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━ 𝐕: Los hermanos Pevensie

───── CAPÍTULO V ─────

LOS HERMANOS PEVENSIE

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── 「 𝐓𝐇𝐀 𝐏𝐄𝐕𝐄𝐍𝐒𝐈𝐄 𝐁𝐇𝐑𝐀̀𝐈𝐓𝐇𝐑𝐄𝐀𝐍 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        SIRIANNE Y NEISHA retrocedieron unos metros para dejarles espacio a los humanos y a los castores, quienes ya habían iniciado su descenso. Estos avanzaron despacio, agarrándose a las ramas más gruesas y resistentes y procurando no tropezar y precipitarse al vacío. Una vez en tierra firme, todos ellos salvaguardaron una distancia prudencial con las recién llegadas.

—¿Quiénes sois? —exigió saber un Hijo de Adán, dando un paso al frente.

Las narnianas lo inspeccionaron con curiosidad, puesto que esa era la primera vez que veían a un humano. Era alto, de pelo dorado y facciones bien definidas. Tal vez fuera uno o dos años más joven que Sirianne, aunque con tan poca luz era difícil confirmarlo.

—Responderemos a todas vuestras preguntas, os lo prometo. Pero antes debemos encontrar un refugio seguro. No nos conviene quedarnos a la intemperie, los lobos de Jadis podrían regresar —pronunció la arquera en su mejor tono neutral.

—¿Y cómo sabemos que no sois esbirros de la Bruja Blanca? —cuestionó una de las Hijas de Eva, la que aparentaba más edad.

—Tendréis que confiar en nosotras. No os queda otra alternativa —acotó Syrin, encogiéndose de hombros con simpleza—. ¿Sabéis de algún sitio donde podamos pasar la noche? —Esta vez se dirigió a los castores y al zorro, que ya había logrado ponerse en pie.

—Hay una cueva por aquí cerca. Puedo guiaros hasta ella si queréis —respondió el carroñero.

Sirianne observó de reojo a su hermana pequeña, esperando su aprobación. Esta asintió, por lo que la mayor tomó una bocanada de aire y escrutó con cierto nerviosismo los alrededores, cerciorándose de que se encontraban en la más absoluta soledad.

—Está bien, andando —dictaminó al tiempo que comenzaba a moverse.

Uno de los castores —el que tenía voz varonil— resopló de mala gana y farfulló algo ininteligible. Al parecer, no le gustaba recibir órdenes. El zorro no tardó en adelantar a la arquera y los humanos se miraron entre sí sin saber muy bien qué hacer. 

Estaba claro que no se fiaban de ellas, pero ¿qué otra opción tenían? Ninguna, estaban entre la espada y la pared. Además, ya habían visto de lo que eran capaces los miembros de la Policía Secreta y, sinceramente, preferían arriesgarse con ese par de desconocidas antes que acabar hechos trizas por una manada de lobos hambrientos.

Neisha se disponía a seguir los pasos de su hermana cuando reparó en un escabroso detalle que la dejó sin aliento. Ancló los pies en el suelo, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba y el corazón le daba un vuelco.

—Sirianne —articuló, nerviosa. La mencionada se detuvo y volteó la cabeza hacia ella—. Falta uno.

Al escucharlo, el semblante de Syrin se crispó en un gesto adusto. Retrocedió y se posicionó al lado de la pitonisa, quedando frente a los humanos. Se llevó una mano a la boca al darse cuenta de que tenía razón: solo había tres, y la profecía señalaba claramente que se trataban de cuatro reyes. Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de mantener la calma.

—¿Dónde está el cuarto? —Ante la pregunta de Niss, los tres muchachos clavaron la vista en el espeso manto de nieve que cubría el suelo.

—Bueno, él... nos ha traicionado —confesó el Señor Castor, que ya no parecía tan reacio a entablar una conversación con ellas. Neisha emitió un suspiro y Sirianne apretó los puños con fuerza para poder descargar toda su frustración, que no era poca. Ambas le instaron con la mirada a que prosiguiera—: Ahora mismo estará en el castillo de Jadis.

Duilich e! («¡Maldita sea!») —exclamó la cazadora sin ser capaz de contenerse—. Màthair thug dhuinn rùn sònraichte: a thoirt air na ceithir sàbhailte gu Campa Aslan rìghrean. Agus a-nis tha sinn chaill fear dhiubh an t-slighe («Madre nos confió una única misión: llevar a los cuatro reyes sanos y salvos al Campamento de Aslan. Y ahora resulta que hemos perdido a uno por el camino»). —Ignoró por completo la presencia de los aludidos y clavó sus orbes verdes en Neisha.

Agus tha sinn a 'lorg fuasgladh. A-nis feumaidh sinn a dhol («Ya buscaremos una solución. Ahora debemos irnos») —remarcó la pitonisa en un tono más sosegado.

—¡Edmund no es un traidor! —gritó la niñita de pelo corto y castaño, quien no sobrepasaría los diez años de edad—. La Bruja Blanca lo habrá engañado, estoy segura. —Pese a que no podía entender lo que decían, avanzó unos pasos hasta situarse delante de las narnianas, que la observaron con asombro. Estas pudieron apreciar que su rostro estaba congestionado, ya fuese por el frío o la rabia, y que el abrigo de piel que cubría su menudo cuerpo le quedaba dos tallas grande.

Sirianne suavizó de forma inconsciente su expresión. Se inclinó ligeramente hacia delante y apoyó las manos en sus rodillas, quedando así a la misma altura que la chiquilla. 

Debía reconocer que era muy valiente.

—No lo dudo, alteza. —Dicho esto, reanudaron la marcha. 

Conformaron una fila diseminada con el raposo y Syrin a la cabeza. Los humanos caminaban muy pegados los unos a los otros y no podían evitar sobresaltarse con cada ruido que escuchaban. Neisha y los castores iban en la retaguardia. En ocasiones la pitonisa les dedicaba a los futuros reyes alguna que otra sonrisa de complicidad que solo era correspondida por la menor de los tres.

—¿Puedo saber vuestros nombres? —preguntó la pitonisa mientras aceleraba un poco el paso.

—Yo soy Lucy Pevensie, y estos son mis hermanos: Peter y Susan —contestó la niña, dado que los otros dos habían preferido mantenerse al margen.

—Es todo un honor, altezas. —La narniana inclinó la cabeza con respeto—. Yo me llamo Neisha y ella es Sirianne, mi hermana. —Señaló a la susodicha con el dedo índice.

Cuando al fin llegaron a la cueva de la que les había hablado su nuevo guía, la pelirroja de ojos verdes se adelantó para comprobar que no estuviera habitada. Después todos se adentraron en ella. 

Una vez que hubieron conseguido un poco de leña para el fuego, Niss se llevó la mano a su cinturón y cogió una bolsita de cuero. La abrió con sumo cuidado y esparció por toda la entrada de la caverna cenizas de roble blanco. Volvió a colgarse la bolsa del cinto y se sacudió las manos. A continuación regresó junto a sus compañeros, quienes la miraban con extrañeza.

—¿Qué era eso? —preguntó Lucy.

—Cenizas de roble blanco. Crean una barrera protectora contra los enemigos —explicó la pitonisa con voz afable. Aquella niña era demasiado dulce—. Ya podemos encender la hoguera con total tranquilidad. Nada ni nadie nos verá.

Los hermanos Pevensie tomaron asiento en el suelo pedregoso, gesto que imitaron los castores y el zorro. Puede que aquel sitio no fuera nada del otro mundo, pero al menos servía para protegerles del frío.

—Esa leña está húmeda, no prenderá —comentó Susan en tanto se arrebujaba en su abrigo. Tenía los músculos congelados.

Sirianne acumuló las ramas en un pequeño montoncito, haciendo caso omiso al comentario de la morena. Se arrodilló, extendió las manos hacia la pira y cerró los ojos. No habían pasado ni diez segundos cuando de sus labios brotaron las siguientes palabras:

Khali, Ban-dia na Teine, thig air mo ghairm («Khali, Diosa del Fuego, acude a mi llamado»). —Nada más terminar de hablar, una potente llama comenzó a consumir la madera.

Los radiantes orbes de Lucy se abrieron de par en par al verlo, expresando una profunda admiración. Peter y Susan, en cambio, compusieron sendas muecas de pavor.

—También sois brujas. ¿Cómo pretendéis que nos fiemos de vosotras? —soltó el muchacho con palpable desdén.

—No debiste decir eso, chico —musitó el castor, quien creía intuir la especie a la que pertenecían las chicas. Peter lo observó con una ceja arqueada.

Syrin se puso en pie y le fulminó con la mirada, dejando a un lado sus modales y todas esas normas de cortesía que tan ridículas se le antojaban. Las facciones de Neisha también se habían ensombrecido a causa de ese último comentario, pero no llegó a decir nada. 

Su hermana, por el contrario, no se calló:

—No somos brujas —pronunció muy lentamente, de tal manera que cada vocablo parecía una frase independiente. El joven tragó saliva ante la intensidad con que lo miraba. Sus ojos claros refulgían de forma salvaje y desbocada—. Ellas no nos llegan ni a la suela de las botas, así que no volváis a decir nada semejante. —Se dio media vuelta y se dejó caer al lado de la pitonisa.

—Entonces, ¿qué sois? —La voz de Lucy inundó el lugar.

—Lo cierto es que tenemos muchos nombres: kheldar, ihbarthi, krykesi... Aunque en la lengua común se nos conoce como «arcanos» —explicó Neisha, entrelazando las manos sobre su regazo.

—Pero eso que acaba de hacer es magia, ¿cómo es posible? —volvió a hablar Susan, que todavía no daba crédito a lo que había visto.

—Nos nutrimos del poder que nos ofrece la tierra, por lo que somos capaces de manejar los elementos. No es magia como tal, solo canalizamos la energía y la empleamos según nuestras necesidades —solventó la pitonisa.

—Creíamos que os habíais extinguido —interfirió el Señor Castor, recibiendo un toque en el brazo por parte de su esposa, que lo reprendió con la mirada—. ¿Qué? Es la verdad. Hacía mucho que no teníamos noticias de ellos. —Se encogió de hombros con naturalidad.

Las arcanas clavaron la vista en el suelo, apesadumbradas.

—Tiene razón —concedió Sirianne, volviendo a acaparar la atención de sus camaradas—. Los secuaces de Jadis asaltaron nuestra aldea hace ya tres años... Muchos de los nuestros cayeron mientras defendían su hogar, y a los demás no nos quedó más remedio que huir para poder sobrevivir. —La voz se le quebró debido a la represión de emociones, de modo que se aclaró la garganta y retornó a una expresión neutral.

Neisha sintió una dolorosa punzada en el pecho. De pronto, su mente se vio asediada por infinidad de recuerdos: los gritos, los llantos, la sangre, el choque del acero contra el acero... Sacudió la cabeza con brusquedad, a fin de librarse de esos pensamientos tan lacerantes y tortuosos.

Nadie se atrevió a comentar nada más al respecto, por lo que Syrin aprovechó para sacar de su viejo morral algunos trozos de carne que había sazonado para que se conservasen mejor, tendiéndoselos después a los humanos. Al principio, estos se mostraron reacios a probarla, aunque acabaron ingiriéndola luego de pasarla por el fuego. Llevaban varias horas sin probar bocado y necesitaban estar en sus plenas facultades si de verdad querían rescatar a Edmund.

Niss, por su parte, se sentó al lado del zorro para poder examinar mejor el mordisco. Por suerte para él, tan solo se trataba de una herida superficial. 

Sacó de su zurrón un cuenco de madera y las hierbas medicinales que siempre llevaba consigo, y las mezcló con el agua de su cantimplora. Las machacó hasta crear una especie de ungüento aromático que extendió por toda la dentellada. El animal suspiró de alivio en cuanto aquel mejunje tomó contacto con su piel, haciendo que la joven sonriera.

—Estaba ayudando a Tumnus, pero me temo que la bruja ha llegado antes que yo —manifestó, una vez que Neisha hubo terminado de curarle.

—Si Jadis sabía que ese fauno confraternizaba con humanos, es porque alguien se lo dijo —puntualizó Sirianne, justo antes de pegarle un bocado a su trozo de carne—. Es muy probable que haya sido vuestro hermano. —Su comentario hizo que los Pevensie fruncieran el ceño como nunca antes lo habían hecho—. Por lo que nos habéis contado, él ya ha estado en Narnia antes. Tuvo que conocer a la bruja durante ese periodo de tiempo. Y si vos —apostilló, señalando a Lucy con el pulgar— le comentasteis vuestro encuentro con Tumnus, no hay que ser muy inteligente para atar cabos. Nosotras sabemos mejor que nadie cómo se las gasta esa maldita hechicera. Nunca juega limpio.

Se hizo el silencio. Uno tenso e incómodo.

—Te agradezco la amabilidad —dijo el raposo con la vista clavada en Niss—, pero he de partir de inmediato. —Se puso en pie sin mucha dificultad, ya que aquella cataplasma le había reducido bastante el dolor.

—¿Te marchas? —preguntó la menor de los Pevensie, apenada.

—Ha sido un placer, mi reina. Y un honor —indicó el animal en tanto realizaba una sutil reverencia—. No obstante, el tiempo apremia y el mismísimo Aslan me ha enviado para que reúna a más tropas.

La pareja de castores lo escudriñó con el entusiasmo reflejado en sus iris oscuros.

—¿Has visto a Aslan? —inquirieron al unísono.

—Dinos, ¿cómo es? —Neisha sonó igual de emocionada que ellos.

El zorro les dedicó una cálida sonrisa.

—Es todo cuanto hemos soñado —aseguró—. Os alegraréis de tenerlo a vuestro lado cuando luchéis contra la Bruja Blanca —comentó, dirigiéndose a Peter, que se había mantenido relegado a un discreto segundo plano.

Este estuvo a punto de hablar, pero Susan fue más rápida:

—Gracias, pero no vamos a luchar contra nadie. —El tono de su voz era tajante y no admitía réplica.

Las narnianas intercambiaron una significativa mirada.

—Aún no lo entendéis, ¿verdad? —articuló Niss.

—No podemos ir a la guerra sin ti —secundó el castor, observando al chico.

Peter profirió un lánguido suspiro.

—Solo queremos recuperar a Ed —murmuró, cariacontecido.

Sirianne lo examinó con detenimiento, consciente de lo mucho que debía de estar sufriendo. Si ella estuviese en su lugar, probablemente cometería una locura y acabaría personándose en la Fortaleza Helada para rescatar a su hermana. Sin embargo, no podían dejarse llevar por los impulsos y las emociones. No podían tomarse la justicia por su mano, así que si no querían acabar muertos, no les quedaba más remedio que ser pacientes y esperar.

—Sé cómo os sentís —comenzó a decir la arquera—, pero ahora solo el Gran Aslan puede ayudar a vuestro hermano. —El aludido la miró con desasosiego—. Deberíais descansar y recobrar energías. Mañana será un día largo —sentenció, poniéndose en pie.

—¿A dónde vas? —Neisha la tomó del brazo.

—Me quedaré haciendo guardia, por si acaso.

Sin nada más que añadir, Syrin se encaminó hacia la salida. Apoyó la espalda en el muro de sólida roca y se deslizó por él hasta quedar sentada en el suelo. Dobló las rodillas y apoyó los codos en ellas. Puede que las cenizas de roble blanco les protegieran de cualquier peligro externo, pero no estaba de más asegurarse.

Se limitó a contemplar el paisaje de fuera y elevó la vista hacia el cielo estrellado, donde la luna brillaba en todo su esplendor. Notó que unos pasos se aproximaban a ella, de manera que viró la cabeza hacia su derecha, encontrándose con el zorro.

—¿Te vas ya? —preguntó.

—Sí, no tengo tiempo que perder —contestó el carroñero—. Cuida de ellos. Son nuestra única esperanza. —Se giró hacia los Pevensie, quienes ya se habían acomodado para dormir.

—Lo haré, puedes estar seguro.

El raposo asintió, satisfecho con su respuesta. Se dispuso a abandonar la cueva, pero se detuvo antes de cruzar la línea de ceniza.

—Sirianne. —La mencionada se sorprendió, puesto que no esperaba que se acordara de su nombre—. Hay más como tú en el Campamento de Aslan. No estáis solas. —Tras decir esto, el zorro desapareció en la oscuridad de la noche.

Un sonido ahogado brotó de su garganta. Se llevó una mano al pecho, esperanzada, mientras las comisuras de sus labios hilvanaban una grácil sonrisa y una lágrima resbalaba por su mejilla.

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N. de la A.:

¡Hola, mis amores!

En primer lugar, quisiera agradeceros todo el apoyo que le estáis dando a esta historia. Vuestros votos y comentarios me dan la vida, en serio =)

Bien, ahora vayamos al capítulo. Sé que es de transición, pero era necesario. Ya iba siendo hora de que supierais a qué especie pertenecen nuestras chicas. Apuesto a que casi todos intuíais que eran brujas. A pesar de que las adoro (véase Elizabeth, quien lea mi otro fic de Narnia lo entenderá xD) me apetecía hacer algo diferente, así que espero que os haya gustado. Son una mezcla de brujas, druidas y chamanes, jajaja.

Antes de que se me olvide os voy a decir las edades que tienen los hermanos Pevensie: Peter 17, Susan 16, Edmund 13 y Lucy 10. Y en cuanto a las chicas: Sirianne 18 y Neisha 15. Sí, Syrin es mayor que Peter x'D

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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