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6

Los cuerpos de su abuelo y el desconocido quedaron en la cabaña.

Camui, quieto en el camino de tierra, observa la casa a quince pasos adelante. Tiembla, no se sabe si por frío o por la reciente experiencia. Ivy envuelve sin mirar una de las manos del chico entre sus dedos quemados, le trasmite su pulso firme y tacto cálido. Camui observa a la mujer con ojos húmedos y enrojecidos.

—Estoy solo de nuevo —Sorbe por la nariz a mitad de la frase.

¿Volvería a los bosques? ¿Al vagabundeo y a mendigar en las calles de villas, y callejones de aldeas y reinos? ¿Regresaría el hambre y el sentir que su estomago choca contra su espalda? No, su abuelo le enseñó a cazar, ya no pasaría hambre si era astuto y veloz.

Lo que si regresaría son las noches de temor y frío, acurrucado en escondrijos para que ningún ladrón o esclavista lo rapte. Solo que ahora no tendría a su hermana mayor. Aunque ya no era un pequeño que llora hasta quedarse dormido como la vez que ella se marchó sin avisar, todavía le dolía como un puñal el quedarse sin nadie. Rod lo encontró derrumbado en la orilla de un río, y en vez de dejarlo a su suerte le tomó entre sus brazos, lo cuidó, lo sano, y antes de darse cuenta, Camui se convirtió en el nieto que siempre quiso tener.

—¿Qué le pasó a tu familia, abuelo?

Solo una vez le preguntó hace dos años, mientras pescaban en un lago de la llanura. La caña de su abuelo se estremeció fruto del temblor en sus manos.

—Fui débil, Camui. Fui débil y un hombre cruel me lo arrebató todo.

La mirada de su abuelo permanecía en el lago, un rostro arrugado de aspecto sereno, pero sus ojos eran nebulosos como perdidos en una espesa tormenta. Ahora Camui tuvo a su propio hombre cruel, Humber, solo que este no duró demasiado, pero en ese corto tramo le arrebató su hogar y su familia. No tuvo lo necesario para proteger su felicidad.

Ivy aprieta su mano. Ella le sonríe desde debajo de su sombrero, observándolo con ojos indescifrables.

—No estás solo, Camui. Estás conmigo.

La mano de la mujer, aun quemada, le ofrece un lugar sólido de donde sostenerse en ese momento turbulento. El chico asiente con ojos lacrimosos. Ivy vuelve su expresión hacia la cabaña. Con el cayado apuntando, la aniquiladora golpea el suelo, y la mujer de madera vuelve a abrir la boca, esta vez para soltar una llamarada tan ancha y calurosa que Camui tiene que desviar la cara y cerrar los ojos.

El fuego consume la cabaña. Cruje toda la estructura que de un momento a otro se transforma en una pila de llamas y levanta a los cielos una torre de humo. Elimina los restos de aquella tragedia, borró del mundo un error.

Con su antiguo hogar aun crispando, con el cuerpo de su abuelo y el señor del disfraz convirtiéndose en ceniza, Camui entona la mirada y se aventura a preguntar con la nariz moqueando.

—Señorita Ivy, ¿puede enseñarme a ser fuerte como usted?

Ivy no contesta, solo asiente. La bruja de Arborea espera hasta que el fuego se apague y solo quedan cenizas, para retirarse junto a Camui. No hacia la villa, sino hacia nuevas pruebas y horizontes.

Fin

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