01
﹏Año 1855﹏
El coro de la iglesia generaba miedo a cierta persona en aquella misa del domingo. El único que estaba sentado en el último de los bancos, apretaba sus manos entre sus rodillas para generar la distracción en el dolor.
El sacerdote solía vigilarlo muy de cerca cada vez que lo veía entrar y sentarse en el mismo lugar. A Yoon Gi aquel hombre no le gustaba. Sus padres lo obligaban a ir con ellos, a repetir las palabras de la Santa Biblia e incluso lo habían anotado para que se uniera al coro. Él por supuesto que se negó, no le gustaba ese lugar y menos estar cerca del Sacerdote, el cual en realidad era hermano de su madre.
Cada vez que Yoon Gi lo miraba a los ojos, sentía miedo, como si fuera a hacerle algo. Apenas tenía nueve años en ese entonces y ya odiaba todo lo que tenía que ver con el ambiente.
Su madre lo regañaba porque según ella daba una mala imagen de la familia. Muchos de los que iban a la iglesia hablaban de Yoon Gi entre susurros, decían cosas como que era raro, que tenía algún problema psicológico y que no debían llevarlo allí. A éste no le importaba lo que decían de él, al contrario que sus padres. Pero si Yoon Gi se comportaba de ese modo era por algo.
Meses atrás, en uno de sus días en el coro, tuvo una mala experiencia que lodejó marcado, generándole pesadillas.
El sacerdote se encargó de presentarlo a los demás niños, éstos no parecían rechazarlo al principio, es más, hablaron con él y algunos lo ayudaron a integrarse aun más en el grupo. Yoon Gi hizo algunos amigos allí, pero éstos según pasaron los días comenzaron a tratarlo de manera muy diferente. Y quién sabía si era por la envidia de ser sobrino del sacerdote.
La voz de Yoon Gi no era de las mejores para integrar aquel coro de niños que parecían ángeles al cantar. Muchos empezaron a hablar entre ellos para tratar de echarlo. Lo empujaban fingiendo que era sin querer, le escondían su pequeña bolsa... Aquellos niños con caras de angelitos resultaban ser unos pequeños demonios encubiertos.
Yoon Gi no era un niño llorón, pero a veces se cansaba tanto que se escondía en una de las salas llena de trastos para que no lo molestaran. En esas ocasiones no podía llamar a nadie y, si le decía a su tío, la cosa empeoraría. Seria más odiado aún y tendría que vivir con ello por un largo tiempo.
Uno de esos días en los que se encontraba corriendo por los alrededores de la iglesia, dos de los otros niños, más grandes que él, estaban buscándolo por todas partes, metiéndose en las salas que no debían. Eran las cinco de la tarde y, como siempre, a esa hora tenían un pequeño tiempo libre. Éste era aprovechado por los bravucones del coro para atacar a Yoon Gi.
—Psss... Yoon Gi, sal de tu escondite—susurró uno de ellos, asomándose por la puerta que daba al patio.
El pequeño tuvo que esconderse tras un árbol viejo de grueso tronco y esperar a que no se les diera por intentar buscarlo allí. Sus manos ya estaban sudando y su cuerpo tenso. Aquellos niños nunca antes lo habían golpeado, pero en cualquier momento iban a hacerlo y Yoon Gi tenía la sensación de que ese momento había llegado.
Uno de ellos empezó a fisgar en el lugar. Pasó junto a la fuente que se encontraba en el centro y después se dirigió tras los arbusto. Pasó entre varios, apartando las hojas con sus manos, hasta que llegó tras el árbol donde el otro estaba oculto.
—Estabas aquí...— dijo sonriendo y dando pasos firmes.
Yoon Gi se resbaló y cayó sentado, pero rápidamente se levantó y trató de escabullirse para salir corriendo. Era una lástima que su cuerpo fuera tan delgado y apenas tuviera fuerzas, el otro niño era más grande y sus manos, al agarrarlo del brazo, parecían que iban a romperle los huesos.
—Déjenme en paz, yo no les hice nada—intentó librarse del agarre y le dio una patada en su pierna.
— ¿Por qué no vas y se lo dices a tu tío?
Los brazos de Yoon Gi fueron agarrados bruscamente y su cuerpo empujado hacia el tronco rugoso. Quien lo estaba acorralando, llamó al otro para que lo ayudara y así darles juntos una lección. Agarraron cada uno al pequeño Yoon Gi de un brazo y lo arrastraron hasta llevarlo a la fuente del centro. El más grande agarró los cabellos rubios con fuerza, tirando de ellos y metió la cabeza una y otra vez dentro del agua sin darse cuenta que estaban dejándolo sin aire. Lo dejaron dentro del agua por un rato y, cuando vieron que no se movía, tuvieron que soltarlo.
—¿Está muerto?—preguntó quien lo mantuvo sostenido del brazo, alejándose de la escena, aterrorizado.
Los dos jovencitos dieron pasos rápidos hacia atrás, observando el cuerpo inmóvil de Yoon Gi. Sus miradas llenas de miedo se dirigieron hacia la puerta para volver a ingresar al lugar cuando escucharon que alguien ya la había abierto. El tío de Yoon Gi miró a los niños de manera sospechosa, se acercó hasta ellos y éstos atemorizados salieron corriendo. Cuando el hombre vio lo que había pasado, corrió a sacar a su sobrino de allí.
—¡Yoon Gi!—lo tumbó en el suelo e hizo una maniobra para reanimarlo.
Tras varias presiones, el menor abrió los ojos de golpe, tosió con fuerza y escupió el agua. Sintió su corazón bombear con fuerza debido al susto. Su tío sintió un tremendo alivio al verlo consciente, tuvo que llamar a un médico para que lo revisaran y, en cuanto vio nuevamente a aquellos niños que casi mataban a su sobrino, habló con los padres de éstos y los sacó del grupo.
Yoon Gi después de lo sucedido no quiso volver nunca más a la iglesia, y a pesar de que sus padres supieron lo que ocurrió, lo obligaron a seguir yendo. El sacedorte, aunque había sido su salvador, no era alguien que a Yoon Gi le transmitiera seguridad. Él estaba seguro de que sabía lo que los otros niños querían hacerle, pero lo había ignorado. Además de eso, siempre que iba a su casa, invitado por su hermana, preguntaba por él y quería estar constantemente a su lado. Intentaba ser amable, le regalaba muchas cosas, las cuales Yoon Gi rechazaba porque tenía miedo. La mirada de ese hombre no era algo normal, había algo en sus ojos que era extraño, y él era el único que parecía darse cuenta de ello.
Uno de esos días en los que su tío iba a cenar, Yoon Gi no quería salir de su escondite. Tenía consigo un libro viejo que leía a escondidas de sus padres; a ellos no les gustaba que dedicara su atención en cosas que no les resultaba interesantes para su aprendizaje. Y lo cierto era que para el niño, esos libros eran una fuente llena de oro.
Con una vela a medio camino de consumirse, estaba terminando un capitulo. Fue sobresaltado por unos golpecitos en la puerta del pequeño armario de madera en el que se ocultaba. Inmediatamente escondió el libro entre unas ropas y chatarras que su madre guardaba allí y abrió la puerta con cuidado después de soplar la vela.
—¿Qué haces ahí, Min Yoon Gi?
Los ojos negros de ese hombre se cruzaron otra vez con los suyos. No le dijo nada, apretó sus puños y salió lentamente de allí. No le gustaba mucho hablar con él, sentía que cada vez que le respondía a algo le devolvería las palabras de la manera en la que le despertaba el miedo. Su voz era gruesa y, aveces, sonaba extraña.
—Jugaba...—dijo casi en un susurro debido a la mirada fija sobre él.
—¿Estabas jugando solo?—le sonrió de lado y acarició su cabeza—Los niños tienen tanta imaginación como para jugar con seres inexistentes... Me sorprende.
Yoon Gi apartó su mirada a un costado y miró por la ventana. El cielo estaba oscuro y parecía que llovería en cualquier momento. Su tío apartó su mano de él lentamente y, sin dejar de sonreírle, se agachó un poco para estar a su altura.
—¿No quieres ir a comer el postre? Traje algo delicioso.
Ambas manos fueron directamente a los hombros de Yoon Gi, éste sintió una leve presión en ellos, como si estuviese perdiendo la paciencia debido a su silencio. Movió entonces su cabeza afirmando y su cuerpo se impulsó a un lado rápidamente para escapar de él, pero la diferencia de tamaño y fuerza era muy grande entre ambos. Su tío no lo dejó marchar, se acercó a su oído y le dijo algo que Yoon Gi no entendió.
—Pronto serás uno más.
Dicho eso, se alejó de él, no sin antes darle un beso sobre su cabeza. Yoon Gi lo miró salir del cuarto, confundido por sus palabras. No bajó hasta el comedor, se quedó allí en la habitación pesando en qué era eso a lo cual se refería. Después de escuchar el grito de su madre llamándolo para que fuera a disfrutar de su postre, Yoon Gi agitó su cabeza con fuerza y movió sus piernas para salir de allí.
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