🦎 Capítulo 71
Edward acariciaba suavemente la piel de su querida compañera, con la esperanza de que, en cuanto lo viera, sus ojos pudieran aceptarlo cerca como antes. Sabía que para que eso sucediera, debía pedir perdón. Solo así podría avanzar.
«Princesa, ¿puedes abrir esos ojos verdes mate para mí, por favor?» suplicó a través de su conexión telepática, única y especial.
Un gran bostezo resonó a través de las fosas nasales de la joven nativa de cabello negro, quien, tras abrir lentamente los ojos, respondió a su petición en silencio. Para Edward, aquello fue una tortura más que merecida.
—Me tomó tiempo entender el motivo de tu enojo hacia mí. También me di cuenta, una vez más, de que soy un idiota en cuestiones de amor. Lo sé, pero quiero que sepas que estoy luchando por hacer mi mejor esfuerzo. Lucharé y me esforzaré por ganarme tu perdón —admitió Edward, deslizándose del cómodo asiento al suelo y arrodillándose ante ella, que estaba en la cama del hospital—. Perdóname por ser un cabeza de chorlito, por no darme cuenta de que muchas de mis actitudes te lastiman, por no amarte como te lo mereces. Estoy intentando mejorar... Eres mi primer amor en todo este tiempo de existencia. Nunca antes había experimentado esto, y no es que busque excusas, solo quiero decir... Que todo lo que te causé no fue intencional.
Eco, al escuchar cada palabra, no logró responder. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero intentó resistir la tentación de llorar. Notó perfectamente el arrepentimiento en cada palabra de Edward. El dolor estaba tan presente que la súplica era evidente.
«No puedo decir que te perdone, porque tal como lo has dicho, tendrás que ganártelo como todo un caballero en una gran misión», pensó Eco, su compañera camaleónica.
Edward levantó la mirada con una ilusión esperanzadora mientras tomaba la mano derecha de Eco con delicadeza.
—Estaré a tu merced. Te demostraré que también soy capaz de luchar por ti.
«En verdad eres un caballero chapado a la antigua. Me alegra saber que entendiste por qué tanto dolor me causaste. No me veía capaz de expresarlo concretamente; solo el enojo salió a flote y no lo pude calmar ni mitigar con el amor que siento por ti. Fue doloroso saber que los celos eran más fuertes que el amor verdadero», expresó Eco mientras sentía cómo esa sensación de pesadez y malestar comenzaba a abandonar su pecho.
—Lo lamento tanto. Esto de ser posesivos nace involuntariamente en el instinto vampírico, no puedo evitarlo, pero intentaré controlarlo. Ahora sé que cada acción tiene un daño colateral en ti... Creo que ya aprendí —comentó Edward, esbozando una sonrisa torcida con cierta tristeza.
—Me complace saber que aceptas que estás aprendiendo, pero tus próximas actitudes o acciones serán las que definirán realmente si has aprendido de esta lección o no —respondió la joven, intentando levantarse, aunque los bostezos de cansancio aún invadían su cuerpo.
—Lo entiendo...
Eco tomó la mano de su compañero y la acercó a su rostro, rozando su mejilla contra el nudillo frío de Edward.
—Perdón por pelear tanto... En verdad, no creí que fuera tan caótico evitarlos, enojarme y aislarme de ustedes. Pero me dolió saber que la Swan podría ser capaz de separarnos sin siquiera haber hecho algo en concreto. Sus inseguridades me hacen desconfiar de ti y de Alice. No quiero que esto se repita. Quiero que siempre sean claros y no tomen decisiones precipitadas por el miedo a haber visto algo sin tener todo el contexto... ¿me entiendes? —preguntó nerviosa e incómoda.
—Creo que lo entiendo. Intentaremos siempre hablar cuando estés presente. Solo... Nos pone nerviosos que, por tu naturaleza, sea tan difícil ver el futuro... —aceptó Edward con una mueca en los labios.
—No siempre es necesario saber lo que nos depara el futuro. Tener esa naturaleza mística los hace muy dependientes de las habilidades especiales. Deberías practicar, como yo, no ceder tanto a la dependencia de esos dones. ¿Sabes? Es agotador, pero te libera de estrés innecesario muchas veces —admitió Eco, mirándolo dulcemente.
Edward la observó, perdido en sus pensamientos. El amor, la paciencia y la sabiduría de su compañera eran tan especiales que lo dejaban aturdido.
—Procuraré tomarlo en cuenta.
—Me sirve —aceptó Eco, aunque al instante sus ojos brillaron al recordar algo—. Escuché de un pajarito que debes hacer trabajo en equipo con ella. ¿Es cierto? ¿Cuándo lo harás?
Edward maldijo en sus pensamientos a su hermana rubia. Sabía perfectamente que había sido ella quien había ido con el chisme. Jasper no sería capaz de traicionarlo, sabiendo bien el peligro que ese encuentro equivalía.
—Es cierto... ¿Te interesa ir también, acaso? —preguntó, tratando de disimular su clara incomodidad.
—Me interesa ir contigo a enfrentar tu conflicto. Realmente ella no me llama tanto la atención si estás cerca tú... —admitió despreocupada y sonriente.
Edward sintió un alivio caer sobre sus hombros ante esa confesión, por lo que no pudo evitar reír.
—Será la próxima semana. En su casa. Si todo sigue mejorando en tu salud, podrás acompañarme si es lo que deseas —comentó optimista, decidido a evitar que esa visión de Alice se cumpliera. Si Eco iba con su capacidad camaleónica, podría evitarse fácilmente.
—Perfecto. Entonces, pídele a Alice que pase y luego me acostaré a dormir. Tengo mucho sueño y espero que durmiendo eso se me pase pronto —expresó ansiosa.
—Está bien... Pero regresaré.
—Lo sé, hoy les toca a ustedes cuidarme, así lo dijo Rose...
—Así que los rumores eran ciertos. ¿En verdad estás cómoda con ella, Eco? —preguntó Edward, serio.
—No tanto como contigo, pero sé que si no me doy la oportunidad, nunca podré avanzar con ella. Es hora de madurar y enfrentar miedos. Huir no me salvará de nada ni mucho menos ayudará —expresó Eco, sincera y decidida.
—Ya veo... Bueno, entonces voy por Alice. No intentes esforzarte mientras la voy a buscar, ¿sí?
—Sin problemas, ¡me quedaré lo más quietita que pueda!
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