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—Que imprudente, muy imprudente —Las palabras contienen regaño, pero también preocupación—. En parte fue culpa mía. No debí forzarte a usar tu talento. Quedé impresionada. Pero cuanta, cuanta imprudencia.
Ivy carga al chico en la espalda, la sombra que proyecta el alza de su sombrero casi lo esconde. La bruja con un brazo sostiene una pierna del chico mientras este se aferró a su cintura y cuello, y con la mano restante aparta la maleza usando el cayado. Camui lleva rato sin sentir las piernas, y le sigue costando respirar.
—Te recuperarás, pero más vale que esto te sirva de lección —Dice Ivy.
Atraviesan el bosquecillo en dirección a la cabaña. Camui le indica el camino a seguir. La vergüenza de ir cargado como mochila le hace hablar lo justo e indispensable. Su abuelo siempre le dijo que si llegase a encontrarse en compañía de una buena mujer, sería él quien tendría que ayudar a llevar el peso. No al revés.
—¿Tienes hambre? Descansemos unos segundos.
Se inclina para que Camui pueda bajar de su espalda. El niño se desliza, y con cuidado, queda sentado sobre la falda de raíces de un árbol. La bruja se yergue, lleva una mano por encima de su sombrero, y arranca una baya de un puñado que crece camuflada entre las hojas y pétalos. Entrega la pequeña esfera granate a Camui. Él se queda mirando el fruto con interés, lo mueve y aprieta, esta suave y lleno de jugo.
—Son bayas del Rey Nómada. Vamos, cómela.
Un recelo instintivo, cultivado por años de recibir malos tratos de la gente de afuera, hace que Camui encare a Ivy con ojos entrecerrados. Entonces recuerda cómo ella le protegió. Los ojos de Camui se abren, y la expresión se le ablanda. Mete la baya en su boca y mastica, el jugo es fresco y azucarado. En pocos segundos un calor revitalizante se expande por su cuerpo, y el dolor desaparece, junto al ardor de sus músculos, y los cortes frescos bajo las vendas de sus manos, dejando apenas marcas. El niño suelta un jadeo, mira hacia su pecho, sorprendido por el súbito buen estado de su cuerpo, sin cansancio, ni hambre, ni sed. Se pone de pie con un pequeño brinco.
—Impresionante...
—Sí, pero no lo divulgues. Estás bayas serán un secreto entre nosotros.
Camui la mira y asiente.
—Reuniste mucho en la figurilla —Dice Ivy—. Tanta velocidad, tanta confianza. Hasta cierto punto es natural que te dejases llevar... Los instintos primarios son muy poderosos.
—El abuelo me enseñó cómo se hacía, el tallar.
Enfocar e ir cortando, ignorar las distracciones, solo dejar lo que vale. Practicó mucho esas lecciones, aunque todavía le falta bastante por aprender. Sin embargo su abuelo no pudo seguir enseñándole debido al cambio.
—Entonces es un escultor como tú.
—No soy tan bueno. Me hice daño.
—Claro que te hiciste daño, tontín.
Ivy le da un golpecito en la frente con un lado del cayado. Camui, serio y tranquilo, sube la mano y se acaricia la cabeza.
—Tu cuerpo no está entrenado, no puedes forzarlo a realizar esas acrobacias de liebre sin pagar un alto precio. Es una carga tremenda para cualquiera, en especial para un niño.
—Soy un hombre.
—En ese caso, hombre, pídele gracias al Dios Escultor de que no terminaste muerto de un infarto, y gracias a la Diosa Asesina que no mataste al buscador. Un par de palabras fuertes no habrían bastado para calmar a cuatro fortalementos con el orgullo herido y el superior muerto.
Camui se sonroja de pena y evita decir más. Ahora que el joven está recuperado, Ivy reanuda la marcha
Con cada nuevo paso, la mente de Camui pasa del buscador de Fortalementa hacia asuntos más sombríos y acechantes. La cabaña esta cerca, pero ahora dirigirse al sintió que alguna vez consideró un hogar, se siente como penetrar en el nido de una araña. Ivy nota por el rabillo del ojo cómo el semblante del chico se oscurece. La bruja decide hablar.
—Cuéntame qué ocurrió con tu abuelo.
Camui frunce el entrecejo. Resulta incomodo, pero se obliga a sacarse la historia del pecho.
Una noche, durante el invierno pasado, su abuelo Rod escuchó ruidos fuera de la cabaña. La nieve caía y el viento rugía fuerte, pero encima de la naturaleza feroz, se oían extraños rasguños, algo arañando la madera, arrancando trozos de pared. A Camui se le ocurrió que se trataba de un lobo o algún otro animal salvaje, así que tomó un arco y su carcaj para salir, pero su abuelo lo detuvo, como sospechando que la presencia en el exterior se trataba de algo ajeno y extraño. Equipado con su arco y sus flechas, Rod quitó los tablones que mantenían cerrada la puerta y le dio instrucciones exactas de no salir hasta que volviese.
—Durante un rato no escuché nada y me impacienté. Era extraño que mi abuelo tardase tanto si solo era para espantar a un animal. Me acerqué a la puerta para asomarme, cuando...
La puerta abrió y ahí estaba su abuelo de pie, con el viento gélido azotándole la espalda, encorvado hacia la derecha, llevando una sonrisa irreconocible.
—Sírveme la cena, mocoso —Exigió con palabras muy masticadas, como si les costara decirlas, y se balanceó hacia adentro sin cerrar la puerta, con sus brazos inertes a los lados.
Camui pegó un brinco y se preguntó, ¿ése ese su abuelo? ¿Aquel que le regañó tantas veces para que mantuviera la espalda erguida? ¿Aquel que a pesar de la edad nunca se había dejado dominar por las pesas de la vejez?
Tenía la cara de Rod, pero algo en su mirada parecía fuera de lugar, vacío, y eso llenó a Camui de un helado terror. No se atrevió a preguntar nada. Camui cerró la puerta y procedió a servir el estofado de carne y papas que andaba preparando para calentarse el estomago. Rod se desparramó en una de lasillas frente la mesa y pidió:
—Aliméntame. Alimenta a tu viejo.
Su abuelo gastó los meses siguientes echado en su lecho, revolcado en una creciente podredumbre desde que Camui dejó de acercarse a cambiarle las sabanas y se limitó a calmar su apetito cazando y cocinando para él. Llegó a un punto donde Camui ya no pudo dormir en la cabaña, temeroso de lo que yacía en la alcoba de su abuelo, y rugía pidiendo más y más carne, y exigiendo licor al extremo de obligar a Camui a escabullirse en la villa por las noches a robar.
Una semana antes de la feria, el muchacho tomó la decisión de no volver más donde Rod, y pasó las noches durmiendo en las ramas altas de los arboles, con el cuchillo muy cerca de su pecho como contra-medida para cualquier alimaña que quisiera sorprenderlo y cambiarlo.
—El abuelo no bebía licor, ni me mandaba a robar. Era estricto y justo, era bueno. Tampoco se quedaba el día entero en la cama, comiendo, sin bañarse ni moverse. Lo que está ahora en casa es diferente, algo malo —Aprieta los puñitos cerca del corazón—. Señorita...
—Dime Ivy.
—Señorita Ivy... ¿Puede ayudar a mi abuelo?
—Ya te lo dije, cazo errores. Vine siguiendo el rastro de uno. Si mi instinto está en lo correcto, el cambió que sufrió tu abuelo está ligado a mis asuntos.
Ivy reza para equivocarse. De lo contrario significaría que el abuelo de Camui sufrió un terrible destino.
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