10. el apartado postal
Rhino tenía el absoluto monopolio de los contratos de Agatha. Pagaba por cada hora de su vida, de forma en que ella estaba siembre trabajando para él, incluso si la única indicación que él le daba era quedarse en casa y ver películas. Él básicamente le pagaba por existir, gran parte del tiempo. Agatha ganaba dinero hasta durmiendo, entonces, y no una pequeña suma, sino una cantidad de dinero exorbitante.
Como él la mantenía haciendo estupideces todo el tiempo, hacía un largo rato que ella no asesinaba a nadie. Matar no era precisamente su pasión, así que tampoco lo extrañaba (no todo el tiempo, al menos), pero la idea de volver a hacerlo, de electrocutar a alguien hasta freír su sistema nervioso y detener su corazón, la llenó de una euforia y expectación que no había sentido desde hacía tiempo.
Estaba aburrida en su vida, estaba aburrida y atrapada dentro de su piel, y al fin recibía la oportunidad de recuperar a la mujer que había sido después del rayo.
Agatha llegó al departamento de su jefe temprano por la mañana. La ansiedad la había hecho estar de pie desde el amanecer.
— ¿Quién es mi blanco? —preguntó ella, en el segundo en que cruzó el umbral.
Rhino no estaba solo, pero Agatha ignoró por completo a sus acompañantes, que se veían como matones comunes de poca monta. Nadie con quien ella estuviera familiarizada.
Él sostenía una tableta en sus manos y se la entregó. La pantalla estaba en color negro, pero estaba el icono para reproducir en el centro en color blanco, así que ella lo presionó. Era definitivamente un video. El video era de un hombre corriendo por la nieve, esquivando una lluvia de balas, y después saltando hacía lo que parecía la torre de vigilancia de una prisión; el ángulo de la cámara cambiaba, entonces, a la cámara de la torre, para enfocar su rostro, y solo el shock permitió que el rostro de Agatha permaneciera impasible al observar a Kraven por primera vez después de un año.
Se veía tal como ella lo recordaba. Bueno, quizá un poco mejor, ya que los recuerdos de Agatha estaban agrios y repletos de rencor.
Era el rostro que Agatha relacionaba con tener un corazón roto.
Una columna de información apareció en la pantalla, justo al lado del rostro de Kraven. Información muy concreta, comenzando con el alias por el que los medios lo llamaban "El Cazador", pero debajo se enlistaban sus alias, comenzando con el nombre de Kraven y después con el nombre de Sergei Kravinoff.
Agatha se sentía rencorosa. Se sentía como que podía darle una buena paliza. Pero después de un año para superar lo que había pasado, ya no se sentía con ganas de matarlo.
—Hijo de Nikolai Kravinoff —dijo Rhino, casi con orgullo, porque había encontrado un trofeo y solo hacía falta reclamarlo como suyo—. Creí que era un mito, pero parece que no es así. Y voy a matarlo antes de que me mate a mí.
Ella se aclaró la garganta y miró a su jefe a los ojos, tratando de discernir si era o no consciente de la historia personal de Agatha con Kraven, pero no había indicadores de eso; él realmente no tenía idea de qué era lo que le estaba pidiendo (ordenando) que hiciera. Solo por las dudas, quiso corroborarlo.
— ¿Y quieres que vaya a cazarlo? —preguntó ella, con la tensión creciendo en sus músculos y sintiendo como si cargara el mundo entero sobre sus hombros.
—No, no. Ya envié a algunos hombres por él, solo deben encontrarlo. Tu trabajo es solo ejecutarlo.
—Sí, señor —respondió Agatha, con una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero fracasó en el intento.
Agatha abandonó el lugar. Se enfrentó a las frías calles de Londres, enfundada en un grueso abrigo, y empezó a caminar en dirección opuesta a su departamento. Había trazado esa ruta tantas veces en un mapa y en su propia memoria que la sabía a la perfección incluso si en realidad nunca la había seguido.
Conocía todos los puntos de referencia.
Identificó la tienda de música en la que debía girar a la izquierda. Siguió recto hasta pasar la cafetería elegante con una terraza. Giró a la derecha al llegar al parque.
Y se encontró en una oficina de correos.
—Señorita Lane —dijo una muchacha, sentada detrás del mostrador, jadeando por la sorpresa. Era apenas adulta, si acaso uno o dos años sobre los dieciocho, con el cabello rojo brillante sujeto en una coleta y demasiado brillo de labios puesto.
Agatha parpadeó.
— ¿Me conoces?
— ¡Sí! Bueno, no. Conozco la historia —dijo la muchacha, ansiosa, empezando a escudriñar el papeleo sobre su mesa, moviendo todo de su sitio mientras buscaba algo, derribando su vaso de café en el proceso—. ¡Mierda!
— ¿Qué historia? —preguntó Agatha, bajando la voz. La muchacha se quedó petrificada, como repentinamente notando lo imponente que Agatha podía llegar a ser. Bajó la mirada y se quedó quieta, dejando de intentar arreglar su desastre.
—Mi mamá fue la que me habló de eso. Ella fue quien lo atendió a él. Alquiló un apartado postal y le dejó una fotografía de una mujer con su nombre, le pidió que a ella y solo a ella le entregara la llave. Miró esa foto casi todos los días, pude reconocerte de inmediato. Creí que nunca vendrías, ha pasado un tiempo.
Agatha suspiró, sintiéndose tan cansada que todo el cuerpo le pesaba.
— ¿La llave? —pidió Agatha.
La muchacha reanudó su búsqueda frenética, y finalmente encontró lo que buscaba en uno de los cajones de su escritorio. La fotografía en cuestión era una foto recortada que Agatha había tenido en su casa, en ella usaba un largo vestido de fiesta y se había encontrado junto a un sujeto que había sido su cita; en realidad, ella había entrado a esa fiesta para asesinar a alguien y él había sido su entrada, pero la foto quedó linda y la había conservado. Aparentemente Kraven había cortado a su cita del panorama y la había dejado solo a ella. Pegada en el reverso de la foto con cinta adhesiva estaba una llave pequeña y dorada con el número de una de las cajas.
Agatha encontró rápidamente el apartado postal que correspondía e introdujo la calle. La muchacha la miraba con ojos soñadores a la distancia, formándose una descabellada y hermosa historia de amor en su cabeza; nada que ver con la realidad.
La caja abrió.
Había más cosas allí de las que ella había esperado, pero lo que estaba encima fue lo primero que vio y lo que casi la hace llorar. Por encima se encontraban las postales, todas las que ella le había dejado mientras huía y que aparentemente él decidió mejor devolver que conservar.
Las sacó, las guardó en su bolso y continuó.
Encontró más postales entonces, y eso la desconcertó, pero no tanto como descubrir que aparentemente él se había dedicado a tomarse una fotografía en exactamente los mismos sitios que ella. Por un largo segundo quiso reír, y quizá llorar, pero se tragó los sentimientos esperando que el nudo en su estómago se desvaneciera.
Lo último en la caja era un teléfono. Un teléfono celular real, no uno desechable. Estaba apagado, pero tenía batería así que ella lo encendió. La pantalla se iluminó solicitando una contraseña, y ella introdujo el número de la caja. Se desbloqueó.
El teléfono estaba básicamente en blanco, sin aplicaciones más allá de las que venían instaladas de fábrica, pero cuando abrió la aplicación de teléfono, encontró un único contacto registrado bajo el nombre de Sergei Kravinoff. El número era distinto al que ella tenía, así que él debía haberlo cambiado.
Agatha decidió entonces que no importaba si él era un maldito estúpido y si la había hecho sentir miserable. No importaba si él había querido matarla. Ella no quería que nada le pasara, y mucho menos quería ser ella quien lo ejecutara.
Entonces Agatha presionó su contacto y marcó el número.
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