Blancas: caballo e5
Kim Namjoon aparcó el coche sobre la acera directamente, y bajó de él sin prisa. No cerró la puerta con llave. Sólo un idiota se lo robaría, a pesar de no llevar ningún distintivo que indicase que era un coche policial. Luego caminó la breve distancia que le separaba de la entrada de la pensión Bada.
No había nadie dentro, pero no tuvo que esperar demasiado. Un hombre calvo, bajito, con una camiseta sudada, apareció de detrás de una cortina hecha con clips unidos unos a otros. Su ánimo decreció al verlo y reconocerlo.
—Hola, Dakho— le saludó el policía.
—Hola, oficial, ¿qué le trae por aquí?
No había alegría ni efusividad en su voz, sólo respeto, y un vano intento de parecer tranquilo, distendido.
—Busco al Mosca.
—Moscas tenemos muchas...
—Dakho, no tengo todo el día.
—Perdone, oficial.
Por la cortina apareció alguien más, una mujer, entrada en años, pero aún carnosa y sugestiva. Iba muy ceñida, luciendo sus caducos encantos. Le sacaba toda la cabeza al calvo.
—¡Oficial!— cantó con apariencia feliz.
—Hola, Bada— la saludó él.
—Está buscando al Mosca— la informó Dakho.
—El bueno de Choi— suspiró la mujer. —¿En qué lío se ha metido ahora, oficial?
—Sólo quiero hablarle de un par de cosas, nada importante.
—Pues tendrá que buscar en otra parte— dijo Bada.
—Se marchó hace dos meses— concluyó Dakho.
—¿Adónde?
—¿Quién lo sabe?— fingió indiferencia ella. —Ésta es una pensión familiar, y barata. Cuando algunos ganan un poco de dinero, siempre intentan buscar algo que creen que es mejor.
—El mundo está lleno de desagradecidos— acotó el hombre.
—¿Ganó mucho dinero el Mosca?
—Yo no he dicho eso— se defendió Bada. —pero como se marchó de aquí...
—Hagan memoria o llamo a sanidad o a alguien parecido.
—¡Oficial!
—¡Que tampoco es eso!
No lo conmovieron, así que decidieron lo más práctico.
—Lo único que sabemos es que se veía con Yoon, ¿la conoce? Una del Laberinto.
—Sé quién es— asintió Kim Namjoon.
—Bueno, pues me alegro— manifestó la mujer.
El policía los miró en detalle. Formaban una extraña pareja. Y llevaban treinta años casados. Otros se divorciaban a la más mínima.
Luego se dio media vuelta.
—Si lo ven...
—Lo llamamos, oficial, descuide. No faltaría más.
No lo harían, pero eso era lo de menos.
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