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03. cena con la muerte

Agatha dio un largo trago a su copa de vino tinto. Había bebido tanto a lo largo de su vida que una botella entera ya apenas embotaba sus sentidos, y una copa ni siquiera alcanzaba para llevar rubor a sus pálidas mejillas. Eso no significaba que no las tuviera sonrosadas en ese instante, solo que el crédito por ello era en su totalidad para el maquillaje y no para el alcohol.

Sus dedos tamborilearon contra la mesa mientras esperaba, impaciente. Por fortuna, no tuvo que aguardar demasiado antes de que él entrara al restaurante.

No encajaba allí, pero Agatha en realidad dudaba que él encajara en algún sitio. Aún así, entre un océano de hombres vestidos con traje y mujeres en vestido de cóctel, sus pantalones ligeramente raídos, camiseta y chaqueta gruesa y rústica desentonaban como si estuviera vestido en colores neón. En realidad, aquella era usualmente vestimenta vetada en ese lugar, pero los dueños habían estado ansiosos por hacerle el favor a Agatha de recibir a su acompañante.

Él se acercaba demasiado rápido a la mesa y por un segundo a ella le preocupó que fuera a atacar antes de hablar y eso enviara su plan a la mierda. Pero cuando los metros de distancia fueron disminuyendo, él desaceleró. Ya no parecía un rinoceronte a punto de embestir, sino más bien un león al acecho.

Ella disfrutó de su propia creativa comparación mientras lo escrutinaba; no había un solo remanente visible en él del encuentro que habían tenido hacía un par de días, y las heridas que ella estaba segura de que había inflingido ya habían sanado. Ojalá Agatha pudiera decir lo mismo, pero había hematomas de color morado alrededor de todo su cuerpo, exceptuando su rostro.

Se regocijó en la mirada del cazador clavada en el pronunciado escote de su vestido. Por supuesto, aquello era inevitable, porque su vestido con el cuello en una profunda v dejaba al descubierto las marcas de los dedos de él alrededor de su cuello y sobre su clavícula, era un milagro que no se la hubiera fracturado.

—Siéntate, te estaba esperando —dijo Agatha, señalando la silla frente a ella, en la que ya aguardaba un filete de pescado marinado con ensalada y una copia de vino.

Él dudó. Su pesada mirada cayó en ella, y después en el asiento vacío. Debía tener una confianza ridícula en sí mismo incluso después de la última vez que se habían visto porque al final tomó asiento.

— ¿Lo envenenaste? —preguntó él. Quizá era porque ahora se podía dar el tiempo de prestar atención a ese tipo de detalles, pero ella no pudo dejar de notar el matiz áspero en su voz y su pesado acento ruso.

—No es mi estilo, pero no habría sido mala idea —respondió Agatha. Se estiró sobre la mesa, que no era demasiado grande, y con los dedos tomó un trozo de pescado, los dedos se le ensuciaron con la salsa, teñidos de un rojo traslúcido, y se los llevó a la boca, probando la comida para acreditar su integridad. Su mano se cruzó en el aire con la de él cuando también tomó la copa de vino que le correspondía al hombre y bebió un trago mientras lo miraba a los ojos—. Tengo algo distinto en mente para esta ocasión.

Una de las manos del hombre se enroscó alrededor del cuchillo para carne sobre la mesa, y aunque el utensilio no era pequeño, parecía un juguete en sus manos; su otra mano fue hacia el tenedor, haciendo que Agatha se relajara, aunque no pudo dejar de notar que él había tomado los cubiertos casi perfectos para su comida, lo que era inesperado en un hombre de aspecto salvaje como él, pero que aparentemente había nacido en cuna de oro.

—Supongo que puedo darte el derecho a una última comida —dijo él, dando un bocado a su comida.

— ¿Eres la muerte, acaso? —preguntó Agatha—. Si me crees condenada, entonces al menos podrías haberme dicho ya cuál es tu nombre.

Él cortó otro trozo de su comida, se la llevó a la boca y solo cuando terminó de masticar, atinó a responderle.

—Los medios me apodaron El Cazador, pero yo prefiero Kraven.

Agatha soltó una pequeña risa y tamborileó sus dedos sobre la mesa, con pequeños destellos de rayos entre los dedos, pero con el mobiliario de madera, la electricidad no llegó a extenderse. Aún así, él le dedicó una mirada cautelosa.

—Kraven... Eso no suena como un nombre, sino más bien como un apodo, pero lo aceptaré.

Mientras él comía, Agatha permanecía mirándolo con fijeza, si aquello fuera una cita real entonces la forma en que sus ojos seguían clavados en él con tal escrutinio habrían sido suficientes para hacerlo huir despavorido, porque no era normal que una persona mirara a otra de la forma en que ella lo hacía.

Aún así, ella no podía detenerse. No podía en la misma medida en que no quería. Así que continuó.

Cuando abrió la boca para dar un bocado al pescado, detalló sus dientes blancos con incisivos más puntiagudos de lo habitual, y se preguntó si se los habría hecho arreglar o eran algo natural, ya que si bien eran afilados y eso era conveniente para alguien que se conocía como 'el cazador' tampoco eran afilados de una forma antinatural. Sus ojos eran azules, como un profundo azul, no como un azul vidrioso y claro; aunque en la mente de Agatha los recordaba de un brillante tono dorado o cobrizo, refulgiendo contra la luz, como un verdadero depredador, pero eso debía haber sido más una ilusión óptica o un juego de su propia mente.

—Mi nombre no necesita tu aceptación.

—Tampoco necesitabas cenar conmigo, pero aquí estás.

—Te mataré después de esto —replicó Kraven, su agarre apretándose tanto sobre la empuñadura del cuchillo que cuando finalmente aflojó, sus dedos seguían marcados en la madera.

—Lo dudo mucho —dijo Agatha, con una amplia sonrisa, bebiendo otro sorbo a su copa, que ya estaba a un par de tragos de terminarse—. Puedo notar que eres muy muy fuerte, lo noté en mi casa la otra noche, también. ¿Pero tienes un buen oído? Shh, escucha...

Ambos guardaron silencio. Las personas a su alrededor no callaron, pero sus conversaciones suaves con las personas en sus mesas no eran suficientes como para ser de interferencia. Por supuesto, no había nada sobrenatural en el oído de Agatha, pero aún así ella era perfectamente consciente de lo que él eventualmente atinaría a escuchar.

Tic, tac.

—Es una bomba —gruñó Kraven.

—Una gran bomba. Especial, también. Es una bomba que destruiría en un segundo toda la manzana. Un favor de un viejo amigo. ¿Y lo mejor? Es que yo alimento su detonador a la distancia. Mi energía es lo que evita que explote. Si yo muriera, o si yo quedara inconsciente, entonces bum. Y apuesto a que eres rápido, apuesto a que eres resistente, pero también apuesto a que ni siquiera tú sobrevivirías a eso. Te dije que estaba cenando con la muerte, y en ese contexto, tú eras la muerte, ¿no?, bueno, creo que me equivoqué: la muerte soy yo.

— ¿Qué es lo que quieres? ¿Intentarás matarme, aquí?

Él parecía escéptico. Por supuesto,  su incredulidad se opacaba absolutamente por la ira hirviendo en sus ojos, que se había encendido en un chispazo. Agatha encontró ahí un reflejo de sí misma.

Kraven se esforzó por relajarse, pero era evidente que la calma no le venía naturalmente. Aún así aflojó sus manos y dejó caer los cubiertos sobre la mesa, la comida en el olvido. El metal del tenedor chocó con el metal de la cuchara que había estado al lado y produjo un chirrido que hizo que algunas personas a su alrededor miraran de reojo, pero desviaron la mirada de inmediato sin querer inmiscuirse en los asuntos de Agatha, porque, por supuesto, todos allí la conocían.

Ella no reaccionó, tomó su billetera de su bolso y sacó algunos billetes. Algunos cientos de libras quedaron sobre la mesa para pagar la cuenta del restaurante. Se puso de pie y rodeó la mesa hacia donde estaba Kraven, tomó el cuchillo que él había usado y lo sujetó de la hoja, inclinada hacia él, dejándole una vista extraordinaria de su escote, tan buena que se veían los bordes de su sujetador, pero él no dio siquiera un vistazo, no que Agatha lo notara, al menos.

Cuando se había sentado, Kraven no había acomodado adecuadamente su silla, sino que la había dejado hacia atrás por si necesitaba levantarse rápidamente, para matarla, pero ahora ella se había aprovechado de ello y en un movimiento ágil se colocó de lado sobre su regazo. Él se tensó como una cuerda.

—Aún no he descubierto cómo matarte. Si sobreviviste a un rayo intacto, no creo que una puñalada me funcione. Y cuando mato a alguien, quiero que se quede muerto. Así que no. No voy a matarte en esta ocasión, solo vine a cenar contigo. Aunque, ya que aquí estamos, podría hacerte una advertencia. Borra mi nombre de tu lista y deja de cazarme, olvida mi existencia, y ambos sobreviviremos.

Kraven no dijo nada, pero su mandíbula se tensó aún más, como si estuviera conteniendo una respuesta que podría ser tan afilada como el cuchillo que ella sostenía entre sus dedos. Agatha ladeó la cabeza, acercándose un poco más, casi burlándose de su inmovilidad. Él no estaba acostumbrado a ser tocado, al menos no por sus presas, menos aún a ser desafiado, y aquello lo mantenía en un estado de alerta contradictorio: rígido, pero sin actuar.

Ella deslizó el cuchillo lentamente sobre la mesa, dejando que el filo raspase la madera con un ruido apenas audible. Después, lo dejó caer con un tintineo metálico en el interior de su bolso, lejos del alcance de él, y llevó ambas manos a los hombros de Kraven. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo y escuchar el ritmo acelerado de su respiración. Nadie a su alrededor miraba, como si no existieran, apartando deliberadamente la vista de ellos.

Los ojos de Kraven ardían de furia contenida, pero también de algo más que ella no se molestó en identificar. Quizá era simple curiosidad, o una chispa de diversión enfermiza. Agatha no estaba interesada en descifrarlo; solo quería que él entendiera que tenía el control.

Antes de que él pudiera responder, Agatha bajó una de sus manos hasta su pecho, apoyándose mientras giraba ligeramente su posición, ahora completamente sentada sobre sus muslos, su vestido levántandose en la nueva posición revelando casi la totalidad de sus piernas pero aún manteniendo su pudor. Por un instante, Kraven pareció a punto de apartarla, sus manos tensándose a los costados como si luchara contra un impulso instintivo. Pero no lo hizo.

Agatha acercó su rostro al de él, tan cerca que sus narices casi se rozaron. Sus labios se curvaron en una sonrisa que no era ni dulce ni amistosa, sino cargada de una peligrosa mezcla de desafío y confianza. Entonces, sin previo aviso, lo besó.

El contacto fue eléctrico, literalmente. Un débil destello de energía corrió por los labios de Agatha al iniciar el beso, apenas una advertencia de lo que ella podía hacer si quisiera. No fue un beso suave ni tímido; fue directo, intenso, casi agresivo. Y, por un segundo, Kraven no reaccionó. Su cuerpo, siempre tenso y listo para pelear o huir, pareció congelarse bajo ella.

Pero cuando finalmente reaccionó, lo hizo con igual intensidad. Sus manos, que hasta entonces habían permanecido inmóviles, se alzaron para sujetar la cintura de Agatha, aferrándose a ella con una fuerza que era más posesiva que protectora. Su respuesta fue un torbellino de energía contenida, y el beso se volvió un campo de batalla en el que ninguno estaba dispuesto a ceder.

Entonces, justo cuando él comenzaba a tomar el control, inclinándose hacia ella, profundizando el beso con una pasión que era imposible fingir, Agatha se apartó de golpe. Lo hizo tan rápido que él quedó aturdido, con los labios entreabiertos y los ojos llenos de una mezcla de confusión y frustración.

—Eso es todo por ahora —dijo ella, con una sonrisa que bordeaba lo cruel. Se levantó de su regazo con la misma agilidad con la que había llegado allí, alisándose el vestido con una elegancia indiferente.

Agatha se giró, tomó su bolso y caminó hacia la salida, sus tacones resonando contra el suelo del restaurante. No miró atrás, pero podía sentir la mirada de Kraven clavada en su espalda, ardiente y cargada de emociones que probablemente él mismo no entendía. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, dejó escapar un suspiro.

El juego apenas estaba comenzando.

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