
🦎 Capítulo 63
El gran lobo negro llegó a la puerta de la cabaña que compartía con su querida impronta. Afortunadamente, no había personas a la vista que pudieran exponer su secreto. Con sumo cuidado, el lobo sacó a la camaleónica de entre sus fauces y la depositó suavemente en el suelo de madera frente a la puerta. Luego, raspó la puerta con su pata y uñas, llamando la atención de su mujer.
—¿Sam?
La voz femenina llamó la atención de la camaleónica, que trataba de limpiarse la saliva restante con su patita derecha. Totalmente asqueada, con frío y, sobre todo, muy hambrienta, hizo un croar llamativo para atraer la atención de Emily.
—¡Ay, casi la piso! —exclamó Emily, retrocediendo asustada al notar de repente el extraño sonido.
La camaleónica abrió la boca, pareciendo bostezar, y cerró sus ojitos al sentir cómo Emily la tomaba con cuidado entre sus manos humanas y templadas. Emily entendió de inmediato que si Sam había dejado a la reptil a su cuidado era por algo crítico.
—¿Qué te pasa, Eco? —preguntó suavemente, con un matiz de preocupación en su voz.
Eco, acurrucada en busca de calor, disimuladamente secaba la saliva del lobo en la mujer.
—Estás muy fría, debo devolverte la temperatura necesaria —susurró Emily, nerviosa, mientras la llevaba rápidamente a su habitación. La acomodó en la cama y comenzó a buscar la manta térmica, esperando poder calentar a la pequeña criatura.
Eco estaba cada vez menos consciente, perdida entre el tiempo y espacio, y agobiada por el hambre. Su estómago gruñía horriblemente, deseando acurrucarse como una bolita en la cama.
Sam apareció pronto con un short puesto y en las manos un gran frasco con bichos vivos que golpeaban ligeramente contra el vidrio, haciendo un sonido suficiente para llamar la atención del camaleón.
—Fui a recolectar un poco de comida. Espero que sirva —murmuró nervioso Sam.
Emily sonrió ligeramente al ver a su querido lobo tan atento hacia la joven camaleónica. Mientras colocaba una toalla para amortiguar el calor que vendría con la manta térmica, la conectó al enchufe. Ambos suspiraron de alivio al notar que los ojitos de Eco se movían un poco más.
—Creo que estará bien para ella, cariño. Ahora solo debemos esperar a que entre en calor y luego podremos ver cómo sacia su hambriento estómago —expresó Emily, abrazando a Sam con cariño y tratando de no sobrepreocuparse.
—Eso espero. Está con mucho estrés. No es sano para su salud estar así —murmuró Sam, preocupado por la compleja conversación—. La hija del Sheriff me está sacando puntos de vida sin conocerla.
—¿Qué tiene que ver ella con nuestra pequeña Eco? —preguntó Emily con cariño fraternal.
Eco había conocido a Emily poco después de que Sam la ayudara a escapar de sus ataques de pánico. Sam las presentó, y de inmediato ambas se llevaron muy bien, estableciendo una amistad curiosa entre maternidad y hermandad.
—La Swan es muy curiosa. Y nuestra amiga camaleónica se siente atraída pero también preocupada por la necesidad de estar cerca de ella —explicó Sam, incómodo al no saber cómo explicarlo mejor.
—Más compañía no le falta, pero la amistad siempre es bienvenida. No entiendo por qué debe sentirse tan preocupada —comentó Emily, frunciendo el ceño.
—Las conexiones, Emily. Si la amistad nace con ella, Bella podría descubrir los secretos de los vampiros y exponerla a peligros, siendo humana —explicó Sam con una mueca, viendo cómo la camaleónica comenzaba a recuperar su color verde saludable.
—No la llevará a su hogar. Puede traerla aquí. Hay muchas opciones. No hay que acomplejarse tanto, cariño —dijo Emily, pensando en mil maneras de ayudar a su amiga de ojos verdes. Haría lo que fuera para mantenerla bien.
Sam sonrió complacido, comenzó a calmarse. Empezó a ver más posibilidades de resolver la situación que las que tenía hace una hora.
—Podríamos intentarlo. Aunque debemos cuidarnos de la Swan. Presiento que no solo será una persona que traerá nuevas experiencias, también siento inquietud. No me gusta, y entiendo la preocupación de Eco. No es normal que dudemos de una simple humana; es nuestro instinto lo que avisa lo que nuestros ojos aún no ven —expresó Sam, alejándose un poco de su impronta para acuclillarse cerca de la cama donde reposaba su amiga.
La camaleónica percibió su cercanía, abriendo mejor los ojos al recuperar su temperatura normal. Lo miró con cierto vértigo.
—Sam ya trajo comida. ¿Quieres bajar a comer o prefieres que te lo demos en la boca? —preguntó Emily, encorvada hacia ella con las manos en su regazo.
Con cierta dificultad, Eco se deslizó de las sábanas cálidas y se dirigió al frasco de vidrio. Su estómago gruñó hambriento.
Sam dejó salir un bicho del frasco, y con solo esa intención, la larga lengua viperina del camaleón lo atrapó velozmente entre sus fauces. Los pequeños detalles del insecto, probablemente un grillo, eran claramente visibles.
—Vaya, es ágil y veloz —murmuró Emily, asombrada.
Sam continuó soltando uno tras otro hasta que no quedó ninguno más. El color, la vida y el ánimo en el camaleón mejoraron visiblemente, mostrando que casi estaba totalmente recuperada.
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