━ 𝐗𝐈𝐕: Estamos en el mismo bando
•─────── CAPÍTULO XIV ───────•
ESTAMOS EN EL
MISMO BANDO
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── 「 𝐓𝐇𝐀 𝐒𝐈𝐍𝐍 𝐀𝐈𝐑 𝐀𝐍 𝐀𝐎𝐍 𝐓𝐀𝐎𝐁𝐇 」 ──
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LA DESPERTARON LOS PRIMEROS RAYOS DE SOL. Sirianne abrió los ojos, topándose con el verde intenso de las copas de los árboles y el azul claro del cielo. Durante unas milésimas de segundo se sintió en paz y a gusto, ajena a todos sus problemas y preocupaciones. No obstante, en cuanto notó un pinchazo en el brazo izquierdo, allá donde la venda cubría el mordisco, su mente volvió a la realidad. Se restregó los lagrimales y bostezó, para después extraviar la mirada en aquella bóveda glauca que tanta serenidad le transmitía. Fue entonces cuando un escalofrío recorrió su espina dorsal, haciéndola estremecer. Se incorporó como una exhalación y miró a su alrededor mientras se maldecía en su fuero interno.
Se había quedado dormida.
Cuando se aseguró de que no había ningún enemigo cerca y que, por tanto, se encontraban a salvo, profirió un lánguido suspiro y se masajeó el tabique nasal en un mohín que denotaba cansancio.
Estaba molesta consigo misma: ¿desde cuándo era tan descuidada? Esa noche, pese a las quejas y los reproches de Neisha, se había ofrecido a hacer guardia, puesto que al estar a la intemperie eran más vulnerables, aunque no había sido capaz de resistirse al sueño.
Chasqueó la lengua, frustrada. Era consciente de que la dentellada la había debilitado bastante, al igual que el uso de sus poderes, pero eso no era excusa. El destino de toda Narnia estaba en sus manos, en aquellos niños que permanecían a su cuidado, así que no podía volver a ocurrir nada parecido.
De nuevo, chequeó las inmediaciones del campamento, intercalando miradas entre los castores, los humanos y su hermana. Todos ellos dormían plácidamente alrededor de la hoguera o, mejor dicho, de los rescoldos que habían dejado las llamas.
Contempló a Lucy, que descansaba entre medias de Peter y Susan, y luego a Niss, que se hallaba a su lado. Verla así, tan tranquila y sosegada, sin el miedo y la incertidumbre titilando en sus fulgurantes pupilas, hizo que una grácil sonrisa asomara a su semblante.
Con cuidado de no despertarla, acarició su mejilla, demostrando con aquel simple gesto todo el amor que le profesaba. Neisha era lo único que le quedaba. Ella, junto con su madre, era la razón por la que continuaba respirando, el motivo por el que, años atrás, no había cedido a la desesperación y acabado con su propia vida.
Sacudió la cabeza en un vano intento por librarse de esos pensamientos tan melancólicos. Apenas un instante después, se puso en pie y dirigió sus pasos hacia el arroyo, que fluía con vigor a pocos metros de ellos. Aún con la capa sobre sus hombros, se arrodilló junto al torrente, cuya agua cristalina le devolvía su reflejo.
Se observó con atención, pudiendo reparar en lo pálida y demacrada que estaba. Era cierto que lucía mejor que el día anterior, dado que la herida no le dolía tanto, pero aun así era evidente que no se encontraba en sus plenas facultades. Solo había que fijarse en sus prominentes ojeras y en el deteriorado brillo de sus ojos.
Con la intención de asearse un poco, se desabrochó la capa y se remangó la camisa, para posteriormente sumergir sus maltratadas manos en el agua. Estaba algo fría, aunque eso no impidió que se enjuagara la cara, el cuello y los brazos, librándose así del exceso de tierra, sangre y sudor.
Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, al tiempo que tomaba una gran bocanada de aire. Una vez más aquella sensación de paz volvió a apoderarse de ella, provocándole un extraño hormigueo en el estómago. De forma inconsciente se llevó una mano al pecho, estableciendo contacto con el colgante que le había regalado Santa Claus. Esa piedra puntiaguda que, a la luz del sol, brillaba con intensidad, como si se tratara del más bello diamante.
«Es un objeto muy especial, te ayudará a encontrar aquello que buscas», le había dicho el anciano cuando se lo entregó. Sin embargo, por muchas vueltas que le diese, no tenía ni la más remota idea de cómo ponerlo en funcionamiento. Tenía claro que no era una gema corriente; podía sentir la magia en ella, una energía mística y poderosa que, de saber utilizarla, les sería de mucha ayuda.
La examinó con detenimiento, buscando cualquier detalle que le hiciera comprender las palabras de aquel hombre vestido de rojo, pero no encontró nada.
«¿Tanto le costaba dejarse de acertijos y decirme cómo diantres funciona?» Resopló, dándose por vencida. Tal vez, con un poco de suerte, podrían ayudarla en el Campamento de Aslan. Puede que el Gran León, bien conocido por su sabiduría y grandilocuencia, tuviera la respuesta a sus preguntas.
Clavó la vista en su brazo, en el vendaje que, debido a la sangre seca y al ungüento de Niss, había adquirido un tono amarronado bastante desagradable. Con dedos rápidos y ágiles lo apartó un poco, lo justo para poder comprobar el estado del mordisco.
Apretó los labios en una fina línea, ahogando un sollozo. Aún le dolía, la sensación de los cristales clavándose en su piel seguía presente, pero al menos la inflamación se había reducido, lo que le supuso un gran alivio.
Respiró hondo y, luego de colocarse nuevamente la capa, se dispuso a regresar junto a los demás. Avanzó un par de pasos, no obstante, antes de que pudiera dar el tercero, un sonido acaparó su atención, haciendo que se pusiera en guardia. La joven giró sobre sus talones, con la respiración entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza bajo las costillas. Contuvo el aliento y agudizó el oído, a fin de escuchar mejor.
Eran pisadas, no cabía la menor duda.
Las manos le empezaron a sudar cuando reparó en que se estaban acercando a su posición. Todavía los separaba una distancia considerable, pero su dueño no tardaría en llegar hasta ellos.
No se lo pensó dos veces: se dio media vuelta y se aproximó a Neisha, que continuaba durmiendo. Con los sentidos bien alerta, se acuclilló a su lado y la zarandeó para que despertara. La pitonisa abrió los ojos.
—Niss, tenemos compañía —anunció Sirianne sin poder disimular su nerviosismo. Al oírlo, la mencionada se incorporó de golpe y frunció el ceño, poblando su frente de arrugas—. Algo se está acercando.
Neisha tragó saliva, angustiada. Echó un vistazo rápido a su alrededor y volvió a centrar su atención en la arquera, que hacía todo lo posible para mantener la calma.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó, viendo cómo Syrin recogía del suelo las dagas gemelas y se las ataba a los muslos.
—Iré a asegurar el perímetro.
Ante ese último comentario, Neisha se puso en pie y acortó la distancia que las separaba. A la mayor no le hizo falta mirarla a los ojos para saber que no le parecía una buena idea. Podía imaginarse sus labios contraídos en un rictus amargo y sus iris azules brillando con desaprobación.
—¿Has perdido el juicio? —soltó la pitonisa. Definitivamente su hermana debía de haberse vuelto loca para querer aventurarse en el bosque sola y herida—. Aún no estás recuperada. ¿Y si es algún espía de la Bruja Blanca? ¿Qué harás entonces?
—Lo mataré —respondió Sirianne, como si lo que acababa de decir fuera lo más obvio del mundo. En cierto sentido así era, pero eso no cambiaba el hecho de que en algunas ocasiones pecara de inconsciente y temeraria.
Niss suspiró.
—Voy contigo. —Aquellas palabras salieron firmes y contundentes de su boca. Se agachó y asió el talabarte del que colgaba su espada, para después engancharlo a su cintura.
—No. Tú te quedas aquí, protegiendo a los futuros reyes —contradijo Sirianne, a lo que Neisha chistó de mala gana—. Si Jadis anda detrás de todo esto, vendrán a por ellos. Así que debes estar preparada. —Señaló con un suave cabeceo a los Pevensie, que dormitaban junto a los castores.
La aludida clavó la vista en el suelo, resignada. Por mucho que le costase admitirlo, sabía que Syrin tenía razón. No podían dejar solos a los humanos, no cuando algo o alguien estaba tan cerca de dar con su paradero.
—Si no vuelvo... —comenzó a decir la arquera.
—Volverás —la cortó Neisha, alzando el rostro hacia ella—. Más te vale hacerlo.
Sirianne esbozó una sonrisa torcida, justo antes de apoyar una mano en el hombro de la pitonisa y estrechárselo con cariño. A continuación, se resguardó en la oscuridad que le proporcionaba la capucha y echó a andar, adentrándose en la espesura.
Parecía una sombra más del bosque. Sus piernas largas y esbeltas se movían con agilidad y precisión, y sus pies apenas hacían ruido con la hojarasca del suelo. Bajo la caperuza, sus orbes verdes no dejaban de escrutar los alrededores, en busca de cualquier movimiento ajeno a ella que la hiciese reaccionar. Su corazón latía con fuerza, como si en cualquier momento fuera a salírsele del pecho, causándole cierto agobio.
Estaba nerviosa y, sobre todo, asustada. No sabía lo que iba a encontrarse. Puede que no fuera nada, tan solo algún animalillo merodeando por la zona, pero también existía la posibilidad de que se topase con un enemigo.
Con cuidado de no hacerse daño, se llevó una mano al brazo herido, rozando la dentellada. El dolor se había intensificado en los últimos minutos, provocando que una fina capa de sudor perlara su frente y gran parte de su pecho. Pese a todo, siguió caminando.
A medida que avanzaba, se valía de la vegetación para esconderse y así pasar desapercibida. Eso, junto al color oscuro de su capa y a las sombras que proyectaban las copas de los árboles, le permitía mimetizarse con el entorno.
De pronto, Sirianne se detuvo.
Las pisadas habían dejado de escucharse.
La pelirroja miró en todas direcciones, con la desconfianza grabada a fuego en sus pupilas. Aferró la empuñadura de una de sus dagas y la desenvainó, dispuesta a utilizarla en caso de que fuera necesario.
A su espalda, el crujido de una rama la sobresaltó. Hizo el amago darse media vuelta y encarar a quien demontres la estuviera acechando, pero no fue lo suficientemente rápida.
—Suelta el cuchillo y quítate la capucha. Despacio. —Una voz masculina rompió la quietud del bosque e hizo que el vello de Syrin se erizara.
La arcana arrugó el entrecejo al no poder identificar el olor de su asaltante, puesto que el viento soplaba en dirección contraria. Tragó saliva y frunció los labios en una mueca desdeñosa.
¿Acaso su suerte podía ir a peor?
—No lo repetiré más veces —volvió a hablar el desconocido.
Sirianne inspiró por la nariz, muy despacio para no dejarse dominar por el miedo. Alzó su mano derecha y soltó el puñal. Acto seguido, amagó con quitarse la capucha, sin embargo, cuando su diestra estuvo a punto de tocar su cabeza, dirigió la zurda hacia su muslo y desenfundó su otra daga.
A partir de ahí, todo sucedió muy rápido.
Antes de que el hombre pudiera reaccionar, Sirianne giró sobre sus talones y, con una furia ciega, hizo chocar su arma con la espada del individuo, que se vio en la obligación de retroceder ante su brutal acometida.
La muchacha gimoteó cuando una descarga de dolor le recorrió la extremidad herida, desde la punta de los dedos hasta el hombro. Reculó unos pasos, salvaguardando una distancia prudencial con su adversario, y cambió el cuchillo de mano.
Desde su posición, Syrin analizó al extraño, que vestía una capa oscura junto con un cubrecuellos que ocultaba su boca y parte de su nariz. Sus ojos fueron lo que más le llamó la atención: tan grises como el hielo, fríos e implacables.
Sin querer malgastar ni un segundo más, la pelirroja echó a correr hacia él, con su puñal en alto y las facciones crispadas en una mueca rabiosa. El hombre neutralizó sus estocadas sin apenas esfuerzo, pero no fue capaz de sortear la patada baja que le propinó Sirianne mientras esta fintaba.
El desconocido cayó de espaldas al suelo, sintiendo que el golpe le cortaba la respiración. Ladeó la cabeza hacia su izquierda y luego hacia su derecha, buscando su arma. La encontró a unos metros de distancia, junto al tronco de un portentoso árbol. Quiso ir a por ella, pero la arcana, que se había dado cuenta de que se encontraba desarmado, aprovechó la oportunidad y se abalanzó sobre él.
El hombre, sorprendido ante la fiereza con la que luchaba su contrincante, tuvo que emplear ambas manos en evitar que esta le atravesara la yugular con la daga. Por suerte para él, las fuerzas de Sirianne comenzaron a flaquear, de modo que, antes de recibir una cuchillada mortal, consiguió empujarla hacia un lado y quitársela de encima.
Inevitablemente la joven perdió el equilibrio y se precipitó al suelo, al tiempo que el extraño se ponía en pie y recuperaba su espada. Syrin gruñó, furiosa, justo antes de levantarse y quedar cara a cara con aquel malnacido que tantos problemas le estaba ocasionando.
Una vez recuperada la verticalidad, se tomó unos instantes para observar la venda que cubría el mordisco. Tal y como había imaginado, esta permanecía empapada en sangre fresca. El esfuerzo físico del combate le había generado una nueva hemorragia.
Masculló algo ininteligible y, sin más preámbulos, corrió de nuevo hacia el hombre, cuya fisonomía —la poca que quedaba a la vista— se contrajo en una expresión de desconcierto cuando la capucha de Sirianne se bajó a causa de la inercia, dejando al descubierto su larga melena rojiza y sus iris verdes.
La reconoció enseguida.
—¡Espera! —exclamó al ver que la arcana tenía la intención de ensartarle. Esta hizo caso omiso a sus palabras y, cuando apenas los separaban unos palmos de distancia, dirigió el filo del puñal hacia su pecho. Afortunadamente el desconocido logró esquivar el ataque—. ¡Estamos en el mismo bando! —Aquel último comentario hizo que Sirianne se parara en seco—. Estamos en el mismo bando...
Con un suave movimiento, el hombre se bajó el cubrecuellos, permitiéndole a Syrin examinar su rostro. La pelirroja no pudo evitar sorprenderse. Ahora que lo contemplaba con mayor detenimiento, sus rasgos eran muy similares a los de su pueblo: complexión fuerte y robusta, ojos claros y llamativos, pelo largo y trenzado...
En ese preciso momento un olor bastante característico se coló sin previo aviso en sus fosas nasales. Reconocería ese aroma en cualquier parte, dado que era el mismo que el de su madre y el de su hermana, el mismo que el suyo. Las piezas encajaron solas.
—Eres un arcano —musitó ella con voz ronca.
—Sí. —El aludido asintió—. Veo que tú también lo eres, aunque no una cualquiera —añadió a la par que envainaba su espada.
Sirianne lo miró con una ceja arqueada. Todavía estaba demasiado conmocionada, demasiado abrumada. Después de lo ocurrido en Fasgadh, reencontrarse con un miembro de su especie —aparte de su progenitora y Neisha, claro está— se le hacía de lo más extraño.
—Lo digo por el color de tu pelo —prosiguió el joven, señalando con el dedo índice su indomable cabellera—. Dicen que las mujeres de tu familia sois descendientes de la Diosa del Fuego.
Syrin no dijo nada al respecto. Enfundó sus dagas, asegurándolas a su correa correspondiente, y se cruzó de brazos. Todo ello sin apartar la vista de su interlocutor.
—¿Estás solo? —quiso saber tras un tenue suspiro.
—No, yo...
—¿Sirianne?
Una tercera voz inundó el lugar, tan familiar para la susodicha que esta no pudo evitar pensar que, en realidad, estaba muerta y que su alma había llegado al Nèamh para reencontrarse con los fantasmas de su pasado, aquellos que no habían dejado de atormentarla desde que Jadis y sus secuaces habían arrasado las Cinco Aldeas y Fasgadh.
No podía estar más equivocada.
▬▬▬▬⊱≼❢❁❢≽⊰▬▬▬▬
N. de la A.:
¡Hola, corazones!
Ay, ay, ay, que hemos dado comienzo a mi parte favorita de la historia. A partir de ahora las cosas se van a poner muy interesantes para nuestros protagonistas. Ya os podéis preparar, porque se avecina salseo del bueno. Vamos, que la voy a liar to' parda en los próximos capítulos, jajaja.
De momento ha aparecido un personaje nuevo. Sí, ese muchacho al que casi trincha Sirianne como a un pavo. Su face-claim está en el apartado de «Personajes», ¿os atrevéis a decirme quién es de los dos? Porque está claro que Kalen no es, y Kenneth mucho menos x'D El caso es que va a ser bastante importante para la trama, ya veréis por qué *sonrisa maliciosa*.
¿Y quién será el otro personaje con el que se ha reencontrado Syrin? Chan, chan, chaaaaaan... Lo descubriréis en el siguiente capítulo xD
Un besazo ^3^
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