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3

Ivy le apremia para empezar la demostración. Camui asiente y, de rodillas, coloca la figura de madera en el suelo, cerca de sus piernas. Alza el cuchillo y en un movimiento lo entierra en la liebre real, hasta casi tocar la tierra debajo.

Se escucha un crujido seco. Una fisura vertical aparece por toda la figura. La madera ennegrece como podrida, se desmorona hasta quedar transformada en un montoncillo de polvo que pronto es llevado por la brisa. Puntos de luz diminutos suben por el cuchillo hasta envolver la mano de Camui, y se extienden por su cuerpo, rodeándolo con un fulgor centellante que según su abuelo, solo el escultor que destruye la obra puede ver.

Para Camui la liebre real es una criatura furtiva pero valiente. Aun teniendo un cuerpo pequeño, la liebre jamás duda en alzarse sobre las grandes rocas del rió o las altas colinas como un rey que observa su reino, tampoco duda en retar a bestias que la superan por mucho en tamaño, confiando siempre en su habilidad y en sus reflejos. La liebre guarda toneladas de valentía, mismo coraje que se contagia al muchacho.

Camui respira hondo. Planta las manos en las gramas y retrae los dedos, arrancando unas cuantas briznas de hierba. Se pone de pie, sintiéndose más ligero y lleno de energía. Da pequeños brincos, intercambiando los pies, animado por la confianza de un animal imposible de cazar. Levanta la cara y sondea la villa. Los aldeanos que se encuentran con su mirada se apuran a evitarla, sofocados por la voluntad del niño.

La atención de Camui sigue de largo, hasta quedar clavada en los cuatro guardias de armaduras incompletas, y en el buscador con la banda de torres doradas. Recuerda lo que le dijo, el menosprecio.

¿Cuánto tardaste en fabricarla? ¿Quince minutos?

El pecho de Camui se infla de fuego. Ese hombre dañó su orgullo... Un orgullo pequeño al que Camui nunca prestó atención, pero que bajo el efecto de la estatuilla, se convierte en algo preciado y muy delicado. Embriagado por la ligereza, Camui se lanza hacia adelante, tan veloz que a Ivy no le da chance de atraparle el brazo.

El muchacho, ágil como fiera silvestre, zigzaguea entre la multitud. Hace caer de culo a una chica por su repentina aparición. La muchacha le grita, pero él sigue de largo. Cada nuevo paso lo lleva más cerca del buscador, que en ese momento le da la espalda, sin percatarse de lo que se le viene encima.

Camui inclina las rodillas, y pega un brinco de una altura imposible para sus flacas piernas. Sube más de tres metros y aterriza en un tejado cercano. Inmediatamente, y sin que titubee su equilibrio, sus pies reanudan los pasos. Salta a otra casa, y a otra más. Quiebra unas cuantas tejas por las prisas y, sin detenerse, golpea con la mano abierta una veleta al pasar.

Por un instante se siente como viento, y abrazando ese sentimiento vuelve a saltar, esta vez echando ambas piernas adelante. Hacia sus suelas se aproxima el objetivo: La cabeza del buscador. Ambos pies hacen contacto. Un dedo se le mete en la nariz y el otro en el ojo. Caen juntos.

Se alza un alboroto entre los viajeros y pueblerinos. Enseguida un anillo de gente se forma alrededor de los hombres de Fortalementa. El alcalde se abre paso para presenciar con espanto la escena...

El buscador esta en el suelo, con la boca abierta y los ojos en blanco, un hilo de sangre corre desde su boca y le falta un diente frontal en su cuidada dentadura. Camui yace sobre el cuerpo del buscador, temblando y jadeando, incapaz de mover sus piernas por el dolor que azota sus músculos, y el ardor que colapsa sus pulmones. Toda la euforia de su pequeño orgullo, ya ida.

Los hombres de Fortalementa desvainan sus espadas y apuntan al niño. Camui está demasiado cansado para darse cuenta, mantiene los ojos cerrados y se obliga a enfocarse en respirar. Inhala, exhala, soporta el dolor.

Los guardias piden respuestas al alcalde, pero este tartamudea con las manos en alto como buscando una excusa, antes de decir que Camui no forma parte de la comunidad.

—Es un salvaje que vive en las afueras. Les ruego que no juzguen sus acciones como si fueran las nuestras, él no es nadie para nosotros.

Sería el buscador quien zanjaría el destino de la villa... Cuando despierte. De momento los guardias cumplen con darle una paliza de muerte al muchacho. Uno de ellos da un paso adelante, toma a Camui de la espesa mata de pelo para obligarlo a apartarse del aguileño, y prepara el lado plano de su espada.

—Aleja tu sucia mano de él —Una voz severa interrumpe la paliza.

La multitud se abre en dos, empujados por una presencia dominante como el calor de un volcán. La mujer se acercarse y encara a los cuatro hombres armados. Fulmina con los ojos a quien sostiene a Camui del pelo.

—¿O buscan saber qué se siente la leña al quemar?

Los guardias tiemblan sin necesidad de una presentación. Ven el ancho sombrero de punta, la mano, las dos caras enojadas formadas por los nudos del bastón. Ahogan un jadeo, el entrenamiento y la experiencia de batalla les permite mantener la osadía y la compostura unos momentos, pero la valentía se consume en cuanto Ivy golpea la tierra con la parte baja de su cayado.

Huelen el humo cómo una advertencia de fuego. Los cuatro retroceden y dejan a Camui en paz. Tragán saliva al recordar historias de flama y muerte. Historias de Arbórea.

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