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XVII






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El norte cambió desde la caída de Bran y de la pronta partida del guardián del norte con sus hijas al desembarco del Rey. Invernalia lloraba por la ida de su señor y por el dolor que estaba viviendo la familia. Bran vivía, pero en un profundo sueño, desconociendo si algún día despertaria.

Gyda Stark cuidaba a su hijo y al pequeño Rickon. El cual no entendía lo que pasaba a su alrededor. No entendía los llantos de su madre y la frialdad de su padre por el estado de Bran contradiciendo la alegría que reflejaba Sansa.

—¿Crees que despierte? —preguntó Ivar a su hermana. Ambos estaban en las afueras del castillo conversando y observando cómo los guardias Lannister ordenaban el equipaje de los reyes para su partida mientras Arya practicaba con su espada de madera.

—Si. Los Stark son fuertes —admitió Gyda mirando a Arya entrenando.

—¿Ahora estás enamorada del Stark? —preguntó Ivar burlándose de su hermana mayor.

—No —respondió con rapidez Gyda—. Es solo sexo. Un buen sexo. —La sonrisa de Gyda se amplió al recordar las noches anteriores.

—Tal vez te enamores —sugirió Ivar—. Ya tienes un hijo de él.

—Tal vez, pero el amor no es todo —añadió Gyda encogiendo sus hombros, enfocando la mirada en su hermano quien estaba con sus muletas—. Solo deseo su respeto.

—Y que te falte el respeto todas las noches —añadio Ivar en tono de diversión. La risa de ambos fue espontánea. Gyda solo pudo pensar en cómo había extrañado el humor de su hermano menor.

—Te extrañe —admitió Gyda al momento que la risas cesaron. Su hermano levantó su mano para acariciar dulcemente el rostro de su hermana. La quería al mismo nivel de amor que sentía hacia su madre Aslaug.

—Deseaste que se quedara Ubbe. —Su hermano menor reprocho su decisión. Gyda volteo sus ojos al escucharlos.

—Eira no viene sola —musito Gyda encogiéndose de hombros—. ¿Te quedarías conmigo por un tiempo en Invernalia?

—¿No deberías consultar con Robb y Ragnar antes? —preguntó su hermano menor frunciendo su ceño, para luego reír con Gyda por esas palabras—. Me quedaría contigo luchando hasta la llegada del invierno.

—Nacimos para morir. —Gyda mencionó el lema de su casa con la seriedad que la destacaba al hablar sobre la muerte y la llegada del invierno.

–Nacimos para morir juntos. –Y ambos lo sabían. Los hermanos Ragnarsson estaban unidos de una forma inexplicable.

—¡Gyda! —El grito de Arya interrumpio la conversación. Gyda se encaminó hacia donde estaba la pequeña Stark sin antes darle una sonrisa a su hermano menor—. Práctica conmigo —suplico Arya mirando con admiracion a la esposa de su hermano.

—Atenta —indicó Gyda al momento que se dirigía para tomar entre sus manos una espada de madera. Ambas empezaron a moverse en círculo con sus espada en mano. El primer movimiento lo realizó la pequeña Arya con agresividad. La Stark quería demostrar a su cuñada lo que había aprendido, que estaba lista para tener una espada de verdad—. Bien —musito Gyda al momento que Arya detuvo una de sus estocadas.

—Quiero ser la mejor escudera de los sietes reinos —declaró Arya golpeando con agresividad la espada de Gyda. La esposa de Robb se alegró por las palabras de su aprendiz, pero aun le falta por aprender y con en el siguiente golpe lo demostró. Gyda con un movimiento de sus piernas boto a la pequeña al suelo.

—La agresividad te ciega. —Gyda tendió su mano para que su aprendiz la cogiera—. Debiste ver mi movimiento y esquivarlo. —Arya aceptó la mano de su maestra levantándose con rapidez—. Si luchas con agresividad, el cuerpo y la mano se cansará con rapidez. Somos mujeres, con una fuerza bruta menor que los hombres, debemos ser rápidas e inteligentes.

Ubbe le había enseñado de la forma que se le enseña a un hombre bruto. Pero el arte de la batalla era más que una agresividad. - Otra vez.

Arya agarró con firmeza su espada, respiró profundo para despejar los pensamientos de su mente y se dejó llevar nuevamente por el arte de la guerra. Su cuñada era distinta a Ubbe y Eira. Gyda le enseñaba sin importarle que era una niña, la hija de Ned Stark. Gyda quería que su querida nueva hermana aprendiera defenderse en Desembarco de Rey, en aquel lugar donde los amigos carecerán y los enemigos aumentaran para los Stark.

—Arriba, no bajes la espada. Y mira a tu alrededor —le indico Gyda a Arya—. Siempre habrá más enemigos para atacarte.

Y al momento de decirlo la espada real de alguien interrumpió su entrenamiento, para entrometerse en el camino de la esposa de Robb Stark. Gyda detuvo con rapidez el movimiento de la persona, pero al realizarlo la espada de madera se rompió a la mitad. Al enfocar su mirada se percató del cabello rubio de Jaime Lannister.

—Y en eso tienes verdad. Jamás se lucha solo. —El corazón de Gyda se alertó al sentir el peligro cerca de ella y de su nueva hermana, pero al percatarse de la persona su corazón se tranquilizó. Jaime Lannister no era un contrincante digno para ella.

—Mi señor. —Gyda saludo con un movimiento de cabeza, el cual el guardia Real del Rey lo correspondió con una bella sonrisa.

—Gyda Stark. —Jaime no dejaba de sonreír. Lo cual molestaba a la nueva integrante de la familia Stark—. Sus movimientos han sido espectaculares. —Gyda reconoció la voz lasciva del hombre. Y quiso seguir su juego.

—Gracias mi señor —agradeció Gyda evitando mirar sus ojos azules y su sonrisa resplandeciente. Debía evitar algún conflicto con los Lannister—. Terminó la práctica, ve a bañarte para la clase de costura.

El rostro de Arya demostraba lo disconforme que estaba con la orden de su cuñada, pero el rostro severo de Gyda evitó que la pequeña Stark contradeciera las palabras de la esposa de su hermano.

—¿Quién te enseñó a combatir? —preguntó Jaime Lannister al momento que la pequeña Stark desapareció del patio de entrenamiento. Gyda se encaminó para guardar las dos espadas que habían utilizado. Mientras caminaba escuchaba los pasos ruidosos de Jaime.

—Ragnar —musito Gyda malhumorada por la conversación que le estaba entablando el hermano mayor de la reina. La esposa de Rob Stark había evitado conversar con algún sureño. Solo realizaba los saludos correspondientes para la familia real, pero dejó de frecuentar el comedor, el patio de entrenamiento y las calles de Invernalia. Refugiandose en el dormitorio junto al pequeño Magnus y su esposo.

—Le ha enseñado bien. —Gyda se volteó para observar los penetrantes ojos azules del Lannister. - Demasiado bien.

—Existe un don natural en mi familia para combatir —comentó la esposa de Robb Stark manteniendo el contacto de su mirada con los ojos de Jaime.

—No he tenido el placer de verlo con mis propios ojos, pero quizás el día de hoy podría cambiar ese detalle —puntualizó Jaime al momento que levantaba su espada para rozar su punta en el cuello de Gyda. La mujer no se movió, se mantuvo segura en el lugar mirando atentamente al hombre de cabello dorado.

—Alejate de mi esposa. —El grito de Robb Stark se presentó en el patio de entrenamiento desconcentrando al león dorado, pero Gyda no despego la mirada del rostro de Jaime. El cual al escuchar la voz del heredero de Invernalia desvió su rostro en busca de donde provenía la voz, pero Gyda aprovechó ese pequeño momento para agarrar la mano que sostenía la espada para sujetar y retorcerla entre sus dedos para disminuir la fuerza del hermano de la reina. Quien de manera instantánea cayó de rodillas soltando su espada.

—No cometas el error de subestimar a un Ragnarsson —susurró Gyda al momento que escuchaba las pisadas de su esposo. Jaime gimió de dolor por el fuerte agarre de la Ragnarsson—.Nadie vive para contarlo. - Y Gyda soltó la mano de Jaime para acercarse a su esposo. El cual tenía el ceño fruncido y su rostro enrojecido por la cólera que estaba explotando en su cuerpo al ver como Jaime la apuntaba con la espada—. Estoy bien. —Gyda colocó sus manos en el torso firme de su esposo en un intento de tranquilizarlo.

—¡Cómo se atreve!. —Gyda al escuchar la voz de su hermano Ubbe se percató de su presencia detrás de su esposo junto a Jon Snow. Los tres hombres estaban enfurecidos por el actuar del león dorado.

—No ha sido nada —afirmó Gyda aun con sus manos en el torso de su esposo con fuerza para que no se moviera—. Y de todos modos se defenderme.

—Eres mi esposa, nadie puede ponerte una mano encima. —Gyda nunca había escuchado la voz de enojo de su esposo. Y estaba sorprendida. Casi era intimidante.

—Acaso no sabe de quién eres hija, hermana, y esposa. —Ubbe se adelantó con rapidez para buscar a Jaime. Gyda pensó donde estaba Eira en estos momentos.

—Escuchame. —Gyda agarró el rostro de su esposo quien buscaba con sus ojos el cuerpo de Jaime Lannister—. Evitemos un problema, tu padre y tus hermanas irán al sur. —Al mencionar esas palabras, Robb Stark enfocó su mirada en los ojos de su esposa. No titubeaba.

—¡Ubbe! —El grito de Gyda detuvo los pasos de su hermano. Estaba a centímetros de golpear el rostro del hermano de la reina. Jaime aún se componía por el dolor causado—. El hermano de la reina se ha equivocado. — Gyda se volteó para llegar al lado de su hermano—. Ha pensado que las Leyendas de los Ragnarsson son una mentira. ¿No es así mi señor? —Gyda se enfocó en el rostro de Jaime quien se le había quitado aquella sonrisa egocéntrica de su rostro.

—Ha sido mi error mi señora. —Jaime acariciaba su muñeca la cual estaba adolorida por el movimiento que había realizado la mujer—. He comprobado la veracidad de las fuerzas de los Ragnarsson.

—Exacto. —Gyda sonrió ampliamente para luego realizar una reverencia hacia Jaime, quien respondió aquel gesto—. Vamos Ubbe. —Agarró el brazo de su hermano para llevarlo a su lado.

—Eres un hombre con suerte Stark. — Gyda cerró los ojos al escuchar las palabras de Jaime. El que se dirigiera hacia su esposo empeoraba la situación, pero Robb la desconcertó. Su joven esposo sonrió ante las palabras del hermano del Rey.

—Ni te imaginas la suerte que tengo de tenerla como esposa.

La voz de su esposo era severa, pero con unos matices de perversión en su voz. Señalando a su esposa como una fiera dentro y fuera de la cama.

Las noches de Invernalia eran acogedoras. La luz que entregaba el fuego suavizaba el ambiente y el enojo de cualquier hombre y mujer. O eso era lo que pensaba Gyda Stark.

—Robb, ven a la cama —musito Gyda tratando de no despertar al bebe quien yacía en su cuna al lado de la cama. Robb estaba sentado mirando el baile que realizaba el fuego con viento gris en sus pies. Su esposo no se movió ni le dirigió la mirada.

—Creo que hubiera sido capaz de matarlo. —El murmullo de Robb fue grave. No había hablado por horas—. Nunca había sentido esto. Este odio hacia una persona.

Gyda se sentó en la cama para observar a su esposo, pero él seguía sin mirarla.

—No ha sido mi culpa. —Se excuso la hija de Ragnar, tratando de no sentirse culpable por los sentimientos de su esposo.

—Lo sé. —Robb por fin volteó su rostro para observarla—. Te admiro. Eres una guerrera, pero piensas con frialdad ante cualquier adversidad.

—A veces las emociones pueden llevarte a la muerte. —Gyda se levantó de la cama para sentarse encima de su esposo, colocando cada pierna a los costados del cuerpo de Robb—. Jamás luches sin el favor no está de tu lado. —Gyda mencionó la palabra que escucho miles de veces por la boca de su madre. –El es Jaime Lannister, quizás ganarías en ese combate, pero te aseguro que esa enemistad seguiría a tu padre y a tus hermanas al sur.

—Lo sé. —Suspiro Robb colocando sus manos en la cintura de su esposa—. Ahora lo sé, pero en ese momento no me importó nada. No me intereso las consecuencias que podría provocar mi acto. Solo quería matarlo.

—Si hay una guerra entre norteños y sureños, podremos matarlo juntos.

—Rezaré para que llegue ese día, pero en este momento se me ocurre algo que podríamos hacer juntos.

—Ven a la cama —susurro seductoramente Gyda al momento que se levantaba de las piernas de su esposo para conducirlo al colchón. Robb obedeció la orden sin decir palabra alguna.

Los primerizos padre habían hecho el amor centenares de veces, pero ese día fue diferente. Robb actuó de forma posesiva, como si en aquel gesto fuera capaz de gritarle a los sietes reinos que aquella mujer le pertenecía. Gyda dejó que Robb marcará el ritmo de su unión, mostrándose sumisa y dispuesta a obedecer las órdenes de su esposo. No podía negarse ni objetar su actuar, porque sus piernas se abrían cada vez más para sentir la virilidad de su esposo.

Robb la poseyó con dureza y lentitud. Sintiendo como su pene entraba a la cavidad humedad de su esposa. Y como la tensión en su entrepierna aumentaba en cada penetración. Robb observaba el rostro de placer que tenía su esposa, estaban sus ojos cerrados, los labios entreabiertos gimiendo el nombre de él.

—Abre los ojos —ordenó Robb al momento que la penetraba con dureza. Gyda abrió los ojos obedeciendo la orden—. No despegues la mirada —musito Robb agarrando el cuello de su esposa para a sujetarlo con firmeza.

Gyda gimo alto al sentir la mano de su esposo en su cuello. La estaba poseyendo debilitandola. Y fue el acto que marcó la vida de Gyda Stark. Se había entregado por completa hacia su esposo, dejando atrás las enseñanzas de su padre, de su madre y de su hermano mayor de jamás entregarse por completa, de no perder la concentración de alrededor y de siempre estar alerta ante peligro. Nada importaba en ese momento, Robb podría matarla retorciendo su cuello, pero ella no paraba de gemir. Su placer aumentaba cada vez más con cada acción de su esposo, con cada fuerza que ejercia el sobre su cuerpo.

–Mas, mas, mas... —susurró Gyda inundada de placer, besando los labios calientes de su esposo exigiendo más de él. Robb la beso envolviendo su lengua con la de su esposa sin perder el ritmo de sus estocadas.

—Eres mía —declaró severamente Robb Stark al momento que agarraba el cabello de su esposa para estirarlo hacia atrás, dejando el cuello de su esposa a su merced. Lo beso y lo mordió posesivamente sin importar si realizaba algún daño hacia el cuerpo de Gyda.

—Soy tuya —confesó Gyda sin importar la importancia de aquellas palabras. Solo importaba el placer. El placer que sentir al ser propiedad de Robb Stark. 


Los amantes se levantaron al alba, viendo como el sol se posaba en el cielo de Invernalia. Ambos se levantaron adoloridos, pero sin quejarse sobre aquellos dolores. Estaban felices, dichosos y enamorados el uno del otro. Aunque ninguno había dicho alguna palabra de amor durante su matrimonio. Aquel acto en la noche era suficiente prueba del nacimiento de su amor.

—Ayer mencioné que no estaba enamorada de Robb. —Gyda estaba con su hermano menor en la habitación alimentando a su hijo. Viento gris estaba a los pies de Gyda—. Creo que me equivoque.

—Al parecer tuviste un buen sexo anoche. — Gyda se sonrojo al ser descubierta por su hermano menor.

—Me entregué, como no lo había hecho con nadie. —Ivar se quedó pensativo por las palabras de su hermana.

—¿Y qué sucede con Snow? — Gyda volteo su mirada ofuscada por las palabras de Ivar. La palabra de Snow era su debilidad, prefería no pensar en él.

—Snow fue una fantasía —confesó Gyda mirando el rostro de su hijo—. Robb es realidad. Además Jon partirá de Invernalia.

—Por ti. —Las palabras de su hermano le dolieron en lo profundo de su corazón.

—Quizás —respondió Gyda aun mirando el rostro de Magnus quien se alimentaba de su leche con ansiedad—. Jon fue una fantasía que hubiera dado todo para que se convirtiera en realidad. Pero al tener a Magnus en mis brazos, aquella fantasía me parece absurda.

—Jon tiene el corazón roto. —Gyda levantó su mirada al escuchar a su hermano. Ivar tenía el rostro severo—. Pero entiende la elección que has escogido. Eres una mujer que ama... Aunque trates de no amar, de relacionar todo con en el sexo. La realidad es que amas a dos hombres. Y te has entregado por completa a los dos.

—No debo amar —admitió Gyda con pesar—. No quiero ser como mi madre. Amo a Ragnar y lo perdió.

Los hermanos jamás hablaron del tema de cómo su padre engañó a Lagertha con Aslaug. De como Lagertha estaba completamente enamorada de Ragnar, pero aun así la engañó con la bella madre de Ivar.

—Robb no es Ragnar —afirmó Ivar sin quitar la mirada del rostro de su hermana—. Y tú no eres Lagertha.

Unos golpes interrumpieron el silencio que se había formado en la habitación.

—Adelante. —Gyda levantó su voz para ser escuchada. El rostro de Arya apareció por la puerta—. Ven. —Arya tenía el rostro acongojado, quería llorar, pero lo contenía—. Puedes llorar pequeña hermana.

Gyda le entregó a su hijo a Ivar para levantar su vestido y abrazar a la pequeña Stark.

—No quiero irme —gimoteo Arya con la voz quebrada—. Quiero quedarme aquí, contigo. Con Robb, con Rickon... y Bran.

—Lo sé. — Gyda abrazo fuertemente a Arya reconfortandola por el cambio a su vida—. Pero se que estaras bien en Desembarco del Rey. Iré a visitarte.

—¿Verdad? —preguntó la pequeña limpiando las lágrimas que caían por su rostro.

—Si. Lo prometo. —Gyda se agacho para quedar a la altura de Arya—. Iré a visitarte lo más pronto que pueda —le prometió con una gran sonrisa. Gyda nunca deseó ir al sur, pero si debía ir para ver Arya Stark lo haría con gratitud.

Se quedaron abrazadas por un largo tiempo disfrutando el tacto de sus cuerpos. Ambas se habían hallado como las hermanas que jamás habían tenido. Salieron de la habitación para despedirse de los Stark y de la familia real. Arya se dirigió hacia su padre y Gyda se encaminó donde estaba Jon Snow, alistando su caballo.

—¿Por qué no estás alistando el caballo en el establo? —Le pregunto Gyda al momento que llegaba al lado de Jon. Gyda habló en voz baja, había muchos espectadores alrededor.

—Si nos hubiéramos despedido en el establo, te hubiera besado —comentó Jon en voz baja alistando el caballo sin mirarla—. No quiero cometer ese error de nuevo.

—Jon... —Gyda agarró la mano del bastardo entre las suyas. Jon se sorprendió ante el gesto, pero se volteó para observarla. Estaba bellísima. Su belleza le dolía—. Permanece con vida, prometelo. —Gyda a sujeto con fuerza la mano del bastardo—. Por favor —suplicó en voz baja.

—Lo prometo, me cuidaré —prometió Jon deseando que jamás soltara su mano—. El fuego es mi arma.

–¡Sí! —Gyda agarró con más fuerza la mano de Jon. Agradecida por creer en sus palabras—. No miento. Ojala no debas ver esa realidad.

—Prefiero esa realidad, que está. — Jon musito mirándola a los ojos. Gyda entendió a la perfección las palabras del bastardo.

—Te escribiré. —Gyda buscaba de alguna forma reconfortarlo.

—No –respondió con rapidez Jon—. Quiero olvidarte. — Y Jon con pesar retiró su mano del agarre de Gyda. El bastardo observó como aquellas palabras dolieron en la mujer que amaba. Lo vio en sus ojos, en la forma que se cristalizaron al sacar su mano de su tacto.

—Jon. —La voz de su hermano lo sacó de aquel momento. Moviéndose al lado de Gyda para abrazar a su hermano mayor, quien llegaba con una gran sonrisa para despedirlo—. La proxima vez que te vea estaras de negro.

—Siempre ha sido mi color —admitió con una sonrisa mirando a su hermano. No lo odiaba. Jamás podría odiar a un Stark. Eran su familia de sangre—. Adios Stark.

—Adiós Snow. —Se entregaron a un abrazo lleno de amor y amistad—. Adiós mi señora.

Jon le realizó una reverencia a Gyda, quien le respondió de la misma forma al momento que Robb entrelazaba su mano junto a la mujer que amaba.

—Adiós Jon.

Jon grabó la voz de la mujer que amaba durante todo el recorrido reconfortando en su viaje. Y de la mentira dicha. Jamás podría olvidar a Gyda Ragnarsson, la mujer que robó su corazón y el aliento.

La amaba y la amaría toda su vida.





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