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XXXIII



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Gyda Ragnarsson sabía que los pensamientos de sus hombres, y de su propio esposo cambiarían al ver esa escena. El águila de Sangre era una muerte horrible, incluso igualaba a la hoguera, pero aquella rudeza y violencia era su herencia. Era su vida.

La Reina del norte había crecido con la violencia a su lado. Nada era tan importante como saber matar.

La hija de Ragnar Ragnarsson se encaminó a las celdas, con dos copas de vino en sus manos. Deseaba ver el estado de Jaime Lannister, y quizás aquel hombre sin honor la miraría con normalidad.

—Majestad. — Los guardias realizaron una reverencia al verla.

—Iré a hablar con Jaime Lannister. —Sus guardias asintieron con rapidez ante su pedido. Nadie le negaba nada. El guardia se encaminó para que su reina lo siguiera. Gyda observó las celdas, repletas de hombres Lannister y de Lord Bolton. El cual levantando su mirada al ver a la Reina del norte entrar.

Nadie hablaba. El silencio se apoderó de la prisión ante su presencia. Al parecer la crueldad del águila de Sangre había llegado a los lugares que menos pensaba Gyda Ragnarsson.

—Estaremos afuera Majestad —Murmuró su guardia bajando su mirada al momento que abría la celda de Jaime Lannister.

—Gracias —Agradeció la Reina del norte a su hombre al momento que salía sin dirigirle la mirada. Gyda Stark observó a Tywin Lannister al frente de la celda junto a su hermano. Ambos se mantenían en silencio mirando a la mujer de Robb Stark.

—Sus hombres la temen —puntualizó Jaime Lannister rompiendo el silencio. Gyda sonrió para entrar a la celda del matarreyes.

—Los hombres siempre han temido a lo que es más fuerte —contestó la Reina del norte dejando las copas en el suelo para soltar el amarre de Jaime en sus manos.

—Esta inmensa —Musito Jaime al observar la dificultad de Gyda para agacharse para soltar su amarre.

—No me lo recuerdes —Puntualizó la Reina del norte alejándose para agarrar las copas de vino y entregárselo a Jaime Lannister. Él aceptó la copa—. ¿Te sientes bien? —Le preguntó Gyda apoyando su espalda en las rejas de la celda.

—Si —Contestó Jaime bebiendo aquella copa con lentitud. Disfrutando el sabor del vino—. Por los sietes, lo había extrañado —Musito el matarreyes mirando la copa—. Gracias —Agradeció el hermano gemelo de la Reina—. ¿Por qué has venido?

—Le diré la verdad a Robb —Expresó Gyda bebiendo un poco de su copa. Los ojos de Jaime se abrieron por la sorpresa—. Estoy segura que su padre quiere amenazarme con esa verdad. —El prisionero sonrió asintiendo con su cabeza—. Los hombres son muy predecibles.

—¿Estás segura? Él no será amable —Manifestó Jaime bebiendo otro sorbo de su copa. La Reina del norte se encogió de hombros.

—Nada es peor que la muerte de mi sobrino —Puntualizó la Reina del norte.

—Escuché que recibió la peor de las muertes —Expresó Jaime con tranquilidad, como si aquella conversación estuviera ocurriendo en un escenario totalmente diferente.

— Mi casa se ha formado con hombres y mujeres salvajes. Nuestra casa no tiene nada de noble —admitió Gyda con una pequeña sonrisa—. Y siempre he estado orgullosa de ello...pero después de ver el rostro de Robb. —La Reina del norte borró su sonrisa, al momento que soltaba un suspiro—. Creo que se ha olvidado de donde provengo.

—Estás realmente enamorada del joven lobo —Musito Jaime Lannister observando a la Reina del norte de arriba para abajo—. Me pregunto como su padre consiguió su matrimonio. No logro entender como Ned Stark permitió que su adorado hijo se casara con una mujer tan...—Jaime observó a la reina del norte por unos segundos antes de dar su descripción—. Sanguinaria. La mujer más fuerte que he conocido, enamorada de un niño mimado.

Gyda no sabía la respuesta de la pregunta de Jaime. Desconocía la verdad que poseía Ragnar de Ned Stark.

—Él, No es así —Refuto la Reina del norte frunciendo su ceño—. Simplemente ha tenido una buena vida. Eso no es algo malo.

—Pero lo hace diferente a ti —Aclaro Jaime. Gyda cerró su boca, no quería aceptar que Jaime tenía razón.

—¿Por eso te enamoraste de Cersei? ¿De su hermana? ¿Por ser exactamente iguales? —preguntó Gyda Stark con sinceridad. No era una pregunta irónica, ni con maldad.

—En realidad en este momento, no lo sé —Murmuró con sinceridad Jaime Lannister. Bajando la voz para que su padre no lo oyera—. Lo que sé, es que me hubiera agradado tener a una esposa como la Reina del norte.

—Quizás tengamos una oportunidad después de esta noche —Reveló Gyda tratando de ser divertida, pero falló en el intento. La Reina del norte tenía miedo de la reacción de su esposo. Tenía miedo de que le pidiera el divorcio, tal como lo hizo su madre con Ragnar.

—Solo si su esposo no me mata —Expresó Jaime sonriendo para ella.

—Eso no está en mi poder —murmuró la Reina del norte levantando su copa hacia Jaime. Él imitó su acción—. Por mi sobrino. —Brindo Gyda bebiendo el último sorbo de vino que le quedaba. El matarreyes brindo por el sobrino de la Reina del norte sin quitarle la mirada de su rostro. Aun con su avanzado embarazo, era la mujer más bella del reino—. Descansa Jaime. Serán unos largos días —Expresó la Reina del norte quitándole la copa de sus manos, pero el matarreyes la sostuvo con fuerza.

—No dejes que te haga daño —manifestó Jaime Lannister con preocupación en sus ojos. Gyda se percató de su mirada.

—No ha nacido el hombre que sea capaz de dañarme —Puntualizó la Reina del norte tranquilizando a su prisionero. Gyda le retiró la copa de sus manos para salir de la celda con paso seguro.

La Reina del norte era fuerte, ningún hombre era capaz de dañarla físicamente, pero dudaba de sus sentimientos. Amaba profundamente al padre de sus hijos, de una extraña manera que no lograba comprender.

Gyda tenía miedo de perder ese amor.       




EEl esposo de Gyda estaba en la habitación que compartían ambos con una copa en sus manos y con Viento Gris a sus pies. El único que dio vuelta su rostro ante su presencia fue el lobo huargo.

—Sé que no fue una imagen agradable, pero es mi cultura —Puntualizó Gyda sentándose en la cama, observando la espalda ancha de su esposo—. No olvides de donde vengo.

—No lo hago —Contestó Robb con hostilidad en su voz. Su esposo estaba enojado, Gyda dudo si era el momento indicado para decir su verdad—. Pero eso fue salvajismo puro.

—No somos una casa noble. A pesar de los intentos de mi padre. —Manifestó Gyda recordando su unión con su esposo. Uno de los recursos desesperados de Ragnar por realizar una alianza con una casa noble—. Pero fue mi crianza, Y la de mis hermanos.

—Nuestros hijos no serán criados de esa manera. —Gyda inhaló, y exhaló con lentitud. No quería discutir de ese tema. Sus hijos aún eran pequeños—. No serán hombres salvajes. Tendrán honor.

—¿Porque ligas el honor con la guerra? —preguntó Gyda confusa—. No es lo mismo.

—No hay nada de malo en tener honor —Murmuró su esposo girando su cabeza al fuego de la chimenea.

—Su padre tenía honor, y eso lo llevó a su muerte —Expresó Gyda bajando su voz. Sabía que estaba sacando un tema delicado para él.

—Murió con honor —Murmuró su esposo nuevamente.

—Solo existe una muerte. No hay otra opción en la guerra —Expresó Gyda moviendo sus pies que empezaban a acalambrarse—. No quiero que mueras Robb. Deja de lado el honor. La guerra es salvaje, no hay nada hermoso en ello.

—¿Quieres que seas un salvaje? ¿Como usted? ¿Como sus hermanos? —Gyda se percató del desprecio en sus palabras.

—¿Me amas? —preguntó Gyda. Su esposo giro su rostro para atrás para enfocar su mirada en el rostro de su esposa.

—Claro que la amo. Eres mi esposa, y la madre de mis hijos —Contestó Robb frunciendo su ceño.

—Entonces amas mi salvajismo —Expresó la Reina del norte con tranquilidad. Su esposo giró nuevamente su rostro al frente—. Me amas a mi, y todo lo que tengo.

—Amo su frialdad, su hostilidad, la manera inadecuada que tienes para hablar con los hombres. Lo libre que eres en cada paso que das. Eres fuerte...—Aclaro Robb bajando su voz en cada palabras que salía de su boca—. Pero eso fue diferente. Lo disfrutabas.

—Es el asesino de mi sobrino. Por supuesto que lo disfruté —Manifestó Gyda subiendo su voz—. Sus gritos me dieron placer. Y le dieron la venganza a mi hermano. Volvería a revivirlo y asesinarlo miles de veces más para escuchar sus gritos.

—Por los sietes, ¿acaso te escuchas? —Bramo Robb levantándose de su asiento para girar su cuerpo y observar a su esposa. Viento gris se levantó del suelo, observando a sus dueños.

—¿Quieres discutir por la muerte del bastardo? ¿Ese será nuestro motivo de esta discusión? —preguntó Gyda indignada por las palabras de su esposo.

—¿Y cuál sería el motivo perfecto para discutir según usted? —preguntó su esposo con ironía. Gyda soltó el veneno con rapidez, ni siquiera su mente había procesado aquella pregunta cuando su boca se abrió—. ¿Qué?

—Me acosté con Jaime Lannister en Desembarco del Rey —Musitó nuevamente Gyda. Manteniendo su fortaleza en su voz—. Tywin me amenazaría con esa verdad para lograr un escape. Quise adelantarme.

—¿Qué? —preguntó nuevamente su esposo confundido por aquellas palabras.

—Me escuchaste —Bramo Gyda incómoda por la mirada de su esposo ante ella—. Jaime me descubrió en Desembarco del Rey, y para no llevarme ante la reina...quiso acostarse conmigo por su silencio.

—!¿Qué mierda estás hablando?! — Bramo Robb, alzando su voz de una manera que jamás le había escuchado su esposa. El lobo se exaltó, pero no veía algún enemigo para gruñir. Viento Gris estaba confundido.

—La verdad. —La Reina del norte bajó su voz, y su mirada—. Fue la única forma de escapar de la fortaleza Roja con Arya.

—¿Te acostaste con Jaime Lannister? ¿Me engañaste? —Preguntó Robb Stark con dureza en su voz. Gyda levantó su mirada para enfocar en los ojos azules de su esposo. Y asintió con su cabeza, al instante de realizarlo el rey del norte lanzó la copa que estaba en sus manos a la pared.

—No fue por voluntad propia —Expresó Gyda levantándose de la cama para llegar a su esposo, pero él dio un paso para atrás.

—Siempre he aceptado su liberalismo. Acepte que besaras a mi hermano. —Gyda abrió sus ojos de sorpresa, hubiera jurado por los antiguos dioses que su esposo desconocía esa verdad. Pero Robb se percató de algo más en los ojos de su esposa—. ¿Por qué solo sucedio eso? ¿Cierto?

—Lo que haya sucedido fue antes de nuestro matrimonio —Puntualizó la Reina del norte—. No te debía fidelidad.

—¿Lo hiciste? —preguntó Robb, pero él ya sabía la verdad. La sabía desde Invernalia. Lo sabía cuando descubrió a su hermano observando a su prometida con una extraña mirada. Una mirada que tenía su padre hacia su madre.

—Esa verdad le pertenece a Jon y a mí —Murmuró Gyda—. Fue antes de nuestro matrimonio. —Volvió a exponer esas palabras con seguridad.

—Estamos comprometidos desde que cumplio ocho años —murmuró el rey del norte con sus dientes apretados.

—Eso no evitó que me acostara con cada hombre o mujer que quisiera. Ese compromiso no significaba nada para mí —Admitió la Reina del norte.

—Y al parecer nuestro matrimonio tampoco —indicó Robb Stark moviendo su cuerpo con la intención de salir de su habitación, pero su esposa lo detuvo. Agarró el brazo de su rey con firmeza.

—Te amo, en realidad lo hago. —La Reina del norte trató de suavizar la situación. Y era la verdad, lo amaba de una extraña forma.

—Gyda, no sabes amar —Contestó el Rey con frialdad en su voz. Observó a su esposa de arriba para abajo. Los ojos de su esposo mostraron la repugnancia que sentía en ese momento por Gyda Stark. La Reina del norte soltó el brazo de su esposo para dejarlo marchar.

—Quédate —ordenó Robb a su lobo antes de salir de la habitación. Gyda observó como su habitación se veía grande ante la ausencia de su esposo.

Robb Stark no la perdonaría.

Robb Stark no volvió a dormir con su esposa aquella noche, ni las siguientes que vinieron. 




Los malditos Tyrell apoyaban la causa de los Lannister. El ejército de flores había salvado a desembarco del Rey del reinado de Stannis. Si no se movian, la casa Tyrell buscarian la guerra con el norte para rescatar a los grandes señores de poniente.

El ejército de los norteños era grande, pero sus guerreros estaban cansados, exhaustos por las batallas y desanimados por la ausencia de sus espoas e hijos. Debían decidir si invadir la fortaleza roja o volver a Invernalia.

Gyda Stark estaba presente en aquella reunión. Su esposo la incluía en cada paso que daban, pero la llamaban a través de su escudero. No volvió a dirigirle la palabra.

—Matamos a todos los Lannister, tenemos a Lady Sansa. No tienen el poder de hacernos daño —Bramo el gran Jon Umber. Su voz era capaz de provocar que los vidrios temblarán.

—No quiero una carnicería —Murmuro Robb Stark sin despegar la mirada del mapa que estaba en la mesa. Su esposa estaba a su lado, sentada con un vientre que crecía cada vez más.

—¿Y qué es lo que quieres? –preguntó Lagertha al esposo de su hija.

—Joffrey. —Musito el Rey del norte. Gyda soltó un suspiro involuntario. Desde su discusión su esposo cambió de decisión, quería la muerte de Joffrey Baratheon. No quería volver a casa, quería venganza. La Reina del norte dudaba si era venganza por su padre, o por su acto.

El Rey del norte giró su cabeza para enfocar su mirada en el rostro de su esposa. Esa mirada no era de amor, ni de respeto. La odiaba.

—Entonces ataquemos a Desembarco del Rey —Bramo Ragnar con felicidad. Robb giro su rostro para enfocarlo en el padre de su reina. Ragnar había deseado entrar de nuevo a ese lugar luchando, como lo hizo años atrás al lado de Ned Stark.

—¿Y después que? —preguntó Gyda posando sus manos en su vientre—. ¿Cuál es el plan? —Los ojos de los presentes de aquella reunión se posaron en ella—. ¿Seremos los reyes de los sietes reinos?

—Mi lugar no está en el sur. Ni el de mis hijos —Murmuró su esposo sin incluirla—. Stannis debería ser Rey.

—No lucharemos para entregarle la corona a Stannis, no dejaré que mis hombres mueran para que ese Baratheon se siente cómodamente en el trono —Bramo Gyda Stark.

—La Reina tiene razón — Concordó Jon Umber con las palabras de su reina.

—Elijo la carnicería —Indicó Gyda su opinión. Algunas cabezas asintieron y otras negaron.

—¿Por qué no me sorprende? —Murmuró Robb Stark. Aquellas palabras fueron escuchadas por todos en la habitación.

—Mis señores si me disculpan, el bebé debe descansar —Manifestó la Reina levantándose del asiento. Sus súbditos realizaron una reverencia ante su salida. La verdad era que Gyda quería dejar de escuchar la voz de su esposo. Entendía su desprecio, pero no significaba que debía soportarlo.

—No recordaba a la Reina del norte con aquel ceño en su rostro. —Gyda tardó en reconocer la voz de Oberyn Martell. En realidad no la reconoció, pero al ver su semblante los recuerdos llegaron. El supuesto Daemon Arena llegaba ante ella—. Estas inmensa.

—Lo sé —Contestó Gyda volteando sus ojos por las palabras de Oberyn. No era el primero, ni el segundo en decirlas. Y estaba segura que no sería el último.

—Pero se ve hermosa. No hay nada más maravilloso en este mundo que una mujer creando una vida —confesó Oberyn Martell. Gyda quedó cautivada por esas palabras y por su acento particular al hablar.

—Lo abrazaría, pero creo que tengo un impedimento —Manifestó la Reina del norte apuntando a su vientre. Oberyn Río—. Gracias, no tendré suficiente vida para seguir agradeciendo lo que has hecho por mi. —La víbora roja negó con su cabeza.

—No hay que agradecer. Nuestra deuda está saldada —Expresó el hermano del príncipe Doran.-. Me encantaría que viniera a Dorne, después de esta guerra —indicó el salvador de su hijo—. Mis hijas estarían encantadas de compartir con una guerrera tan formidable.

—Nunca me has visto luchar —Aclaro Gyda confundida por las palabras de aquel hombre.

—Vi luchar a sus hermanos, y ellos manifestaron que eres mil veces mejor que ellos. —Gyda sonrió. Sus hermanos siempre tenían palabras amables para ella.

—Me encantaría conocer Dorne, quizás algún día próximo lo visite —Indicó Gyda—, cuando todo esto acabe.

—Le hará bien, un poco de Sol no hace daño —Comentó con diversión Oberyn Martell—. Su esposo también está invitado, ¿está adentro? —preguntó el Dorniense apuntando la puerta del salón principal. La Reina del norte asintió con su cabeza—. Le daré mi pésame por la muerte de Lady Stark.

—Por supuesto. —Gyda dio un paso al lado para que Oberyn Martell se dirigiera hacia su esposo.

La Reina del norte no pudo evitar pensar que no le había dado el pésame a su esposo por la muerte de Catelyn Stark. La muerte de su sobrino, su dolor había provocado que se olvidara completamente de los sentimientos del Rey del norte.

Robb no la perdonaría, si ella no era capaz de perdonarse.

La Reina del norte se encaminó al pequeño río que estaba cerca del castillo con sus guardias a sus espaldas. Los cinco, con Robett recuperado, no juzgaban a la Reina que cuidaban. Cada uno de ellos defendía a la Reina del norte fervientemente de malas lenguas.

Gyda Ragnarsson visitaba cada día aquel río después de decirle la verdad a su esposo. Lo visitaba para estar a solas, para soltar unas lagrimas al aire libre sin las miradas de sus guerreros, y de sus familiares. Temía que Robb Stark le pidiera el divorcio, que su infancia se repitiera en la vida de sus hijos.

—Mi señora, un caballo se acerca —Anunció Robett Glover a la Reina del Norte. Gyda bajo su capucha de su cabeza para mirar hacia atrás. Su padre se acercaba con su ceño fruncido.

—¿Qué es lo que sucede entre ustedes dos? —Bramo Ragnar al momento que se bajaba del caballo para llegar al lado de su hija—. ¿Estás llorando? —preguntó el padre de la Reina observándola con repulsión—. Un Ragnarsson no llora.

—¿Qué quieres? —preguntó Gyda volviendo su mirada al rio que estaba al frente de ella.

—¿Qué es lo que ha sucedido entre ustedes? Supe que duermen en habitaciones separadas hace días —Añadió Ragnar con su ceño fruncido tratando de comprender a su hija.

—Nada importante. Diferencias culturales —contestó la Reina del norte con simpleza. No quiera relatar su verdad a su padre. Aumentaría el problema.

—Te conozco mejor de lo que crees, No me estás diciendo la verdad —Puntualizó el padre de Gyda tomándola del brazo con firmeza.

—No olvides que tengo el poder que cortarte la cabeza —Expresó la hija de Lagertha observando el agarre de su padre en su brazo. Ragnar la soltó al instante—. Te diré la verdad, si me dices como lograste que Ned Stark aceptara el matrimonio.

El padre de la Reina realizó su gesto de enojo. El mismo gesto que había heredado Ubbe.

—Una verdad se paga con otra —Musito la Reina—. Si no tienes nada más que agregar, puedes retirarte —Ordenó Gyda Stark volviendo su mirada al río. Su padre no agregó nada más, y se retiró de la presencia de su única hija.

Las horas pasaron y la Reina del norte no se movía del lugar. Aquel lugar era pacifico, solo existía el sonido del río y las patadas de su hijo en el vientre.

—Mi Reina, es hora de volver —Indicó Forrester acercándose a su lado.

—No quiero moverme —Admito la Reina del norte con pesar.

—La ayudaré —Puntualizó Rodrik colocando su mano alrededor del brazo de su reina para moverla del lugar. El tacto del hijo mayor de Ser Forrester era suave, totalmente distinto al contacto de su padre.

Rodrik la ayudó a caminar lentamente por el bosque hasta llegar al castillo. Al entrar observo como sus tres hermanos estaban juntos conversando entre ellos. La Reina del norte no dudó en acercarse a ellos.

—Ragnar está haciendo preguntas —Musito Ivar al momento que su hermana mayor llegaba a su lado.

Gyda asintió. No quería saber nada más de su padre. Gyda Stark se quedó al lado de su hermano menor apoyando su cabeza en su hombro. Por los antiguos Dioses, Gyda Stark se sentía a salvo al lado de sus hermanos. Las risas no tardaron en llegar por las palabras de los Ragnarsson, pero su sonrisa se apagó al ver la imagen de su esposo con una mujer.

—¿Quién es ella? —preguntó Gyda alarmada por esa imagen. Ubbe y Bjorn giraron su cuerpo al mismo instante para observar al Rey del norte con una misteriosa mujer.

—Jeyne Westerling, prisionera del El Risco —Aclaró Ubbe la duda de su reina.

—¿No debería estar en prisión? —preguntó Gyda sin dejar de observar a su esposo caminando lentamente con aquella doncella.

—No debiste decir la verdad —Musito su hermano Ivar en su oído.

Gyda Ragnarsson sintió algo extraño en su cuerpo al ver como su esposo sonreía aquella mujer, una furia empezaba a florecer. Y por primera vez en su vida, el tema de la guerra quedó en el olvido.









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