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Cuarta parte: El mundo ha desaparecido

I

Salty acompañó a Camilar al cuarto superior, que era algo similar a la recamara de abajo, pues era oscuro y nadie podía penetrar en el realmente. Lo cierto es que era complicado siquiera hacer comparaciones. La oscuridad no era nada ajena para Salty, quien por fortuna pudo mirar adecuadamente en ella, aunque Camilar no podía y tuvo que encender una vela para poder mirar adecuadamente. Salty se cubrió los ojos con su brazo para no mirar directamente a la vela. La oscuridad de ese lugar le hizo recordar varias cosas, cosas que genuinamente no le sería útil pensar ni sentir, al menos por ese momento.

- ¿Quieres descansar aquí? Hay una cama cercana a la esquina, tiene una mesa de noche con una lampara de aceite que puedes encender. Ahí dejé unos fósforos por si deseas prenderla y tener algo de luz.

-Espera... ¿Quieres que duerma aquí?

-Si tu lo deseas, no es mi intención obligarte a nada. Solo te ofrezco algo que quizá sea difícil encontrar.

- ¿Crees acaso que solo tú puedes ofrecerme eso?

-No era mi intención cuestionar la bondad de la gente... Pero no estoy seguro que dejen descansar a quien consideraban antes una esclava. Son seres extraños, Salty. No tienes porqué dudar cuando alguien te ofrece ayuda en este mundo.

-La gente es bondadosa por naturaleza. La gente como tu solo se hace cargo de corromperlas, de hacerlas más hostiles. No sabes que clase de criaturas hay en este mundo que, como tú, solamente quieren tomar la energía de la gente.

Camilar, sin desear decirle nada, solo puso su palma en su hombro.

-El mundo ha cambiado Salty. No se que clase de maravillas, que tengo sana envidia que las hayas vivido hayan existido en tu tiempo. Pero la gente ya no es la misma. Ninguno de ellos no ha intentado hacer algo contra Moore.

-Porque es una bruja con mucho poder.

-No... Te equivocas. La gente que antes tenía ideales esperanzadores, mente directiva hacia la posibilidad de una vida digna, ahora recae en su propio cinismo, y se ensucia, embarrándose y bañándose en su miseria, Cuando alguien intenta hacer un cambio, le dicen que no debe hacerlo, porque son cobardes o conformistas. Temen a las represalias hacia ellos. Aunque intentes razonar, ellos no querrán, no estarán dispuestos, están de brazos caídos y no hay nada que puedas hacer. El mundo los ha vuelto cobardes, la sociedad los ha hecho callados, pero son capaces de apuñalarte con la misma mano napoleónica con la que han sido reprendidos. No son miedosos y temerosos, bondadosos en el interior. Son crueles reprimidos, que, al momento que se les ceda el poder, serán igual o incluso peor que Moore. El mundo en el que viviste había valores y principios, códigos; en este... ya no.

Salty miró a sus pies.

-No digo que todo antes fuera mejor – Prosiguió Camilar – Es solo que tal vez antes la impunidad y la violencia no eran reales. Ahora lo son, con total melancolía y dolor te lo digo.

-Camilar.

- ¿Si, Salty?

- ¿Crees que soñar con un buen lugar sea algo malo?

-Para nada. Soñar nos hace ser quienes somos y sentirnos bien en la batalla que libremos, sea real o interna. No importa si la gente llega a burlarse de ello, Salty. El mundo ha vivido de sueños, al menos antes de que Moore tomara las riendas. Ahora vive y se vive a si mismo del miedo. Se consume lentamente.

- ¿Debería seguir soñando?

-Siempre se sueña, pero habrá un instante en que deberás entender que el mundo real es muy diferente al que ahora has visto. Entenderás que los sueños son solo eso; sueños. No se dirigirán a nada, a menos de que las cosas puedan cambiar. Eso es difícil, incluso para un mago o un brujo.

Salty no supo como reaccionar ante ello. Solo miró fríamente a sus pies y sostuvo aquella mirada, incluso en su duda sobre el valor de los sueños. Es un sitio extraño en el cual se encuentra, completamente alejado a ella, y Camilar, hasta ese entonces, era quizá lo menos hostil que tenía que presenciar.

- ¿Puedo descansar, Camilar?

- ¡Oh! Por su puesto Salty. Nada te detiene. Deja me retiro y procura dormir bien. Yo también debo descansar. Cualquier cosa procura hablarme, ¿de acuerdo?

-Si... Lo haré... Descansa Camilar.

-Igualmente Salty.

***

- ¿Por qué hacen eso? – Una pequeña Salty miraba a un grupo de prisioneros, que al igual que ella, tenían ya días sin comer nada. Su ropa estaba destrozada, su cabello rojo había perdido aquel brillo, siendo un opaco castaño sucio. Sus ojos eran pálidos y sus ojeras remarcadas. Su cuerpo era sumamente delgado y ya no tenía sus botas. Estaba completamente descansa y tenía llagas en las plantas de sus pies.

- ¿Qué te importa mocosa?

-Oigan, ¿no fue buena idea lo que les dije? – Dijo una prisionera, con ropa de vendedora, con dientes amarillentos y cabello blanco, que devoraba injustamente a una criatura que estaba muerta frente a ella. Eran los restos de un caballo de Merhum. Un caballo que también puede ser confundido con un lobo, por el pelaje excesivo en su cuerpo.

-Si, sabía que íbamos a cenar bien esta noche – El prisionero que calló a Salty respondió a la prisionera, quien estaba deteriorado, con llagas en todo su cuerpo, sangre en su espalda, gusanos entre sus pies y con la cabeza rapada. Era tan deplorable su estado que no había otra sensación más que asco en su aspecto.

-Por favor... ¿Puedo comer algo? – Preguntó inocentemente Salty.

Los prisioneros se detuvieron para escucharla, sin embargo, lo que Salty no sabía es que el trato que aquellos enfermos le propondrían sería incluso peor que la hambruna.

-Hmm... Tengo una idea pequeña – Dijo la prisionera, limpiándose la sangre de su boca – ¿Por qué no nos das tu ropa?

-Mi ropa... Está bien...

La pequeña Salty comenzó a desvestirse completamente. Ninguna prenda quedó y todo se fue directo a los prisioneros, quienes miraron detenidamente el cuerpo casi en los huesos de la pequeña, la cual parecía también morir de hambre como ellos. Los prisioneros empezaron a reírse por su aspecto, burlándose y llamándola "flacuchenta", "pobre infeliz" o "Hambreada". Eran expresiones que para Salty jamás habían sido normales. Entre sus piernas había sangre oxidada, cosa que remarcó la prisionera; "Mocosa asquerosa", replicó el prisionero que la había callado.

-Eres tan dulce, pequeña mocosa. Confórmate con este ojo.

La prisionera le lanzó un ojo del caballo de Merhum hacia ella. Rápidamente, sin considerar lo repulsivo de ello, lo metió a su boca y comenzó a disfrutarlo lentamente. El sabor a la sangre, la carne cruda y toda esa textura viscosa le importó muy poco. Por primera vez en mucho tiempo tuvo una comida que era, al menos, un poco más digna que nada.

-Oye... ¿Quieres más, niña? – Le propuso la misma prisionera.

-Si... Por favor.

-Oye, oye... Pero no será tan fácil. Ya no tienes ropa de la cual desprenderte. Entonces... Solo te podré decir en donde podrás encontrar tu alimento preciado.

La prisionera le señaló con un dedo un lugar a Salty. Este era el final de la habitación donde estaban encerrados. Ahí había un perro furioso. Este era enorme a los ojos de Salty, y tenía una mirada agotada, pero fuerte. Salty no sabía que hacer, entonces le habló a la prisionera:

- ¿Qué debo de hacer?

-Además de zorra, eres una idiota. Tienes que matarlo. Si quieres comer, debes de conseguir tu propio alimento.

-Pero ese perrito... ¿Qué culpa tiene?

- ¡Eres tu o es él! ¡¿Quién quieres que viva?!

-Pero...

- ¡Sin peros mocosa! ¡Ahora haz lo tuyo!

Salty no estaba segura si realmente quería comer ahora. Su cuerpo había sentido con tal mal la posibilidad de tener que matar a aquel noble perro. Sin embargo, el hambre era incluso peor que todo lo demás. No estaba en postura de rezongar, pues era su única posibilidad. Tenía demasiado miedo. Pero debía de ser fuerte. Entonces, con fuerza de voluntad, tomó un trozo de hueso filoso de los restos que había en su celda, donde los prisioneros estaban comiendo igual, y se acercó la perro mientras este estaba dormido.

Era una habitación enorme, con humedad, hecha de piedra y recubierta por una mohosa capa de hongos que quizá tenían más tiempo que los propios prisioneros o la construcción en roca volcánica tallada para el bien de los habitantes y mal de los desgraciados. Salty sabía que no iba a ser algo sencillo, realmente era sumamente complicado, pues jamás, hasta entonces, había matado algo. Incluso cuando tuvo que sufrir que la inocencia le fuera arrebatada por prisioneros, no pudo defenderse correctamente. No era violenta, no era una niña problemática; era lo que Chio decía que debía ser;"Una niña de bien".

-Pe-pe-pe-perdoname perri-perrito. – Salty se acercó al perro, que en su estado histérico era peor que un torbellino. El perro comenzó a ladrarle, sin posibilidad de poder hacerse para atrás. Al final del día, y como bien notó al darse cuenta de la situación, era ella la que moriría o él. Si al final del día ella moría, iba a ser por que ese perro la asesinara, o si el hambre la consumía lentamente. Era intentar esto o no hacer nada.

El perro se desprendió del lugar en el cual se encontraba, empujando con fuerza a Salty. Esta misma solamente pudo tratar de defenderse, aunque en vano, el perro logró arrebatarle las pocas fuerzas. De inmediato, con su mandíbula, similar al de un hipopótamo en fuerza para Salty, mordió y perforó su pecho. Ella chilló de dolor, a la par que sangre salía de su pecho. Entonces, para defenderse, tomó de nuevo el fragmento de hueso, afilado, y perforó con fuerza en los ojos del perro, quien seguía mordiendo su desnutrido y pálido torso.

El animal comenzó a chillar a la par que la mordida del perro se desprendía del cuerpo de Salty. Esta misma, al ver al perro que la había lastimado, llorando y buscando quitarse el fragmento del ojo, no pudo contener sus lágrimas, pero el dolor de lo que le había causado hizo que ella no se detuviera. Tuvo hambre, tenía dolor y ahora una nueva sensación despertó en ella. Era extraña. Sentía que su corazón quería salirse de su pecho, que su piel se enfriaba y esta se estremecía, cómo si pequeñas agujas perforaran todos los poros de su piel, mostrándose algo violentas en su actuar. Sentía también como si lo que llevaba en las venas no fuera sangre, sino algo hirviendo. Sus músculos se tensaban, aunque no tuviera las fuerzas necesarias o estuviera en desnutrición. Su mano se cerró, como si fuera un puño y sus lágrimas siguieron brotando, no obstante, su semblante se volvió frio, enojado y furioso. Salty comenzó a apretar los dientes, los cuales amarillentos, acompañaron con sus ojos rojizos y fijos en la criatura.

Rápidamente, Salty se abalanzó hacia el perro, no sin antes clavarle y enterrarle más profundamente la costilla rota. Era como rematar a quien estaba moribundo. Salty hizo esto y causó que el perro chillara con fuerza, más fuerza con la cual había comenzado. Era doloroso para ella, pero el hambre y el dolor que le ocasionó eran colosales. Entonces, sin miedo a matarlo, volvió a presionar con fuerza la costilla, perforando su cabeza y haciendo que esta saliera del otro lado. El perro había muerto.

Como animal, y sin ser educada, arrancó la piel del perro y comenzó a devorar, con furia, la carne roja, sangrienta, metálica y maldita de aquel animal. No había limite, el hambre lo podía todo. No tenía porqué razón ser clemente con aquel animal, aunque algo dentro de ella hizo que no pudiera seguir comiendo. Ella pensó que quizá ese perro le pertenecía a alguien, que le hacía ser feliz a alguien más, que no era comida sino un ser al cual amar. Esto hizo que, por primera vez, así como la furia, se cuestionara si realmente lo que hizo, todo lo que ha hecho, realmente fue como ella pensó que era, o si era correcto siquiera.

-Lo has logrado niña – Dijo la prisionera, acercándose a ella. Sin embargo, arrancando la costilla filosa, apuntó su arma contra ella. Salty no iba a permitir que le quitaran su comida, y menos que algo le fueran a hacer. Se sentía arrepentida, pero si darle al perro significaba que debía volver a matar, no lo haría otra vez. A menos de que este se terminara.

-Oye, mocosa, solo trato de ser amable.

- ¡Atrás! – Gritó con su voz infantil Salty, advirtiendo de que no iba a volver a caer jamás – Nunca me volverán a llamar "mocosa". Yo me gané a este perro. No debo porque soportarlos.

- ¡Maldita ingrata! ¡¿Crees que no te la habíamos apartado?! Si hubiéramos querido a esa basura viviente la hubiéramos matado desde hace mucho, pero eres tan egoísta que no ves a los demás. Solo te ves a ti.

-Yo digo que hay que quitárselo – Dijo el prisionero de cabeza rapada.

Otros dos prisioneros se acercaron a Salty, con intención de quitarle el perro, siendo atacados por ella, al momento que se acercaron demasiado. Salty perforó el ojo de uno de los prisioneros, lo que ocasionó que este gritara de forma inhumana, vociferando su dolor y su pena, al darse cuenta que no podría arrebatar el perro de forma sencilla. No obstante, eran muchos más. El primer prisionero, sin cabello, tomó por el cuello a Salty, mientras que la prisionera arrancaba del ojo del prisionero que Salty atacó y comenzó a razgar la piel de sus piernas, en los muslos. Ella silenció con su mano a Salty, a la par que el prisionero la asfixiaba.

El dolor era indescriptible, era anormal... Era más que eso...

***

¡Salty! ¡Salty!

Al momento de que regresó a la realidad, siendo despertada por Camilar, notó que su piel estaba sudorosa, empapada más bien del mismo sudor. Que su cuerpo estaba tenso y parecía que se estaba asfixiando.

- ¡Ay deidad mía! ¡¿Estás bien?!

Salty, tras toser un poco y quitarse la pesadez de la garganta, le contestó a Camilar.

-No puedo dormir...

- ¿Qué pasó? – Camilar habló en un tono muy calmo, como si no fuera a hacerle daño. Eso hizo sentir algo a Salty. No era amor, de eso estaba segura, pues algo en ella hizo que perdiera esa capacidad hacia mucho tiempo. Era como aquella sensación que se tiene tras ver de nueva cuenta a un amigo de muchos años, y entender que pese a la distancia, el afecto sigue allí; esas amistades que no se desgastan, ni con el paso del tiempo. El afecto, la calidez y la forma tan amable en la que él la había tratado, le hicieron sentir extrañeza.

-No... no quiero que te molestes.

-No es ninguna molestia.

-No, es que solo tuve una pesadilla, es todo – A Salty se le comenzaron a enrojecer los ojos.

-Tranquila – Dijo casi susurrando Camilar.

-No, está bie-

Salty fue interrumpida por Camilar tras que este le diera un abrazo. Con riesgo de ser dañado o golpeado, igual lo hizo. Salty, en lugar de sentir repulsión o miedo, algo dentro de ella había vuelto a sentirse bien. Un afecto de amiga, un afecto de hija, el sentimiento de estar en paz de vuelta. Se aferró con fuerza a la espalda de Camilar y metió su rostro en su hombro.

-No tienes que ser fuerte, Salty. Ya lo eres. Mucho más que cualquier criatura que haya habitado esta tierra.

Salty lloró, sacó todo lo que no podía haber sacado antes. Lloró con fuerza, lloró con miseria. No se contuvo nada y los alaridos ahogados inundaron la silenciosa y oscura habitación, que era un recinto pacifico para la pobre y miserable Salty, que no era más que una prisionera con suerte; suerte que podía serlo a su favor o en su contra.

-Lo siento... Lo siento... - Salty lloraba y repetía esa frase, lamentándose por algo que Camilar no sabía que era. Nadie lo sabría.

-Todo está bien, Salty.

La oscuridad seguía resguardándolos, aunque fuera algo en vano, pues el dolor a veces puede emerger de la luz y de la iluminación, que, de la oscuridad, una oscuridad que todo ser humano ha creado para si mismo, o para los demás.

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