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Candela

Mi padre solía decir que no debemos temerle a nada, sobre todo a cosas tan infantiles como la oscuridad, ¿Pero a qué le teme el ser humano si no es a lo desconocido?, la oscuridad es un lienzo negro donde se encuentran nuestros peores temores plasmados con la tinta de los misterios nocturnos, acechando, susurrando como bestias sedientas de sangre de las cuales no podemos escapar sin importar que tanto corramos o cuantas luces encendamos, son las sombras que nos siguen a donde quiera que vayamos.

Aun recuerdo aquella fría noche de otoño, con las ventanas siendo azotadas por el viento mientras sonaba la tranquila, pero caótica melodía de las gotas de lluvia cayendo, aquella melodía que provocaba una marea de emociones negativas en mi ser, mi cuerpo ya no parecía responder a mis órdenes, permanecía inerte con los ojos observando el viejo techo por el cual se filtraban unas pocas gotas de agua.

La vieja casa de mis padres siempre se había sentido como un mausoleo, pero ahora sin su presencia se sentía como una cueva llena de animales hambrientos que acechaban a un cadáver, ni siquiera las gruesas sábanas de seda eran capaces de esconderme de los rugidos provenientes de mi mente perturbada, había vuelto a ser aquel niño al que le aterra la oscuridad.

No había nada que calmara mi miedo, ni una sola luz, el único rastro de iluminación en la habitación eran los viejos candelabros de plata cuyas llamas se habían apagado. ¿Podría haber algún fósforo en la cocina?, pensé.

Mi cuerpo medio muerto retiró las sábanas y se puso de pie en frío suelo, el escalofrío que recorría mi cuerpo inmediatamente me hizo sentir poseído por el miedo y aun así caminé por el alargado pasillo cuyas ventanas me mostraban los ojos brillantes de varios demonios, sin embargo, estos en lugar de atacarme me observaban sin parar.

Cada objeto de la casa se convertía en un ser deforme bajo la tela de la oscura noche mientras la penumbra escondía mis pies obligándome a caminar a ciegas, hasta que finalmente pude sentir las escaleras húmedas por las goteras que apuntaban a la sala principal.

Al final de los escalones pude observar finalmente una tenue luz, una candela que simbolizaba mi esperanza de acabar con la oscuridad, aunque no recordaba haberla puesto ahí decidí caminar hasta ella y cuando me di cuenta estaba frente a la mesa de la sala, hipnotizado viendo la llama consumirse, era casi como si pudiera escuchar los susurros de la cera derritiéndose.

De no haber sido por el viento proveniente de mi cocina que pagó el fuego hubiera permanecido observando la luz, sorpresivamente esta vez la oscuridad no se apoderó por completo de la habitación, se podía observar un leve destello proveniente de la cocina, trate de tomar la vela para encenderla, pero su presencia se había esfumado con el viento, pero no importaba aún tenía que encontrar el origen de la maravillosa luz.

Tan pronto como entré a la cocina mis pies se enfrentaron a los afilados cristales de una ventana rota, apenas si era capaz de distinguir mi propia sangre en la penumbra y cuando el dolor se calmó un poco la vela había desaparecido nuevamente.

Ahora la luz provenía del almacén de suministros, pude haberlo dejado todo ahí, simplemente ignorar la oscuridad y volver al calor de mi cama, por desgracia el ruido de alguien moviendo los cajones del almacén despertó mi curiosidad, temiendo que fuera un ladrón o un animal tomé uno de los cuchillos que estaban sobre la polvorienta mesa.

Deje un rastro de sangre aceptando que esta vieja casa sería el lugar de mi muerte e irónicamente también de mi nacimiento, al entrar la vieja puerta de madera se cerró bruscamente, traté de abrirla, pero la luz volvió a aparecer a mis espaldas.

Al darme vuelta observé como la llama alumbraba a los cadáveres frescos de mis padres, creía haberme deshecho de ellos, pero ahora podía ver perfectamente cada parte de su asqueroso cuerpo, cada puñalada que di esperando apagar su aliento y los aterradores ojos apagados de mi padre observando con esa mirada de decepción que se había vuelto el pan de cada día.

La cera derritiéndose ya no susurraba, en su lugar se escuchaban gritos infernales que aturdían a mi mente y me hacían ponerme en cuclillas hasta llorar, cada lágrima se sentía como una quemadura sobre mi piel, como si hubieran sido reemplazadas por las gotas de cera que caían de la vela, deje caer el cuchillo e inmediatamente la luz se apagó.

Todas las bestias que habían estado observando se reunieron para devorarme en la oscuridad, sentía sus garras arañando mi cuerpo y disfrutando mis gemidos de dolor, cuando creí que la tortura había acabado sentí una fría y huesuda mano sujetando mi cuello, para posteriormente ver los ojos grises de mi padre, ahora la fría plata del cuchillo recorría mis entrañas hasta dejarlas como carne molida.

Finalmente sentí como la presión se quitaba de mi cuello dejándome soltar un último suspiro, cada líquido que fluía de mi cuerpo se sentía como agua hirviendo, cerré los ojos y cuando volví a despertar no había nada, pura oscuridad y murmullos, mi cuerpo ya no me pertenecía, estaba claro, me encontraba rumbo a la oscuridad eterna, condenado a ser consumido por la candela.

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