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XXXVIII












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La Reina del norte estaba en prisión en desembarco del Rey, aunque no era la mejor situación para Gyda, ella disfruto aquella noche de silencio. Y por primera vez en mucho tiempo fue capaz de escuchar su mente.

La esposa de Robb Stark debía ser cautelosa, por su vida y la de su hijo en su vientre. Si debían morir, sería en los brazos de su esposo, y no en los de sus captores. Su objetivo era salir de desembarco del Rey antes de dar a luz, por ende debía buscar ayuda. El que estuviera Oberyn Martell en el lugar era una bendición, pero Gyda dudaba si aquel hombre seria capaz de arriesgarse por ella. La víbora roja no le debía nada a la Reina del norte.

—Shhh, tranquilo —Murmuró la Reina del norte colocando su mano en su vientre. Su pequeño hijo se movía con inquietud, provocando dolor a su madre—. Tranquilo pequeño Magni, aún no es el momento para que salgas —Susurraba Gyda Stark conteniendo su gemido de dolor. Se repetía en su mente que aquel dolor no era de alumbramiento. Su hijo no podía nacer como un prisionero. Gyda iba a seguir hablando para tranquilizar a su hijo, pero un ruido afuera de su celda la callo.

—No es un lugar adecuado para una Reina. —Gyda se mantuvo en silencio e inmovil hasta que el hombre que había hablado entrara a la prisión. La oscuridad no ayudaba a identificar a la persona, pero una antorcha iluminó sus ojos tan negros como la noche.

—Oberyn... —Gyda se percató que al decir el nombre de la víbora roja una extraña tranquilidad se extendió por su cuerpo, pero tan solo duró unos segundos.

—Al parecer le alegra verme —Musito la víbora roja con diversión. La Reina del norte borró con rapidez la sonrisa que se había depositado en su rostro al ver a Oberyn.

—Jamás pensé que te volvería a ver tan rápido —Admitió la Reina del norte acomodándose en la cama de madera de la celda.

—¿Cómo te atraparon? —preguntó Oberyn cerrando la puerta de la celda para quedar ambos en ella. Gyda tan solo se encogió de hombro ante esa pregunta. La desconocía. 

—No tiene relevancia en este momento —Musito Gyda sintiendo una pequeña punzada en su vientre.— Debo salir de este lugar.

—Prácticamente tienes a toda la guardia real resguardo este lugar. Eres una prisionera valiosa —Indicó la víbora roja colocando la antorcha en la pared—. Si fueras a juicio podría ayudarte, pero no creo que sea su caso. Joffrey no te dará un juicio por combate, morirás o vivirás por un intercambio...

—Robb vendrá —Aseguro la Reina del norte interrumpiendo las palabras de la víbora roja—. Mis hermanos vendrán por mí. —De eso estaba completamente segura. Sus hermanos jamás la dejarían en manos de los enemigos.

–Quizás no a tiempo —Murmuró la víbora roja mirando atentamente a la Reina del norte. Gyda tenía las mejillas sonrojadas, su ceño fruncido y su mano en su vientre—.  Vas a parir en cualquier momento.

—Aun tengo tiempo —Aclaró Gyda levantando su mirada para encararla en Obreyn Martell mientras sacaba su mano de su vientre.

—No lo tienes. He estado en los nacimientos de mis seis hijas. Y estas con los dolores del parto —Aseguró la víbora roja.

—Solo es una falsa alarma —Aclaro nuevamente la Reina del norte frunciendo su ceño ante el dolor que se apoderaba en su vientre.

—Gyda... —Murmurro Oberyn Martell con compasión al observar el dolor de Gyda. El hombre se arrodilló frente a ella para colocar sus manos en el vientre de la Reina—. Puedes confiar en mí. —Aquel comentario enfureció a la Reina del norte provocando que rechazara el toque de la víbora roja.

—¿Cómo puedo confiar en ti? Si estabas aquí, en este horrible lugar apoyando a los Lannister —Siseo Gyda mostrando su odio en cada palabra dicha. Oberyn chasqueó su lengua con disgusto.

—Los Martell no estamos en guerra. Hemos sido invitados a la boda Real y como súbdito del Rey de los sietes reinos debemos asistir —Explicó la víbora roja tratando de que la Reina entendiera su posición.

—Mientes, están en guerra desde que mataron a su hermana —Añadió la Reina del norte con rapidez—. Simplemente no lo han demostrado.

—No hables de mi hermana —Bramo Oberyn levantándose de la posición incómodo por el ritmo de la conversación.

—¿Qué es lo que esperan? ¿Por qué aparentan fidelidad al Rey? —Preguntó la Reina del norte olvidando por unos momento el dolor que recorría en su cuerpo.

—No sé de qué hablas —Murmuró Oberyn levantándose para darle la espalda a la Reina del norte.

—El papel de inocente no es para ti.  ¿Y quieres que confíe en ti? —Añadió Gyda negando con su cabeza. Estaba sola en este lugar.

—Gyda, no rogaré por tu amistad. El único amigo que tienes en esta ciudad de mierda soy yo —Bramo Obreyn.

—¿Y eso me debe tranquilizar? —Murmuró Gyda preguntando a sí misma—. Prefiero morir. Dame un puñal. Será más fácil para todos. 

Y Oberyn dio vuelta su cuerpo con rapidez.

—No participaré en tu suicidio. Te ayudaré a escapar —Exclamó Oberyn con seguridad.

—¿Como? —preguntó Gyda encogiéndose por el dolor que recorría por su cuerpo.

—Con fuego y sangre.






Fuego y sangre. Fueron las palabras que dictó Obreyn Martell. Y fueron aquellas palabras que se repetido constantemente en la mente de Gyda. Su mente no dejaba de trabajar al igual que su vientre. Los dolores se volvían peores mientras las horas pasaban. Debía escapar, debía buscar la forma de que su hijo no cayera en manos de los Lannister. Y una oscura idea pasó por su mente.

La idea de matar a su propio hijo. Una idea terrible que provocó que un vómito involuntario saliera de su boca.

—Mi Reina, ¿Se encuentra bien? —La voz de un desconocido se presentó en su celda. Gyda limpió su boca con su vestido. La Reina del norte no lograba identificar a aquel hombre. Era regordete y calvo.

—¿Quién eres? —preguntó Gyda frunciendo su ceño ante una extraña visita.

—Me ha visto. —Gyda frunció aún más su ceño al escucharlo—. En su primera visita a Desembarco del Rey. Me tomó por sorpresa al conocer tiempo después su verdadera identidad. Al parecer mis pajaritos no llegan al extremo norte.

Gyda no lograba recordar.

—Mueren en el camino —Musito Gyda sentándose en la cama. No había dormido nada—. ¿Quién eres?

—Tienes un amigo aquí. Uno poderoso —Confesó el hombre calvo. Gyda no pudo recordar el nombre—. La ayudaré a escapar. En dos horas más se hará cambio de guardia. Y aquel guardia dejará su puerta abierta. Se debe dirigir a la izquierda, estarán esperando en aquel lugar.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó Gyda mirando fijamente el rostro del hombre para memorizarlo.  Debía ser Oberyn quien habló con aquel hombre, pero no quiso decir su nombre. No quiso ponerlo en peligro.

—Se ha derramado demasiado sangre noble —Expresó el calvo.

Gyda no puedo evitar reír. Una risa seca y sarcástica.

—Mi título noble está manchado por sangre —Musito Gyda—. ¿Quién me estará esperando? —Preguntó la Reina del norte, pero el hombre desapareció con rapidez, de la misma forma que había entrado. Sigiloso como una araña.








Fuego y sangre.  La mente de Gyda no podía olvidar esas palabras. El lema de la casa Targaryen. El lema favorito de Ivar. Su hermano más sanguinario.

La Reina del norte dudaba cómo se iba percatar del paso de dos horas. Aquí dentro de su celda, era difícil diferenciar entre el día y la noche.  Ni siquiera sabía si había pasado un día o dos desde su encarcelamiento. Pero el sonido de su puerta la alarmó. Gyda esperaba que alguien entrara, pero nada ocurrió. Ahí supo que era la señal.

Sus dolores aumentaron en ese momento. Y dudo. Dudo seguir adelante. Si daba a luz en el camino, su escape solo provocaría más desgracia para ella y su hijo.

—No puedo... —Murmuró la Reina del norte con un sollozo que salía desde su garganta—. ¡AAH! —Bramo Gyda sin ocultar su grito. Estaba pariendo.

—¡Gyda! —Esa voz. Conocía esa voz, y no era Oberyn. Gyda levantó su mirada para enfocar en el hombre con la cabellera rubia más hermosa de los sietes reinos.

—Ohh Jaime —Sollozo Gyda. No supo comprender el porqué de su llanto. Pero ver al matarreyes le daba más alivio que la presencia de la víbora roja.

—¿Qué sucede? Debemos escapar —Ordenó Jaime tratando de ayudar a Gyda levantarse, pero la Reina se negaba.

—Estoy en parto — Anunció Gyda al momento que otro sonido de dolor salió de su boca. La Reina del norte no pudo evitar oler la esencia de Jaime. Estaba limpio, aseado, casi estaba cuando lo vio por primera vez—. ¿Cómo Escapaste?

—Robb me soltó. Confía en mí para que te saqué de aquí —Confesó Jaime logrando levantar a la Reina del norte. Debía sacarla de aquel lugar, tenían pocas horas.

—¿Por qué harías tal cosa? —Añadió la Reina confundida.

—Porque te amo. —Y otro dolor pasó por el cuerpo de la Reina del norte. Aunque no supo si era por esa confesión o por el parto—. No tenemos tiempo, vamos Gyda. Debes moverte. Cersei matara a tu hijo.

Fue lo primero que le mencionó su hermana gemela en su llegada. Mataría a los salvajes del norte, fueron las palabras que utilizó.

Las palabras de Jaime le dio la energía, la fuerza necesaria para que Gyda Ragnarsson moviera sus piernas.

Aunque la fuerza de Jaime Lannister aún era débil. Logró sacar una extraña resistencia para ayudar a la Reina del norte.  No la quería muerta, ni ella ni sus hijos.

Gyda observó que no había nadie en el pasillo. Estaba desértico. Su escape se había organizado meticulosamente por el matarreyes.

—Vamos, queda poco —Añadió Jaime tratando de animar a la Reina del norte para seguir el camino y callar sus gemidos de dolor—. Robb te está esperando.

—¿Robb? —preguntó Gyda confundida. Su esposo se había arriesgado a perder su ejército, a enfrentarse con el gran ejército sureño.

—Vamos. —Jaime ejercicio más fuerza en el agarre a Gyda para seguir caminando—. Queda poco —Susurro Jaime al momento que apuntaba con su dedo una puerta que aparecía en su campo de visión. Al momento que abría la puerta. El sol cegó a la Reina del norte. En ese segundo nada existía para la Reina del norte, pero la ceguera desapareció. Y un ejército estaba al frente de ella.

—Eres predecible querido hermano. —La Reina del norte identificó a la Reina viuda. Era la versión femenina de Jaime—. Siempre me he percatado de todas sus emociones. He sido capaz de leer tu mente.

—Cersei. Debes dejarla ir, la furia de los norteños caerán en nosotros —Se excusó Jaime,
En algo que era verdad. Si el matarreyes no podía liberar a Gyda, correría sangre en Desembarco del Rey.

—¡Nunca! —Bramo Cersei dando un paso al frente hacia ellos.

La Reina del norte hubiera mantenido la mirada a la Reina viuda, pero su dolor aumentaba. Ni siquiera que la hayan atrapado era más importante que el niño que quería nacer. 

Jaime agarró con fuerza el brazo de Gyda. Nadie le arrebataria a la Reina del norte.

Cersei iba a refutar, pero los sonidos de las campanas empezaron a sonar.

—¡Nos atacan! —Escucho Gyda el grito de algún hombre. La Reina del norte trató de buscar la mirada de Jaime para buscar alguna respuesta.

—Te lo dije.

Y La Reina supo que sus norteños habían llegado. Sus hombres, sus hermanos y su esposo acabarían esta guerra. Estaban en desventajas, lo sabía la Reina del norte. Pero no dudaba de la fuerza de los norteños.

Correría sangre en Desembarco del Rey.

Fuego y sangre.


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