━ 𝐗𝐈𝐈: Ahora o nunca
•─────── CAPÍTULO XII ───────•
AHORA O NUNCA
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── 「 𝐀-𝐍𝐈𝐒 𝐍𝐎 𝐆𝐔 𝐁𝐑𝐀̀𝐓𝐇 」 ──
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CUANDO NEISHA VIO QUE AQUEL LOBO se abalanzaba sobre su hermana y posteriormente la atacaba, el alma se le cayó a los pies. Gritó con todas sus fuerzas e hizo el amago de ir a socorrerla, pero todo sucedió demasiado rápido. Antes de que pudiera hacer nada, Sirianne ya había desenfundado una de sus dagas gemelas y matado con ella al miembro de la Policía Secreta.
—¡¡Sirianne!! —La pitonisa sintió que las cuerdas vocales se le desgarrarían en cualquier momento, aunque, a decir verdad, poco le importaba. Corrió hacia la susodicha y se arrodilló a su lado, alarmándose ante la cantidad de sangre que manaba del mordisco.
En ese preciso instante el lobo que se les estaba acercando por el flanco izquierdo amenazó con saltar sobre ellas para terminar lo que había comenzado su compañero, pero el Señor Castor se interpuso en su camino. Como cabía esperar, el esbirro de la Bruja Blanca lo apresó sin mayor dificultad, colocando una de sus enormes zarpas en su yugular y haciendo que la Señora Castor sollozase presa del pánico.
Al comprobar que tanto los castores como las arcanas estaban fuera de combate, Peter desenvainó su espada y se colocó delante de Syrin y Niss en un ademán protector. La pitonisa, que no se había despegado de su hermana, lo miró con ojos llorosos, tan angustiada que al chico se le rompió el corazón.
—Menuda sorpresa... —pronunció Maugrim, que no dejaba de intercalar miradas entre los Pevensie y las pelirrojas—. Sabíamos que alguien estaba ayudando a los humanos, pero jamás imaginamos que serían unas sucias arcanas. —Esbozó una sonrisa de dientes afilados y amarillentos que logró estremecer a Neisha—. Y yo que pensaba que vuestros cadáveres ya estarían siendo pasto de los gusanos.
El capitán de la Policía Secreta empezó a caminar hacia ellos, provocando que los músculos de Peter se tensaran y que sus manos agarrasen con más frenesí la empuñadura de su espada.
—No te acerques —dictaminó el rubio, tratando por todos los medios de que no se le quebrase la voz. El aludido lo observó con cierta prepotencia, pero se detuvo.
Lucy se abrazó a Susan. Tenía tanto miedo, estaba tan asustada... No solo por ella y sus hermanos, sino también por los castores y las arcanas. Sirianne les daba la espalda, pero no necesitaba verle la cara para saber que lo estaba pasando mal. La arquera ni siquiera había intentado levantarse. Estaba ahí, encogida en el suelo, sin dejar de temblar y de ejercer presión sobre la herida.
—Veo que eres un hueso duro de roer —manifestó Maugrim, refiriéndose a Syrin, que alzó la mirada hacia él. Estaba muy pálida, tanto que casi parecía traslúcida, pero sus ojos brillaban con una rabia contenida—. Y tú debes de ser el otro cachorro de Kenneth, ¿no es cierto? —Esta vez se dirigió a Neisha, que se removió incómoda en su sitio—. Una pena lo de vuestro padre. Debió ser más inteligente y aceptar la propuesta de mi reina. —Una vez más, esa sonrisa burlona asomó a su rostro.
Ante la mención de su progenitor, Sirianne profirió un sonido gutural. Quiso ponerse en pie y hacerle callar a golpes, pero su hermana se lo impidió. Estaba demasiado débil y el brazo le dolía horrores, así que no opuso resistencia.
—¡He dicho que no te muevas! —volvió a hablar Peter al ver que Maugrim había echado nuevamente a andar hacia ellos. Su tono no admitía réplica, algo de lo que hasta él mismo se sorprendió, pero las manos no dejaban de temblarle. Nunca había usado un arma y era evidente que todavía no estaba preparado para hacerlo.
—Suelta eso, chico. Alguien podría resultar herido.
—¡Por mí no te preocupes! ¡Atraviésalo! —exclamó el Señor Castor.
Con un movimiento de cabeza, Sirianne le indicó a Neisha que le diera su arco, que se hallaba a un par de palmos de distancia, para después colgárselo del hombro. A continuación, aferró el puñal y se levantó con ayuda de la pitonisa. Peter seguía delante de ellas, por lo que cuando este comenzó a recular, a las arcanas no les quedó más remedio que hacer lo mismo, al igual que a Susan, Lucy y la Señora Castor.
Maugrim avanzaba sin ningún atisbo de duda en sus orbes ambarinos. Podía oler el miedo del mayor de los Pevensie y su indecisión a la hora de usar el arma contra él. Prácticamente podía degustar el dulce sabor de la victoria.
—Huye ahora que puedes, y recuperarás a tu hermano —prosiguió.
Aquellas palabras hicieron que Susan abriera los ojos de par en par.
¿Y si decía la verdad? ¿Y si estaban en el bando equivocado? Tal vez si se rendían, podrían llegar a un acuerdo. Puede que no les hiciera falta ir a ese dichoso campamento para recuperar a Edmund. Y es que se encontraban en clara desventaja: el Señor Castor no podía hacer nada para ayudarlos, Neisha estaba demasiado conmocionada y Sirianne herida e incapacitada para defenderles, y Peter no se atrevería a utilizar esa espada.
—¡Para! ¡Quizá deberíamos escucharle a él! —le dijo a su hermano, haciéndole dudar.
—¡No! —Sirianne tuvo que contenerse para no empujar a la morena y obligarla a cerrar la boca, dado que cada vez que la abría no hacía más que comentar insensateces—. Son todo mentiras. En cuanto tengan la oportunidad os matarán. —Miró a Peter en un intento por transmitirle algo de seguridad y confianza, pero el joven estaba sometido a demasiada presión. No podría percibir tales vibraciones ni aunque quisiera.
—¡Vamos, a qué esperas! ¡Mátalo ahora que puedes! —insistió el Señor Castor, al borde de la histeria.
Llegó un momento en el que Sirianne dejó de escuchar. A sus oídos llegaban amortiguados los gimoteos de la Señora Castor, las falsas promesas del capitán de la Policía Secreta y la estridente voz de Susan pidiéndole a Peter que bajara el arma e hiciese caso al lobo. Niss continuaba a su lado, arropándola entre sus brazos y susurrándole que se pondría bien, que ella misma la curaría. La dentellada le dolía bastante, pero, gracias a la adrenalina que ahora fluía por sus venas, no tanto como al principio.
Se mordió el labio inferior mientras analizaba la situación y enumeraba las posibilidades que tenían de salir vivos de allí. Si antes estaban perdidos, ahora estaban condenados. La manada los tenía acorralados. Por un lado estaba Maugrim cortándoles el paso y por el otro los tres lobos que los esperaban en la orilla por la que habían venido.
No había escapatoria, no tenían forma de librarse. A no ser... Syrin fijó la vista en el enorme bloque que mantenía prisionera a la cascada. Sabía que lo que tenía en mente era arriesgado, mucho, pero era su única oportunidad, su vía de escape. De lo contrario, si no hacían nada, terminarían siendo un delicioso aperitivo para los lobos.
Era ahora o nunca.
Cuando vio que ya no podían retroceder más, tironeó de la capa de Neisha, captando así su atención, y con un suave cabeceo señaló la catarata. La pitonisa enseguida adivinó sus intenciones. Tragó saliva y le dedicó una mirada dubitativa, a lo que Sirianne asintió, indicándole que lo hiciera.
Neisha inspiró por la nariz y pronunció una serie de palabras en la lengua arcana. Apenas un instante después, un crujido mucho más colosal que los anteriores inundó el lugar, provocando que Maugrim y Susan guardaran silencio. El hielo de la cascada comenzó a resquebrajarse, originando una grieta que partía desde la base hasta lo más alto del bloque.
Peter miró a las arcanas, consciente de que aquello había sido obra suya. Después, cuando el agua empezó a colarse a través de las fisuras, les dijo a sus hermanas que se agarrasen a él, para finalmente clavar su espada en el suelo. Sirianne hizo lo mismo: empuñó su daga e incrustó el filo en el hielo en tanto Niss asía con fuerza su esclavina.
Y entonces el bloque que cubría la catarata se desmoronó, dando paso a una gran avalancha de agua que hizo que Susan y Lucy chillaran. Al verlo, la Policía Secreta trató de dispersarse, pero ya era demasiado tarde. La tromba se les echó encima a una velocidad apoteósica.
Los humanos y las arcanas quedaron sobre dos plataformas de hielo diferentes, mientras hacían todo lo posible para mantener el equilibrio. Peter y Syrin se observaron una última vez, aterrados, justo antes de que una enorme ola los engullese.
Durante unos segundos tan solo se oyó el sonido producido por el agua embravecida y, sobre la superficie, lo único que se vieron fueron decenas de fragmentos de hielo siguiendo el transcurso del río. Durante unos segundos el Señor y la Señora Castor creyeron que los Pevensie y las pelirrojas no lo habían conseguido. Y, durante unos segundos, el tiempo pareció detenerse.
Sin embargo y contra todo pronóstico, una mano emergió del agua, seguido de la empuñadura de una espada y las respectivas cabezas de Susan, Peter y Lucy. Poco después surgieron Neisha y Sirianne, cuyos pulmones ardían a causa de la falta de aire.
La arquera, sin soltar su puñal, miró a su alrededor, nerviosa. No tardó en dar con los futuros reyes, de quienes las separaban unos metros de distancia. Sollozó, puesto que el agua estaba helada y eso hacía que el mordisco le doliera más, pero aun así no se permitió soltar la daga.
Niss, por su parte, no dejaba de hiperventilar. El frío le calaba hasta los huesos, entumeciendo sus extremidades y cortándole la respiración. Era una sensación horrible que, junto con el miedo que había experimentado y el consumo de energía que había supuesto la utilización de sus poderes, le impedía tener el control total de sí misma.
La situación de los Pevensie no distaba mucho de la de las arcanas. Jamás lo habían pasado tan mal como en aquellos momentos. Los únicos a los que, al parecer, el frío no les afectaba eran los castores, cuyo pelaje estaba preparado para aguantar bajas temperaturas. De ahí que en tácito acuerdo decidieran acudir en ayuda de sus compañeros.
El Señor Castor fue con los humanos y su esposa con las pelirrojas.
—¿Estáis bien? —consultó la Señora Castor nada más alcanzar a Sirianne y Neisha. Se tomó unos instantes para examinarlas con atención, pudiendo reparar en lo pálida que lucía la primera y lo alterada que estaba la segunda.
—No —respondió Syrin con voz ronca.
Al escucharlo, la Señora Castor comenzó a empujar el trozo de hielo al que estaban subidas, conduciéndolo hacia la orilla. Neisha miró por encima de su hombro, cerciorándose de que el Señor Castor hacía lo mismo con los hermanos Pevensie. Un suspiro de alivio brotó de sus azulados labios al creer que lo peor ya había pasado.
Nada más lejos de la realidad.
Como si el destino pretendiera burlarse de ellos, los gritos de Peter y Susan volvieron a poner en guardia a las arcanas. Estas dirigieron la mirada hacia los humanos, quienes no dejaban de vociferar el nombre de su hermana pequeña.
—¡¡Lucy!! —exclamó Sirianne, viendo cómo la susodicha era llevada por la corriente. El pánico se apoderó de todo su cuerpo, nublándole los sentidos e impidiéndole pensar con claridad. Tenía que hacer algo, y pronto.
Quiso ir a por ella, sin importarle lo más mínimo que el brazo le doliese como el mismísimo infierno. No obstante, antes de que pudiera siquiera intentarlo, Neisha se le adelantó.
—¡¡No, Niss!! —Pero ya nada podía hacer, la pitonisa la había soltado—. Mhallachd! («¡Maldición!») —La voz de Syrin sonó desesperada—. ¡Llévame a la orilla, deprisa! —le pidió a la Señora Castor, que no tardó en reaccionar y hacer acopio de lo dicho.
Entretanto, Neisha luchaba para no ahogarse. Sabía nadar, pero la corriente era muy fuerte, lo que suponía un auténtico peligro para todo aquel que anduviese a la deriva. De vez en cuando alguna ola la tragaba, haciendo que se golpease con las rocas y las ramas del fondo, pero siempre lograba volver a la superficie. Por suerte, gracias a la velocidad a la que iba el agua, no tardó en alcanzar a Lucy, quien no dejaba de pedir auxilio.
Cuando sus orbes azules se cruzaron con los de Neisha, la niña no pudo evitar sentirse aliviada, aunque solo fuese durante unas milésimas de segundo.
—¡Agárrate a mí! —dictaminó la pitonisa.
Lucy obedeció, entrelazando los brazos alrededor de su cuello.
Por otro lado, ya en la orilla, Susan observaba con horror la escena en tanto Peter ayudaba a Sirianne a levantarse. La pelirroja envainó su daga, que había extraído del hielo a costa de un terrible calambre en el brazo, y haciendo oídos sordos a los comentarios del muchacho, que le decía que no debía hacer movimientos bruscos, avanzó unos metros y cayó de rodillas al suelo.
Con la visión borrosa y unas náuseas terribles, extendió las manos, situándolas sobre la superficie del río. Tenía el cuerpo en un tembleque constante y el corazón le latía tan fuerte que, por un momento, llegó a pensar que se le saldría del pecho. Pese a ello, se dispuso a recitar unas palabras en la lengua arcana.
—¡Voy a por ellas! —comunicó el Señor Castor, justo antes de zambullirse de nuevo al agua.
Susan gimoteó sin poder evitar que varias lágrimas rodasen por sus macilentas mejillas. A su lado, la Señora Castor tomó su mano y se la estrechó con cariño, tratando de reconfortarla. La angustia también era palpable en el semblante de Peter, que no dejaba de intercalar miradas entre su hermana y Neisha.
—O, Deighon, Tighearna Uisge, èist ri mo phleas («Oh, Deighon, Señor del Agua, escucha mi oración») —repitió Syrin una y otra vez. Sentía cómo a medida que pronunciaba esas palabras sus fuerzas empezaban a flaquear, pero no iba a detenerse.
Gracias a los dioses sus cánticos surtieron efecto. Y, para sorpresa de sus acompañantes, la fuerza de la corriente disminuyó de forma considerable, facilitándole el trabajo al Señor Castor, que ya casi había llegado junto a Niss y Lucy.
Sirianne dejó escapar un sonido ahogado al que le sucedió un peligroso tambaleo. Estuvo a punto de caer al agua, pero Peter fue más rápido y, agachándose a su lado, la tomó de los hombros. El rubio tuvo que darle varias palmadas en las mejillas para que abriera los ojos.
—Es... estoy bien... —musitó la arquera, azorada ante el repentino acercamiento por parte del mayor de los Pevensie. Carraspeó y sacudió la cabeza, intentando recuperar la lucidez.
Con cuidado de no hacerla daño, Peter la ayudó a incorporarse. Solo cuando ambos recuperaron la verticalidad se dieron cuenta de que tres figuras se aproximaban a ellos. El rostro del joven se iluminó al ver a Lucy sana y salva, en compañía de Neisha y el Señor Castor.
La chiquilla, sin dudarlo ni un segundo, corrió hacia él y se echó a sus brazos. Peter enseguida correspondió al gesto, emocionado. Susan no se quedó atrás y, con una amplia sonrisa, se unió a ellos.
En cuanto Sirianne logró enfocar su mirada y vio delante de ella a Neisha, una grata sensación la embargó por completo. Parpadeó varias veces seguidas y tragó saliva, a fin de reprimir las lágrimas. La pitonisa, en cambio, no se contuvo y, acortando la distancia que las separaba, envolvió a su hermana en un efusivo abrazo.
—Cuidado, cuidado... —se quejó la mayor al tiempo que componía una mueca de dolor. Apretó los labios en una fina línea y arrugó la nariz.
Neisha se apartó de ella, alarmada.
—Lo siento —se disculpó.
—Tranquila, sobreviviré. Lo importante es que estás bien. —Sirianne pegó su frente a la de Niss. Todavía temblaba debido a la tensión—. Que las dos estáis bien —puntualizó, observando también a Lucy.
La niña sonrió, al igual que sus hermanos y los castores.
—Gracias —intervino Peter en un tono sumamente sincero—. Muchas gracias, de verdad.
Aquello iba dirigido a ambas, tanto a Neisha como a Sirianne. Sin embargo, fue la primera la que se sonrojó a causa de sus palabras.
No sabía por qué, pero la sonrisa esculpida en los labios del humano y el brillo que desprendía su mirada bastaron para que su corazón volviera a encogerse. Aunque esta vez no de miedo ni angustia.
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N. de la A.:
¡¡Hola, mis amores!!
¿Cómo estáis? Espero que hayáis empezado muy bien el año. Ya os dije que esta vez no iba a tardar tanto en actualizar. Creo que es un capítulo muy emocionante y repleto de acción, aparte de que es más extenso que el anterior xD Me ha costado un poquillo estructurarlo, pero he quedado conforme con el resultado. ¿Vosotros qué pensáis?
Bueno, ya habéis podido comprobar que Sirianne, dentro de lo malo, está bien y que si hace caso a su hermana, se recuperará. Así que no os preocupéis, que a alguna casi os dio un infartito en el anterior capítulo, jajaja. Eso sí, tal y como comenté, esa herida le va a pasar factura. Salseo is coming x')
Ay, mi Niss. La pobre es muy insegura y le cuesta bastante confiar en sí misma, pero en este capítulo se ha lucido. En el fondo es toda una guerrera. Y, por cierto, ¿qué os ha parecido ese último párrafo? Parece que a nuestra pitonisa le empieza a hacer tilín Peter (͡° ͜ʖ ͡°)
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Un besazo ^3^
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