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━ 𝐗𝐗𝐈: La Estrella de Cuatro Puntas

───── CAPÍTULO XXI ─────

LA ESTRELLA DE
CUATRO PUNTAS

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── 「 𝐀𝐑𝐈𝐎𝐍𝐀𝐃𝐇 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        EL TIEMPO PASABA RÁPIDO. Ya llevaba una semana entrenando con Declan. Siete tortuosos días en los que habían tenido sus choques y desavenencias, pero que también habían servido para ejercitar y fortalecer su brazo herido, además de para adquirir una mayor disciplina a la hora de luchar y desenvolverse en el campo de batalla. El arcano de ojos grises la estaba ayudando a controlar sus emociones, a cavar profundamente para enterrar la ira que solía espolearla en situaciones extremas, convirtiéndola en un blanco fácil para los enemigos.

Al principio había tenido sus dudas al respecto. Se había mostrado reacia a la idea de tener que pasar tiempo con él, haciéndole partícipe de sus problemas de autocontrol, pero finalmente había optado por darle una oportunidad. Quería vengarse de Jadis, de aquella maldita hechicera que tanto le había arrebatado, y no podría hacerlo si no era capaz de poner sus pensamientos en orden. Necesitaba estar en sus plenas facultades para hacerle frente, y si para ello debía aguantar las impertinencias de Declan, quien no lo dudaba a la hora de llevarla al límite de su paciencia, lo haría. Le podía más el rencor y el resentimiento que la corroían por dentro que el propio orgullo.

Las primeras sesiones habían sido, sin lugar a dudas, las peores. Casi todas habían terminado con ella perdiendo los estribos mientras su joven —y atractivo— instructor sonreía burlonamente, divertido por sus berrinches infantiles. Incluso algunos días había tenido la osadía de marcharse antes del horario estipulado, a fin de contener sus ansias de abalanzarse sobre él y estrangularlo con sus propias manos. Pero poco a poco se estaba acostumbrando a su irritante compañía y a su peculiar sentido del humor.

La clase de aquel día había llegado a su fin.

Desde que su tío le había pedido a Declan que entrenara con ella, había notado una inmensa mejoría en el brazo donde aquel miembro de la Policía Secreta había hundido sus afilados colmillos. La herida había terminado de cerrarse, dejando en su lugar una fea cicatriz que acabaría desapareciendo con el paso del tiempo, y cada vez le costaba menos realizar ciertos movimientos. De hecho, el arcano de iris cenicientos le había prometido que para la próxima sesión podría probar a empuñar nuevamente un arco.

Con ayuda de Declan, Sirianne recogió las armas que habían utilizado durante el adiestramiento y las guardó en un pequeño armero de madera. Estaba deseando llegar a la carpa que compartía con su madre y Neisha para darse un baño relajante.

Su aroma fue lo primero que percibió.

La pelirroja, luego de dejar las espadas largas en su lugar correspondiente, viró la cabeza hacia su derecha, topándose con la inconfundible figura de Kalen, que avanzaba hacia ellos con paso firme y decidido. Se secó el sudor de las manos en la tela de sus pantalones y se llevó una a la frente, resguardando sus delicados ojos de los últimos rayos de sol, que ya empezaba a ocultarse en lontananza.

—Tío —lo saludó ella.

El recién llegado se detuvo frente a ellos, a quienes dedicó una afable sonrisa. Vestía una camisa holgada, que llevaba remangada a la altura de los codos, y unas calzas oscuras. La tinta de los tatuajes tribales que exhibía en sus poderosos antebrazos resplandecía a la luz del sol mortecino.

—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —quiso saber Kalen. Le sorprendía que no estuvieran incordiándose el uno al otro, como tantas otras veces que los había visto juntos. Aquello al menos era un avance.

—Bueno —habló Declan—, es terca como una yegua salvaje y tiene demasiado orgullo—. Syrin lo fulminó con la mirada, lo que provocó que los ojos del muchacho resplandecieran de perverso placer al intuir la molestia que había despertado en ella con tan solo unas palabras—. Pero está trabajando duro —reconoció instantes después.

La aludida se cruzó de brazos y apretó la mandíbula para contener la réplica que se estaba deslizando por su lengua.

Pues claro que se estaba esforzando, ¿por quién la tomaba? No era estúpida, ni tampoco una niña. Sabía que el tiempo jugaba en su contra y que cada segundo contaba. Por no mencionar que no le estaba aguantando a él, la arrogancia personificada, para nada.

—Me alegra oír eso. —Kalen dio una palmada al aire, satisfecho con su respuesta. A Sirianne le resultó imposible no suavizar la expresión de su rostro. Si bien la aprobación de Declan le importaba más bien poco, por no decir nada, la de su tío sí que tenía valor para ella—. ¿Podrías dejarme un momento a solas con mi sobrina? Quisiera hablar con ella —añadió, a lo que el arcano de orbes grises asintió.

—Claro. —Declan se encogió de hombros—. Nos vemos mañana a la misma hora —le dijo a la pelirroja, justo antes de recoger sus cosas y marcharse.

Aún cruzada de brazos, Syrin lo vio alejarse hasta que su corpulenta figura se perdió en la lejanía. Casi de forma inmediata, sus músculos se relajaron y la arruga vertical entre sus cejas desapareció. Soltó todo el aire que había estado conteniendo y se masajeó el tabique nasal en un gesto cansado.

Estaba agotada y le dolían hasta las pestañas. Pero su cansancio, el hecho de que sus entrenamientos con Declan mermaran de esa manera sus energías, era algo que jamás evidenciaba estando él delante.

Aquello no le pasó desapercibido a Kalen, que rio por lo bajo.

—En el fondo es un buen chico —manifestó, acaparando nuevamente la atención de Sirianne, que lo observó con una ceja arqueada—. Sé que no te cae muy bien, pero él solo intenta ayudarte —le recordó.

La joven desestimó su comentario con un movimiento de mano.

—Puede. —Se estiró cuan larga era, haciendo crujir sus huesos—. Pero eso no cambia el hecho de que sea un egocéntrico y un pretencioso —masculló entre dientes. Su tío volvió a carcajear, esta vez logrando contagiarla—. ¿Ocurre algo? —preguntó, una vez recuperada la compostura y recordando que si estaba allí era porque quería hablar con ella.

—No, tranquila —contestó Kalen. Sirianne se relajó en un acto reflejo. Las cosas les estaban yendo tan bien últimamente que no podía evitar pensar que en cualquier momento todo se derrumbaría—. Quería darte algo —puntualizó en tanto rebuscaba en los bolsillos de su pantalón—. Esto.

La pelirroja vio cómo sacaba lo que parecía ser un trapo, para finalmente entregárselo. Ella lo cogió sin entender muy bien a qué venía todo aquello. Miró al hombre con expectación y este le instó con un suave cabeceo a que descubriera su contenido.

Lo hizo.

Apartó cuidadosamente los pliegues de tela y sintió que el aire se le quedaba atascado en los pulmones cuando vislumbró lo que había debajo. Algo dentro de ella se agitó cuando sus iris esmeralda se posaron en un colgante tallado en madera. Pero no era un colgante cualquiera, ni mucho menos. Era Arionadh, la Estrella de Cuatro Puntas. 

En la sociedad arcana aquel collar era el distintivo que identificaba a los caudillos de la especie. Se trataba de una alhaja formada por una estrella de cuatro puntas —fabricada en metal— que permanecía inscrita en una circunferencia. Cada extremo representaba una aldea arcana: la Norte, la Sur, la Este y la Oeste. Y en el colgante original, en el centro de la estrella había una gema anaranjada que representaba a la Aldea Madre. En el caso de aquella imitación, toda ella estaba hecha de madera clara y una piedra de río ocupaba el corazón de la estrella.

—Por todos los dioses, es... —balbuceó Syrin, incapaz de decir nada coherente. Estaba demasiado conmocionada. Se había quedado sin palabras.

—No es el original, ya que este lo tenía tu padre cuando... —Kalen calló antes de concluir la frase, aunque el semblante de su sobrina ya se había ensombrecido al mentar a Kenneth—. Pero quería que tuvieras uno —explicó tras unos instantes más de mutismo—. Ahora que estamos otra vez reunidos y dado que ya has cumplido la mayoría de edad establecida, el liderazgo de nuestro pueblo te pertenece.

Las lágrimas que se habían agolpado en los ojos de Sirianne se desvanecieron sin dejar rastro ante esa última alegación. En su lugar, un molesto nudo se aglutinó en su garganta y una desagradable presión se instauró en su pecho, generándole una sensación de asfixia. La mano en la que sostenía el collar comenzó a temblar, de modo que la pegó a su costado para tratar de aquietarla.

Siempre había sido consciente de que aquel momento llegaría —no en vano había sido educada para ello—, pero no se sentía preparada, no en esas condiciones. No cuando una guerra estaba a punto de estallar. Ella no era su padre. No tenía la fuerza ni la determinación suficientes para guiar a lo que quedaba de su especie. Solo era una chiquilla con el corazón destrozado por los estragos de aquel conflicto civil.

No era nada. No era nadie.

—Yo no... No estoy lista —logró articular con voz temblorosa.

Kalen dejó escapar un tenue suspiro.

—Lo estás, Sirianne. Créeme que lo estás —repuso él con suavidad. La muchacha reculó un par de pasos y se abrazó a sí misma, con Arionadh todavía en su puño cerrado. El cielo había empezado a oscurecerse, dejando a la vista alguna que otra estrella centelleante—. Gracias a tu hermana y a ti, los futuros reyes están a salvo de las garras de Jadis. Los habéis conducido hasta aquí, a pesar de los obstáculos que se han interpuesto en vuestro camino.

—No lo hemos hecho solas. Hemos recibido mucha ayuda —contradijo Syrin, chasqueando la lengua. No iba a llevarse un mérito que no le pertenecía—. De no ser por los castores, habríamos muerto en el río. Fue gracias a ellos que conseguimos llegar hasta la orilla. —Le resultó imposible no estremecerse al rememorar el episodio de la cascada. Aún podía sentir el agua gélida mordiendo su piel y cortándole la respiración.

—¿Y eso es malo? —impugnó Kalen.

Su sobrina frunció el ceño, poblando su frente de arrugas.

—Es signo de debilidad. De vulnerabilidad.

—La vulnerabilidad es la base de la fortaleza, Sirianne —la aleccionó el hombre, que había rebasado la distancia que los separaba para posar una mano en su hombro—. Incluso tu padre necesitaba ayuda de vez en cuando. —La pelirroja alzó el rostro hacia él, con las facciones contraídas en un rictus contrito—. Por tus venas corre la sangre de los mejores líderes que ha tenido nuestro pueblo. Solo debes confiar más en ti.

Sirianne se sorbió la nariz, cariacontecida. Seguía pensando que aquello le venía demasiado grande, que no se encontraba a la altura de las circunstancias.

—Tengo miedo. No soy la líder que todos creéis —musitó.

La mano de Kalen se desplazó hacia su mejilla, la cual acarició con suma ternura. Su toque áspero la reconfortó como ningún otro.

—El miedo siempre está presente, pero aceptarlo te hace más fuerte —remarcó, justo antes de depositar un beso en su frente. La joven se dejó hacer, agradeciendo la calidez que desprendía su cuerpo—. Y tú eres muy fuerte, pequeña. No te imaginas cuánto.

Syrin no dijo nada, puesto que sus cuerdas vocales se habían agarrotado a causa de la represión de emociones. Así que simplemente lo abrazó, dando gracias a los dioses porque volviese a estar a su lado.

Sirianne suspiró lánguidamente. No podía conciliar el sueño.

Por más que lo intentara, sus orbes verdes no parecían tener la menor intención de cerrarse. El propio cansancio le impedía dormir, lo que era bastante irónico. Daba vueltas sin cesar en su lecho, tratando de dejar su mente en blanco y centrarse en el ritmo acompasado de sus latidos. Pero todos sus esfuerzos eran en vano.

Su cabeza tampoco le estaba dando tregua. La conversación que había mantenido con su tío hacía unas horas no dejaba de repetirse una y otra vez en su atolondrada mente.

Kalen le había dicho que estaba más que preparada para asumir el lugar que le correspondía en la sociedad arcana, pero ella no estaba tan segura de ello. En realidad, no estaba segura de nada, y eso era algo que la enervaba a más no poder. Porque se sentía más perdida y confundida que nunca.

Recostada en una pila de mantas y cojines, se mordisqueó el labio inferior y clavó la vista en el techo de lona de aquella tienda que compartía con su madre y su hermana, quienes dormían plácidamente a su lado.

De manera inconsciente su mano izquierda ascendió por su torso hasta entrar en contacto con el colgante que pendía de su cuello. Aquella gema mágica que le había regalado Santa Claus y que el mismísimo Aslan había señalado como la única esperanza para encontrar a Edmund.

Volvió a suspirar. Aún no se había puesto la imitación de Arionadh. La había vuelto a ocultar entre los pliegues de la tela que le había entregado Kalen y la había guardado a buen recaudo. Llevarla implicaría demasiadas cosas, y ella todavía tenía que aclarar sus ideas.

Harta de estar tumbada, se levantó y se puso las calzas que había dejado sobre un arcón de madera ornamentada. No se molestó en recolocarse la camisa con la que solía dormir, la cual era demasiado holgada para su menuda figura. Metió la tela sobrante por debajo del pantalón y, luego de enfundarse sus botas de caña alta, abandonó la carpa.

Una vez en el exterior, echó un vistazo rápido a su alrededor. La luz de la luna, que ya se encontraba en su cénit, incidía sobre las tiendas que conformaban el Campamento Rojo, confiriéndole un aspecto fantasmagórico. El fuego de las antorchas se mecía al compás de la brisa nocturna y las voces de aquellos que hacían su turno de guardia llenaban el aire.

Sirianne respiró hondo y echó a andar sin rumbo fijo.

Caminó con la única compañía de la luna y las estrellas que titilaban con vigor en el oscuro terciopelo que la sobrevolaba, hasta que unos gimoteos acapararon irremediablemente su atención.

Se detuvo en seco, anclando los pies en el suelo terroso, y miró en la dirección de la que provenían aquellos lloriqueos. Su enorme agudeza visual le permitió dar enseguida con el foco de origen: a unos metros de ella, sentada en el suave pasto, se hallaba Lucy. Syrin enarcó una ceja al verla allí sola.

Presa de la curiosidad, se acercó a ella. Fue tan sigilosa que la chiquilla se sobresaltó cuando la vio aparecer a su lado. Esta se sorbió la nariz y se restregó la cara con las manos.

—¿Lucy? —pronunció la pelirroja.

La susodicha ladeó la cabeza hacia ella. Tenía los ojillos rojos, las mejillas húmedas debido a las lágrimas que se habían deslizado por ellas y la boca curvada en un puchero.

Sirianne se alarmó al verla en ese estado, por lo que se sentó a su lado para poder hablar con ella. No obstante, antes de que pudiera formular cualquier pregunta, Lucy se le echó encima y rompió en llanto.

La arcana se quedó rígida, abrumada por la inesperada reacción de la menor de los Pevensie, que se aferró a ella con desespero. Aquello le partió el corazón a Syrin, que no lo dudó a la hora de envolverla entre sus brazos y arrullarla como tantas veces había hecho con Neisha. Le acarició la espalda y el pelo, y le susurró palabras reconfortantes al oído.

Poco a poco Lucy se fue calmando. Sus hombros dejaron de convulsionarse y sus sollozos fueron bajando de intensidad hasta ser prácticamente inaudibles.

—Tranquila... —murmuró la mayor sin dejar de abrazarla. Escrutó de nuevo los alrededores, en un intento desesperado por localizar a Peter o a Susan, pero no había ni rastro de ellos. La niña debía de haber salido por su propia cuenta—. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás aquí sola? —Se apartó ligeramente de ella para poder secar sus lágrimas.

Lucy hipó una y otra vez.

—Es que... es que... —Sirianne volvió a acariciarle el cabello. Aquello le recordó inevitablemente a su progenitora, lo que hizo que se pusiera aún más triste—. Echo de menos a mis padres —confesó tras varios quiebres de voz—. Y a Edmund...

La pelirroja compuso una mueca condescendiente. Puede que fuera la futura reina de Narnia, una de las piezas fundamentales de una arcaica profecía, pero también era una cría. Era cierto que había sabido sobrellevar todo aquello con una entereza admirable, pero no dejaba de ser una niña pequeña e inocente.

En ese aspecto le recordaba mucho a Neisha. Su hermana también había tenido que hacer frente a cosas terribles a una edad muy temprana. Había tenido que madurar antes de tiempo, al igual que Lucy.

—Lo entiendo —dijo Syrin a la par que le colocaba un mechón rebelde detrás de la oreja—. Yo antes de llegar aquí también extrañaba mucho a Kalen. Y a Lynae... —No quiso añadir que también añoraba a su padre, ya que todavía le resultaba demasiado doloroso hablar de él.

La menor de los Pevensie arrugó la nariz en un tierno gesto. Sus pequitas resaltaban a la luz de la luna.

—Pero... ¿Y si no volvemos a ver nunca más a Edmund? ¿Y si... y si la Bruja Blanca le hace algo malo? —cuestionó, desasosegada.

Una sombra cruzó el semblante de la arcana.

Si Edmund aún no estaba allí, junto a sus hermanos, era por su culpa. El Gran León le había encargado la misión de controlar la gema y encontrarlo, pero pasaban los días y no había avances. Y sabía que el chiquillo no podría aguantar mucho más. Lo sabía y se odiaba a sí misma por no ser capaz de ayudarle.

—Volverás a verlo. Y podréis estar los cuatro juntos de nuevo.

Lucy se frotó los ojos. El labio inferior le temblaba ligeramente.

—¿Cómo puedes estar tan segura de ello? —quiso saber.

Sirianne se forzó a sonreír.

—Porque voy a encontrar a Edmund y a traerlo de vuelta. —Tomó las manos de la niña entre las suyas y las estrechó con fuerza, tratando de infundirle algo de confianza—. Te lo prometo.

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N. de la A.:

¡Hola, mis amados lectores!

Ha pasado un tiempo desde la última vez que actualicé esta historia, y lo lamento muchísimo, pero la inspiración me abandonó y no ha querido volver hasta hace unos días u.u En un principio iba a subir este capítulo ayer, pero Wattpad funciona fatal últimamente y ahora le ha dado por no notificar nada (ni votos, ni comentarios, ni anuncios de otros usuarios...). Así que preferí esperar a ver si hoy ya estaba todo arreglado, pero, viendo que las cosas siguen igual y teniendo ya escrito el capítulo, he decidido tirarme a la piscina y publicarlo aun siendo consciente de que es bastante probable que la mayoría no os enteréis de que he actualizado xD

Pero bueno, dejando a un lado el hecho de que esta plataforma no hace más que dar problemas, vayamos al contenido del capítulo. Sé que a primera vista puede parecer de transición, pero os aseguro que no lo es. Ambas escenas, esas dos conversaciones que ha tenido Syrin con Kalen y Lucy, van a ser cruciales. Ya habéis visto que Sirianne es muy insegura de sí misma, así que quizás esto le dé el empujoncito que necesita para coger al toro por los cuernos. Porque ya os aviso que, a partir de ahora, la cosas se van a poner muy interesantes, jeje.

Y hablando del tito Kalen, ¿no os parece súper adorable? O sea, lo amo. Este hombre es lo que el mundo necesita y su forma de tratar a Syrin hace que se me caiga la baba cada vez que escribo sus escenas. Declan, por otro lado, se mantiene en su línea xD Aunque poco a poco va progresando con nuestra sassy arquera. Y de Lucy tan solo decir que es tierna como ella sola.

Espero que os haya gustado el capítulo y que estéis preparados para lo que se viene, que va a ser bastante movidito. No olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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