09. algunas pocas libras
UN AÑO DESPUÉS . . .
Agatha se guardó un fajo de billetes en las botas, y aunque era incómodo y definitivamente no la mejor de sus ideas, se esforzó porque su rostro no lo demostrara. A veces dolía rebajarse de ese modo, de una letal asesina a una mujer que robaba pequeñas fortunas de bares y casinos, sin usar sus poderes; pero para eso le habían pagado, y ella había aceptado el trabajo, así que debía resignarse y repetirse una y otra vez que el cliente siempre tiene la razón.
Habiendo terminado, abandonó el salón de apuestas y atravesó la inmensa ciudad de Londres hasta la casa de su jefe. Había vuelto a casa (porque no hay lugar como el hogar) tan pronto como supo que era seguro, hacía ya casi seis meses, pero después de su tiempo de inactividad, las oportunidades laborales se habían visto escasas. Pese a ello, había encontrado un hombre que había confiado en ella nuevamente para ocuparse de lo que necesitaba hacerse, incluso si a veces eran trabajos tan mediocres como aquel.
El ascensor hizo un sonido de tintineó y las puertas se abrieron. Agatha atravesó el loft y se acercó al hombre de pie frente al ventanal.
Para ser honesta, ella estaba consciente de que su jefe estaba algo loco, pero una mujer tenía que comer.
Se sacó los billetes del calzado y los dejó sobre la encimera, haciendo un fuerte ruido. Se escuchó el ladrido de un perro y la mascota del hombre llegó, corriendo, pero Agatha no se inclinó para acariciarla como de costumbre, sintió que era inoportuno, así que solo esperó en silencio hasta que su jefe se dio la vuelta.
—El ataque a Nikolai Kravinoff fracasó —dijo él.
Agatha apretó los labios. Ejerció todo su autocontrol pero aún así los dedos le brillaron mientras un único y fino rayo danzaba entre ellos, y para no hacerlo evidente, se puso las manos detrás de la espalda, fuera de su vista.
—Yo habría podido matarlo —reprendió Agatha—. No habrías perdido todos los hombres que indudablemente perdiste. Si me dejaras...
Por supuesto, su deseo de ser enviada por el patriarca de los Kravinoff no venía de un verdadero anhelo de matar o de una necesidad ridícula de venganza por el incidente de hacía unos años, sino simplemente por el reconocimiento. Su carrera se había enfriado terriblemente, su reputación ya no era lo que antes, y matar a una cabeza como lo era Nikolai le devolvería casi todo lo que perdió. La clave estaba ahí: casi todo.
Aunque ahora pedía que se le concediera la oportunidad, aunque garantizaba la muerte y juraría conseguirla, en realidad Agatha no estaba segura de si podría matar al hombre a sabiendas de que era el padre de Kraven.
El hombre se merecía la muerte, pero Agatha no estaba convencida de poder hacerlo ella misma. No sabía si podría entrar a su casa y atravesar los pasillos, ver viejas fotografías, y diezmar una familia como alguna vez hicieron con la suya.
Rhino comenzó a reírse, abiertamente, a carcajadas. El fastidio la recorrió, de pies a cabeza.
—Dulce, dulce Agatha —dijo él—. Una mujer como tú no tiene por qué encargarse de un hombre como él. No está a tu nivel. Personas como nosotros estamos hechos para cosas más grandes.
— ¿Cosas como robar algunas pocas libras de un sitio de apuestas? —preguntó Agatha, con hostilidad, señalando el dinero que había dejado para él.
Los ojos de él brillaron de gusto al escuchar la pregunta.
—Cada centavo cuenta. No se trata de lo que nosotros ganamos, sino de lo que ellos pierden. Así que es como se construye un imperio.
Estaba loco, pero Agatha no se lo dijo. Ella apretó los labios y bajó la cabeza.
—Puedo hacer más.
—Lo sé. Lo sé. Y encontraremos algo perfecto para ti, algún día, pero no aún. Por ahora, sigue haciendo esto.
—Sí, señor —respondió ella, con el sarcasmo destilando en su tono, pero Rhino no se dio cuenta. No se molestó en despedirse, le daba un poco de miedo, en realidad, porque molestarse en decir 'adiós' le daría a él una libertad de acercamiento con la que Agatha no sabía qué haría.
Rhino había manifestado su interés en ella en demasiadas ocasiones, pero el interés de ella hacia él se caracterizaba por su inexistencia. Eso había hecho que su dinámica entre jefe y empleada evolucionara a algo mucho más libre, con confianza, y Agatha no tenía miedo de hablarle como deseara o manifestar sus quejas, pero sí tenía miedo de que algún día él se cansara de esperar a obtener su atención y decidiera hacer alfo al respecto.
Ella atravesó el lugar a paso rápido y subió al ascensor. Cuando salió, lo último que vio fue a Rhino comenzando a jugar con su perro. Las puertas se cerraron entonces, y fue momento de Agatha para volver a casa, o a lo más parecido que tenía a una casa.
Agatha no había pisado el hogar de su familia en más de un año. Había estado allí por última vez cuando Kraven la había encontrado. Y ella ya no se sentía suficientemente segura ahí como para quedarse. En su lugar, había empezado a alquilar un lindo apartamento en el centro de la ciudad, en un piso tan alto que no había más que acceso por el interior del edificio, lo que la ayudaba a controlar las entradas y salidas.
Su maleta de viaje estaba bajo la cama, por si en algún momento necesitaba volver a viajar de imprevisto.
Cuando llegó a su departamento, se dedicó a revisar que todo estuviera tal cual lo dejó y echó el seguro a cada ventana y cada puerta. Solo entonces se permitió recostarse en su cama, pero antes de que tuviera oportunidad de cerrar los ojos, su teléfono comenzó a sonar. Ella lo alcanzó de la mesilla de noche y presionó a ciegas el botón para aceptar la llamada. La voz de Rhino inundó la habitación.
—Agatha, creo que estarás muy contenta, porque creo que encontré justo lo que necesitas, algo para hacer que podría estar a tu altura. Ven a verme mañana, tengo un objetivo para ti.
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