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14. solo intento cuidarte

El departamento de Rhino se asemejaba más a un bunker que a una casa. Era una fortaleza, con muros de piedra gris que podrían confundirse con acero y le recordaban a la bóveda de un banco. Toda la luz era artificial, y provenía de focos en el techo, exceptuando un único ventanal en la oficina del hombre.

Agatha se había paseado ya por todo el departamento más de un par de veces, y había conocido cada habitación del lugar. Había analizado el lugar de la forma que un ladrón lo haría, sin intención de hacerlo, y sin saber que un día en realidad terminaría necesitándolo. Quizá la traición era inherente a ella, entonces. Quizá la traición le era una conducta natural e inevitable. Quizá la traición era para ella como la desembocadura de un río en un océano; el inmutable destino.

Lo que ella tenía en mente era simple. Una cuestión de entrada por salida. Pero no había anticipado las circunstancias especiales a las que enfrentaría, comenzando con los seis hombres que la apuntaron con sus armas en cuanto se abrieron las puertas del ascensor. Y al fondo a través del pasillo se encontraban tres hombres rodeando la encimera de mármol de la cocina.

El primero era Rhino; el segundo un muchacho rubio y de terrible aspecto, no por que fuera feo, sino porque había varios hematomas en su rostro, feas manchas moradas bajo sus ojos por la falta de sueño y el rostro hundido como si no hubiera comido en semanas, a pesar de que solo llevaba algunos días secuestrado, ah, y claro, también estaba el pañuelo que llevaba envuelto en la mano porque le habían cortado un dedo; y, finalmente, el tercer hombre era uno que no le resultaba familiar a Agatha en absoluto, se paraba con confianza, recargado con ligereza y apenas se había alarmado con su entrada, y usaba una camiseta con cuello alto y unos grandes lentes oscuros.

Agatha no tenía dudas de que había encontrado al hermano secuestrado de Kraven, lo que era una nueva complicación, porque ella solo había acudido por información y llevarse a Dimitri justo en el rostro de Rhino no había sido algo que hubiera considerado hacer. Además, estaba el otro detalle, que era si el muchacho reconocería la voz de Agatha y la delataría después de esa breve llamada hacía más de un año.

—Muchachos, no es él —dijo Rhino, con obviedad. Los hombres bajaron sus armas y Agatha se apresuró a atravesar el pasillo. A pesar de que les había instruido a no amenazarla más, su jefe no estaba contento con su presencia, y eso era evidente en su ceño fruncido.

— ¿Y quién sería la señorita? —preguntó él desconocido con las gafas. Las bajó ligeramente para mirar a Agatha a los ojos, y de repente él se encontraba en frente de ella, a pocos centímetros de distancia, sujetando su mano con delicadeza.

Ella se estremeció, tanto por lo repentino del tacto como por el tacto en sí. El hombre había estado a varios metros de distancia, y de repente estaba justo frente a ella, demasiado cerca para su gusto, y sus lentes habían regresado a su posición original.

Agatha lo observó con fijeza como a la amenaza que era, y sus dedos soltaron chispas. El hombre la soltó.

—Agatha Lane, te presento a El Forastero. El único hombre capaz de rastrear a Kraven —dijo Rhino, con renovado entusiasmo, para después moverse y colocar ambas manos sobre los hombros de Dimitri Kravinoff—. Y este de aquí, es el hermano de Kraven. Di hola, señor Kravinoff.

Dimitri arrugó el rostro.

—Hola —dijo él.

Agatha apretó los labios, sus manos fueron hacia su cabello rubio y pasó los dedos entre las hebras, alejándose de El Forastero tanto como pudo sin ser demasiado evidente.

—Estás más callada de lo habitual —dijo Rhino. La mandíbula le hizo un chasquido al hablar, debía ser por la tensión que tenía en el cuerpo.

Agatha se esforzó deliberadamente por relajar su cuerpo, su postura, y sonreírle; pero hizo una extraña presión en sus cuerdas vocales. Cuando habló, su voz le sonó extraña hasta a sí misma.

—Tuve una noche divertida, pero mi voz no está en su mejor estado —respondió Agatha, y, solo por si acaso y porque había dicho que lo haría, agitó sus pestañas en dirección a su jefe. El ligero cambio en su voz aparentemente fue suficiente, y Dimitri debía tener una memoria extraordinaria, porque dio un brinco justo bajo las manos de Rhino al escuchar la voz de Agatha.

Dimitri la observó con avidez, probablemente tratando de decidir si era amiga o enemiga. Tratando de decidir si la llamada había sido la primer pieza en provocar su secuestro, y quizá él había dado acceso a su hermano para que pudieran matarlo o algo peor. Pareció que el resultado fue a favor de Agatha porque no emitió un solo sonido, ni la acusó de nada, no al menos en voz alta.

Rhino, sin embargo, debió decidir que algo raro pasaba, porque se dirigió a Agatha y a el Forastero.

—Vamos a mi oficina —dijo.

Ambos lo siguieron mientras uno de los soldados de Rhino tomaba a Dimitri y se lo llevaban. El despacho tenía el gran y único ventanal del lugar, que daba una excelente vista a la ciudad de Londres. Mientras Rhino se acomodaba en su silla, Agatha escrudiñó la cima de los edificios alrededor, tratando de identificar una difusa silueta en la lejanía que pudiera ser Kraven, ya que él había advertido -casi amenazado- con estar muy cerca todo el tiempo que ella estuviera ahí. No pudo ver o identificar a nadie que se pareciera a Kraven, sin embargo.

— ¿Qué haces aquí, Agatha? —preguntó Rhino, su voz había bajado varios tonos para retomar su molestia inicial.

— ¿Necesito pedir permiso antes de venir? Creía que trabaja para ti —replicó ella, con aguda molestia, su voz oscilando entre tonos de forma desgradable para mantener sus palabras previas—. Me prometiste un trabajo, y no me has dado nada. ¿Y quién es este hombre, a propósito? ¿De dónde ha salido?

—Kraven mató a la persona que me entrenó. Era como mi hermano —respondió El Forastero—. Lo he cazado desde entonces. Si alguien en el mundo puede encontrarlo, ése soy yo.

—Me prometiste ser su ejecutora —insistió Agatha.

—Tú no podrías matar a Kraven —replicó El Forastero, con descarada mofa. Había una sonrisa amplia en su rostro, y aunque Agatha no le veía los ojos, sabía que seguramente se le estaban formando arrugas a los lados. Ella suspiró, tratando de contener la ira, pero no lo logró; los rayos se deslizaron a sus dedos.

—Déjame mostrarme que te equivocas —dijo ella, con amabilidad.

Relajó las manos, las hizo puño y luego las abrió, extendiendo las palmas en dirección al mercenario. Un haz de luz salió de ella y atravesó el aire, demasiado rápido como para que El Forastero pudiera reaccionar, y lo golpeó en el rostro. El hombre cayó al suelo, quedando allí de manos y rodillas, las gafas de sol se le cayeron del rostro. No había sido un ataque mortal, y Agatha lo sabía, pues así lo había pretendido, pero aún así dejaría una marca que duraría para siempre.

Él se giró para mirarla, y de nuevo todo sucedió demasiado rápido para que ella pudiera procesarlo. En un segundo él estaba aún en el suelo, y al otro, la espalda de Agatha estaba presionada contra la pared y el Forastero sostenía una pistola contra su cabeza. Ella no sintió una pizca de miedo, ya demasiado habituada a eso, y en cambio, sonrió al mirar la marca que le recorría la mandíbula al hombre, una marca oscura e intrincada, como las raíces de un árbol grabadas en su rostro. Agatha aún tenía cicatrices como esa, que aparecían por su cuerpo cuando ella estaba demasiado baja de energía, como un efecto del rayo que alguna vez la golpeó.

—Suficiente —ordenó Rhino. Su mano se había acercado peligrosamente al tubo en su costado que lo conectaba a su mochila y le suministraba el medicamento que lo hacía conservar su forma humana. Agatha había escuchado los rumores, pero jamás lo había visto transformarse realmente.

Decían que cuando lo hacía, su piel se volvía como de piedra, y que él lo sufría casi tanto como sus víctimas porque mientras cambiaba gritaba de dolor. Decían que no solo podía resistir una bala, sino que también adquiría la fuerza de cien hombres.

Ella no les creía por completo, y tenía cierta curiosa morbosa por mirar, pero no suficiente como para provocarlo deliberadamente. Claramente el Forastero estaba de acuerdo con ella, o le preocupaba no recibir su pago, porque alejó el cañón de la pistola de Agatha.

Agatha se recompuso de inmediato, como si nunca la hubieran amenazado, incluso si siguió mirando de reojo a él Forastero una y otra vez mientras él recogía sus gafas e intentaba arreglarlas. Se cruzó de brazos y se giró hacia Rhino.

— ¿No confías en mí? —preguntó ella, la mirada lastimera le salía natural.

Rhino suspiró, y solo en ese momento, Agtaha se dio cuenta de que él le hablaba a ella de la misma forma en que le hablaba a su perro. Y si bien Agatha consideraba que el rottwailer era absolutamente adorable, le resultó ofensivo.

—Solo intento cuidarte, Agatha —respondió él, harto. Ella quiso gritarle, aunque se conformaría con maldecirlo en voz baja.

—Hasta a tu verdadera mascota le das premios, pero no a mí —replicó Agatha.

—Mi dulce Agatha... Este trabajo es más difícil de lo que podrías imaginar. Yo quería dejarte ejecutarlo, pero podría ser demasiado. No quiero arriesgarme a perder a mi activo más valioso.

La frustración de Agatha frente a dos hombres que insistían en hacerla sentir inútil había aumentado peligrosamente.

—Si no quieres dejarme ayudar a atraparlo y matarlo, entonces al menos dejame cuidar a Dimitri —pidió Agatha, desesperada.

El rostro de Rhino se ablandó un segundo, repleto de una inseguridad que Agatha no sabía que el hombre podía sentir, antes de endurecerse.

—Creo que la perdiste de todos modos —dijo El Forastero.

Ojalá ella fuera más calmada, con mejor temperamento; un poco más como Calipso, que ahora acompañaba a Kraven. Probablemente Calipso no se equivocaría como Agatha.

Ella captó su propio error un segundo demasiado tarde. El Forastero la miró, nuevamente sin gafas.

En esa ocasión, Agatha lo escuchó contar.

《 Uno. 》 《 Dos. 》 《 Tres. 》

Escuchó el sonido del cristal quebrarse, y se dio cuenta de que su propio cuerpo había sido la causa, ya que había atravesado la ventana.

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