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━ 𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈: Luz de luna y polvo de estrella

───── CAPÍTULO XXVII ─────

LUZ DE LUNA
Y POLVO DE ESTRELLA

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── 「 𝐋𝐔𝐀𝐂𝐇𝐌𝐇𝐎𝐑 𝐀𝐆𝐔𝐒 𝐅𝐔̀𝐃𝐀𝐑 𝐑𝐈𝐎𝐍𝐍𝐀𝐆𝐀𝐍 」 ──

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        LAS PULSACIONES DE NEISHA SE DISPARARON cuando, sin previo aviso, Lucy fue corriendo hacia la mesa en torno a la que estaban acomodados Peter y Edmund para poder tomar al primero de la mano y arrastrarlo con ella hacia la improvisada pista de baile. Peter trató de negarse, alegando que no quería dejar a Edmund solo, pero, para su desgracia, su hermana pequeña no lo dejó escapar. Esta tiró de su brazo con insistencia y entre continuas carcajadas, todo ello mientras el mediano observaba la escena con una sonrisilla pícara tironeando de las comisuras de sus labios.

Susan, que hasta ese momento había estado danzando con la pitonisa, también esbozó una sonrisa traviesa, comprendiendo inmediatamente las intenciones de Lucy. Intercambió una rápida mirada con ella, quien había conseguido llevar a Peter hasta la hoguera, y entonces zapateó sus pequeños pies en tanto se alejaba de Niss.

Todo ocurrió tan rápido que, cuando la arcana quiso darse cuenta, las dos hermanas Pevensie estaban bailando juntas... Dejándola a ella sola con el rubio.

Peter la contempló con cierto apuro y un intenso rubor en las mejillas, sin saber muy bien qué hacer ahora que tanto Susan como Lucy lo habían abandonado a su suerte. Neisha, por su parte, se quedó igual de bloqueada, pero, gracias a los dioses, logró recomponerse mucho más rápido que el humano.

Con una naturalidad de la que hasta ella misma se sorprendió, reanudó sus movimientos, balanceándose nuevamente al ritmo de aquella música tan alegre y vivaracha. Le sonrió a Peter con timidez y le animó a que danzara con ella.

El muchacho así lo hizo.

Sus pasos, torpes al principio, se fueron adaptando poco a poco a la melodía que flotaba en el aire, llenando de alborozo a cada narniano que había por los alrededores. No era mal bailarín; su madre solía decirle que poseía un sentido del ritmo innato, y lo estaba demostrando en aquellos instantes, con una resplandeciente Niss como compañera de danza.

Los dos adolescentes reían mientras la música los envolvía, recorriendo cada fibra de su ser. Giraban uno alrededor del otro, daban palmadas al aire y brincaban como los críos que eran. Y aquello se mantuvo así hasta que, de manera progresiva, la música cambió.

Para su sorpresa —y como si el destino pretendiera burlarse de ellos—, aquella melodía tan festiva llegó a su fin, dando paso a una totalmente diferente. El ambiente fue llenado por una música grave y pausada, fruto de la percusión de los tambores y los timbales. El llanto lastimero de una flauta no demoró en hacerse oír, llevando la voz cantante de la melodía e instando a muchos a conseguir una pareja para poder continuar en la pista de baile.

Tanto Peter como Neisha se detuvieron y se miraron el uno al otro, con la respiración agitada y el cuerpo rígido. Ninguno se atrevió a dar el paso, presos de su propio apocamiento, lo que llevó a Susan a actuar con ayuda de su pequeña y sonriente cómplice.

Las dos chiquillas, quienes se habían agarrado de la mano, giraron sobre sí mismas en tanto se acercaban a su hermano mayor. En uno de los quiebros, Susan empujó accidentalmente a Peter, quien, por inercia, dio un par de pasos al frente, quedando a escasos palmos de la pelirroja, que se tensó como un resorte.

El humano oyó las risas de sus hermanas tras él, pero no se molestó en voltearse hacia ellas. Estaba demasiado ocupado perdiéndose en los magnéticos iris de Niss, que brillaban como nunca a la luz de las fogatas.

Estaba tan guapa aquella noche.

Bueno, siempre lo estaba. Pero ese día, con aquel bonito vestido ataviando su cuerpo y todas esas florecillas decorando su larga melena rojiza, lo estaba más que nunca. Jamás había visto a una chica como ella, tan llamativa y atrayente. Al menos no en su mundo.

Era única en todos los sentidos. Especial.

Parpadeó varias veces seguidas, saliendo de su ensoñación, y tragó saliva. Estaba muy cerca de Neisha —demasiado—, y eso solo incrementaba su nerviosismo, porque nunca antes se había visto envuelto en una situación así con ella. Jamás habían compartido un espacio tan... íntimo. Aunque no le desagradaba, ni mucho menos. De hecho, una parte de él agradecía que sus hermanas hubiesen intervenido.

—¿Te...? Amh... —Se rascó la nuca, evidenciando así la intranquilidad que lo carcomía por dentro. La pitonisa, por su parte, se mantuvo en silencio—. ¿Te apetece seguir bailando? —consultó, comedido. Pese a aquella imperiosa necesidad que empezaba a sentir por estar junto a ella, no quería forzarla a nada, de ahí su interpelación. Si no deseaba continuar danzando, no habría problema. Lo último que quería era incomodarla.

Ante aquel gesto tan considerado por su parte, Niss se mordió el labio inferior, tratando de reprimir la sonrisilla que pugnaba por asomar a su rostro. Le encantaba lo atento que era con ella, lo respetuoso que era para ciertas cosas... Y lo bien que se veía con aquellas ropas tan elegantes y sofisticadas. Lucía como un príncipe, como el rey que estaba destinado a ser. Y ella no podía esperar a verlo sentado en el trono de Cair Paravel, junto a sus hermanos, cumpliendo así la profecía.

—Me encantaría —respondió ella, sonriente.

Si antes su corazón iba rápido, ahora parecía que estaba a punto de salírsele del pecho. El aire abandonó los pulmones de la joven cuando Peter se aproximó aún más a ella, rebasando los escasos centímetros que los separaban.

Las manos del mayor de los Pevensie se posaron en su cintura, mientras que las de Neisha fueron a parar a sus hombros. El suave tacto de la tela de su camisa la impulsó a acariciarla sutilmente con la yema de los dedos, todo ello en tanto sus orbes celestes no se apartaban de los de Peter, que eran de una tonalidad mucho más oscura y apagada que los suyos.

Y entonces sus piernas volvieron a moverse, balanceándose de un lado a otro mientras sus miradas se mantenían conectadas y sus corazones latían al unísono, como si fueran uno solo.

Un, dos, tres, cuatro.

Un, dos, tres, cuatro.

Un ligero rubor teñía las mejillas de ambos, pero eso no les impedía sonreírse mutuamente, haciendo que todo lo demás dejara de importar. Era como si solo existieran ellos dos, como si no hubiese nada —ni nadie— más a su alrededor. Se trataba de una sensación rara y, sobre todo, muy novedosa para ambos, pero a la vez agradable. Les gustaba aquella cercanía, aquel contacto... Aquella extraña conexión que estaban experimentando esa noche.

No dijeron nada más, aunque tampoco hizo falta. Simplemente se limitaron a disfrutar del momento, de su momento. Bailaron pegados y a un ritmo lento y pausado, escrutándose el uno al otro con sumo detenimiento y admirando cada detalle de sus respectivas fisonomías. Cada peca, cada lunar, cada imperfección.

A Niss le gustaba cómo Peter la miraba, la forma en que la hacía sentir cada vez que le dedicaba una de sus radiantes sonrisas. Le encantaba estar con él, no lo iba a negar. Y una parte de ella, la más inocente y risueña, deseaba fervientemente que fuese algo mutuo, que él también sintiese ese hormigueo en el estómago cuando estaban juntos.

Qué hermosa casualidad que, en aquel preciso instante, el propio Peter también se estuviese haciendo esa misma pregunta respecto a ella.

Habían regresado a su rincón secreto.

Luego de bailar junto a una de las hogueras entre continuas sonrisas y miradas de complicidad y de escuchar cantar a Sirianne, quien, para asombro de todo aquel que la conociera lo suficiente como para saber que le gustaba pasar más bien inadvertida, se había aventurado a entonar la Canción del Exilio, Peter le había propuesto a Neisha ir a un lugar más tranquilo para poder charlar sin ser molestados por sus hermanas, quienes se estaban tomando demasiado en serio su papel de celestinas.

Y ahí estaban ahora, en el mismo lugar donde se reunieron días atrás, cuando ella le reveló el nombre de su espada mientras contemplaban juntos la puesta de sol. Ahora el cielo no estaba salpicado de tonos calabaza y magenta, sino que permanecía sumido en un lúgubre manto en el que titilaban cientos de estrellas, además de una luna menguante que iluminaba tenuemente el reino con luz de plata.

Ambos estaban tumbados sobre la suave hierba, uno al lado del otro en tanto contemplaban con fascinación el oscuro terciopelo que los sobrevolaba. A pesar de todo el bullicio que provenía del corazón del campamento, donde la música y la fiesta continuaban, hacía una noche preciosa, como si aquella fuera una señal de los dioses de que la victoria estaba próxima.

Con las manos entrelazadas sobre su regazo, la arcana cerró los ojos e inspiró profundamente. Sentía tanta paz en aquellos momentos, una calma tan inmensa, que no quería que llegase el nuevo día. No cuando era bastante probable que recibiesen noticias de Jadis, quien no se quedaría de brazos cruzados ante la desaparición de Edmund.

No podía evitar preguntarse qué haría la hechicera al respecto, cuáles serían las consecuencias de haber irrumpido en su asentamiento en mitad de la noche, aniquilar a varios de los suyos y llevarse a tan valioso rehén. Aunque realmente prefería no saberlo, ya que la sola idea de que las cosas volvieran a torcerse le ponía el vello de punta.

—¿Te encuentras bien?

A su lado, la voz de Peter hizo que emergiera de sus cavilaciones. Niss viró la cabeza hacia su derecha, topándose con la mirada preocupada del adolescente. Había estado tan ensimismada en sus pensamientos, tan abstraída de todo cuanto la rodeaba, que había perdido todo tipo de noción. Y eso era algo que, por lo visto, no le había pasado desapercibido a su acompañante.

—Te noto ausente —indicó él.

—Sí, perdona... —se disculpó Neisha con las mejillas arreboladas—. Tan solo estaba pensando. Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo. —Volvió a clavar la vista en las estrellas que centelleaban en el firmamento.

Peter no tardó en imitarla.

—La verdad es que sí —secundó—. A mí aún me cuesta asimilar que todo esto sea real... A veces pienso que se trata de un sueño o algo del estilo. —Se encogió de hombros y suspiró.

La pelirroja no pudo evitar volver a mirarle.

—¿No crees que Narnia sea real? —inquirió con una mueca indescifrable contrayendo sus rasgos faciales, que aún estaban aniñados a causa de su corta edad—. ¿Que yo lo sea? —continuó diciendo. Siempre había sabido que existían otros mundos más aparte del suyo, pero suponía que los humanos eran más escépticos en ese sentido.

Peter giró sobre su eje, lo justo para poder quedar recostado de medio lado mientras se apoyaba en su antebrazo izquierdo. Su cabello dorado estaba algo despeinado, con finas hebras de hierba entrelazadas en algunos mechones.

—No, o sea... Sé que todo esto no ha podido salir de mi imaginación. No soy tan creativo. —Rio ante su propio comentario, logrando contagiar a Neisha, a quien se le marcaron los hoyuelos de las mejillas—. Pero es todo tan extraño... No sé. Hace apenas unas semanas éramos cuatro niños normales y corrientes y ahora resulta que formamos parte de una antigua profecía de un mundo donde la magia existe y los animales pueden hablar.

La pitonisa también ladeó su cuerpo, quedando cara a cara con Peter, cuyos iris azules reflejaban la vasta inmensidad de la bóveda celeste. Puede que no fueran de un color tan intenso y llamativo como los de su gente, pero eran bellos y relucientes, como si estuvieran hechos de polvo de estrella.

—Bueno... A mí todo eso me parece normal, así que no puedo opinar —bromeó ella en un improvisado tono jocoso—. ¿Tan diferente es tu mundo del mío? —quiso saber, intrigada. Tanto Susan como Lucy le habían contado varias cosas acerca de su hogar, pequeños detalles que habían despertado su curiosidad, pero quería saber más. Ansiaba conocer todo sobre ellos.

Peter realizó un movimiento afirmativo con la cabeza.

—No te imaginas cuánto —avaló en tanto jugueteaba con el pasto. Todo en ese mundo de fantasía era perfecto, hasta los más mínimos detalles. Todo era más atrayente, más brillante, más hermoso. La comida sabía mejor, el aire olía mejor... E incluso la compañía era mejor—. En mi mundo todo es... simple. No existe la magia; no hay brujas ni centauros, tampoco arcanos —dijo sin despegar la mirada de ella—. Solo humanos que no hacen más que pelearse entre sí —añadió, haciendo referencia a la guerra que se estaba librando en su hogar y por culpa de la cual se habían visto obligados a separarse de sus padres.

Neisha hizo un mohín con la boca y se acomodó de la misma forma que él, quedando recostada de medio lado. Sus dedos también fueron a parar a los suaves filamentos de hierba, arrancando varios de ellos en el proceso.

—Pensarás que soy un bicho raro entonces —bisbiseó la más joven con un hilo de voz y la vista fija en el suelo. No quería mirar a Peter por temor a lo que pudiera encontrarse en sus orbes, que seguro reflejarían lo que acababa de expresar... O al menos eso era lo que le repetía una y otra vez una insidiosa voz en su cabeza.

El mayor de los Pevensie alzó las cejas con desconcierto.

¿De verdad pensaba eso?

—No. Nada de eso, Niss. —Peter negó con la cabeza, y el corazón de la susodicha arrancó a latir desenfrenadamente al oírle pronunciar por primera vez aquel diminutivo—. Eres... Eres el ser más fascinante que he conocido jamás —aseveró tras unos segundos más de fluctuación.

En un acto reflejo, Neisha alzó nuevamente la mirada, restableciendo el contacto visual con Peter. Este tenía el semblante congestionado y los labios apretados en una fina línea, como si se estuviera tragando su propia vergüenza.

Todo cuanto pudo hacer la pelirroja fue parpadear varias veces seguidas y colocarse un mechón de pelo detrás de la oreja mientras sonreía con timidez. Ella también se había sonrojado, podía sentirlo, pero en aquella ocasión no se molestó en disimularlo.

Lo que acababa de decirle el humano era... Oh, dioses. Nunca antes un chico le había dedicado unas palabras tan bonitas.

—Digo lo mismo de ti, Peter Pevensie —confesó Niss, dejando a un lado su apocamiento—. Digo lo mismo de ti.

Y ahí mismo, la luz de la luna y las estrellas titiló con más vigor en los ojos de ambos, como un fiel reflejo de lo que estaban sintiendo en aquellos momentos.

Con la elegancia que le caracterizaba, avanzó hasta situarse junto al Gran León, quien, desde su posición, sentado sobre sus poderosas patas traseras, contemplaba en silencio cómo a varios metros de distancia tenía lugar la fiesta que habían organizado sus congéneres para celebrar el rescate de Edmund Pevensie.

Hildreth entrelazó las manos sobre su regazo, con la vista también clavada en las fogatas que ardían en la lejanía. Desde allí se podía escuchar la música, así como las voces y las risas de todos aquellos que disfrutaban de la noche, de aquel pequeño triunfo sobre la Bruja Blanca.

La mujer inspiró profundamente, inhalando el característico olor a madera quemada. Como era costumbre en ella, lucía una hermosa túnica del mismo color que su flamante cabello, el cual llevaba parcialmente recogido con un pasador de hueso. Sus ojos estaban delineados en negro y en su frente, con la misma tinta oscura del kohl, había dibujado un tercer ojo.

Se trataba del Ojo de Talamh*, el símbolo característico de las pitonisas.

Aunque ella pronto dejaría de serlo.

Podía sentir cómo Neisha se iba haciendo más fuerte a cada día que transcurría, cómo su don, antes latente, iba cobrando mayor consistencia. Era habitual que, a medida que las nuevas pitonisas desarrollaban su capacidad para predecir el futuro, las antiguas lo perdieran de manera progresiva, quedándose en un simple resquicio de lo que una vez fue. Era ley de vida.

—Quisiera felicitarte —habló Aslan. Su voz era firme y solemne, pero también melodiosa—. Tus hijas han hecho un gran trabajo.

Hildreth inspiró por la nariz, para después asentir.

—Lo han hecho, sí. —Las comisuras de sus labios se elevaron en una pequeña sonrisa—. Nunca dudé de ellas, sabía que no nos decepcionarían. Son jóvenes, sí, pero tienen mucho coraje y determinación —manifestó, evidenciando lo orgullosa que se sentía de sus retoños.

—El fuego late en ellas, sin duda —corroboró el felino, moviendo de un lado a otro su vertiginosa cola—. Neisha sigue tus pasos y Sirianne es el reflejo de Kenneth. —Apenas terminó de articular aquella última frase, miró a la arcana por el rabillo del ojo—. Me recuerda mucho a él; tiene su fortaleza y honorabilidad. Estoy seguro de que será una líder ejemplar.

Hildreth volvió a sonreír, pero esta vez de forma desvaída.

Solo los dioses sabían lo mucho que extrañaba a su marido, lo dolorosa que había sido su partida para ella. Había sido fuerte por sus hijas, por su gente... Pero la carga que supone un corazón roto siempre acaba saliendo a la luz, por más que trates de evitarlo. Por más que intentes no hundirte.

—El dolor de su pérdida es algo que me acompañará siempre, hasta el fin de mis días —declaró la mujer, demostrando una vez más el buen control que tenía sobre sus propias emociones—. Pero su muerte fue por una buena causa. —Ante sus palabras, Aslan viró la cabeza hacia ella—. Mi esposo se sacrificó para salvar a nuestra hija. Siempre le estaré agradecida, siempre.

El Gran León no dijo nada al respecto, simplemente la observó en el más absoluto mutismo, como si tratara de escrutar sus pensamientos. En cierto momento, Hildreth también ladeó la cabeza, haciendo que sus miradas, aquellos dos pares de ojos que tanto habían visto y vivido, se conectaran.

Ambos sentían un profundo respeto por el otro, era más que obvio.

—Los arcanos solo queremos una cosa aparte de la libertad —continuó diciendo la pelirroja—. Justicia. —Sus orbes azules, los mismos que tenía Niss, relampaguearon al pronunciar aquel vocablo—. Jadis no puede sobrevivir a esta guerra, Aslan. No debe —sentenció sin el menor atisbo de vacilación—. Cuando llegue el momento, no puede haber ningún tipo de clemencia con ella.

Sin variar lo más mínimo la expresión de su rostro, el mencionado volvió a focalizar toda su atención en las hogueras.

—No la tendrá, Hildreth. Te doy mi palabra.

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· ANOTACIONES ·

Talamh es, dentro de la cultura arcana, la diosa de la tierra, la vida y la fertilidad. Además, está estrechamente relacionada con las pitonisas, ya que, de entre todas las deidades arcanas, Talamh es la única que posee ciertas habilidades místicas y adivinatorias.

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N. de la A.:

¡Hola, mis amados lectores!

¡AY, AY, AY! ¡Que ya hemos terminado el segundo acto, gente! Uff, ¿estáis tan emocionados como yo? Porque el próximo acto, aparte de ser el último, será el más cortito de todos, pero ya os aviso que también será el más intenso. Lo que es lógico, teniendo en cuenta que se viene LA BATALLA DE BATALLAS. Aish, es que tengo tantas sorpresitas y ases bajo la manga que estoy deseando ver vuestras reacciones a ciertos capítulos, jeje.

Pero bueno, como ya es habitual en mí y en mis notas de autora, vayamos por partes uwu

Ya os comenté en el anterior cap. que este se iba a centrar de lleno en Peter y Neisha, y así ha sido. He amado escribir ambas escenas, de verdad. Se me hacen tan tiernos y bonitos cuando están juntos, tan puros, que se me cae la baba con ellos. Son unos bebés que están experimentando por primera vez lo que es el amor, y a mí en cualquier momento me va a explotar el corazón de lo adorables que me parecen =')

Por cierto, quienes hayáis leído La Princesa del Norte, ¿habéis captado la referencia a Peter y Elizabeth? Sí, me refiero a esa escena en la que ellos también miran las estrellas juntos uwu

¿¿Y QUÉ ME DECÍS DE LA ÚLTIMA ESCENA?? Ha sido cortita, pero esa interacción entre Aslan y Hildreth me ha creado un hype que madre mía. Que no se note que los arcanos son rencorosos y vengativos x'D El caso es que Jadis ya se puede ir preparando xP

Por cierto, antes de que se me olvide, quisiera comunicaros que he subido una nueva historia a mi perfil. Se trata de un FanFic de la serie Hijos de la Anarquía, por lo que, si hay algún fan por aquí, quizá le interese ir a echarle un vistacillo (¬‿¬)

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

P.D.: la siguiente actualización será el apartado del tercer acto, así que estad atentos ;)

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