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━ 𝐗𝐗𝐗: Tú decides

───── CAPÍTULO XXX ─────

TÚ DECIDES

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── 「 𝐓𝐇𝐀'𝐄 𝐀𝐍 𝐑𝐈𝐔𝐓 𝐅𝐇𝐄̀𝐈𝐍 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        —NO, NI HABLAR. —La atronadora voz de Kalen se impuso a cualquier otro sonido que pudiese haber en la carpa. Con las manos apoyadas en el borde de la mesa en torno a la que se habían aglomerado para llevar a cabo aquel inesperado concilio, el hombre negó tajantemente con la cabeza—. De ninguna manera vas a reunirte con esa sucia arpía. No sé lo que pretende con esta maldita pantomima, pero solo un necio se fiaría de ella —farfulló en tanto señalaba de forma despectiva el trozo de pergamino que había sobre la superficie de madera. El mismo que Jadis le había hecho llegar a Sirianne para que se reunieran ese mismo día en el bosque, al atardecer.

Ante su negativa, la arquera frunció el ceño, poblando su frente de arrugas. Nada más encontrar aquella misiva clavada en la entrada de la tienda que compartía con su madre y su hermana, había convocado una pequeña asamblea para poder debatir lo que hacer a continuación. Aunque sus compañeros no parecían muy por la labor de aceptar la propuesta de la Bruja Blanca.

—Si no voy, se lo tomará como una muestra de debilidad. Y eso es lo último que quiero —rebatió Syrin con los brazos cruzados sobre su pecho—. No quiero seguir escondiéndome de ella. No tengo por qué hacerlo.

Su tío chasqueó la lengua, contrariado.

—No sabemos qué intenciones tiene. ¿Para qué quiere reunirse contigo si ya ha negociado con Aslan? —cuestionó, enronqueciendo la voz. Saltaba a la vista que no confiaba en Jadis, y razones no le faltaban—. Así solo te pondrás en peligro, y te recuerdo que eres la futura líder del clan. Tu gente te necesita, Sirianne. Ahora más que nunca —añadió, esta vez en un tono más sosegado.

Una molesta presión se instauró en el pecho de la susodicha al oírlo. A Kalen no le faltaba razón, y es que ir al encuentro de la hechicera era muy arriesgado. Pero Jadis ya les había ultrajado bastante como para que encima ahora le diesen motivos para que los llamara cobardes. Además, en el mensaje había apelado a la bandera blanca para llevar a cabo la audiencia, haciendo especial hincapié en que sus intenciones no iban más allá de parlamentar. Incluso las brujas debían respetar ciertos códigos y atenerse a determinadas reglas, por más que sus corazones estuviesen podridos.

—No le tengo ningún miedo —declaró Syrin, arrugando aún más el entrecejo—. Jadis está acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo, sin importarle lo más mínimo las consecuencias de sus actos. ¿Acaso no estáis hartos de eso, de que nos pisotee siempre que le venga en gana? Porque yo sí —remarcó, vehemente e impetuosa. No tenía la menor intención de dar su brazo a torcer, era más que evidente—. Y si tengo que decírselo a la cara, lo haré. No soy ninguna cobarde.

Kalen profirió un lánguido suspiro, dejando entrever su irritación. Las puntas de sus dedos se clavaron en la madera de la mesa —que era de un bonito color acaobado— y Sirianne llegó a pensar que en cualquier momento explotaría y le prohibiría salir del Campamento Rojo. Grande fue su sorpresa —y alivio— al ver que se mantuvo callado, rumiando su propia frustración.

—No es una cuestión de valentía o cobardía, sino de sensatez. —Esta vez fue Declan quien intervino, pronunciándose por primera vez desde que habían puesto un pie en aquella carpa que solo empleaban los arcanos para celebrar sus reuniones y consejos—. ¿Y si Jadis quiere hacerte daño? Al fin y al cabo, eres lo más cercano que tenemos a un líder —expuso, mirándola directo a los ojos—. Le pondrías tu cabeza en bandeja de plata.

Ahora fue el turno de Syrin de suspirar.

—Por eso en la misiva recalca que pueden acompañarme dos personas —le recordó, dando un par de toquecitos al papel que había desplegado frente a ellos. Había leído aquel mensaje decenas de veces, buscando cualquier detalle fuera de lugar, pero no había encontrado nada—. Es la oportunidad perfecta para demostrarle que no podrá con nosotros. Que, por mucho que intente borrarnos de la faz de Narnia, siempre resurgiremos de nuestras cenizas. —Mientras hablaba, miró a todos los presentes: a Declan, a Lynae, a su progenitora y finalmente a Kalen, cuya expresión delataba lo poco que le convencía aquella idea—. Yo... Necesito hacer esto. Necesito tenerla frente a frente y decirle todo lo que llevo callándome desde que ordenó la masacre de las Cinco Aldeas.

A pesar de los mucho que le afectaba hablar de la tragedia que se había cernido sobre su pueblo —primero con el ataque a las Cinco Aldeas y luego con la redada en Fasgadh—, Sirianne se mantuvo firme e impertérrita, sin flaquear en ningún momento. Su voz brotó de sus rosados labios con una determinación admirable y en sus iris esmeralda podía apreciarse el fuego que ardía en su interior, aquella intensa llama que caracterizaba a las mujeres de su familia.

Comprendía el temor de su tío, quien solo quería protegerla, pero ya no era una niña. Había crecido y madurado en esos tres últimos años y era perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones. Y sí, sabía que aquello era arriesgado, pero quería hacerlo igualmente. Como bien había dicho, necesitaba hacerlo.

—¿Tú qué opinas, Hildreth? —preguntó Kalen.

La mujer, que permanecía de pie junto a su primogénita, entrelazó las manos sobre su regazo e inspiró por la nariz. Se había mantenido silente durante toda la disputa, quedándose relegada a un discreto segundo plano, aunque en sus orbes azules latía el mismo miedo e inseguridad que carcomían a su cuñado.

—Sirianne ya es adulta, de modo que la última palabra la tiene ella —contestó tras unos instantes más de fluctuación—. No seré yo quien coarte su libertad. Si ella cree que debe hacerlo, que así sea. —Posó una mano en el hombro de su hija y se lo estrechó con suavidad, queriendo transmitirle su apoyo.

Al escucharlo, Kalen bufó con resignación.

—¿Y qué piensa Aslan de todo esto? —inquirió, esperando que el Gran León tuviera un poco más de sentido común—. ¿También está de acuerdo?

—He hablado con él antes y opina lo mismo que yo —manifestó Hildreth, envuelta en esa aura mística que tanto le caracterizaba—. Es algo que debe decidir Sirianne. Solo ella.

La mencionada agradeció inmensamente aquel voto de confianza por parte de Aslan, quien le estaba brindando la posibilidad de elegir y hacer lo que considerase oportuno. No hacía falta agregar que, ahora que contaba con su aprobación —y la de su madre—, se sentía más cómoda y segura con la decisión que había tomado.

—Yo estoy de acuerdo con Syrin —terció Lynae, acaparando la atención de todos los presentes—. Jadis no es estúpida, ni tampoco una ingenua. Todo este tiempo le hemos hecho creer que habíamos muerto, que el ataque a Fasgadh fue el decisivo para terminar de mermarnos —prosiguió, intercalando miradas con cada uno de sus oyentes—. Hoy le hemos demostrado que no es así y puede que hasta incluso le haya desconcertado ver que somos más de lo que pensaba. Nos ve como una piedra en el camino... Una piedra de la que no se puede librar, por mucho que la patee. —Ella también apoyó las manos en la mesa, para luego clavar la vista en el trozo de pergamino—. Si quiere reunirse con Sirianne es porque realmente se siente amenazada por nosotros.

—¿Qué insinúas, que quiere negociar con nosotros? ¿Proponernos un trato? —cuestionó Declan con una ceja arqueada.

Lynae se encogió de hombros.

—No puedo saber con exactitud qué es lo que pretende —dijo, haciendo un mohín con la boca—. Pero tal vez se haya dado cuenta de que no puede acabar con nosotros tan fácilmente. —Volvió a erguirse, quedando prácticamente a la misma altura que Declan—. No sería tan extraño que estuviese desesperada. Su poder se está debilitando y es consciente de que la profecía está cada vez más cerca de cumplirse.

Se hizo el silencio, uno sepulcral.

Sirianne se quedó meditabunda, desmigajando hasta el último pellizco de información que había aportado su mejor amiga. Lo que había expuesto Lynae tenía sentido... Bastante, de hecho. Ahora que los hermanos Pevensie volvían a estar reunidos y sanos y salvos en el Campamento Rojo, el fin del reinado de Jadis estaba próximo. Y quizá fuera su temor a la profecía —y el hecho de que sus planes no habían salido como esperaba— lo que la estaba impulsando a buscar nuevos aliados.

Con el ajetreo que provenía del exterior como único telón de fondo, la cazadora respiró hondo y exhaló despacio.

—Solo hay una forma de averiguarlo.

Sirianne cerró las manos en dos puños apretados.

Había imaginado aquel momento infinidad de veces, recreándolo una y otra vez en su mente, pero ninguna de ellas se acercaba lo más mínimo a cómo estaba ocurriendo en realidad. Jadis, la hechicera que había quebrantado el pacto de no agresión entre brujas y arcanos y que había ordenado el exterminio de su pueblo, se encontraba ahora frente a ella, acomodada en una portentosa silla de madera. Una sonrisa taimada tironeaba de las comisuras de sus labios, que eran tan pálidos como su piel, y sus iris negros como una noche sin luna permanecían fijos en su persona. A ambos flancos de su cuerpo se encontraban sus custodios: Maugrim y aquel minotauro de pelaje oscuro que tanto odio y rencor despertaba en Syrin.

Tal y como había remarcado Lynae, Jadis no era estúpida. Puede que aquella asamblea tuviera fines parlamentarios, pero la Bruja Blanca no había desaprovechado la oportunidad para desplegar su poder frente a ellos, haciéndoles recordar todo lo que les había arrebatado con un simple chasquido de dedos. La presencia de aquel minotauro era la prueba de ello, puesto que fue él quien asesinó a Kenneth. Su imponente figura fue la última que la pelirroja vio junto a su padre, antes de que Kalen la internara en el bosque y solo pudiese oír cómo el filo de su monstruosa hacha cortaba el aire.

No obstante y a pesar de aquella dolorosa provocación, Sirianne se mantuvo impasible, como si nada ni nadie pudiera perturbarla, ni siquiera la presencia de esos tres seres a los que tanto detestaba. Junto a ella se encontraban Kalen y Declan, quienes también estaban haciendo un esfuerzo sobrehumano para no perder la compostura.

Jadis la había citado en el bosque que se hallaba entre medias de ambos asentamientos, en un pequeño claro donde la ausencia de árboles permitía que los últimos rayos de sol incidieran en la hojarasca del suelo.

—Me alegra que hayas venido, Sirianne —articuló la hechicera con voz melodiosa. Se había encargado de disponerlo todo para que el concilio resultara lo más ameno posible, de ahí la presencia del pequeño cenador bajo el que se resguardaba y de la mesa redonda junto a la que estaba aposentada—. Por favor, siéntate. —Extendió uno de sus largos y delgados brazos y señaló con un sutil movimiento de mano la silla que quedaba libre frente a ella.

La más joven frunció el ceño, asqueada por esa falsa amabilidad que le revolvía las tripas. Escrutó a Jadis con detenimiento, luego observó al capitán de la Policía Secreta y al minotauro y finalmente viró la cabeza hacia su tío, que asintió ante su muda pregunta. Antes de salir al claro habían comprobado que no hubiese nadie más por los alrededores, empleando sus refinados sentidos para ello. Todo parecía apuntar a que la Bruja Blanca había sido sincera en aquel mensaje y que no tenía ninguna intención oculta, pero no estaba de más ser precavidos.

Sin variar lo más mínimo la expresión huraña de su semblante, Syrin avanzó hacia la otra silla que había junto a la mesa y se dejó caer en ella. Kalen y Declan se quedaron de pie tras la arquera, manteniendo una distancia de dos metros aproximadamente, como hacían Maugrim y el minotauro con Jadis. Los cuatro custodios iban armados —incluso Sirianne había guardado en la caña de su bota su viejo puñal—, aunque la magia estaba vetada el tiempo que durase el encuentro.

—Es increíble —volvió a hablar la Bruja Blanca en tanto negaba con la cabeza. A Sirianne empezaba a incomodarla la manera en que la escudriñaba, como si pudiese ver a través de ella—. Habéis estado vivos todo este tiempo, ocultos en las sombras... —Sus orbes azabache ascendieron hacia Kalen y Declan, a quienes analizó con una frialdad inquietante—. Estoy impresionada, de verdad. No pensé que fuerais tan escurridizos.

La muchacha hundió las uñas en los reposabrazos de su asiento, y es que todo lo que decía Jadis estaba impregnado de veneno. Aunque lo que más odiaba de ella era su frivolidad a la hora de abordar un tema tan espinoso como aquel.

—Vas a necesitar algo más que una horda de descerebrados para acabar con nosotros —soltó Syrin, mordaz. Su comentario pareció hacerle gracia a la hechicera, cuyas comisuras temblaron ligeramente. Maugrim, en cambio, gruñó por lo bajo—. Nos has subestimado.

—Lo he hecho, sí —concedió Jadis—. Realmente ha sido... muy inesperado que tú y tu pequeña y dulce hermana hayáis conducido a los humanos al Campamento de Aslan. —La pelirroja comprimió la mandíbula con fuerza al escucharla mencionar a Neisha—. Tenéis el arrojo de Kenneth, sin duda —ronroneó, punzante.

Sirianne se irguió en su silla como una exhalación, despegando su cuerpo del respaldo de madera. Un brillo letal resplandeció en sus ojos, lo que impulsó al minotauro a conducir una de sus pezuñas hacia el hacha que reposaba en su espalda, atada a un tahalí de cuero. Ante la reacción de la bestia, Kalen y Declan hicieron lo propio con las espadas que colgaban de sus talabartes. Aunque un simple gesto por parte de la Bruja Blanca bastó para que su lugarteniente se calmara y dejase el arma donde estaba.

—No te atrevas a mencionar a mi padre —masculló la chica entre dientes. No se contuvo a la hora de fulminar a Jadis con la mirada, demostrándole con aquel simple gesto lo mucho que la despreciaba. Si por ella fuera, acabaría con todo en ese preciso instante, reduciendo su opulenta figura a cenizas.

La hechicera tuvo el descaro de sonreír, lo que solo sirvió para enfurecer aún más a Syrin, que tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echársele encima. Cualquiera diría que buscaba provocarla, alentarla a que perdiera el control. Quizá su tío tuviera razón y hubiese cometido un grave error al acudir a aquella maldita reunión.

—Di lo que tengas que decir de una vez, bruja —le espetó Kalen de malas maneras—. No tenemos toda la tarde.

Jadis focalizó toda su atención en él, examinándolo con ojos fríos y calculadores. A pesar de su riguroso escrutinio, el arcano no se amedrentó; se enderezó en toda su altura —que no era poca, precisamente— y cuadró los hombros con aire combativo. Puede que aquel fuese el primer encuentro formal de Sirianne con la hechicera, pero él ya había tratado con ella en más de una ocasión. De modo que ni le impresionaba con sus trucos baratos ni le tenía miedo.

—Ah, Kalen... Tan impulsivo y visceral como siempre —canturreó la Bruja Blanca en un tono que no le agradó lo más mínimo al aludido—. Debe ser duro, ¿verdad? Vivir siempre a la sombra de alguien. Primero a la de tu hermano y ahora a la de tu sobrina, que está destinada a ser la nueva líder de los kheldar. —Señaló a Syrin con un suave cabeceo y ensanchó su sonrisa, tornándola afilada y viperina. La más joven estuvo a punto de responderle con otro golpe bajo, pero Jadis fue más rápida a la hora de retomar la palabra—: Pero no estamos aquí para reavivar viejas rencillas.

Sirianne arrugó la nariz debido a ese último comentario.

Si era ella la que estaba hurgando en heridas abiertas.

—¿Y qué es lo que quieres? —le interpeló la cazadora.

Jadis volvió a observarla fijamente. Llevaba un aparatoso vestido de color blanco que debía darle bastante calor y sobre su cabeza los restos de su corona de hielo —a la que le faltaba muy poco para terminar de derretirse— reflejaban las últimas luces del ocaso. Era orgullosa hasta para eso, hasta para admitir que el invierno había llegado a su fin. Y, con él, su reinado.

—Te voy a proponer el mismo trato que le ofrecí a Kenneth hace tres años —reveló al fin, provocando que la pelirroja se tensara como un resorte. Incluso las expresiones de Kalen y Declan se crisparon en un acto reflejo—. Únete a mí, Sirianne. Únete a mis filas y no tendrás que seguir manchándote las manos con la sangre de los tuyos. —La susodicha palideció de golpe, lo que le produjo una perversa satisfacción—. Si lo haces, te doy mi palabra de que tú y tu gente no sufriréis ningún daño. Aslan es un insensato que os va a conducir a una muerte segura... Pero yo os ofrezco la posibilidad de sobrevivir a esta guerra. Os doy la oportunidad de vivir.

Se hizo el silencio, uno condenadamente opresivo.

Syrin miró a Jadis con perplejidad, sin poder creerse que les estuviera ofreciendo un salvoconducto a cambio de traicionar a Aslan. Después de todo lo que les había hecho, de las vidas arcanas que se había cobrado, ¿cómo tenía el descaro de venderse ante ellos como una especie de salvadora?

«No tendrás que seguir manchándote las manos con la sangre de los tuyos». Aquella frase no dejaba de repetirse una y otra vez en su atolondrada mente. Era evidente que la hechicera estaba yendo a matar, que sabía elegir sus palabras para infligir el mayor daño posible cada vez que hablaba. Y la muchacha no podía evitar pensar en su progenitor pasando por lo mismo, cargando con aquella responsabilidad... Y posteriormente con aquella terrible culpa cuando Jadis ordenó la masacre de las Cinco Aldeas como consecuencia de su negativa.

—¿Tu palabra? Tu palabra no vale nada. —La voz de su tío apenas llegó como un simple eco a sus oídos. Estaba tan aturullada que no podía pensar con claridad—. Rompiste un pacto que duró siglos, y ni siquiera te tembló el pulso a la hora de hacerlo —le recriminó con ojos chispeantes—. No tienes honor.

La Bruja Blanca decidió hacer oídos sordos a los dardos envenenados de Kalen, que tuvo que se contenido por Declan para no abalanzarse sobre ella y estrangularla con sus propias manos. Los iris negros de Jadis volvieron a clavarse en Sirianne, que continuaba atrapada en aquella vorágine de emociones que se había desatado en su interior. Y es que estaba utilizando su mayor miedo, su mayor tormento, para poder llevársela a su terreno.

—Tú decides, Sirianne —declaró la hechicera con voz melosa—. ¿No estás cansada de perder gente, de tener que separarte de tus seres queridos y amigos? —La madera del reposabrazos crujió ante la fuerza con la que la arquera estaba hundiendo las uñas en ella—. Yo te doy la posibilidad de no tener que huir ni esconderte nunca más, de tener una vida digna. Si me juras lealtad, te prometo que tendréis inmunidad —dijo a la par que se llevaba una mano al pecho—. No tienen por qué morir más arcanos.

Syrin se mantuvo silente, con todos y cada uno de sus sentidos centrados en Jadis. Tras ella podía escuchar vagamente cómo sus compañeros se revolvían en sus sitios y farfullaban cosas ininteligibles. La Bruja Blanca, por su parte, la contemplaba con la sombra de una sonrisa en sus finos labios.

En cierto momento la mirada de Jadis bajó al colgante tallado en madera que descansaba sobre el pecho de la pelirroja, justo por encima de su camisa. Por cómo rielaron sus orbes oscuros, Sirianne supo que había reconocido el símbolo de Arionadh, la Estrella de Cuatro Puntas que representaba a los caudillos arcanos.

Sabía que ella era quien tenía la última palabra.

«No tienen por qué morir más arcanos». Aquella otra frase también retumbó en su cabeza, ocasionando que diversos recuerdos e imágenes del ataque a la Aldea Madre desfilaran por su mente como un puñal recién afilado.

—Dices que no tendría que huir ni esconderme más —se aventuró a hablar por fin—, pero olvidas que si mi familia y yo hemos tenido que pasar una vida de penurias, ha sido porque tú no nos dejaste elección. —Sus facciones se contrajeron en un rictus adusto y su mirada se tornó severa de nuevo, cosa que hizo que Jadis alzara el mentón con soberbia—. Hablas de paz, de inmunidad, de amnistía... Pero fuiste tú quien quebrantó el pacto de no agresión entre brujas y arcanos. Fuiste tú quien decretó el exterminio de las Cinco Aldeas —alegó, levantándose de su asiento a medida que hablaba—. Tú eres la causa de todos nuestros males. Tú y solo tú.

Desde su posición, ya completamente en pie, Sirianne sacó de debajo de su camisa el trozo de pergamino que la propia hechicera le había hecho llegar para citarla en el bosque y lo arrojó a la mesa con desdén.

Jadis la miró con los ojos entornados.

—Prefiero arrancarme el corazón antes que apoyar a un monstruo como tú —prosiguió la muchacha, haciendo especial énfasis en los tres últimos vocablos—. Nos lo has quitado todo, pero yo misma me encargaré de devolverle la libertad a mi gente. Y créeme cuando te digo que no descansaré hasta lograrlo —sentenció con una entereza de la que hasta ella misma se sorprendió.

Tanto el capitán de la Policía Secreta como el minotauro bufaron a modo de respuesta. La Bruja Blanca, por el contrario, se mantuvo impasible.

—Pensaba que tú serías más inteligente, pero ya veo que me equivocaba. —Jadis también se levantó, echando hacia atrás su asiento. Syrin odió tener que alzar la mirada debido a la diferencia de altura entre ambas—. Eres igual de necia que tu padre, y a este paso acabarás como él —le increpó, amenazante.

La aludida sonrió con socarronería. Al fin mostraba su verdadera cara.

—Estarás muerta antes de tocarla.

En un abrir y cerrar de ojos, Declan se situó junto a la cazadora y desenfundó uno de los cuchillos que llevaba amarrados a su cinturón. Aquel arrebato por parte del arcano de iris cenicientos fue tan inesperado para Sirianne que no pudo evitar ponerse rígida, sobre todo cuando Maugrim se erizó como un gato salvaje y les enseñó sus afilados colmillos en una promesa silenciosa.

—No, para. Es justo lo que quiere —dictaminó la pelirroja al tiempo que posaba una mano en el brazo que Declan estaba empleando para amenazar a la hechicera, instándolo a bajar la daga. El joven obedeció, aunque a regañadientes—. Vámonos. Aquí ya no hacemos nada. —Esta vez se dirigió tanto a Declan como a su tío, que realizó un movimiento afirmativo con la cabeza, de acuerdo con ella.

Los tres hicieron el amago de retroceder para volver a internarse en la espesura, pero la voz de Jadis los retuvo antes de que pudieran dejar atrás el cenador.

—Ese orgullo será tu perdición, y la de todos aquellos que te siguen tan ciegamente —aseveró la Bruja Blanca—. Los arcanos sois tan honorables... —Rio con burla, siendo secundada por sus secuaces—. Pero, dime una cosa, ¿serás capaz de aguantar el peso de tantas muertes sobre tu conciencia? —adujo, a lo que el corazón de Syrin dio un vuelco—. Dices que yo soy la causante de todos vuestros problemas, pero eres tú la que acaba de firmar vuestra sentencia de muerte.

Sus últimas palabras acompañaron a la pelirroja incluso cuando volvieron a adentrarse en la oscuridad de la floresta, perdiendo de vista las figuras de Jadis, Maugrim y el minotauro, e hicieron eco dentro de su cabeza durante todo el viaje de regreso al Campamento Rojo.

Aquella reunión no había sido convocada con el fin de conseguir una alianza, ni tampoco porque la hechicera se sintiera amenazada por ellos, como había indicado Lynae. Sino porque quería regodearse en su sufrimiento. Aquello había sido una simple pantomima, un teatro para hacerla recrear lo mismo que vivió su padre en su momento. Se estaba repitiendo la historia y Jadis quería que Sirianne sintiera lo que experimentó Kenneth cuando su pueblo fue masacrado por su negativa a unirse a ella.

«Dime una cosa: ¿serás capaz de aguantar el peso de tantas muertes sobre tu conciencia?»

No, desde luego que no. Y eso la aterraba.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡Hola, mis amores!

Ufff... Ha sido un capítulo intenso, ¿eh? Además, es bastante larguito para compensar un poco mi ausencia por estos lares =') Ya sabéis que esto de los ánimos y la motivación va por rachas, y que últimamente me cuesta mucho no venirme abajo con todo el tema de la falta de apoyo y la (casi) ausencia de feedback. Pero bueno... He conseguido sacar un cap. extenso y con mucho salseo, así que espero que lo hayáis disfrutado :3

Decidme, ¿qué os ha parecido? ¿Teníais tantas ganas como yo de que Jadis y Sirianne protagonizaran un encuentro cara a cara? Porque yo tenía el hype por las nubes mientras escribía la segunda escena, jajaja. La Bruja Blanca es más lista que el hambre y se ha valido del orgullo y la impulsividad de Syrin para meter el dedito en la llaga e iniciar una guerra psicológica uwu ¿Qué conclusiones habéis sacado al respecto? ¿Creéis que Sirianne ha hecho bien en acudir a su encuentro para dejarle las cosas claras y bajarle un poco los humos o debería haberle hecho caso al tito Kalen y quedarse en el Campamento Rojo? Estaré encantada de leer vuestras opiniones ^^

El caso es que Syrin ya está tomando sus primeras decisiones como líder de los arcanos y eso me encanta. Aún tiene mucho que aprender, pero precisamente por eso tanto Aslan como Hildreth le están dando libertad a la hora de elegir. A Kalen, en cambio, eso le cuesta más, ya que está en modo papá oso sobreprotector, pero le amamos igual x'D

¿Y qué me decís de Declan? Porque ese arrebato que ha tenido al final del capítulo da mucho que pensar, jeje. Él también parece estar bastante protector con nuestra querida phrionnsa (͡° ͜ʖ ͡°)

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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