Final alternativo Part 4
𝕲𝖞𝖉𝖆 𝕽𝖆𝖌𝖓𝖆𝖗𝖘𝖘𝖔𝖓 & 𝕵𝖔𝖓 𝕾𝖓𝖔𝖜
𝙿𝚊𝚛𝚝 𝙵𝚘𝚞𝚛
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Gyda Ragnarsson estaba delante de la cripta de su primer esposo. La estatua de Robb Stark no estaba bien representado, o al menos eso era lo que pensaba la Reina del norte. Al rostro de su primer esposo le faltaba la madurez que logró transmitir en su último tiempo. El no era el joven lobo como fue apodado por sus abanderados. Él era el hombre lobo. El hombre que perdió, el hombre que no hubiera entregado el norte por una joven rubia. O tal vez sí, pero la reina del norte prefería pensar que no. Eso la reconfortaba.
La mano de Gyda Ragnarsson se alzó para tocar el rostro de su primer esposo. Cerró los ojos e imaginó que aquel tacto duro y frío, era suave y cálido. Que el rostro de su Robb Stark estaba con vida...
—Lo extrañas. —La voz de Jon Snow interrumpió la ensoñación que estaba en su cabeza. La imagen de su primer esposo se perdió al momento que abrió los ojos.
Gyda soltó un suspiro.
—Nunca llore por él —confesó la Reina del norte sin retirar la mirada a la estatua de su primer esposo—. Ni siquiera una lágrima. Creo que siempre tuve miedo de que mi llanto no tuviera final. Y debía ser fuerte, por mis hijos, por mis abanderados y sus familias. Y por el norte completo. Tenía en mis manos un reino con el alma rota. Su señor, y su primogénito estaban muertos, y solo quedaba la esposa salvaje. —Gyda soltó otro suspiro.— Debí formar un reino desde las ruinas, y olvidar que tenía el corazón destrozado por Robb. No me siento orgullosa de aquello... Él merecía todas mis lágrimas.
—Gyda...
—Pero por ti Jon, lloré. Lloré todas las lágrimas que existían en mi cuerpo cuando supe de tu muerte —confesó la reina del norte interrumpiendo las palabras que iban a salir de la boca de su esposo—. El que me traicionaras... Debiste consultar a tu esposa y a tu reina antes de ceder algo que no es completamente tuyo.
—Si la conocieras como yo, si te dejarás convencer... —Jon Snow no pudo seguir porque la mirada que le entregó Gyda Stark lo paralizó—. ¿Qué estás pensando?
—¿Qué quieres que pienses? Estás por meses con la madre de dragones, y cuando llego está sentada en mi trono, contigo a tu lado. Ofendes Todo el amor que te he dado este tiempo —bramo la Reina del norte guiando sus pasos hacia atrás, alejándose de la estatua de su primer esposo—. No soy estúpida Jon, sé lo que significa aquella mirada de ella en ti.
—¿De qué hablas? ¿Qué mirada? —preguntó Jon Snow confundido por las palabras que salían de boca de esposa.
—No se que habrá sucedido en esos meses, pero no creo que sea lo suficiente para regalar un reino. El reino por el que falleció su padre, su hermano y miles de norteños —bramo nuevamente la reina del norte—. Su belleza no puede ser suficiente para que caigas a sus pies.
—Gyda, ¿de qué hablas? —Jon Snow trató de acercarse a su esposa, pero ella se alejaba en cada paso que él daba—. Debía darle el norte para conseguir su ayuda. Era la única forma.
—No eres estúpido, esto es más que pedir su ayuda. Ella te gusta —añadió la Reina del norte segura de sus palabras, de sus pensamientos y de su intuición. Lo último nunca fallaba.
—No —dictó el esposo de Gyda con seguridad en aquella palabra—. No me gusta. Y no sucedió nada entre ella y yo en estos meses. ¿Desde cuándo eres tan insegura?
—Desde que te marchaste por meses sin darme alguna señal de que seguías con vida —explicó la Reina del norte—. Luego recibí aquella carta de ti. Regalando algo que no es tuyo. La única forma, la única posibilidad para que realizarás aquella estupidez es que estuvieras cogiendo con ella.
—Por los dioses, Gyda... —susurro Jon Snow negando con su cabeza—. Eres mi esposa. La mujer que amo. ¿Crees que serías capaz de engañarte?
La reina del norte se quedo observando por unos momentos los ojos negros de Jon Snow. Tan solo unos momentos le bastó para saber la verdad.
—Ella es hermosa —señaló Gyda bajando la voz y sus muros—, y joven.
—Le regalaría todos los reinos que existieran, si aquello me asegurara que siguieras con vida. —Jon Snow aprovechó que la mirada de la Reina del norte se quedará en el suelo para acercarse a ella. Lo suficiente para inhalar su perfume—. No quiero perderte. No quiero perder esta guerra. Quiero vivir y seguir casado contigo. No me importa Invernalina, ni el reino... solo me importas tu y la familia que estamos creando.
—El egoísmo no es parte de tus cualidades —susurro Gyda levantando su mirada—. ¿Desde cuándo eres tan egoísta?
—Desde que recibí siete puñaladas en mi pecho —respondió Jon Snow sintiendo una leve punzada en el lugar de unas de sus heridas—. Basta de pensar de los demás, de lo que esperan los demás. ¿Qué sucede con nosotros? ¿Con sus hijos? ¿Vale la pena retener el reino si aquello significa la muerte? ¿La muerte de Magnus y Magni?
Las preguntas de Jon Snow penetraron la cabeza de la Reina del Norte una y otra vez. La imagen de los cuerpos sin vida de sus hijos lograron que se estremeciera.
—Es lo que sucederá si no obtenemos la ayuda de los dragones —continuó Jon Snow tratando de convencer que ceder el reino del norte era la mejor y la única opción de seguir vivos—. ¿Entiendes mi decisión?
—Si —respondió la Reina del norte alejándose una vez más de un posible tacto entre ella y su esposo—, pero no quiere decir que lo acepte. No es fácil para mi Jon.
La Reina del norte otro soltó un suspiro al momento que levantaba su vista y la enfocaba en la estatua de Lyanna Stark.
—Para mi... Invernalia, el norte entero es Robb. El murió por el norte, miles murieron por el norte. No sé si vale la pena sobrevivir bajo el reinado de una sureña.
—Ella no es su padre.
—Todos somos como nuestros padres, de una u otra forma, Para bien o para mal —apuntó Gyda Ragnarsson sin dejar de observar el rostro de Lyanna Stark—. Yo soy la hija de mi padre. Ragnar me crió para no ceder nada. El norte ha ganado tanto...
—Gyda. —Jon trató de tomar la mano de su esposa, pero Gyda de un violento movimiento se apartó.
—No cederé el norte. Si el norte cae, será como un reinado independiente —puntualizo la Reina del norte dejando de observar las estatuas de la cripta para enfocar su mirada en los ojos negros de Jon Snow—. Si quieres regalar algo, entrégale tu virilidad, estoy segura que te lo agradecerá.
Y sin esperar respuesta por parte de su esposo, Gyda Ragnarsson se alejó de la figura de Jon Snow para buscar la salida.
Nadie le quitará lo que Robb Stark le dio. Ni la madre de dragones, ni Jon Snow.
El patio de Invernalia recibió a los últimos refugiados. Entre ellos estaban algunos hermanos de la noche, salvajes y el favorito guardia real de la Reina del norte. Rodrikk Forrester llegaba a la guardia de su reina con el propósito de proteger lo que juró meses atrás. En una guerra completamente distinta.
—¿Qué haces aquí? —Fue la primera pregunta que realizó la reina del norte al percatarse de la figura de su leal guardia—. Debías estar en tu pueblo, con tus hermanos y tu esposa.
—Este es mi pueblo, ellos son mis hermanos y usted es mi Reina —apuntó Rodrik a los cuatros guardias reales de la reina del norte. Thrrhen, Robett, Ned y el pequeño Jon estaban alrededor de Rodrikk, dándole la bienvenida—. No podía perderme esta guerra.
—Gracias Rodrikk. —La Reina dio los últimos pasos para que sus brazos rodearan el cuerpo de su antiguo guardia—. Bienvenida es tu presencia y tu espada.
—Siempre es bueno volver, y ver su rostro —susurró Rodrikk en el oído de su reina.
Gyda sonrió.
Su primera sonrisa desde la partida y la llegada de Jon Snow.
La Reina del norte no se percató que su bello esposo fue testigo de aquel suceso. Observó la sonrisa genuina de Gyda mientras su cuerpo era rodeada por los brazos de Rodrikk Forrester. Y la pregunta surgió en su cabeza ¿Quién demonios era él?
—Una mujer tan bella siempre atrae la atención de los hombres —comentó Tormund al lado de Jon Snow observando la misma imagen que su cuervo amigo no dejaba de mirar—. Por eso nunca me podría casar con una mujer tan bella.
—Ninguna bella mujer se casaría contigo —contraataco Eddison Tollett al otro lado del cuerpo del Rey del norte.
—En eso... tienes razón —añadió Tormund soltando una risa de su boca.
Las risas inundaron el patio por aquellos dos amigos del Rey del norte, pero Jon dejo de escucharlo al momento que su esposa y Rodrikk Forrester se encaminaron al castillo. Uno al lado del otro, tan cercanos, tan íntimos que la imagen del pasado volvió a su cabeza. Una imagen donde su hermano se quedaba con la mujer que él amaba. Y un pensamiento llegó a su cabeza, si Gyda dejaba de amarlo, prefería morir. No soportaría verla otra vez con otro hombre.
Jon Snow no pensó. Sus piernas se movieron por voluntad propia en busca de su mujer. Gyda era su esposa, no era la prometida de su hermano. Era su mujer, y solo suya.
Los pies del Rey del norte se detuvieron en un pequeño salón, donde temas del reinado se discutian en privado. La puerta quedó abierta, y se lograba escuchar los murmullos de su esposa y de su guardia.
—¿Qué hago? La madre de dragones tiene más poder del que tengo —añadió la Reina del norte. Ella estaba sentada al frente de la chimenea con un vaso de hidromiel en sus manos, mientras su fiel amigo estaba sentado al frente de ella, escuchando todo.
—Ganó una guerra, y eliminó una casa completa sin dragones, no subestime su poder.
—Aún quedan Lannister en los sietes reinos —añadió Gyda—. Y no es algo de lo que me sienta orgullosa. Ni siquiera puedo recordar los rostros de los Lannister que murieron aquel día, la imagen de Robb era lo único que podía ver. La imagen de el muerto en aquel sucio terreno sureño.
Jon Snow estaba seguro que su esposa jamás comentó aquello. Ni nada relacionado con la muerte de su hermano. Y nada de lo que sucedió aquel día rojo. El día que marcó a su esposa, como una Reina asesina.
—Todos apoyamos su decisión, y obedecimos sus órdenes. Su rabia era nuestra rabia —apuntó Rodrikk con una voz tranquila—. No debe sentirse culpable.
—Pero lo hago. Muertes de hombres nobles y no nobles sucedieron aquel día, porque no fui capaz de contener la pena que quería invadirme.
—Hombres que merecían morir.
—No todos —añadió la Reina del norte al momento que la imagen de Tyrion y Jaime Lannister llegaban a su mente—. ¿No valdrá la pena todas esas muertes si le entrego el norte a Daenerys? ¿Qué significado tendría la muerte de Robb?
—La muerte no tiene sentido alguno, mi reina. Pero a cambio la vida, tiene todas las posibilidades.
—¿Desde cuándo eres tan sabio?
Jon Snow escuchó la risa del guardia leal de su esposa.
—Se que amó a su esposo, fui testigo de su amor hacia él. —Jon escuchó unos sonidos que no logro identificar—. El murió por el norte, ¿y fue un error no es así?
—Lo fue... —La voz de Gyda era tan suave, pero Jon dudó si salieron aquellas palabras de su boca.
—No cometa el mismo error. A veces ceder está bien.
—No todos los norteños pensaran de la misma forma que Rodrikk Forrester —apuntó la Reina del norte con una voz tranquila. Jon sabía que su esposa estaba sonriendo.
—No todos han tenido el placer de conocer a la mujer debajo del rostro de una Reina. —Y aquello fue suficiente para Jon Snow. El cuerpo del rey del norte se movió con la intención de entrar en aquella habitación, pero la voz de su esposa lo detuvo.
—No lo hagas Rodrikk, tengo un esposo y tu tienes tu esposa.
—Prácticamente es el fin de nuestro mundo, quisiera morir con el sabor de sus labios.
Jon Snow no interrumpió aquel momento, ni siquiera cuando escuchó el sonido de los besos entre su esposa y su guardia real. Espero, allí en el marco de la puerta esperando que aquel contacto terminará.
—Ahora puedo morir tranquilo. —Escucho la voz de Rodrikk Forrester alzarse—. No le dé tanta importancia a un título... Nunca olvide que es Usted nuestra Reina, siempre lo será en nuestros corazones, aunque la madre de dragones gobierne aquí, es a usted a quien le entregamos nuestra lealtad y respeto.
Y la figura de Rodrikk Forrester salió de la habitación deteniéndose unos momentos cuando sus ojos se encontraron con la mirada negra del esposo que la mujer que acababa de besar. Pero tan solo fueron unos momentos, Rodrikk continuó su camino con el dulce sabor de la boca de su reina.
—Debes ser más silencioso si deseas espiar a alguien. Escuché tus pasos desde que entraste al castillo, Jon.
El Rey del norte soltó un suspiro al momento que entraba a la habitación para sentarse en el mismo lugar que estaba Rodrikk Forrester.
—Lo besaste de todas formas —apuntó Jon Snow observando el perfil de su esposa, la que se negaba observarlo. Ella miraba el fuego, de la misma forma que Melisandre—. ¿Por qué?
—Sus palabras me convencieron —puntualizó Gyda las mismas palabras que utilizó Jon en la Criptas de Invernalia.
Y Jon Snow y Gyda Ragnarsson rieron juntos. Una risa tras otra, hasta que la mirada del Reina del norte se posó en su esposo.
—Estoy embarazada, Jon. No quiero morir, quiero que este niño o niña viva. Entregaría todo por el bienestar de mis hijos y de los norteños. No lo sabía antes, pero he sentido al bebé patear hoy. He estado en negación al
Perder algo que me dejo Robb, pero no pensé que lo único valioso que me dejo fueron nuestros hijos. Tal vez, los norteños no lo sepan aún, pero se que la intervención de la madre de Dragones es vital para nuestra supervivencia.
—Lo es —coincidio Jon lo último que salió de la boca de su esposa—. ¿Estás embarazada?
La Reina del norte se levantó de su asiento dejando en el suelo su copa para sacarse aquel gran y grueso abrigo que tapaba la figura de su cuerpo. Y los ojos de Jon se quedaron en el pequeño vientre abultado de su esposa.
Las piernas del Rey del norte se levantaron para caer al suelo. Las rodillas de Jon se estamparon en la fría madera del pequeño salón para acercar sus labios al vientre de su esposa.
Era su primer hijo o hija.
—Dime la verdad, Jon... ¿No sientes nada por la madre de dragones? —Gyda Se atrevió soltar aquella pregunta que rondaba su cabeza desde que vio por primera vez la belleza de Daenerys.
—Mi cuerpo, mi corazón y mi alma te pertenecen a ti. No existe otra mujer para mí —contestó Jon Snow apoyando su oído en el vientre de su mujer—. No podría amar a otra mujer.
—¿Estás seguro? Esta en tu oportunidad.
—¿Oportunidad de que? —Jon Snow se levantó del suelo con rapidez para llegar a la altura de su esposa.
—De estar con ella, si es lo que deseas podemos divorciar... —Y la Reina del norte no pudo seguir con sus palabras porque la boca de su esposo se estampo en las de ellas con fuerza. Los labios de Jon se movieron con anhelo, había soñado tanto con ese beso durante los meses que estuvo afuera.
Las manos del Rey del norte se posaron en la cintura de su mujer con fuerza, acercando su cuerpo al de él.
—Jon... Oh, perdón. —Los Reyes del norte se separaron con dificultad ante la voz de un hombre en la habitación. Gyda Ragnarsson volvió a sentarse al momento que su esposo se movió liberando su cintura.
—¡Sam! ¿Qué haces? ¿Ya has leído todos los libros de la Ciudadela? —preguntó Jon Snow al momento que lo abrazaba con efusividad. Se alegraba de verlo—. ¿Qué sucede? —preguntó Jon al percatarse de que la alegría no era mutua—. ¿Gilly está bien? —Sam asintió—. ¿El pequeño Sam?
—Es Daenerys. —La Reina del norte al escuchar el nombre de la madre de dragones giró su cabeza para observar al amigo de su esposo—. Ella ejecutó a mi padre y a mi hermano al no arrodillarse ante ella.
—Lo lamento —murmuró Jon Swno. Al parecer no conocía a la madre de dragones tan bien como creía—. Debemos terminar con esta guerra
—¿Lo habrías hecho? —preguntó Sam al Rey del norte.
—He ejecutado a quienes me han desobedecido...
—Pero lo has perdonado. A miles de salvajes cuando se rehusaron a arrodillarse —interrumpió Sam a su amigo.
—Yo no era un Rey.
—Pero lo eras, siempre lo has sido.
—Renuncié a mi corona... —Jon giró su cabeza para observar a su esposa—. Hemos renunciado a la corona. Ya no somos lo reyes del norte—La Reina del norte no pudo ni asentir ni negar aquellas palabras.
—No hablo del rey del norte. Hablo del rey de los malditos sietes reinos. —Y ambos esposos se quedaron sorprendidos ante esa información. Ambos observaron el rostro de Sam, quien no titubeaba en sus palabras—. Tu madre era Lyanna Stark y tu padre, el verdadero era Rhaegar Targaryen. Nunca has sido un bastardo. Eres el verdadero heredero de los siete reinos... Lo siento se que es mucho que asimilar.
El cuerpo de Jon se movió por la habitación en la búsqueda de resolver la duda que se había creado en su cabeza. Observó los ojos de su esposa en busca de alguna ayuda, pero ella estaba tan confundida como él.
—Mi padre era el hombre más honorable que he conocido... ¿Me estás diciendo que el hombre que mi crío me mintió toda la vida?
—Tu padre, Ned Stark, le prometió a tu madre, Lyanna Stark, protegerte y lo hizo. Robert te habría matado si se hubiera enterado de esa verdad. Eres el verdadero Rey de los sietes reinos, protector del reino y todo eso.
—Daenerys es nuestra reina... —añadió Jon en susurro.
—No debería serlo —apuntó Sam.
—Sería traición.
—¡Es la verdad! —Alzó la voz el amigo de Jon—. Renunciaste a la corona... renunciaron a la corona para salvar a tu gente, ¿Ella lo haría?
La habitación se quedó en silencio, solo las respiraciones de los tres era lo que se escuchaba. Lo que salió de la boca de Sam Tarly era algo que no podía creerse, pero para Gyda tuvo sentido. Todo, Todas las palabras que escuchó eran ciertas. Y la voz de su padre lo confirmó.
—Encontramos a tu madre agonizando en la torre de la Alegría, después que te diera a luz. —Ragnar Ragnarsson entró a la habitación con Magnus en su brazos—. Lyanna falleció un poco después que Ned la encontrará. Aquello solo lo sabíamos Ned, Howland Reed y yo.
—Esa era la verdad que sabias de Ned —alzó la voz la Reina del norte al observar a su padre entrar—. Lo amenazaste con decir la verdad, si no aceptaba el matrimonio de su hijo conmigo. —No era una pregunta.
—Le di mi palabra, y él me dio una alianza.
—¿Por qué no decir la verdad? Ahora que Ned está muerto —preguntó Gyda confundida. La información que tenía su padre era importante, tan importante que ella podria ser la Reina de los sietes reinos.
Ragnar negó con su cabeza.
—Le prometí mi silencio a Ned si él me daba una alianza —explicó Ragnar—, y lo hizo. El pacto aún sigue en pie aunque Ned ya esté muerto.
—Oh mierda... —susurró la Reina del norte llevando sus manos a su pequeño vientre. La información cambiaba todo, absolutamente todo—. Jon... —Gyda levantó su mirada en busca de su esposo, quien se mantenía estoico en la habitación con la mirada perdida—. Tranquilo. —Gyda se levantó de su asiento con la intención de tomar el rostro de su esposo—. Esa es tu verdad. La verdad que siempre has buscado.
—Gyda, nunca he querido ser Rey. Acepté la corona del norte porque era la única forma de que estuviéramos juntos. Tu eras, eres, el verdadero tesoro.
—Nadie te está obligando a nada. Ahora en este momento solo eres mi esposo y el padre de este niño. —Gyda agarró las manos de su esposo para ponerlas en su vientre—. No pienses ahora. Tenemos una batalla para sobrevivir. Esta verdad solo se queda en esta habitación, ¿No es así, señores?
Silencio. Ninguno de los dos respondió. El gimoteo de su hijo era lo único que se alzo.
—¿No es así, señores? —La Reina del norte alzó su voz al momento que giraba su cuerpo para enfrentar a los dos hombres que estaban en su habitación.
—Si, mi reina —tartamudo Sam Tarly al momento que salía de la habitación.
—Si, mi reina. —Repitió Ragnar Ragnarsson con una sonrisa al escuchar la voz dura de su hija. Esa voz de Reina que empleaba. Y Ragnar salió de la habitación con su nieto en sus brazos.
—Jon... —Su esposa lo llamó—. Tranquilo. Decidiremos que hacer juntos, no estás solo en esto.
Y las manos de Jon Snow se quedaron apoyadas en el vientre de su esposa toda la noche.
La mañana era fría en Invernalia. Ni siquiera el abrigo grueso era capaz de detener el frío que entraba al cuerpo de los norteños. Ya nada abrigaba, solo el fuego. La chimenea no se apagaba nunca en ninguna de las habitaciones del castillo.
—Quienes desean entrar, tienen el permiso —añadió la antigua reina del norte a la media hermana de Jon. Sansa Stark era una fiel confidente y su segunda en mando—, pero... en las habitaciones de Magnus y Magni deben estar resguardadas.
Sansa Stark asintió, pero antes de que la esposa de Ivar Ragnarsson saliera de la habitación abrió su boca.
—¿Estás segura de entregar el norte?
Fue el momento de que la cabeza de Gyda asintiera.
—Lo estoy.
Sansa no sonrió por alegría, ni por cordialidad.
—Deberás decirle algún momento la verdad a sus hermanos —murmuró Gyda al momento que Sansa Stark se retiraba de su habitación.
Jon Snow estaba en el suave lecho que compartía con su esposa, con sus ojos cerrados hasta que la voz de su esposo obliga que abriera sus ojos. Al abrirlos lo primero que vio fue la bella imagen del rostro de su esposa. Ella estaba vestida con un vestido dorado que dejaba ver sus hombros.
—¿No tiene frío? —Fue lo primero que preguntó Jon al observar la denudez de los hombros de su esposa.
—Aquí, contigo, no —susurró la reina del norte moviéndose sobre el colchón para que quedara su cuerpo arriba de Jon Snow. Su intimidad chocaba con la virilidad de su esposo. Una fina sábana los separaba.
Jon Snow sonrió. Había extrañado tanto a su esposa.
El guardián del norte se acercó a los labios de su esposa con la intención de que esa mañana su esposa gimiera debajo de su cuerpo, pero el sonido de la puerta detuvo su movimiento.
—Adelante —alzó la voz su esposa sin moverse del cuerpo de su esposo.
El rostro de Ser Davos, y Tormund aparición al momento que la puerta se abrió.
—Mis señores, lo siento —musito Ser Davos incómodo ante la imagen de sus señores en aquella íntima posición—. La reunión comenzará pronto.
—Primero follaremos, después partiremos a la reunión —indicó Gyda Ragnarsson moviendo su cabeza a dirección del cuerpo de Ser Davos—. Si se van antes, mi esposo terminará antes.
La risa de Tormund fue lo único que se escuchó en modo de respuesta ante que la puerta se cerrará.
Y al momento que se cerró las puertas los guardianes del norte se adentraron al mundo del placer con urgencia. No había tiempo que perder.. Cada momento era valioso, quizás no existiría un mañana. Debían satisfacer el placer de sus cuerpos, aquella necesidad que crecio, y crecio durante la ausencia de Jon Snow en el norte.
Aquello fue lo necesitaron para que ambos salieran de su habitación con la motivación y la fuerza de enfrentar la peor guerra de los sietes reinos.
—El fuego es primordial, es lo que nos dará la ventaja —añadio Bjorn Ragnarsson en aquella reunión.
—Los dragones no pueden escupir fuego todo el tiempo —indicó Ivar Ragnarsson al lado de su esposa.
—No tenemos vidriagón para todos los guerreros. —Fue el turno de Sansa Stark hablar.
Y el silencio se presentó en la habitación ante ese detalle importante.
—¿Y qué es lo podemos hacer? —pregunto Ser Davos—. ¿En que podemos tener la ventaja?
—Tenemos Dragones —musito Arya Stark observando el mapa que estaba en la mesa. Un mapa de Invernalia.
—Si matamos al Rey de la noche, quizás.... sea nuestra mejor opción —puntualizó Jon Snow—. Están ligados a él.
—Si es como lo dices, no se expondrá —apunto el pequeño Jon Umber. Ahora el señor de la casa Umber por la muerte de su padre.
—Lo hará. —Ragnar alzó su voz—. Esta es su guerra. Querrá participar, como todos los reyes.
Gyda Ragnarsson era la única que no observaba el mapa, su mirada estaba en el fuego de la chimenea. Algo extraño recorría en su cuerpo, un calor que invadía sus entrañas. Calor que la obligó a retirar el abrigo que tapaba su cuerpo.
—Estás embarazada. —La antigua reina del norte escuchó la voz de su curandera. Eira Ragnarsson observaba el vientre abultado de su amiga con el ceño fruncido—. Casi muere en el parto de Magni. No podrás resistir otro alumbramiento.
—Los dragones. ¿Necesita jinetes? —preguntó Gyda ignorando el comentario de su amiga para acercarse a la reina de los sietes reinos. Daenerys también observaba el vientre de la guardiana del norte.
—Jon... Lord Jon es capaz de cabalgar Rhaegal. —Gyda no supo a cuál de los tres se refería, pero no se sorprendió. Jon era un Targaryen y los dragones lo sabían—. Faltaria un jinete, pero... no quisiera que la gente, guerreros fallecieran a causa de mis hijos.
—Tenemos que buscar a uno, es nuestra mejor opción —añadió Gyda posando sus manos en su vientre—. Mi Reina... —Daenerys subió su mirada al escuchar por primera vez aquella palabra en la boca de Gyda Ragnarsson—. Debe buscar a un tercer jinete. Es nuestra mejor opción.
—Lo haré. —asintió Daenerys Targaryen—. Descansen, y extiendan el rumor. A la tarde tratare encontrar el jinete para Viserion.
—Si, excelencia —murmuraron algunos que estaban presentes en la habitacion. Para algunos norteños aún era extraño musitar aquella palabra a una extranjera.
—¿Por qué no mencionaste nada sobre tu embarazo? —preguntó Lagertha acercándose al cuerpo de su hija al momento que los sureños se retiraron del salón.
—No es importante —contestó Gyda posando sus ojos en el rostro bello de su madre—. Lo importante es ganar esta batalla para que este niño o niña viva.
—Gyda, te dije... —Eira estaba enojada. Quizás aquel alumbramiento llevaría a la muerte a su amiga.
—Eira, lo sé. Pero este niño llegó de todas formas. Ahora solo debemos entregar un futuro. A nuestros hijos, a nuestros nietos —bramo la antigua reina del norte.
—Gyda tiene razón. Vamos debemos descansar para intentar cabalgar un dragón —añadió Bjorn Ragnarsson encaminadose para salir del salon. Los demás presentes lo siguieron.
Lagertha le dio un suave beso en la mejilla de su hija antes de retirarse.
—¿Sabes el porque puedes cabalgar ese dragón? —preguntó Gyda al momento que se quedó sola con su esposo. Jon Snow asintió con su cabeza.
—¿Puede morir? —pregunto Jon apuntando con unos de sus dedos el vientre de su esposo.
—Aquello no importa, debemos buscar un jinete, la forma de matar al rey de la noche...
—¡Claro que importa! —bramo Jon Snow golpeando la mesa con fuerza—. Hago todo esto por ti, Gyda. Por nuestro futuro.
—Vivire y lucharé para que este niño viva, pero no puedo prometer nada más —admitió Gyda Ragnarsson acercandose lentamente a su bello esposo.
—No puedes luchar, debes quedarte en la cripta.
—Luchare, nada de lo que digas cambiará mi decisión. Antes de ser una reina, una guardiana, o una esposa, soy una guerrera. Esa es mi esencia.
—No quiero que mueras —susurro Jon Snow apoyando su rostro en el de su esposa—. No podría resistirlo.
—Estaremos bien, Jon. Buscaremos la forma de sobrevivir —prometió algo de que no estaba segura.
El frío no disminuye. En cada momento que pasaba el frío era cada vez peor. Un frío que lograba que dolieran los huesos a todos. A todos menos a Gyda Ragnarsson. La guardiana del norte tenía calor. Un calor casi insoportable.
—¿Estás bien? —pregunto Eira la curandera al observar las mejillas rojas de su amiga. Alzó su mano para tocar el rostro de Gyda—. Estás ardiendo. ¿Te sientes bien?
—Si, solo tengo calor —murmuró Gyda alejándose del fuego del salón—. ¿Han encontrado algún jinete? —preguntó la guardiana del norte al momento que padre entraba al salón con Magnus en sus brazos.
Aquel nieto era su favorito. Su orgullo.
—No. El dragón rechazo a todos —contestó Ragnar acercándose al fuego para abrigar a Magnus.
—¿Algún muerto? —preguntó Gyda preocupada.
—No, solo heridos. Daenerys lo controlo —añadió Ragnar observando a su hija. La única que poseia un ligero vestido—. ¿No tienes frío?
—Tiene calor —apuntó Lagertha, quien tenía en sus brazos al pequeño Magni.
—¿Que acaso estás procreando un dragón? —preguntó Ragnar con un tono de diversión en su voz. Los demás Ragnarsson rieron ante ese chiste.
—Ella solo crea lobos —señaló Ivar Ragnarsson con el mismo tono que empleó su padre.
Pero la diversión solo era para ellos. Gyda se quedó quieta analizando cada palabra. Su hijo o hija no era un lobo. Era un dragón, ¿Por eso se expandía un fuego dentro de su cuerpo? Su bebé era un Targaryen, ¿sería suficiente para el dragón?
Gyda Ragngarsson se encaminó en la búsqueda de resolver aquella duda. Sus pies se movieron con rapidez por el castillo de Invernalia, y por el patio del castillo. Esquivo a cada noble y no noble quien quería entablar una conversación con ella. Una fuerza la tiraba a la dirección donde se escuchaba los rugidos de los dragones.
—¿Qué haces? ¡Gyda! —grito Jon Snow al momento que observó la figura de su esposa acercarse al dragón más pequeño de los tres.
—Quieto Viserion —gritó la Reina de los sietes reinos al ver como el pequeño dragón se movía inquieto ante la presencia de Gyda Ragnarsson—. Mi señora, no lo haga. Viserion está cansado.
—Un dragón cansado, jamás escuche aquello —murmuró la Guardiana del norte caminando lentamente ante el cuerpo del dragón. No era pequeño, al menos no para Gyda—. Viserion, mi nombre es Gyda Ragnarsson y en mi vientre tengo un niño Targaryen.
Gyda sabía que nadie era capaz de escucharla desde el lugar que estaba.
—Solo quiero tocarte. Nada más... —susurro la antigua Reina del norte alzando su mano. El dragón la observo por unos momentos hasta que su cabeza bajó a la mano a la madre que alberga un bebé Targaryen en su vientre.
Todos los presentes se quedaron estoicos ante la imagen que sus ojos veían. La antigua reina del norte sería la tercer jinete que buscaban. La mujer lobo, como le decían algunos, era también la mujer dragon.
—Bien, Viserion. Tenemos una guerra que ganar. —La voz de Gyda era tranquila, algo en los ojos del dragón le transmitió calma, algo que lograba sentir al observar los ojos de Fantasma y Viento gris.
Ese dragón sería para el niño que estaba en su vientre. Cuando naciera su hijo, nada ni nadie podría negar que primogénito de Jon Snow era un Targaryen,
La verdad se sabría con la llegada de su hijo, aunque primero debían matar al Rey de la noche. Debían matarlo para que la siguiente línea Targaryen llegara al mundo.
Gyda Ragnarsson y Viserion se asegurarían de aquello.
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Nota del autora:
¡Lo siento! Es que no puedo finalizar este final alternativo. Game Of thrones tiene tanta historia, que me es imposible darle un final. Pero creo que el siguiente le daría el fin entre Jon y Gyda.
¿Les gusto? En este capitulo explique el porque Ned acepto aquella alianza con los Ragnarsson. Ragnar lo amenazaba con decir la verdad si rechazaba aquella unión entre Gyda y Robb.
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