08
﹏ Año 1845﹏
Unos fuertes gritos se escuchaban, haciendo eco en la enorme sala del subsuelo. La sangre brotaba y corría por la piel pálida de aquella mujer, dejando líneas irregulares como si hubieran sido mal pintadas. El dolor era insoportable, así como salía su sangre, también lo hacían sus lágrimas. Su rostro redondo se arrugaba con cada golpe que recibía, su garganta se desgarraba.
—¡Por favor, deténgase! —suplicó con la poca fuerza que le quedaba.
—Las pecadoras como tú deben ser castigadas. Has traicionado la confianza de Dios, te ha dominado el mal y has engendrado un ser impuro—la voz del hombre se oyó más fuerte, alzó nuevamente el látigo con el que estaba castigando a la joven y volvió a golpearla.
Los castigos dentro de la iglesia no eran desconocidos para nadie en los alrededores, mucho menos en un lugar como ese donde la mayoria se conocía y sabía todo de la vida del otro. Ese había sido un año duro para muchos debido a los constantes rumores de saqueos de cadáveres que se encontraban en el cementerio del pueblo. Aun no habían encontrado pruebas de quién podría ser aquel malhechor. La iglesia fue la primera en intervenir en ese momento, los vecinos acudieron a ellos cuando empezaron a escuchar tales actos delictivos. Decían que había un grupo de personas que practicaban sacrificios y hacían extraños rituales de los cuales desconocían su intención.
Bajo la estructura de la iglesia se había construído hacía muchos años atrás un subsuelo donde no había más que una enorme sala y pasillos que no llevaban a ningún lado. Más tarde, se usó el lugar como almacén para guardar alimentos y resguardar a los vecinos de las fuertes tormentas que azotaban los hogares y cosechas de algunos. Lo cierto era que no duró mucho más de tres años y luego se fue transformando en una sala de torturas. Quienes se atrevían a confesar sus pecados al superior, pedían ser castigados para poder sentirse libres de culpa.
Los métodos tan poco ortodoxos que fueron adaptando como forma de castigo hacia los pecadores, cada vez se volvían peor.
Después de haberle asestado varios golpes más en la espalda, la joven quedó arrodillada, abrazándose a sí misma y temblando por el dolor que su cuerpo tan frágil no pudo aguantar. Las marcas eran notorias, más aun por el contraste que hacían con su tono de piel. Ella volvió a llorar, susurrando cosas que el hombre que la había estado golpeando no pudo entender. Sentía como sus labios también temblaban, y eso le dificultaba poder hablar con claridad.
— ¿Dónde está tu disculpa? —le preguntó mientras se acercaba hacia ella, hasta el punto de agacharse para poder verla a los ojos y oirla con claridad— Hye Ji, sabes que las cosas son así.
—Pero, yo... —lo miró de reojo, con miedo de hablar y decir la verdad —Yo no hice nada, Padre. Esas cosas que le dijeron no son ciertas, nunca haría algo así.
El hombre se levantó, bastante decepcionado por oirla decir aquello. La dejaría ahí hasta que llegara quien debía de buscarla. Salió de la sala sin decir una palabra y caminó por las escaleras de piedra de forma lenta. Una vez en el piso de arriba, siguió por un largo pasillo hasta la sala de reunión y donde solía pasar la mayor parte del tiempo ya que estaba encargado de cuidar el lugar.
Cuando se sentó frente a su escritorio, enseguida tocaron la puerta. Permitió el paso de aqulla persona a su sala, aunque ésta podía entrar sin pedir permiso siquiera porque era quien le seguía en la escala de autoridad de esa iglesia.
—¿Me mandó llamar? —preguntó un tanto sorprendido.
—Sí, siéntate, Yoon So.
Se hizo silencio mientras el joven hombre tomaba asiento frente a la mesa de madera tan bien cuidada. Sus ojos se pasearon en un rápido movimiento hacia la pared que tenía tras su superior. Esos cuadros de pintura ya gastada, pero realizados con tan perfectas técnicas, reflejaban en ellos la vida de un artista que era devoto al cristianismo. Yoon So era joven y había estado desde pequeño involucrado con la religión, así como la gran mayoría en el pueblo, pero él lo hizo de una manera más profunda llegando así hasta el lugar donde se encontraba.
El hombre frente a él lo miraba fijamente, muy serio. Yoon So estaba preguntándose si había pasado algo o había hecho alguna cosa mal.
—¿Estás al tanto de lo que pasó? —preguntó su superior, apoyando los codos sobre el escritorio y juntando sus manos.
—Lo siento, no sé a qué se refiere.
—Es sobre tu hermana, ella fue acusada por la gente del pueblo de haber cometido un gran pecado.
—¿Hye Ji? —Yoon So elevó sus cejas sin poder creer lo que oía, negó con la cabeza varias veces dándole a entender al Padre que eso no era posible — Mi hermana no es capaz de dejarse llevar por las tentaciones, Padre... ¿Qué es lo que hizo según ellos?
—Estoy tan sorprendido como tú de esto. Creí que Hye Ji era una joven inocente, pero dejarse llevar por la lujuria y ser parte de esos grupos que van contra la iglesia... Yoon So, tu hermana ha sido duramente castigada. El Señor es misericordioso, pero estas cosas van más allá de un simple error.
Tras las palabras del Padre, Yoon So tragó grueso, sintiendo como su garganta ardía. Estaba muy furioso, no iba a negarlo, tampoco iba a ocultarlo. Era increíble oír que unos cuantos acusaran de algo así a Hye Ji sin mostrar pruebas y, lo peor de todo, ver cómo les creían. Sabía que el castigo al que se refería debía de haberla dejado dolorida porque conocía los métodos. No podía dialogar en ese momento con el Padre sin pensar en las lágrimas de su adorada hermana menor. Tomó aire y lo soltó con pesadez de entre sus labios para así luego levantarse.
—Quiero verla.
El hombre, quien no pasaba de los sesenta años de edad, cerró por un momentos los ojos pensando si debía dejar que se encontrara con ella. Seguramente debía seguir lamentándose por el dolor en su espalda, llorando y quien sabía si maldiciendo. Hye Ji era una buena chica en los ojos de todos, pero aquello la había dejado muy mal parada.
—Está bien—le contestó finalmente, llevándolo hacia el lugar. Y antes de que entrara a la sala, le advirtió en un susurro—.Tu deber es hablar con ella y hacerla confesar. Por mucho que te duela, ella debe hacerlo. Las mentiras no son buenas.
Yoon So no dijo nada, vio cómo lo dejó frente a la puerta y luego se marchó de nuevo por donde había venido. Cuando por fin entró, corrió hacia la joven que aun seguía arrodillada sobre el suelo. Vio la sangre machando su vestido, aquel que le había regalado en su cumpleaños número veinte. Le dolió tan fuerte el pecho que se le hizo difícil respirar por unos segundos.
—Hye Ji, ¿qué te hicieron?
—Hermano... —sollozó al verlo, lanzándose a sus brazos—Lo siento mucho. Perdóname. Fue todo mi culpa.
El mayor tuvo cuidado al encerrarla en sus brazos debido a las heridas. Su hombro pronto se llenó de lágrimas y sus manos se mancharon con esa sangre que aun corría. No entendía de dónde salieron esos rumores que terminaron por perjudicarla de esa manera, realmente no podía creerlo.
—¿Quién dijo esas cosas de tí? Dímelo.
—No lo sé, ellos dijeron que llevo el mal en mi vientre. Yoon So, tengo miedo. No quiero que me quiten a mi hijo.
Absorto por lo que oyó, el mayor inmediatamente la tomó del rostro y clavó su ojos en los de ella. Hye Ji estaba comprometida con un tipo de más edad, incluso más grande que él. Sus padres, antes de fallecer, consiguieron que Hye Ji encontrara alguien con quien pasar el resto de su vida, pero esto sólo fue un arreglo del que ella nunca se sintió feliz. Su hermano tampoco lo estaba, si bien respetaba las decisiones de sus padres, pronto empezó a escuchar los lamentos de la menor y todas las cosas que odiaba de ese hombre. Hye se encerraba en los brazos de su hermano a llorar y para pedirle ayuda, mas nunca le había dicho que estuviera esperando un hijo.
—Hye... ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada?
Ella tardó en contestar, y mucho. Volvió a apoyar su cabeza contra el hombro del mayor y no pudiendo retenerlo más, sus labios se pegaron a su oído para susurrarle.
—Porque no es de él. Es nuestro.
﹏†﹏
Quiero que sepan que estos personajes son muy importantes en la historia.
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