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━ 𝐗𝐈: Sangre arcana

──── CAPÍTULO XI ─────

SANGRE ARCANA

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── 「 𝐅𝐔𝐈𝐋 𝐀𝐑𝐂𝐀𝐂𝐇 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        CUANDO LLEGARON A LA CASCADA, los siete compusieron sendas expresiones de pavor. Se detuvieron al borde de un precipicio desde donde poseían una vista panorámica de todo el lugar y contuvieron el aliento. La temperatura había aumentado bastante desde su encuentro con Santa Claus, de modo que tanto la nieve que pisaban como el hielo que cubría la superficie del río estaban comenzando a deshacerse. 

Sirianne frunció el ceño, agobiada. El río estaba prácticamente descongelado, a excepción de una zona que no duraría mucho. Intercambió una fugaz mirada con su hermana, que lucía tan preocupada como ella, y otra con Peter.

El tiempo jugaba en su contra.

—Tenemos que cruzar, ¡ya! —los apremió el rubio. Entrelazó su mano con la de Lucy y la obligó a caminar, sin embargo, antes de que pudieran dar siquiera tres pasos, la niña se detuvo, zafándose de su agarre.

—¿Los castores no hacen diques? —inquirió Lucy en tanto observaba a los aludidos con una ceja arqueada. En otras circunstancias aquel gesto hubiese resultado adorable.

—Yo no soy tan rápido, querida. —El Señor Castor se encogió de hombros.

Syrin bufó, más nerviosa si cabe que antes. No era momento para conversaciones absurdas, pero, al parecer, allí las únicas que tenían un poco de sentido común eran Neisha y ella. Por suerte, Peter no tardó en reaccionar y, apresando de nuevo la muñeca de la chiquilla, la arrastró hacia el terraplén que les permitiría descender hasta la orilla del río.

—¡Esperad! —La voz de Susan los retuvo, haciendo que se voltearan a verla—. ¿Quieres pararte a pensar un minuto? —le reprochó al chico, que chasqueó la lengua ante lo inoportuna que era para interpretar su papel de chica sensata y ejemplar.

—Es que ese es el problema, Su. ¡No tenemos un minuto! —bramó Peter, exasperado.

—Solo intento ser realista... —se quejó la morena, cuyas mejillas habían adquirido un tenue color carmesí. La reacción de su hermano la había pillado desprevenida.

—No. Solo intentas ser lógica, como siempre.

Mientras ellos discutían como niños pequeños, recriminándose cosas y atacándose el uno al otro, de fondo se oyeron una serie de aullidos que les erizaron el vello a las arcanas.

Niss profirió un sonido ahogado a la par que miraba a su alrededor, intentando localizar la dirección de la que provenían, y Sirianne maldijo para sus adentros, justo antes de tomar la delantera y situarse al inicio de la cuesta.

—¡No hay tiempo para discusiones! —exclamó la mayor, alzando la voz por encima de las de Peter y Susan. Estos enseguida guardaron silencio, cohibidos—. ¡Vamos, maldita sea! —Tuvo que contenerse para no empezar a despotricar en su lengua materna, ya que la situación no podía ser más estresante.

Nuevamente se escucharon aullidos, pero esta vez mucho más cerca de su posición actual. Los Pevensie no necesitaron más aliciente que ese para moverse y comenzar a bajar por la pendiente, seguidos por los castores, Neisha y Sirianne. Ya en la superficie del río, los siete se quedaron inmóviles, contemplando el peligroso tramo que tendrían que recorrer para llegar al otro lado. Allí abajo el ambiente era tenso y agobiante, por no mencionar que el sonido producido por el hielo al romperse era mucho más intenso, taladrándoles las sienes.

Peter se aventuró a dar un paso al frente, pero, nada más poner un pie en el delgado bloque de hielo, este se hundió, generando un espeluznante chasquido. Por puro instinto el joven retrocedió, con el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas y la frente perlada en sudor. Lucy se abrazó a él, asustada, y Susan lo asió del brazo.

—Iré yo primero, ¿de acuerdo? —pronunció Syrin, dirigiéndose a Peter.

El rubio asintió, de acuerdo con ella. Neisha, por el contrario, tragó saliva, no muy conforme con la idea. No le gustaba que su hermana se arriesgara tanto. Ya lo había pasado mal por ella en el bosque, cuando no sabían que quien los había estado persiguiendo río a través era Santa Claus y no la Bruja Blanca, y ahora volvía a sumársele a su lista de preocupaciones. No obstante, era consciente de que lo hacía por el bien de los humanos, para protegerles.

Sirianne siempre había sido muy noble, de ahí que no lo dudara a la hora de anteponer el bienestar de los demás al suyo propio. Además, los mismísimos dioses les habían conferido esa misión, la de llevar a los futuros reyes sanos y salvos al Campamento de Aslan, de manera que ella no era nadie para contradecir sus deseos. Nunca lo había hecho y esa no iba a ser la primera vez.

—Ten cuidado. —Fue lo único que atinó a decir. Sirianne le dedicó una sonrisa conciliadora y, sin más dilación, se dispuso a cruzar la superficie del río.

La arquera era rápida y ágil, y eso se veía reflejado en sus movimientos, a cual más preciso que el anterior. Más que caminar parecía flotar, aunque los crujidos originados por el hielo bajo la suela de sus botas le recordaban que no podía bajar la guardia.

Cuando avanzó unos metros se volteó hacia sus camaradas y les hizo un gesto con la mano para que la siguieran. Los castores obedecieron, al igual que los hermanos Pevensie y Neisha. Respiraron hondo y, luego de implorarles a sus respectivas deidades que los protegiesen, echaron a andar.

En grupo se movían relativamente despacio, puesto que un paso en falso y sería el fin. Era cierto que la temperatura había ascendido de forma considerable en la última hora, pero aquella agua llevaba congelada un siglo entero, lo que significaba que estaría muy, pero que muy fría. No podían arriesgarse a coger una hipotermia, no cuando los secuaces de Jadis estaban tan cerca de dar con ellos.

La ansiedad de Niss iba en aumento. Cada vez que el hielo rechinaba o se hundía bajo sus pies sus pulsaciones se disparaban y el oxígeno se le quedaba atascado en los pulmones. Peter se había dado cuenta de ello, por lo que de vez en cuando se giraba hacia la pitonisa para asegurarse de que se encontraba bien y que no necesitaba ayuda. Luego estaba Susan, quien, pese a sus reticencias iniciales, contaba con una agilidad tan admirable como la de Sirianne. Y, por último, Lucy. La pobre estaba aterrada, de ahí que no se separase de su hermano mayor bajo ningún concepto.

En uno de los viajes la niña resbaló, pero, por suerte, Peter tuvo buenos reflejos y la agarró antes de que cayera al suelo. Fue entonces cuando varios carámbanos se desprendieron de la cascada, provocando que los humanos alzaran la vista y se topasen con una imagen nada tranquilizadora.

La manada los había encontrado y ahora cruzaba el río desde arriba, atravesando directamente la base solidificada de la catarata.

—¡Oh, no! —El grito de Lucy sobrecogió a todos.

Syrin miró en la dirección que señalaba la chiquilla, al tiempo que una desagradable presión se instauraba en su pecho. Estaban perdidos. Aunque llegasen a la otra orilla del río solo sería cuestión de minutos que la Policía Secreta los acorralase. A ellas y a los castores los matarían allí mismo, dado que no tenían ningún valor para la hechicera, y a los Pevensie los llevarían a la Fortaleza Helada para que fuera la mismísima Jadis quien les quitase la vida.

Cerró las manos en dos puños apretados, descargando así toda su frustración. No habían llegado hasta allí, sufriendo lo indecible y acarreando varias muertes a sus espaldas, para dejarse vencer por una simple manada de lobos.

No iban a rendirse con tanta facilidad. Al menos no ella.

—¡Corred, rápido! —dictaminó, haciendo acopio de lo dicho.

Todos acataron la orden sin tan siquiera titubear. Pese al cansancio, obligaron a sus agarrotadas piernas a ir más deprisa, dejando a su paso un sinfín de grietas y surcos en el suelo. Solo cuando tres lobos aparecieron frente a ellos, cortándoles la retirada, se detuvieron.

Peter palideció de golpe y volvió la vista atrás con la intención de retroceder, sin embargo, la plataforma por la que acababan de pasar se había hecho añicos. No podían replegarse, estaban atrapados.

Cuando sus iris verdes se cruzaron con los ambarinos de Maugrim, Sirianne comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes. El capitán de la Policía Secreta parecía sorprendido de verla, pero no tardó en esbozar una sonrisa burlona. Las mejillas de la cazadora enrojecieron a causa de la ira. No había olvidado que ese maldito traidor estuvo el día en el que todo su mundo se vino abajo.

Entretanto, los otros dos soplones empezaron a aproximarse a ellos por los flancos. En un acto completamente impulsivo, Syrin se descolgó el arco y cogió una flecha de su carcaj, para después montarla sobre la cuerda y tensarla. Sin vacilar lo más mínimo, apuntó a uno de los lobos —al que se les estaba acercando por la derecha—, no obstante, antes de que pudiera iniciar el trayecto de la saeta, este se abalanzó sobre ella.

Un grito desgarrador brotó de la garganta de Sirianne, que cayó al suelo mientras su adversario mordía de forma rabiosa su brazo izquierdo. Una descarga de dolor le recorrió toda la extremidad, desde la punta de los dedos hasta el hombro, forzándola a soltar el arco y a centrarse únicamente en la quemazón ocasionada por aquellos colmillos que no dejaban de clavarse en su piel. Poco a poco la sangre fue manchando su ropa y tiñendo de rojo la nieve del suelo.

El dolor era atroz, pero aun así consiguió despejar su mente y llevar su otra mano a su muslo, donde tenía amarrada una de las dagas gemelas. La desenvainó, no sin esfuerzo, y sin más preámbulos incrustó la hoja en el cuello del lobo. Casi de inmediato, este gimió y la soltó, justo antes de desplomarse a unos centímetros de distancia. Su sangre no tardó en mezclarse con la de la muchacha. 

Al verlo, Maugrim miró a su otro compañero y gruñó. Aquella insufrible mocosa no hacía más que darles problemas.

La cabeza de Syrin daba vueltas, muchas vueltas. Dejó caer el puñal y se llevó la mano sana a la herida, que no dejaba de sangrar. Su visión se había tornado borrosa y un molesto pitido se había instalado en sus oídos. Aunque, por encima de sus propios latidos, pudo distinguir las voces de su hermana y Lucy gritando su nombre.

Hizo el amago de levantarse, pero un vahído la embargó por completo. Ni siquiera podía enfocar bien la mirada, así que mucho menos ponerse en pie y hacer frente a la Policía Secreta.

Se maldijo en su fuero interno. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada? Se había dejado llevar por la rabia y las ansias de venganza, y ahora...

Alzó el rostro hacia Maugrim, cuyas fauces se habían contraído en una mueca desdeñosa. No cabía la menor duda de que disfrutaba viéndola sufrir, y lo haría aún más cuando la matase.

Cerró los ojos, derrotada. Era el fin para todos ellos.

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N. de la A.:

¡¡Hola, corazones!!

Lo sé, hacía tiempo que no actualizaba esta historia, así que mil perdones. Sé que es un capítulo muy corto, pero no quería demorarme más. Me apetecía actualizar, que vierais que sigo viva y que no me he olvidado de este FanFic, y para qué mentir, dejaros un poco con la intriga, jajaja. Porque, aunque haya sido cortito, ha estado repleto de tensión e incertidumbre, ¿no creéis?

Ay, mi Syrin... Estaba tan obcecada en matarlos a todos que ha bajado la guardia y ha acabado con el brazo como un colador x'D No, ahora en serio, va a haber muchísimo salseo a partir de ahora, ya lo veréis. Estamos entrando en una parte de la trama que me tiene muy emocionada.

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo, aunque me haya comportado como una capulla y os haya dejado con la miel en los labios, jajaja. Pero bueno, ya tengo escrita más de la mitad del siguiente, so... Pronto tendréis noticias mías.

No olvidéis votar y comentar =)

Besos y feliz Navidad ^3^

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