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XVIII




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Invernalia estuvo en silencio por varios días desde la partida del guardián del norte junto a sus hijas. Nadie susurraba de la despedida entre los señores de la casa, llena de tristeza y desolación. La caída de Bran, el nuevo rango de Ned Stark sumió a Catelyn en un estado de profunda tristeza.

—Catelyn —clamó Gyda llamando la atención de su nueva madre. La pelirroja con sus ojos enrojecidos dio vuelta su rostro para conectar su mirada con la esposa de su hijo—. Debes descansar. Me quedaré con Bran.

—Tienes a tu propio hijo que cuidar —puntualizó Lady Stark para girar su rostro nuevamente y enfocarla en Bran.

—Mi hijo tiene a su padre —añadió Gyda con la única frase que le dolería a su suegra. La pelirroja suspiró con pesar—. Puedo protegerlo —aclaró Gyda.

—Si despierta... —Catelyn se levantó lentamente de la silla para encaminarse hacia la puerta, pero antes de musitar palabra alguna, Gyda la interrumpió.

—Le avisare ante cualquier movimiento. —Finalizó Gyda sonriendo—. Ahora soy madre, entiendo todo. No se preocupe. — Gyda tranquilizó a Catelyn con esas palabras. Jamás planeó que agradecería a los dioses por la presencia de Gyda, Eira y Lagertha. Las tres mujeres del extremo norte la habían apoyado, aconsejado y protegido a sus hijos como si fueran suyos. Agradecida por esas mujeres.

—Gracias...Hija —musito Catelyn antes de desaparecer por la puerta de la habitación. Gyda no pudo evitar sonreír ante esas palabras. Quería a cada uno de los hermanos Stark, como si fueran sus propios hermanos, pero quizás con el tiempo querría aquella mujer como si fuera su propia madre.

Las horas avanzaban con tranquilidad. Gyda disfruto el tiempo en soledad con el silencio que entregaba Bran y los aullidos de Verano afuera del castillo. Aún no lograba entender como Catelyn no confiaba en los lobos, que protegían a sus hijos mejor que los guardias Stark.

—Magnus te extraña. —Lagertha entró a la habitación sin golpear, pero Gyda había escuchado los llantos de su hijo desde el pasillo.

—Es mutuo —respondió Gyda al momento que Lagertha le entregaba Magnus en sus brazos y al instante el bebe cayó sus llantos. Al momento que su pequeño hijo abrió los ojos, una sonrisa se formó en su boca. Cada día, cada mes que pasaba, Magnus se transformaba en una copia de su padre. Pero esa felicidad se convirtió en tristeza cuando el pequeño estiró su boca para mamar el seno de Gyda.

—Le he dado leche de cabra, y leche de Eira. Pero siempre desea más —aclaro Lagertha acercándose donde su hija y nieto. Pero Gyda no respondió. Se sentía culpable por no ser capaz de alimentar a su propio hijo—. No es tu culpa Gyda. A veces el cuerpo da o no —explicó su madre tratando de tranquilizarla.

—¿Cómo lo protegeré? Ni siquiera puedo ofrecerle lo básico de mi. —Se preguntó Gyda para sí misma mirando el pequeño cuerpo de su hijo.

—Le diste la vida. Le has dado todo de ti. —Lagertha respondió sentándose en la cama de Bran lejos de sus pies—. Y aunque le des todo, no significa que puedas protegerlo del mundo. A veces se escapan de tus manos.

Gyda levantó su mirada para enfocarse en su madre. Lagertha le había dado todo, su cuerpo, su tiempo, su amor y sus enseñanzas, pero Gyda no había elegido a su madre para salir de Kattegat. Ella había preferido a su padre.

—Lo siento madre —confesó Gyda sin quitar la mirada al rostro de su madre—, pero suponía que al elegir al gran Ragnar me convertiría en una gran guerrera.

—Te has convertido en una gran guerrera —admitió Lagertha sin odio en su voz. Jamás podría odiar a su bella hija—. No te sientas culpable, les di a elegir a ambos con quien se querían quedar. Siempre respeté sus decisiones.

—Pero ahora entiendo el dolor que te causé —reveló Gyda con una mueca de tristeza—. Perdoname.

—No debo perdonarte nada —enfatizó su madre con suavidad.

—Madre... —Gyda quiso insistir en su perdón, pero la voz de su esposo interrumpió su conversación.

—Mis señoras —Robb saludo de manera cortés a ambas mujeres que cuidaban a los Stark de la familia.

—¿Rickon? —preguntó Gyda frunciendo su ceño al no ver al pequeño de los Stark con su esposo. Por el momento Rickon estaba al cuidado de ellos porque no dejaba que nadie más se acercara a su lado. Temía que su hermano mayor se alejara de Invernalia como lo hizo su padre.

—Con Eira. Al parecer lo ha conquistado —señaló Robb acercándose a la cama para observar el dormir de su hermano menor.

—Eira tiene ese efecto —opinó Lagertha sonriendo ante lo cautivadora que era la curandera de Kattegat. Gyda asintió con su cabeza apoyando las palabras de su madre.

—Madre aceptó descansar —comentó Robb mirando la espada que estaba al lado de Gyda apoyada en la pared.

—Puedo cuidarlo como madre y guerrera —puntualizó Gyda mientras sonreía con orgullo. Su esposo le devolvió la sonrisa, pero ante de musitar palabra alguna elogiando a su esposa, otra palabra salió.

—¡Fuego! —gritó Robb acercándose a la ventana con rapidez. Gyda se levantó con Magnus en sus brazos, quiso salir a ayudar, pero Lagertha le dictó otra orden.

—Quédate con Magnus, iré con Robb. —Gyda no pudo refutar su orden porque con su esposo salieron tan rápido que sus palabras quedaron atascadas en su garganta. Gyda se acercó a la ventana para observar como el fuego surgía con rapidez en unas casas cerca del castillo principal.

—Nadie debería estar aquí. —Gyda se dio vuelta con rapidez al escuchar la voz de un desconocido. Era un hombre alto, pero con olor y un aspecto horrible—. ¡Se suponía que nadie debería estar aquí! —clamó el hombre en voz alta.

Gyda miró la dirección de los ojos del hombre, iban directo al cuerpo de Bran. Venía a matar a su pequeño hermano. Gyda con lentitud quiso dejar a su hijo en la cama, pero el hombre gritó.

— ¡QUIETA! —Gyda no obedeció, pero realizó la acción con rapidez para alzarse directo al hombre. No le importó que estaba indefensa, sin armas en sus manos. Aquel hombre no era un guerrero.

Gyda Stark le quitó el cuchillo que tenía en su mano con rapidez, con un golpe en su cara el hombre se desequilibró para caer al suelo. Gyda lo pateó fuertemente en las costillas para dejarlo inconsciente, no quería matarlo. Necesitaba saber quien lo había enviado, pero la llegada del lobo de Bran cambió todo. Verano se acercó al cuello del hombre para clavar sus colmillos. La sangre del asesino empezó a recorrer el suelo de la habitación mientras sus gritos resonaban. Verano lo mató en segundos para colocarse luego en los pies de Bran, protegiéndolo ante cualquier peligro.


—¿Por qué matarían a un niño de diez años? —preguntó Catelyn quien nos reunió en el bosque de los antiguos dioses—. Al menos que ese niño hubiera visto algo que no debió.

—¿Cómo que mi señora? —El maestre Luwin preguntó confundido por las palabras de su señora.

—Lo desconozco, pero estoy segura que deben estar entrometidos los Lannister —confesó Catelyn mirando a Gyda con atención. Le interesaba la opinión de la esposa de su hijo. La que había salvado la vida de su indefenso hijo.

—Ned debe saber sobre esto —comentó Ser Rodrik seguro por sus palabras. La pelirroja asintió ante aquella oración—. Debemos enviar cuervos, mi señora.

—No. No confío en que lleguen a las manos de Ned —admitió la pelirroja con su ceño fruncido—. Debo ir.

—No —bramaron Robb y Gyda en conjunto, pero ambos con motivos diferentes.

—Es peligroso Madre —musito Robb negando con su cabeza la idea de su madre.

—Alguien debe ir, pero no será usted mi señora —comentó Gyda mirando los ojos de su suegra.

—Un ejército sería escandaloso y Robb debe quedarse en Invernalia. Siempre debe haber un Stark —manifestó la madre de Robb tratando de que su hijo mayor entendiera la importancia de su idea.

—Iré yo —auncio Gyda. Robb dio vuelta su rostro con rapidez por las palabras de su esposa—. Su emocionalidad nublara su juicio. Se defenderme mi señora, y he luchado con hombres mil veces más peligrosos que los Lannister. He salido en expedición un centenar de veces más allá del muro.

—No, No. —Robb negó con su cabeza con rapidez y rechazó esa idea de su esposa—. Nunca has ido al sur.

—Esa es mi ventaja, nadie me conoce. —Gyda miró a la madre de su esposo esperando su aprobación—. Nadie conoce mi rostro. Y se guiarme por las estrellas.

—Gyda, No. —Gyda dio vuelta su rostro al escuchar la voz severa de su esposo.

—Volveré. Confía en mí —susurró Gyda hacia su esposo—. Esta es mi familia, debo protegerla.


El viaje de Gyda transcurrió con tranquilidad, se guió por el camino Real presentándose como Eira la curandera a quien le preguntara sobre su identidad. La hija de Ragnar no pudo evitar pensar en su pequeña familia que estaba formando, en su atractivo esposo y su adorado hijo. Desconocia si su familia estaba en peligro por los Lannister, pero de lo que estaba segura es que Ned y las niñas peligraban al estar tan cerca de esa familia indigna y carente de honor.

Gyda recorrió el camino real sin despegarse de su rumbo. Durmió en la intemperie pasando desapercibida en el bosque. Recordó sus años que vivió en más allá del muro, donde debió aliarse con los salvajes para poder sobrevivir. Sus pensamientos divagaron a Jon Snow, el cuervo que lucharía en contra de esos hombres norteños, sin saber que el verdadero peligro era aún más peligrosos que unos salvajes con el deseo de cruzar el muro.

La llegada al desembarco del rey fue ruidosa, los comerciantes gritaban por vender sus productos y el olor a heces era insoportable, pero Gyda estaba agradecida. Nadie la reconoció, nadie la esperaba en aquel lugar. El objetivo de su visita se estaba cumpliendo, pero no podía evitar pensar en cómo se acercaría a Ned Stark. Debía acercarse a alguien para preguntar los aposentos de la mano del Rey. Y lo hizo, acercándose al único servicio que conocía a la perfección.

—Mi señor, Necesito que afiles mi espada. —Gdya sacó su espada de su funda para dejarla en el mostrador del herrero. Hablo con cordialidad y sutileza mostrando el encanto que le enseñó su madre ante los hombres.

—Mi señora. —El hombre la miró de arriba para abajo, sin creer lo que veían sus ojos—. No debería dañar sus manos con esta espada.

—Ha sido un regalo —se excuso Gyda con una bella sonrisa, el hombre se quedó embobado observando.

—Usted es del norte —comentó el hombre con rapidez. Gyda sonrió aún más—. Tiene la palidez particular de los norteños.

—Soy de Ironrath. —Gyda recordó la casa que está al borde del bosque de los lobos. Era uno de los lugares que quería visitar—. Busco la mano del Rey.

—Buscas trabajo, ¿Cierto? —Gyda asintió aun sonriendo a pesar de la molestia que sentía por la intromisión de herrero.

—Es un buen hombre. —Gyda escuchó la voz de otro hombre que estaba detrás del lugar, junto al fuego del trabajo. Extendió su mano en busca de la espada. Él joven era el ayudante mientras el otro hombre mayor era su maestro—. Tal vez consiga un buen empleo.

—Gracias... —El joven la interrumpió.

—Gendry. —Se presentó el joven con una sonrisa. Era formido, con unos bellos ojos azules, cabello negro y de la estatura de Jon.-. El castillo de la mano del Rey es aquel. —Gendrey apunto con su dedo el castillo de color caramelo que resltba en el lugar. El edificio era alto y con facilidad Gyda podría hallarlo—. Es una buena espada. El hombre que se lo ha dado, le tiene un gran apareció. —Gendry extendió la espada para entregarla a Gyda—. Ya estaba afilada.

—Gracias Gendry. —Gyda le colocó una moneda en su mano por el trabajo realizado—. Desconozco si la espada está afilada o no —se disculpó Gyda colocando una mirada inocente.

—Cuídese de la espada mi señora. —Gyda asintió con tranquilidad para guardarla en la funda nuevamente y partir por los pasillos estrechos del desembarco del Rey.

Llegar al castillo de la mano del Rey no fue difícil, pero pasar a los guardias iba a ser trabajo complicado de la misión. Gyda conocía a un guardia que la reconocería con facilidad, pero dudaba que se moviera alrededor del castillo sin Ned Stark. Debía hallar a Jory.

La llegada de la noche obligó a Gyda a buscar una posada para dormir, debía resguardarse ante los ojos de hombres y guardias Lannister. Cubrió su cabeza con la capucha de su abrigo azul en busca de pasar desapercibida.

La posada era un lugar simple, con un olor a heces que provocaba vómitos. Gyda se lanzó en la cama en busca del profundo sueño que deseaba. Cerro la puerta con seguro para dormir plácidamente por unas horas.





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Invernalia

Ubbe Ragnarsson observó un cambio notorio en la actitud de su esposa. Estaba feliz y disfrutaba de criar a su hijo cada día. Su matrimonio volvió a renacer con el amor y la pasión que los caracterizaba, pero Ubbe sentía una diferencia en ella. Se perdía constantemente en los libros de Invernalia con una bella sonrisa, pero a Ubbe solo le importaba que el brillo de los ojos de su esposa había vuelto.

Invernalia estaba sumida en la confusión, ahora Gyda Stark había desaparecido del castillo. Dudaban que la bella esposa de Rob estuviera indispuesta, porque desde su llegada no se mostró enferma en ninguno de los días de su residencia. Ubbe sabía el plan de su hermana, ella se había juntado con sus hermanos que estaban en Invernalia y su madre. Le comentó su plan, las sospechas hacia los Lannister y el peligro que estaríamos todos si se presentaba una guerra.

El despertar de Bran y la llegada de Tyrion Lannister cambiaría todo para Ubbe.

El dulce Bran había despertado una noche sin señales de recordar lo sucedido y la inmovilidad de sus piernas causando terror entre los habitantes de Invernalia, pero no para los Ragnarsson. Ivar había nacido con una deformidad en sus piernas que le imposibilitaba caminar con normalidad, pero a pesar de su herencia el menor de los Ragnarsson se había desarrollado en el arte de las guerras como cualquier hijo del Gran Ragnar. Y era el mejor estratega de los hermanos. La unión entre Bran y Ivar transformó a ambos. Al parecer el niño Bran aprendia como ser un hombre con una discapacidad, mientras Ivar entendía lo que era querer a alguien por su inocencia.

—Está llegando Tyrion Lannister. —Robb se acercó a la habitación de su cuñado. La cual estaba abierta con Ubbe y Eira dentro de la habitación observando a Guthred dormir—. Deseo que me acompañes.

—Vamos. —Ubbe aceptó con rapidez. Quería al esposo de su hermana, era un buen hombre que respetaba y adoraba a Gyda. Ubbe se despidio de Eira con un beso en los labios para desaparecer con tranquilidad junto a su cuñado. Pero la tranquilidad de Ubbe se contradecía con el nerviosismo de Eira.

La curandera al escuchar el nombre Tyrion Lannister imágenes llegaron a su mente. Los recuerdos de las noches en la biblioteca de Invernlia junto al hermano de la reina, las risas y las conversaciones que entablaron. Y por último aquel beso que compartieron ante la ida de Tyrion, aquel beso que le devolvió el brillo en sus ojos.

El error de Eira fue caminar con rapidez para ver la llegada de Tyrion en el comedor principal del castillo. Su error fue no dejar de mirar al hermano de la reina, deseando que aquel hombrecito se diera vuelta a mirarla. Su error fue ignorar la mirada de su esposo y sonrojarse cuando Tyrion Lannister fijó su mirada en ella.

—Eira. —La curandera estaba en su habitación observando por la ventana la bella imagen del atardecer de Invernalia al momento que su esposo le habló—. Creo que descubrí el regreso de tu brillo.

—No sabes de lo que hablas —mencionó Eira sin voltear su rostro. No quería que Ubbe descubriera que había sentido algo por el hermano de la reina—. Fue un buen compañero de biblioteca. Me distrajo de mi realidad.

—¿Acaso no te he dado todo de mi? —preguntó Ubbe acercándose por la espalda de su mujer para susurrarle en su oído.

—No es lo que piensas. Eres mi esposo, el padre de mi hijo y el amor de mi vida —susurró Eira conteniendo las lágrimas que querían aparecer—. Con Tyrion me sentí como Eira. La simple Eira, la que no es respetada por ser esposa de ti. Solo por ser mujer.

—En Kattegat era respetado por ser tu esposo. —Ubbe le recordó cuando vivían en Kattegat. Todos admiraban a Eira, la joven curandera que llegó a salvar la vida de muchos de sus habitantes.

—Extraño esos tiempos —murmuró nostálgicamente la curandera al momento que se daba vuelta para mirar a su esposo y no pudo evitar soltar un suspiro por la belleza de él. Se había enamorado perdidamente de Ubbe Ragnarsson al momento que cruzó su mirada con la de él. Tyrion había sido un amigo, al cual se abrió en su totalidad. Mostrando sus fortalezas y debilidades y olvidándose por momentos que era la esposa de Ubbe Ragnarsson—. Te amo a ti, solo a ti —murmuró Eira con el objetivo de tranquilizar a su esposo. Y así fue. Ubbe creyó en cada una de sus palabras.


En la oscuridad de la noche la bella curandera salió escondida por el castillo para encontrarse con en el diablillo de los Lannister. Ahora en ese momento caminando sigilosamente para no ser descubierta, entendía a la perfección a su cuñada. Entendía lo que sentía con Jon Snow. La adrenalina recorriendo el cuerpo, el corazón desbocado por la emoción y el sentimiento de sentirse joven otra vez.

—Rosa. —Eira entro al prostibulo con tranquilidad, habia realizo esta accion centenares de veces ayudando a las mujeres en sus enfermedades y abortos. Eira era curandera y ayudaba a quien necesitara sin la necesidad de una retribución monetaria—. ¿Cómo has estado?

Rosa sonrió con cariño al ver a la curandera. Rosa era la encargada de la salud de las muchachas, era una mujer mayor con grandes senos.

—Muy bien mi señora. —A Rosa le encantaba la llegada de la mujer, porque en cierto modo se sentía respetada por Eira—. Él está esperando.

Hablo rosa con voz baja para no ser escuchada. Sabía de la relación que existía entre Tyrion y Eira. Aunque no sabía qué tipo de relación era, ayudaba en sus encuentros lejos de Ubbe Ragnarrsson. Pero Rosa sospechaba que eran reuniones sobre políticas o quizás conspiraciones, era imposible que Eira cambiara la belleza de su esposo por Tyrion Lannister.

—Gracias —agradeció Eira alejándose del comedor principal donde se ofrecían las mujeres.

Eira pasó saludando cada una con cariño, y ellas les devolvía el saludo de manera afectuosa. Eira imaginaba a su madre en cada una de ellas. Golpeó la puerta tres veces antes de entrar. Tyrion estaba en cama con un libro entre sus manos, al ver a la curandera entrar una sonrisa apareció en su rostro.

—Eira —susurró encantado el nombre de la mujer con la que soñaba cada noche.

—Tyrion. —Saludo Eira a Tyrion cerrando la puerta para acercarse y sentarse cómodamente en la cama del Lannister.

El hombrecillo no pudo hablar. Su corazón había empezado a latir con rapidez por el acercamiento de ella. Recordó las conversaciones con Jon. El estaba enamorada de la esposa de su hermano y él de la esposa de unos de los Ragnarsson. El bastardo le había aconsejado alejarse antes de enfurecer a Ubbe. Un hombre bondadoso entre los norteños, pero admirable en el arte de la guerra.

—¿Cómo ha estado el muro? —preguntó Eira tratando de entablar una conversación.

—Frío —musito Tyrion sin pestañear para admirar la belleza de la curandera. La risa de Eira lo dejó embobado.

—No podrías vivir en el norte —confesó Eira divertida por la experiencia del Lannister.

—Pero usted podría vivir en el sur. —puntualizó Tyrion y su mente empezó a divagar si Eira viviera en Desembarco Del rey, quizás tendría una oportunidad con ella si estuviera lejos de su esposo—. ¿Dónde está Lady Gyda?

Y esa fue la pregunta que incomodó a Eira. Los Stark y los Ragnarsson sospechaban de los Lannister, pero ella no podía creer que aquel hombre que estaba al frente de ella fuera malvado.

—Gyda no se ha sentido bien estos días. —Se excusó Eira tratando de que su voz no saliera débil—. Creemos que está embarazada. —Siguió hablando la curandera tratando de resaltar la enseñanza de su cuñada en el arte de las mentiras.

—He vivido con mentirosos desde que he nacido. Pero usted dulce dama, no puede mentir —expresó Tyrion dulcemente a Gyda por el actuar de la curandera. Estaba protegiendo a su cuñada, a su familia. Tyrion no quiso seguir preguntando, en realidad no le importaba. Solo le agradecía a los dioses que Eira Ragnarsson estuviera con él. Era afortunado por tener la atención de aquella mujer.

—Ubbe se ha percatado sobre nosotros. —Eira habló en voz baja. Desconocía porque había dicho tal información, pero quería advertir a Tyrion sobre su esposo. Era bueno, pero era un Ragnarsson.

—¿Nosotros? —preguntó Tyrion ladeando su cabeza con una sonrisa. No le importaba que Ubbe quisiera matarlo, la relevancia de aquellas palabras era que Eira consideraba que había un "nosotros" entre ellos.

—No le he contado sobre nuestro...beso, pero he mencionado sobre nuestros encuentros en la biblioteca... —Eira quiso decir que no había peligro sobre su esposo. Había creído en sus palabras, pero Tyrion no la dejó que terminara de hablar, se levantó para besarla con urgencia. Había deseado ese segundo beso desde que partió de Invernlia al Muro. La boca de Eira se abrió para permitir la lengua del menor de los Lannister—. No lo podemos hacer. Si Ubbe supiera, lo mataría.

Eira se alejó de Tyrion. Estaba jugando con fuego al besarse con en el diablillo, no podía traicionar a su esposo por un sentimiento que no entendía.

—Mi señora, soy pequeño y puedo escaparme con facilidad —comentó Tyrion tocando sus labios. Aun sentia el sabor de la boca de la mujer

—Nada lo salvaría de la furia de un Ragnarsson —admitió Eira alejándose aún más del Lannister—. He venido para advertirte y despedirme.

—¿Qué ha pasado entre nosotros? —preguntó Tyrion tratando de entender la relación que tenían.

—Una fantasía —respondió Eira observando al menor de los Lannister. Su mirada estaba triste—. Quizás en otra vida nuestro destino estén juntos.

Eira repitió las palabras que Gyda había escrito para Jon Snow. Ahora la entendía, ahora que le sucedía lo mismo.

Entendía todo. 




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