━ 𝐗𝐗𝐈𝐕: No tienes nada que temer
•─────── CAPÍTULO XXIV ───────•
NO TIENES NADA QUE TEMER
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── 「 𝐂𝐇𝐀𝐍 𝐄𝐈𝐋 𝐃𝐀𝐃 𝐀𝐆𝐀𝐃 𝐑𝐈 𝐄𝐀𝐆𝐀𝐋 」 ──
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SIRIANNE OBSERVÓ EL CIELO. La luna menguante era apenas visible tras la densa cortina de nubes que se había adueñado del firmamento y una lluvia suave caía susurrante entre las ramas de los pinos y los cipreses. Escondida tras unos frondosos matorrales, la pelirroja escrutó con inusitada atención los alrededores. Sus iris verdes, que permanecían delineados en negro, siguiendo el diseño característico de las Lágrimas de Khali, no perdían detalle del lóbrego campamento que se erigía frente a ella, a tan solo unos metros de distancia. La gema que invocaba a los Fuegos Fatuos aún seguía caliente, produciéndole un ligero hormigueo allá donde esta se hallaba en contacto directo con su piel desnuda.
Por el rabillo del ojo pudo ver a Declan, que se encontraba agazapado a su lado, haciendo un rápido reconocimiento del territorio enemigo. A su otro costado estaba Phauntus, un sátiro de tez morena y rostro sombrío que se había convertido en su nuevo compañero de misión. Sus patas de cabra, que permanecían cubiertas por una espesa capa de pelo oscuro y rizado, eran largas y musculosas. Eso, junto con la anchura de sus hombros y el grueso de sus brazos, resultaba de lo más intimidante.
Syrin volvió la vista al frente, primero a la jaula que colgaba de una de las ramas de un enorme árbol, en cuyo interior se hallaba Edmund, y luego al cíclope y al enano que hacían su turno de vigilancia unos metros por debajo. No había ni rastro de ningún otro esbirro de la hechicera —al menos en esa parte del asentamiento—, lo que le supuso un gran alivio. Así todo sería más fácil.
Podían con ellos perfectamente, sabía que sí. Puede que el gigantón de un solo ojo les diera más problemas, pero estaba segura de que serían capaces de deshacerse de ambos si fuera necesario. Estos no pertenecían precisamente a las razas más avispadas e inteligentes de Narnia: los enanos eran maliciosos, pero demasiado impulsivos y pagados de sí mismos, y los cíclopes, pese a su imponente tamaño y a su descomunal fuerza, eran simplones y estúpidos. Sin embargo, no podían arriesgarse a que dieran la voz de alarma. Su plan se basaba mayoritariamente en el factor sorpresa, en pasar desapercibidos para poder liberar al joven humano y huir de allí antes de que los acólitos de Jadis, o ella misma, supieran de su presencia. De manera que debían ser más listos que ellos.
Esperarían a la señal acordada con Oreius, Kalen y Lynae, quienes crearían un señuelo que captase la atención de los dos custodios para alejarlos lo máximo posible de Edmund, y después ellos lo sacarían de la celda y se lo llevarían lejos de allí.
Estaba nerviosa e intranquila, tanto que tenía la impresión de que el corazón se le saldría del pecho de un momento a otro. Un solo paso en falso y la vida del menor de los Hijos de Adán pendería de un hilo, al igual que la suya y la de sus camaradas. Por mucho que tratase de dar ejemplo, aparentando estar serena, la desazón continuaba ahí, mordisqueándole las entrañas. Estaba asustada —aterrorizada, mejor dicho—, pero ya no podía echarse atrás. No cuando Edmund necesitaba su ayuda más que nunca.
Si la Bruja Blanca no lo había matado todavía era porque esperaba llegar a sus hermanos a través de él, teniendo así a los cuatro a su merced. Pero quién sabía cuándo podría cambiar de opinión y deshacerse del chico... Por eso debían actuar cuanto antes, arrancándolo de sus afiladas garras. Solo así la profecía estaría un paso más cerca de llevarse a término.
Las órdenes de Aslan habían sido claras: «traed a Edmund vivo. No corráis riesgos, él es nuestra única prioridad ahora». Y así sería, por su honor que lo conducirían sano y salvo al Campamento Rojo. Cualquier rencilla o enemistad, cualquier interés personal, había dejado de tener relevancia, quedando relegado a un segundo plano. Lo único que importaba en aquellos instantes era el niño. Todo lo demás era intrascendente.
—Todo saldrá bien.
Estaba tan ensimismada en sus cavilaciones que no pudo evitar sobresaltarse cuando Declan le susurró aquellas palabras al oído. El vello de la cerviz se le erizó cuando su hálito chocó contra la piel de su cuello, arrancándole un estremecimiento.
Sus orbes esmeralda no demoraron en dar con los cenicientos del muchacho, que a la luz de la luna centelleaban con vigor, como si estuviesen hechos de polvo de estrella. Este la contemplaba con tanta intensidad que algo dentro de ella se agitó.
Sirianne no pudo hacer otra cosa que asentir, esperando que así fuera. El fracaso no tenía cabida en aquella misión. Solo había una opción, y era rescatar a Edmund y llevarlo de vuelta con sus hermanos. De lo contrario... De lo contrario Narnia estaría condenada.
Fue entonces cuando un inquietante sonido llenó el aire, una voz misteriosa y melancólica que era traída por el viento, que casualmente había cambiado de dirección. Era un llanto, un lamento que lograba ponerte los pelos como escarpias, pero que también te incitaba a descubrir de dónde provenía.
A la pelirroja no le costó reconocer la voz distorsionada de Lynae; su mejor amiga se había valido de la brisa nocturna, la cual había manipulado a su antojo, para hacerles llegar lo que, por lo visto, era el cebo.
Inmediatamente el cíclope y el enano se pusieron en guardia, alarmados. Durante los siguientes minutos cruzaron miradas, caminaron de un lado a otro y mascullaron cosas ininteligibles, todo ello con el fantasmagórico llamado de Lynae como telón de fondo. Su voz flotaba en el aire como un eco penetrante, seductora e insistente.
Syrin se encomendó a todos y cada uno de los dioses para que ambos vigías mordieran el anzuelo. Cabía la posibilidad de que ninguno cayera bajo el influjo de su compañera o que solo uno se aventurara a dar con su origen. En ambos casos estarían perdidos, dado que la confrontación estaría asegurada y eso implicaría llamar demasiado la atención. Por lo que solo les quedaba esperar y confiar en que los dos fueran lo suficientemente insensatos como para abandonar su puesto al mismo tiempo.
No fue el caso.
Como si el destino pretendiera burlarse de ellos, el único que se movió fue el cíclope, marchándose con el consentimiento de su camarada para descubrir de dónde procedía aquella voz femenina tan perturbadora. El enano, por el contrario, se mantuvo clavado en el sitio, provocando que Declan chasquease la lengua con fastidio y que Sirianne se maldijese en su fuero interno.
—¿Y ahora qué hacemos? —bisbiseó la pelirroja, azorada. No le gustaba el cariz que estaba tomando aquello.
—Tendremos que deshacernos de él —contestó Phauntus, como si lo que acababa de decir fuera lo más obvio del mundo.
Syrin intercambió una fugaz mirada con Declan, a la espera de que se pronunciase al respecto. Debía haber supuesto que no sería tan sencillo como habían imaginado en un principio. Nada lo era, y ahora temía que las cosas se torcieran hasta el punto de que no pudieran hacer nada por el humano.
Un nuevo escalofrío hizo que se encogiera sobre sí misma.
No quería ponerse en lo peor ni sacar conclusiones precipitadas.
—¿Puedes darle a esta distancia? —inquirió el arcano de iris grises.
La aludida se tomó unos instantes para poder calibrar la situación.
—No sabría decirte. Mi brazo aún está resentido. —Negó sutilmente con la cabeza, frustrada—. Podría intentarlo, pero quizá no sea un disparo certero —añadió, algo avergonzada. Odiaba sentirse inútil e incapaz de hacer lo que todos esperaban de ella.
—No podemos arriesgarnos a que falle el tiro y nos deje al descubierto —intervino el fauno, cuyo semblante parecía amortajado en piedra—. El éxito de la misión está en juego. —Su recordatorio fue como un balde de agua fría para los otros dos.
Sirianne fijó la vista en el suelo, sin poder evitar sentirse tremendamente abochornada. Pese a su carácter y orgullo, no podía recriminarle nada, puesto que de sobra sabía que tenía razón. Si erraba el disparo, todo su plan se iría al garete y ellos acabarían muertos.
—Entonces haremos que se acerque —indicó Declan.
Sin esperar la aprobación de Phauntus, que abrió la boca con la intención de decir algo al respecto, el joven cogió una rama del suelo y empezó a golpear con ella el tronco del árbol que tenía a su izquierda. Como cabía esperar, el ruido alertó al enano, ocasionando que este posara sus escalofriantes ojillos en los arbustos tras lo que se habían ocultado.
El hombrecillo, que llevaba un gorro de lana rojo y tenía una barba casi tan larga como él, desenfundó un cuchillo y avanzó hacia ellos con cierta inseguridad, consciente de que algo extraño sucedía.
Syrin no necesitó más aliciente que ese para descolgarse el arco del hombro y hacerse con una flecha de su aljaba. Montó la saeta sobre la cuerda y la tensó, no sin esfuerzo. Como bien había remarcado, su brazo todavía no estaba curado, y el mero hecho de empuñar y manipular un arco, donde la coordinación óculo-manual lo era todo, le estaba suponiendo un enorme reto.
No se sentía cómoda y era evidente que estaba forzando en exceso la extremidad herida, pero no estaba dispuesta a rendirse y quedar en evidencia delante de sus compañeros. Así que simplemente se limitó a ignorar el dolor y a canalizar toda su energía en aquel disparo.
Solo tenía una oportunidad, no podía fallar.
Esperó a que el enano se aproximara más. Inspiró por la nariz, reteniendo el aire en sus pulmones, y cuando el hombrecillo estuvo lo suficientemente cerca soltó la cuerda, permitiendo que la flecha iniciara su trayecto.
Durante unas milésimas de segundo, el tiempo pareció detenerse. El corazón se le encogió dentro del pecho y sus músculos se contrajeron a causa de la expectación. Y entonces, la saeta desapareció tras los matorrales y se hundió en el pecho del enano, matándolo en el acto. Su menudo cuerpo cayó a plomo sobre la tierra húmeda y un silencio sepulcral se apoderó de la zona.
Sirianne exhaló, aliviada. Lo había conseguido.
Declan sonrió y le palmeó la espalda con suavidad, felicitándola. El sátiro, por el contrario, no hizo ni dijo nada, pero un brillo de aprobación destelló en sus orbes negros como la noche.
«Bien hecho», parecía decirle con la mirada.
En tácito acuerdo los tres emergieron de su escondite y, veloces como el viento, avanzaron hacia el árbol del que colgaba la jaula en la que estaba encerrado Edmund.
Syrin ancló los pies en el suelo y miró hacia arriba, con el arco aún de la mano. El chiquillo la observaba a través de los oxidados barrotes con una mezcla de temor y confusión. Sus ojos, al contrario que los de sus hermanos, eran oscuros y profundos.
—No tienes nada que temer —articuló la pelirroja en tono apacible. Su atención se desvió unos instantes a sus dos camaradas, que ya se estaban haciendo cargo de la gruesa cuerda que mantenía elevada la celda. Debían ser muy cuidadosos a la hora de bajarle—. Venimos a ayudarte. Vamos a sacarte de aquí, ¿de acuerdo? —continuó diciendo, tratando de infundirle algo de seguridad y confianza.
Edmund no se pronunció al respecto, pero realizó un movimiento afirmativo con la cabeza. Era evidente que estaba deseando abandonar aquel sórdido lugar, y no era para menos.
Poco a poco la jaula fue descendiendo. Declan y Phauntus tuvieron extremo cuidado a la hora de ir soltando la cuerda. Sirianne, mientras tanto, le dedicaba palabras reconfortantes al mediano de los Pevensie para que estuviera tranquilo y no se preocupase.
Pero, como ya era habitual, los dioses no se lo iban a poner nada fácil, aunque sus intenciones fueran buenas y estuviesen arriesgando sus vidas por una causa justa.
Un lobo perteneciente a la Policía Secreta y, por tanto, a la manada de Maugrim, pasó por allí y los vio. La arcana tuvo buenos reflejos y enseguida asió otra flecha de su carcaj, pero el animal fue mucho más rápido y, antes de que pudiera disparar, dio la voz de alarma, alertando a sus compañeros de que había intrusos en el asentamiento.
Syrin masculló algo entre dientes, justo antes de lanzar el proyectil. El lobo logró sortearlo y echó a correr hacia ella.
La pelirroja volvió a cruzarse el arco sobre el pecho y desenvainó su viejo puñal, para posteriormente cubrir a Declan y a Phauntus, quienes continuaban bajando la celda, y adquirir una posición defensiva.
El subordinado de Maugrim gruñó y le enseñó sus afilados dientes, a lo que ella siseó con ferocidad, alzando su daga. Esperó a que este saltara sobre ella y, cuando lo hizo, ansioso por arrancarle la yugular de un bocado, esquivó su ataque y le clavó el cuchillo en el abdomen, justo en el hígado, provocándole una muerte instantánea. El animal cayó abatido y solo entonces Sirianne dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo.
—¿Estás bien? —La voz de Declan la devolvió a la realidad.
Lo observó primero a él, y luego al fauno. La jaula ya estaba en el suelo, por lo que asintió rápidamente y se acercó a ella. Sus iris verdes se posaron en el candado de hierro que mantenía cerrada la puerta. A sus oídos llegaron voces, gritos y pasos, lo que solo sirvió para incrementar su nerviosismo. No tardarían en ser rodeados por los secuaces de Jadis. El tiempo se les acababa.
Su atención volvió a focalizarse en su congénere. Este no necesitó que dijera nada para ponerse manos a la obra: recitó una serie de palabras en la lengua arcana y, entonces, una de las raíces del árbol brotó de la tierra y se deslizó serpenteante hacia la pequeña celda, desde donde Edmund lo presenciaba todo en el más absoluto mutismo. Ascendió por los barrotes y se introdujo en la ranura del candado. Segundos después, la puerta se abrió con un sonoro clack.
Syrin le tendió una mano al niño para invitarlo a salir. Edmund la aceptó sin reparos mientras Phauntus se ocupaba de la arpía que había echado a correr hacia ellos.
—¡Vienen más! —exclamó el sátiro, señalando con su espada al grupo de enemigos que se les estaba aproximando por el flanco derecho. Todavía los separaba una distancia considerable, pero era cuestión de tiempo que les dieran alcance.
—¡Yo me encargo! —manifestó la muchacha.
Sin dudarlo ni un instante, dejó a Edmund a cargo de Declan y se situó frente a la variopinta caterva que gritaba enfurecida en la lejanía. Extendió los brazos y musitó algo que ni Phauntus ni Declan llegaron a entender. Tan pronto como terminó de hablar, una línea de fuego se abrió paso entre ellos y sus adversarios, inhabilitándoles el paso.
Los secuaces de la hechicera se detuvieron en el acto, elevando sus armas a modo de protesta. Algunos intentaron abrirse paso entre las llamas, pero les resultó imposible. A nada que intentaran acercarse, estas crecían de tamaño y extendían sus peligrosas lenguas hacia ellos, generándoles numerosas quemaduras que les hicieron aullar de dolor.
—¡Larguémonos de aquí! —dijo el arcano.
Sirianne hizo el amago de girar sobre sus talones y reunirse con sus camaradas, dado que ya no tenían nada que hacer allí, pero todo su cuerpo se quedó paralizado ante la aparición de dos figuras a las que no tardó en reconocer.
Sintió que le faltaba el aire, que el oxígeno no abastecía sus pulmones. La boca se le secó y el estómago le dio un vuelco. El corazón le latía con tanta fuerza que pensó que le iban a reventar los tímpanos.
Eran Jadis y el minotauro de pelaje negro que asesinó a su padre.
La turbación que hasta ese momento había empañado su expresión fue sustituida por ira. Una furia catastrófica surgió y se retorció en el fondo de su mirada, seguido de unas ganas incontenibles de cruzar ella misma la línea de fuego y matarlos con sus propias manos, haciéndoles pagar por todo lo que habían hecho, por todo el daño que le habían causado.
Esa rabia que hervía en su interior y que estaba alimentando su propio poder se vio reflejada en el fuego que ardía delante de ella; la intensidad de las llamas había aumentado de forma considerable, como si se tratasen de un fiel reflejo de la cólera que la espoleaba.
Sus ojos se encontraron con los de la Bruja Blanca, cuyo rostro no transmitía absolutamente nada, ni la más mínima emoción. ¿Sabría quién era, de dónde procedía? Por la manera en que la escudriñaba, como si hubiese visto un fantasma, todo parecía apuntar a que sí. Syrin esperaba que así fuera, ya que quería que supiera que no había conseguido acabar con ellos, que había supervivientes de las Cinco Aldeas que no pararían hasta verla exhalar su último aliento. Que los arcanos perdurarían en el tiempo, mientras que ella estaría condenada a pagar por sus crímenes.
Volvió a empuñar su arco y cogió una nueva saeta de su aljaba. No fue plenamente consciente de lo que hacía hasta que el silbido del disparo cortó el aire. Todo a su alrededor se ralentizó cuando la flecha acabó a los pies de Jadis, que esbozó una sonrisa ladina, como si aquello le divirtiera. La pelirroja cerró la mano que tenía libre en un puño apretado, pero no rompió el contacto visual con ella.
Una amenaza velada, una promesa silenciosa.
—Sirianne. —Notó que alguien la zarandeaba—. ¡Sirianne! —Viró la cabeza hacia su izquierda, topándose con Declan, que estaba pálido y sudoroso—. Debemos irnos —la instó, aún aferrándola por los hombros.
La mencionada parpadeó varias veces seguidas, saliendo de su estupor. Asintió, ocasionando que el chico suspirase de puro alivio, y luego de dedicarles una última mirada a la hechicera y al minotauro obligó a sus entumecidas piernas a que se pusieran en movimiento.
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N. de la A.:
¡Hola, mis amores!
Pues aquí tenéis un nuevo capítulo de Canción de Invierno. Decidme, ¿qué os ha parecido? Porque ha estado repleto de acción e incertidumbre. Yo, personalmente, he disfrutado muchísimo escribiéndolo. Tenía ganas de hacer el rescate de Edmund a mi manera, ya que nunca me convenció cómo lo hicieron en la película (si te paras a pensarlo, es bastante surrealista y muy poco creíble), y esto es lo que ha salido U^.^
¿Quién más piensa que Declan y Sirianne hacen un buen equipo? En serio, amo escribir sus escenas. Son demasiado shippeables y esos tira y afloja que se traen me dan la vida xD Parece que Syrin está empezando a tolerar a nuestro sassy arcano (͡° ͜ʖ ͡°)
¿Y qué me decís de la última parte? Es la primera vez que Jadis y Sirianne tienen un cara a cara, aunque haya sido corto y con una línea de fuego de por medio, jajaja. Pero algo es algo, y ya os adelanto que este no va a ser el único que tengan *sonrisa maliciosa*.
¿Cuáles son vuestras predicciones para los futuros capítulos? Tan solo faltan dos para acabar el segundo acto, y ya os aviso que van a estar llenitos de salseo. Estoy deseando empezar a escribirlos porque van a ser muuuuy jugosos, jeje.
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Besos ^3^
P.D.: yes, el enano al que Sirianne mata en este capítulo es Ginarrbrik. Un pequeño cambio en el guion uwu
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