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12. debiste haberlo dicho antes

Catorce llamadas perdidas. Agatha despertó una mañana, tres días después de lo ocurrido con el apartado postal, con catorce llamadas perdidas de Kraven en el teléfono que él le había dado. Ella no atendió ninguna, y antes de que fueran a convertirse en quince llamadas perdidas, colocó el teléfono en modo avión. Y ese habría sido el final de la historia para ella, una anécdota divertida, quizá podría fingir que él la llamó borracho y burlarse de eso, excepto porque cuando se levantó y comenzó a inspeccionar las ventanas y la puerta, como hacía siempre, descubrió que la puerta principal no tenía el candado.

Agatha jamás olvidaba poner seguro a su puerta. Ya no. Había tenido suficientes experiencias malas como para saber que nunca era suficiente paranoia.

Ella guardó silencio, tanto como pudo, llegando a incluso contener la respiración. Pero no fue el sonido de pasos el indicador de que él estaba detrás de ella, sino algo más. Agatha pudo sentirlo, quizá por toda la energía que ella almacenaba en su cuerpo en ese momento, porque nunca antes había podido hacer eso, sentir la energía vital de él a sus espaldas.

—No haremos esto de nuevo —dijo Agatha, girándose. Él alzó la mano para sujetarla y mantenerla inmóvil, pero eso ya se había convertido en una costumbre así que ella se lo vio venir desde antes, y no estaba dispuesta a permitirlo nunca más.

El corazón se le aceleró al verlo, y ella aprovechó eso como un impulso, y le ordenó a su cuerpo prepararse, le ordenó a la energía dispersarse, fuera de sus manos y a través de cada centímetro de su piel y hasta cada mechón de cabello, todo en ella volviéndose un rayo. Cuando la mano de él la rodeó, Kraven sintió la primera descarga, más fuerte que nunca antes, pues Agatha se había vuelto más fuerte con el tiempo.

—Agatha... —masculló él.

Soportó solo un par de segundos antes de entumecerse tanto que creyó que podría perder la mano y verse obligado a liberarla, cayendo de rodillas por un segundo.

—Tócame tanto como quieras, va a dolerte más a ti que a mí.

Agatha aprovechó la posición y le dio un fuerte rodillazo en la mandíbula. Sus dientes crugieron y el rostro se le volteó, pero no fue derribado.

Ella le sujetó el rostro y lo obligó a mirarla, sin detener las descargas, de forma en que el cuerpo de Kraven continuó sufriendo espasmos continuos. Esa cantidad de electricidad mataría a cualquier otra persona, pero no a él, no, a él solo le dolía.

—No vas a matarme —afirmó él, con una seguridad que la hizo enfadar tanto que aumentó la electricidad que le propiciaba, suficiente como para hacer que hiciera una gran mueca de dolor. Había sangre en sus labios, probablemente se había mordido a sí mismo—. Si me quisieras muerto... No me habrías advertido de tu jefe...

Agatha soltó una risa.

—Sí, bueno, aparentemente tú tienes el don de hacer cambiar de opinión a una dama. Me hiciste arrepentirme de esa decisión muy muy rápido —replicó ella, dándole un fuerte puñetazo en el rostro. La mano le dolió en el segundo en que lo hizo, y los nudillos le quedaron enrojecidos, pero Agatha consideró que valió la pena por la forma en que él la miró con sorpresa y sus fosas nasales se ensancharon.

Entonces se escuchó un disparo, lo que la hizo sobresaltar. Se dio la vuelta y miró a una mujer de pie en su sala; era bonita, alta y esbelta, y sostenía una pistola que apuntaba hacia Agatha. La bala, sin embargo, permanecía en el aire, congelada, a casi un metro de Agatha, rodeada por un tenue brillo azul y echando chispas.

—Un campo electromagnético —murmuró Agatha, sorprendida—. Eso es nuevo, aunque bien recibido.

Tomó la bala entre sus dedos, la examinó y luego procedió a dejarla caer. Emitió un chasquido al chocar contra el suelo. Avanzó en dirección a la mujer.

—No te muevas —advirtió la desconocida, sin bajar el arma. Agatha quiso reír, en realidad, quiso carcajearse.

— ¿O qué? ¿Vas a dispararme con eso? Como si te hubiera servido mucho la primera vez... Ahora, veamos, ¿quién se supone que vienes siendo tú? Déjame adivinar, ¿eres su mujer en turno? ¿Estás enamorada de él? Un consejo de mujer a mujer, mejor no te involucres ahí, hay personas que simplemente están demasiado jodidas como para eso.

—Mi nombre es Calipso. Soy solo una abogada —replicó ella, su dedo bien firme sobre el gatillo.

—Ya, bueno —dijo Agatha, y miró de reojo a Kraven, dirigiéndose a él, que intentaba recuperarse—. Espero que tu nueva conquista traiga consigo un pararrayos.

Ella extendió las manos y rayos salieron de sus palmas, aterrizando a los pies de Calipso, que soltó un chillido y dio un brinco para apartarse. Agatha no pudo contenerse y se dobló sobre sí misma para burlarse a risa abierta, se reía tanto que algunas lágrimas cayeron por sus mejillas y no podía respirar correctamente.

Siguió disparando a los pies de la mujer, simplemente burlándose de ella y haciéndola saltar. Aunque, por supuesto, acertó en el blanco un par de veces y ella hizo fuertes ruidos de dolor, pero no había caído todavía, así que ella no tenía absolutamente ninguna intención de detenerse.

Tuvo que parar, sin embargo, cuando él se hubo colocado a su espalda nuevamente. Estaba suficientemente lejos como para no tocarla en absoluto, pero se les apañó también para colocarle un cuchillo que parecía hecho de hueso en la garganta. El filo se sentía contra la piel, y aunque no era metal, se sentía frío.

Kraven presionó, suficiente como para que una gota de la sangre de Agatha se deslizara por la hoja.

Molniya, necesito tu ayuda, por favor —pidió en voz baja, para que solo Agatha pudiera escucharlo—. Tu jefe se llevó a mi hermano, tú sabes lo que él significa para mí, necesito salvarlo.

Agatha tragó saliva, manteniéndose muy quieta para evitar que él le rebanara la garganta, por accidente o a propósito. Era un poco complicado sentir empatía cuando estaba al borde de muerte, pero aún así la sentía; pero, a pesar de todo, el rencor y el dolor eran más fuertes.

—Lo lamento, pero soy una perra egoísta que no puede sentir preocupación por nada o por nadie —replicó Agatha, con cinismo.

Calipso se acercó a ellos con cautela.

—Quizá deberíamos irnos —sugirió.

Agatha aprovechó el instante en que Kraven dejó de mirarla para darle un fuerte codazo en el estómago, apartó el cuchillo de su cuello y dobló la mano de él para obligarlo a soltarlo. Atrapó el arma antes de que cayera al suelo y la apuntó hacia él, sosteniéndola como un puñal a la altura de su corazón y mirándolo a los ojos.

—Ella tiene razón. Deberían irse. Vete antes de que cambie de opinión. Si decido matarte, no habrá vuelta atrás, lo haré —advirtió Agatha.

Él la miró fijamente a los ojos.

—No creo ni un segundo de tu acto.

—No es ningún acto, esto es lo que soy. Incluso tú lo has dicho. Si no las reconociste, las de hace rato fueron tus palabras.

— ¿Todavía trabajas como mercenaria? Te pagaré. Ayúdame y voy a pagarte.

Agatha debía decir que no. Ella no aceptaba encargos más que los de Rhino desde hacía tiempo. El problema es que él le acababa de dar la excusa perfecta para ayudarlo sin comprometer su orgullo, porque ella quería ayudarlo.

—No sé nada sobre tu hermano. No tenía la menor idea de que Rhino lo tenía —advirtió Agatha. Y era cierto. La habían tomado por sorpresa con eso.

—No importa. Mi hermano está perdido —repitió Kraven, con la mandíbula apretada.

—Entonces supongo que podemos hacer negocios.

Y ella bajó el cuchillo, como una estúpida. Pero su perdón era más difícil de conseguir que su ayuda.

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