Negras: alfil x d3
Marcó el número de teléfono de memoria y apenas lo hubo hecho, miró a derecha e izquierda, para asegurarse una vez más de que todo estaba tranquilo y la calle envuelta en la normalidad prematura de un sábado por la mañana. No tuvo que esperar mucho.
-¿Sí?- le contestó una voz femenina por el auricular.
-¿El señor Lee?
-Duerme- fue un comentario escueto. -¿Quién le llama?
-Choi- dijo él. -Choi Dongyul.
-¿Qué quieres?
-Ha habido un problema. Necesito hablar con él.
-¿Qué clase de problema?
-Oye, despiértalo, ¿de acuerdo? Puede ser importante y tiene que saberlo.
-¿Qué clase de problema?- repitió la voz femenina.
-Un chico en el hospital- bufó el camello. -Estoy en un teléfono prestado, apúrate .
-Comprate un celular. ¿Qué tiene que ver ese chico con Tae?
-Le vendí una luna. De las primeras.
Ahora sí. Ella pareció captar la intención.
-Espera- suspiró.
No tuvo que hacerlo mucho tiempo.
-¿Choi?- escuchó la voz de Lee Taeyang. -¿Qué clase de mierda es ésa?
-Ya ves. Estuve en el Pandora's, vendí como cincuenta, y nada más irme un chico se puso mal.
-¿Golpe de calor?
-Eso parece.
-¿Cómo lo sabes?
-Me lo han soplado. Yo también tengo amigos, ¿sabes?
-¿Está bien?
-¡Y yo qué sé! Debe estar en algún hospital.
-¡Eh, eh, tranquilo!
-¿Tranquilo? Esa clase de mierdas no me gustan. Si muere, habrá problemas; y aunque no muera puede que los haya igualmente. ¡Mierda, me dijiste que era material de primera!
-¡Y lo es!, ¿qué te crees?
-¡Nunca me había pasado nada así!
-Oye, Choi, entérate: yo no las fabrico, las importo. Y trabajo con gente que lo hace bien.
-Todo lo que tú quieras, pero yo tengo doscientas pastillas encima y ya veremos qué pasa esta noche.
-¡Yo tengo quince kilos, y hay que venderlas, no me vengas con idioteces!
-Mira, Lee, si ese chico muere, la policía va a remover cielo y tierra, y como den conmigo...
-¿Como den contigo, qué?- le atajó el aludido al otro lado del teléfono.
Choi percibió claramente su tono.
Llenó sus pulmones de aire.
-Nada -acabó diciendo. -Supongo que estoy un poco nervioso.
-Pues tómate un té de tilo y cálmate, ¿bien?
No había mucho más que decir.
-¡Bien!
El otro ni siquiera se despidió.
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