de algún tipo de culto o grupo sectario. Tu aspecto no es débil... Pareces alguien que ha trabajado mucho usando su cuerpo... Una esclava tal vez... o alguien que ha combatido usando sus manos.
-Oh... – Salty sentía que no tenía salida, hasta que se le ocurrió algo – Es que, si no me mintieron los de la hermandad, tengo los rasgos de mi padre.
Vilhana seguía observando con naciente curiosidad a la chica de cabello rojizo. Notó sus manos agotadas, con venas y poca carne, o tal vez esta estaba adherida a sus huesos. Sus dedos estaban maltratados. Sus uñas parecían ser siempre mordidas o arrancadas. También se percató de la mirada de Salty, que a pesar de mostrar felicidad o tranquilidad hablando con ella, no dejaba de notar cierta profundidad y oscuridad en ella.
-Tu padre seguramente fue un guerrero noble... o algo más que no requiriera pertenecer a la guerra. Tal vez solo era un hombre fuerte y trabajador, o solo alguien con muy buenos dotes. Te heredó algo bueno, Salty.
-Si... – Por dentro, Salty se sentía aliviada de haber logrado responder adecuadamente, sin que se haya equivocado en algo.
Vilhana y Salty se acercaron lentamente a una torre, por la parte central, donde había una puerta de madera acorazada con lingotes de metal fundidos. Salty miró a Vilhana, quien al estar más cerca que ella, abrió la puerta, usando una pequeña llave que tenía en su pecho en un collar. Al quitársela e introducirla por un orificio inobservable, tan diminuto que no se podía distinguir, Vilhana abrió la puerta. Esta produjo un estruendoso chirrido de madera vieja, bisagras sin engrasar y metal moviéndose violentamente. Tuvo que usar ambos brazos para poder abrirla completamente. Al hacerlo, un viento húmedo, pesado y feroz emergió de la oscuridad de aquella torre, cosa que solamente Salty podía sentir y Vilhana parecía serle indiferente.
-Pasa conmigo, Salty – Dijo Vilhana, extendiéndole su mano a Salty para que la acompañara.
- ¿Qué? – Salty se mostró asombrada tras que Vilhana le pidiera su compañía - ¿Está segura?
-No tienes porqué temer. Solo te pediré que, mientras tu y yo estemos aquí adentro, no pierdas el rastro que tienes conmigo. Sujétame con fuerza, si sientes que ya no estoy.
Salty estaba nerviosa por aquella propuesta, sin embargo, se sentía protegida por la señora de Oagyz, quien era una enorme dama de aspecto afable pero rudo y justo. Ella no quería siquiera preguntarse que había adentro, pues tal vez eso le daría más temor que cualquier otra cosa. Decidió no pensar mucho en ello, por lo que sostuvo la mano de Vilhana con fuerza y decidió acompañarla en la oscuridad dentro de la torre. Los habitantes que seguían parcialmente a Vilhana cerraron lentamente la puerta cuando ella y Salty habían entrado completamente.
El estruendoso sonido se repitió, y cuando por fin la puerta se había cerrado, la oscuridad era impenetrable. Sin embargo, pese a la seguridad que tenía para poderse mover en la misma, unas luces comenzaron a emerger en las penumbras. Al instante que estas iluminaron unas escaleras descendientes, hacia unas catacumbas, Salty se dio cuenta que no había nadie con ella. Lo que tanto apretaba con fuerza no era más que una simple piedra. Esto hizo palidecer a Salty, quien no esperaba este cambio sobre lo que fuera a hacer.
Sin embargo, aunque no fuera muy inteligente, era la única opción. Salty. Decidió bajar por las escaleras, dentro de lo que parecían ser catacumbas, o una cueva extensa. Las luces no eran más que libélulas que se habían postrado, cómo velas, en las paredes rocosas de las escaleras. Estas eran extensas, tan profundas que era difícil saber a donde llevarían a Salty, a la par que estas tenían un espacio enorme, para llevar a bestias de todos los tamaños y a seres cómo Vilhana.
Bajando lentamente, viendo la estructura rocosa, con estalactitas, y algunas rocas en el suelo, miró con detenimiento que en las paredes había patrones y figuras talladas, con algún instrumento filoso. Estos tenían imágenes que solían repetirse con frecuencia. Una era una especie de hechicero, muy poco detallado, desafiando a una especie de daga con raíces en la hoja de la misma, y otro era un enorme ojo, con rupturas en su pupila, que tenía sus raíces atrás de él. El otro patrón era de ese mismo hechicero ahora con aquellos seres destruidos. El ojo partido a la mitad y la daga destrozada.
La otra figura que se repetía era la de un caballero con una armadura, peleando con lo que parecía ser un enorme árbol con piernas. Este mismo, en una figura después, se vería que perforó el pecho del caballero.
El tercero que se repetía con suma frecuencia era la de tres guerreros con el cabello largo y apariencias muy diferentes. Uno de ellos tenía raíces en su cabeza, y una larga espada, tan pesada que parecía llegar debajo de sus pies; el otro tenía una armadura tan grande y pesada que parecía ser de roca, con una lanza; y el tercero tenía una apariencia que le resultaba similar a Salty, con una altura mayor a las anteriores y una extensa hacha que sostenía a dos manos.
Otras figuras no tan relevantes eran la de una niña pequeña que tenía tentáculos en lugar de piernas; un hombre obeso que tenía bigotes y una extensa gabardina. Todos con pocos detalles, pero siendo identificables.
Al terminar su viaje, Salty quedó frente a una puerta, una puerta del mismo tamaño que la extensa y enorme puerta de la torre, solo que esta era de madera pura, con rastros de putrefacción y humedad en ella. Al intentar abrirla, esta no parecía oponer resistencia.
Produciendo el mismo sonoro chirrido y un rechinar casi doloroso, cómo un grito de agonía pudo por fin ver lo que estaba tras la puerta. Era una antigua iglesia o capilla. Esta estaba completamente vacía, y solo tenía unas esculturas en el centro, de mármol. Estas no tenían sus rostros y solo eran ropajes sin identidad. Eran enormes, y las libélulas podían seguir iluminando con calma la enorme capilla. En el centro de esta había un símbolo de un sol, con un rostro con detalles minimalistas pero lo suficientemente reconocible para ser reconocido como uno.
Al acercarse más a las esculturas talladas de mármol del fondo de la capilla, oculta en una catacumba, notó que dos de estos tres cuerpos tenían detalles de humanos. Uno de ellos era un hombre con trozos de piedra en su cuerpo, que perforaban su abdomen y sus piernas. Este tenía las manos recubiertas de piedra, dándole la forma de una daga filosa a cada una de sus manos. La otra figura humana, tenía partes metálicas, las cuales parecían flexibles, y su torso, ahora destruido, parecía ser el de una mujer.
En el momento que decidió regresar, pues eso era un lugar demasiado extraño para ella, notó que la puerta tras ella se había cerrado. En ningún momento había escuchado el estruendo de la puerta, cómo si esta solamente hubiera decidido cerrarse en silencio, sin avisar a Salty. Al acercarse a la puerta, corriendo, e intentando abrirla, inútilmente, notó un grabado, que al igual que las escaleras, estaba tallado. Era parecido a la escultura de la mujer con partes metálicas. Esta parecía moverse con una especie de martillo o mazo extenso, similar al hacha del guerrero alto.
Esto parecía ser un problema para Salty, pues no sabía cómo iba a salir de ahí. No obstante, hasta ese momento, fue el mínimo de sus problemas. Por encima de ella, un ruido estaba emergiendo, lentamente, cómo si fueran pisadas de alguien en el suelo duro de una capilla. Las mismas pisadas que ella tuvo al momento que pasó a investigar sobre el lugar. En sus ojos, acostumbrados a la tenue luz, pudo notar algo que le quitó el aliento.
Por encima de ella, gateando, aferrada al techo, la figura que estaba destrozada con apariencia femenina, el tallado con martillo estaba encima de ella. Salty comenzó a sudar frio mientras esta criatura, de un tamaño inmenso, caminaba de gateo en todo el techo. Salty, al notarla, pareciera que la criatura pudo sentir su mirada.
Un alarido ensordecedor emergió de la criatura que estaba en el techo. Pudo notar que aquella cosa tenía el torso de una mujer, destrozado y pútrido, con partes de sus huesos emergentes de su espalda y parte de sus costillas. Las extremidades que estaban conectadas a este, que eran metálicas y parecían ser flexibles, en algún momento de oro, ahora eran de un tono sucio y mohoso verde. Lo que recubría su cabeza, que era un yelmo con una apariencia similar al centro de la capilla, con aquel rostro sonriente aunque agobiado, humanamente notorio.
Este tenía un cuello en malla, el cual perforaba la pútrida carne de la mujer. Ella, mientras gateaba en el techo, se le pudo notar el mismo martillo que tenía en el tallado. Este era enorme en el final, con ambos lados magullados por el uso de tiempos pasados. Su mango, un extenso bastón de oro puro, tenía residuos de sangre seca y añeja, cómo la que emergía del cuello de la criatura y se esparcía por la espalda de la misma, o la que se veía en las partes expuestas de sus huesos.
Salty miraba con terror profundo a la criatura, que notó también la presencia de Salty, haciendo que esta se desprendiera del techo y cayera en el suelo de la capilla, con la misma fuerza de agarre que con el techo. Al caer, un temblor indescriptible hizo a Salty caer y palidecer ante el tamaño de la criatura, la cual era enorme, inclusive más grande que la puerta de la entrada de la capilla. Esta misma criatura levantó su martillo, el cual emanaba rayos de un color anaranjado, similar a la luz violenta del sol. Era aquella cosa, aquel ser que había estado en una estatua destruida y en el tallado de la puerta.
Salty solo tuvo una opción; tragarse su miedo, sacar la navaja que le había dado Camilar y se dispuso a intentar combatir aquella cosa, pues, no era una elección; era la única salida que tenía para poder vivir.
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