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━ 𝐗𝐕𝐈𝐈: Fantasmas del pasado

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que he enlazado al presente capítulo y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

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──── CAPÍTULO XVII────

FANTASMAS DEL PASADO

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── 「 𝐓𝐀𝐈𝐁𝐇𝐒𝐄𝐀𝐍 𝐀𝐍 𝐅𝐇𝐀𝐋𝐁𝐇 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        LO PRIMERO QUE SINTIÓ nada más abrir los ojos fue una intensa sequedad en la boca. Parpadeó varias veces seguidas, en un vano intento por recobrar la nitidez, y se pasó una mano por la cara al recordar dónde estaba y por qué. Se relamió los labios y viró la cabeza hacia su derecha, topándose con su progenitora, que permanecía sentada a su lado en una pequeña silla de madera.

—Hola, cielo. —Hildreth se inclinó hacia delante para poder acariciar su mejilla, que ya había recuperado su color sonrosado de siempre—. ¿Cómo te encuentras? —preguntó, apartándole de la frente un par de mechones rebeldes.

—Mejor. —Sirianne carraspeó, aclarándose la voz, puesto que esta sonaba ronca y pastosa, como si hubiera estado años sin hacer uso de ella—. Aunque me vendría bien un poco de agua —señaló mientras alzaba la cabeza, lo justo para poder escudriñar las inmediaciones de la enfermería, que estaba prácticamente vacía.

Ante ese último comentario, Hildreth se puso en pie y dirigió sus pasos hacia la mesita que se erigía al otro lado del lecho. Se hizo con la jarra que reposaba en su superficie y vertió un poco de agua en un vaso de cuerno. A continuación se lo entregó a la cazadora, que ya se había incorporado sobre el fino colchón.

—Gracias —pronunció Sirianne, justo antes de beberse todo el contenido del recipiente. Una vez calmada su sed, se secó las comisuras de los labios con el dorso de la mano y echó un vistazo rápido a su alrededor—. ¿Cuánto tiempo he dormido? —quiso saber.

Hildreth volvió a acomodarse en la silla. Lucía tan hermosa como de costumbre, con su cabello, tan rojo como el fuego, cayéndole por la espalda y los hombros, y sus orbes azules —los mismos que Neisha había tenido la suerte de heredar— delineados en negro.

—Un día entero —respondió la mujer en ese tono afable que tanto le caracterizaba. Al escucharlo, Syrin compuso una mueca de desconcierto—. Tu cuerpo necesitaba descansar, estaba al límite de sus fuerzas —se apresuró a aclarar.

Sirianne profirió un lánguido suspiro.

—¿Y los futuros reyes? —consultó luego de dejar el vaso en la mesita. Aquel movimiento hizo que una descarga de dolor le recorriera la extremidad herida, por lo que comprimió la mandíbula con fuerza, tratando de contener un sollozo.

—Están bien, no te preocupes. —Hildreth entrelazó las manos sobre su regazo, adoptando un porte regio y distinguido—. He estado hablando con ellos y con tu hermana. Me han contado todo por lo que habéis pasado —manifestó, acaparando nuevamente la atención de su primogénita—. ¿Por qué no quisiste beber el jugo de la Flor de Fuego?

Aquella pregunta hizo que Sirianne se encogiera de hombros.

—Porque no quería desobedecer a los dioses —contestó, a lo que Hildreth entrecerró los ojos, como si intentara escrutar sus más oscuros pensamientos—. Si aquel lobo me hirió, fue porque ellos lo creyeron conveniente.

—Ambas sabemos que esa no es la verdadera razón —tanteó su madre, perspicaz.

La aludida clavó la vista en sus manos, que estaban repletas de cortes y magulladuras por el uso constante del arco. Debía haber supuesto que su progenitora no lo dejaría estar, que insistiría hasta que le contase todo lo que quería saber. Se mordisqueó el interior del carrillo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Porque, francamente, ni ella misma sabía cómo explicarlo. 

Quería sincerarse con ella, romper esa coraza que la mantenía prisionera y revelarle el origen de su desvelo, dado que tenía la sensación de que si no lo hacía, acabaría explotando, y eso era lo último que necesitaba. Pero también tenía sus reservas.

—Yo... supongo que quería sentirlo. El dolor —murmuró con un hilo de voz.

—¿Por qué? —la instó Hildreth a que prosiguiera.

—Porque me lo merecía. —Un nudo se aglutinó en la garganta de Sirianne, que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no derrumbarse, para no sacar aquello que había estado guardándose para sí misma desde que todo su mundo se había venido abajo—. Porque fui una inútil y una cobarde cuando mi gente más me necesitaba.

Hildreth suspiró. Aquella confesión no la había pillado desprevenida, puesto que conocía todos y cada uno de los demonios que atormentaban a su primogénita. Sin embargo, había creído conveniente que los pronunciara en voz alta. Solo así podría vencerlos y hallar la paz que tanto ansiaba.

Syrin tragó saliva. Los ojos se le habían cristalizado y una terrible desazón se había instaurado en su pecho, dificultando la entrada de oxígeno a sus pulmones. Aun así, no se permitió derramar ni una sola lágrima.

—Tú no tuviste la culpa, ¿me oyes? —Hildreth se levantó para poder tomar asiento junto a ella, acomodándose al borde del lecho—. Jadis es la única responsable, solo ella. Así que ya puedes ir quitándote esa absurda idea de la cabeza —sentenció, mirándola directo a los ojos, a ese par de cuentas verdes que tantos recuerdos le traían de su difunto esposo.

Sirianne se sorbió la nariz, abatida.

Jamás superaría lo de Fasgadh. Era algo que la acompañaría el resto de su vida, al igual que la muerte de su padre. Pero lo que más rabia le daba, sin duda alguna, era no haber podido hacer nada para evitarlo, para salvar a todos aquellos arcanos que habían perecido en ambas masacres, intentando protegerla a ella y a su familia.

Al ver que la arquera no podía articular palabra, Hildreth la estrechó entre sus brazos con cuidado de no hacerla daño. Casi de forma inmediata, Sirianne correspondió al gesto, necesitada de algo de cariño y consuelo.

—Veo que has despertado.

Las dos mujeres se separaron, para acto seguido dirigir la mirada hacia el dueño de aquella voz. Tras ellas, un hombre de cabello castaño —recogido en una larga trenza, salvo los laterales, que los tenía afeitados— y ojos violetas las observaba con un mortero en la mano.

Sirianne sonrió al verle. Se trataba de Einar, arcano y sanador de la Aldea Sur. Él fue quien la atendió cuando, luego de la audiencia con Aslan, llegó a la enfermería en compañía de Lynae. Lo cierto era que se había llevado una grata sorpresa al reconocerle, dado que había coincidido varias veces con él en Fasgadh. Puede que por aquel entonces apenas hubiesen hablado, pero la pelirroja sabía que era de corazón noble.

—¿Qué tal estás? —preguntó, situándose al lado de la joven.

Hildreth se apartó para dejarle espacio, sentándose de nuevo en la silla.

—Mejor, ya no me duele tanto —contestó Syrin. Pestañeó un par de veces y se sorbió la nariz, recobrando la compostura.

Einar depositó el cuenco en la mesita, para después quitarle la venda que él mismo le había puesto el día anterior, dejando al descubierto la dentellada. Por suerte, esta lucía mucho mejor aspecto: la inflamación se había reducido, al igual que la fiebre, lo que era una buena señal.

—Se está curando bien —comunicó para alivio de las pelirrojas, que intercambiaron una fugaz mirada—. Pero tendrás que fortalecer el brazo si no quieres perder facultades a la hora de luchar. —Clavó sus iris morados en los verdes de la aludida, que asintió, dispuesta a asumir las consecuencias de sus actos—. Aunque ya hablaremos de eso más adelante. Ahora lo que debes hacer es descansar.

Con dedos rápidos y ágiles el hombre le aplicó la cataplasma que previamente había preparado en el mortero. La extendió por toda la herida, recibiendo algún que otro gruñido por parte de la muchacha, a quien le molestaba el roce de su piel. Apenas un instante después, volvió a cubrir el mordisco con una venda limpia.

—¿Podré utilizar el arco? —inquirió Sirianne sin poder disimular un timbre nervioso en la voz.

Einar realizó un movimiento afirmativo con la cabeza.

—Es muy probable, sí. —Aquella alegación hizo que la cazadora suspirase, muchísimo más tranquila—. Pero solo si me haces caso y sigues mis consejos —remarcó el sanador a la par que la señalaba acusatoriamente con el dedo índice.

Al ver la picardía con la que la observaba y la sonrisa que coloreaba sus facciones, Sirianne carcajeó. Por lo visto, su fama de terca y orgullosa la precedía.

—Lo prometo.

Con la aprobación de Einar, quien estaba de acuerdo en que le vendría bien cambiar un poco de aires, Hildreth condujo a Sirianne a la carpa que, a partir de ahora, compartirían las tres, la cual no quedaba muy lejos de la enfermería. En el trayecto su madre le contó cómo había sido su viaje hasta el Campamento Rojo, así como su reencuentro con los arcanos que, al igual que ellas, habían decidido unirse a Aslan. La joven escuchó sus relatos con atención, compartiendo con ella sus primeras impresiones sobre el Gran León. Y es que era tal y como lo había imaginado, podría decirse que hasta incluso mejor.

En cuanto llegaron a su destino ambas irrumpieron en la tienda, cuyo interior era bastante cálido y acogedor. Puede que no fuera muy grande, pero contaba con lo justo y necesario: tres camas hechas a base de mantas y pieles, una mesa con varias sillas, un enorme baúl y un espejo.

Sirianne lo escudriñó todo con minuciosidad, centrándose en cada detalle. No fue hasta que llegó al que iba a ser su lecho que reparó en que, sobre él, estaban su arco y las dagas gemelas que le había regalado Santa Claus. Inconscientemente se llevó una mano al pecho, estableciendo contacto con el otro obsequio del anciano, aquel extraño colgante que tantos quebraderos de cabeza le estaba ocasionando.

—¿Dónde está Neisha? —quiso saber, volteándose hacia Hildreth, que se había quedado de pie junto a la entrada.

—Con Lynae —respondió la mujer sin moverse de su sitio—. Tienes ropa limpia en el baúl, por si quieres cambiarte. —Señaló con la mirada el mueble que se erigía junto al espejo—. Si necesitas cualquier cosa, avísame. Estaré fuera, ¿de acuerdo? —Ante sus palabras, Syrin asintió.

Hildreth le dedicó una efímera sonrisa, justo antes de abandonar la carpa. Una vez sola, la arquera dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo, abrumada. Hacía tiempo que no contaba con tantos lujos y comodidades.

Avanzó hacia el baúl y, sin más dilación, lo abrió, encontrando en su interior numerosos vestidos, además de varias camisas y pantalones. A los trajes de una sola pieza apenas les prestó atención, dado que nunca le había gustado llevarlos. No porque no fuesen bonitos, sino porque le parecían poco prácticos.

#

Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se percató de que alguien había entrado en la tienda. Fue entonces cuando un olor bastante familiar se coló sin previo aviso en sus fosas nasales, haciendo que el vello de la cerviz se le erizase.

—Hola, Sirianne.

El corazón le dio un vuelco.

La susodicha giró sobre sus talones, encarando al dueño de aquella poderosa voz, que la miraba con ojos vidriosos y una sonrisa melancólica en los labios. Al verlo ahí, delante de ella, sintió que las piernas le fallaban, por lo que tuvo que apoyarse en uno de los tabiques que sujetaban la carpa para no desplomarse.

—Estás... Estás preciosa... —bisbiseó el recién llegado.

Con un nudo en el estómago, Sirianne se aproximó a él, tan pálida que casi parecía traslúcida. Lo examinó de arriba abajo, como si quisiera convencerse de que era real y no una simple ilusión de su subconsciente, y se llevó una mano a la boca cuando se dio cuenta de que, efectivamente, su presencia no era producto de su imaginación.

—Tío... —balbuceó ella.

Y lo abrazó. Lo abrazó con todas sus fuerzas, temerosa de que si no se aferraba a su cuerpo lo suficiente acabaría desvaneciéndose sin dejar rastro.

Los brazos de Kalen la envolvieron como solo él sabía hacer, desatando en ella una vorágine de emociones imposible de describir con palabras. Sus sollozos no tardaron en hacerse audibles, aunque poco le importó. Lloró como una niña pequeña, haciendo que al hombre se le encogiera el corazón.

—Lo siento... Lo siento tanto... —musitó Sirianne, aún con el rostro escondido en su pecho.

—Shhh... —Kalen la arrulló como cuando era pequeña, acariciándole el pelo y susurrándole palabras reconfortantes al oído—. Tranquila, estoy aquí. Estoy aquí... Todo irá bien.

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N. de la A.:

¡Hola, mis amores!

¡¡¡El tito Kalen está de vuelta!!! Vale, ya, mejor me tranquilizo, que a este paso me va a dar un síncope x'D Es que tenía muuuuuchas ganas de llegar a este capítulo porque Kalen es uno de mis personajes fav y... se merece lo mejor del mundo. ¿Qué os ha parecido su reencuentro con Sirianne? Espero que haya estado a la altura de vuestras expectativas. Yo no he podido evitar derramar alguna lagrimilla mientras lo escribía >.<

Este capítulo va a suponer un punto de inflexión para Syrin. Como habéis podido apreciar, poco a poco va mostrando su faceta más humana y sensible, así que, a partir de ahora, tenderá a mostrar más sus sentimientos.

También me ha hecho mucha ilusión escribir este capítulo porque en él aparece un nuevo OC. Ay, Einar. Este hombre también se ha ganado un lugar en mi corazoncito. Pronto sabréis más cosas sobre él <3

Por último, quisiera comunicaros que he publicado un nuevo FanFic basado en la exitosa serie televisiva Vikingos. Se llama Yggdrasil, así que si hay algún fan por aquí, me haría muy feliz que se pasara a echarle un vistazo n.n

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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