Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3: Días de gloria

Vaya que mi vida cambió desde aquel día.

Ya no me sentía tan débil y bastardo. Deje de refugiarme en la soledad y adopte una actitud más segura y confiada.

En medio de aquella multitud que anteriormente había pensado me odiaba, me sentía como uno más. La sonrisa que me acompañaba ya no era forzada, era verdadera, y denotaba mi nuevo yo, que deseaba demostrar su placer.

Era el nacimiento de varias emociones buenas y el renacimiento de un espíritu que anteriormente era vástago y acomplejado.

Lo que más cambio en mí fue lo que pensaba de Ana.

Ana ya no era solo un objeto de admiración para mí. Era un objetivo que alcanzar. Un amor que desde hacía mucho quería obtener pero que nisiquiera me había atrevido a conseguirlo.

Me sentía a su alcance; confiaba en que, por fin, aquel esplendoroso ente estaba a mi alcance.

La seguía viendo con atención desde mi banca y seguía examinando su misteriosa belleza y, por más que reflexione y reflexione, no pude llegar a comprender porque me atraía tanto. Sabía que me gustaba el cabello, pero, en sí, ¿por qué nos llegan a atraer tanto alguna cosa en específico de nuestro enamorado? ¿De donde surge la pasión? ¿Surge acaso del corazón o hay una parte razonable de eso en nuestro cerebro?

Yo me hacía muchas de estas preguntas mientras veía su pelo atontado. Me hacía demasiadas preguntas, pero realmente creo que sólo eran preguntas estúpidas que se me llegaban a ocurrir y a las que no les prestaba mucha atención.

No me importaba un carajo responder la pregunta de donde viene la pasión, sólo quería vivirla.

***

Un día, en tiempo de recreo, fuera del salón, me encontraba hablando con Alfredo.

Algo también objeto de resaltar era que me había hecho más amigo de él.

Antes, también era una especie de mejor amigo. De todos, era con él con el que más hablaba y me relacionaba.

Estábamos en una banca, comiendo.

Mirábamos a unos jugando fútbol. Él normalmente participaba en esos partidos, pero hoy no tenía muchas ganas.

Aprovechando esto, yo quería hablarle.

Quería platicar con él acerca de Ana. Desde hace mucho tiempo yo tenía unas ganas incontrolables de hablar con alguien sobre lo que sentía. Alfredo y yo estábamos teniendo un vínculo muy cercano, por lo que él fue el primero en el que pensé para platicar de esto.

Así, estaba pensando, nervioso, cuando contárselo.

Apenas me acabe mi comida, le hable:

—Alfredo, ¿podríamos platicar sobre algo?

Él asintió con la cabeza.

Me levanté y camine con rumbo a la parte trasero del salón de clases. Alfredo me siguió.

Allí, detrás del salón, tenía las manos en los bolsillos y empecé a formular la manera de contárselo.

—Es que tengo que contarte de algo —dije, con voz temerosa.

—Vale. No hay problema.

Baje la cabeza y miré por varios lados, sintiéndome temeroso.

Aunque esto lo tenía guardado desde hace mucho tiempo y en mí crecía un deseo incontrolable de confesarlo, cada momento que pasaba me avergonzaba más de pensar en decírselo a alguien.

Pero trague saliva y lo dije de golpe.

—Me gusta Ana —dije sorpresivamente.

Alfredo abrió los ojos de sorpresa y se quedó mudo un par de segundos.

Creí que sentiría aún más vergüenza después de decir eso. Pero no. Lo que sentí fue alivio. Nunca le había dicho esto a nadie, y lo tenía tan atorado y deseaba tanto confesarlo qué, aunque me avergonzaba de pensar en decírselo, al final la vergüenza se fue por completo y me sentí mejor.

—Vaya —fue lo que él dijo—, no lo esperaba. Aunque no te creas, no pienses que te molestare por habérmelo dicho.

Me sentí aún mucho mejor que antes. Ya no sólo era el alivio, sino la respuesta de aceptación de esa persona con la que me había "rajado". Aunque, honestamente, me habría válido si me molestaba o no.

—Si... —le respondí, con la cabeza viendo para abajo— Lástima que no pueda decírselo...

Volví a ponerme deprimido.

—Tú no te deprimas, amigo
—era lo que decía mientras me ponía el brazo alrededor del cuello—. Digo, ahorita no podrías decirle que te gusta así como si nada. Tienes que acercarte más a ella. Tienes que empezar a forjar lo que sería la versión primitiva de su relación. Hoy, amigos. Mañana, enamorados.

Tenía completo sentido lo que decía Alfredo. Era una idea estúpida el simplemente pensar que al declarar mi amor por ella, lo aceptaría y nos volveríamos novios por toda la eternidad.

Ya estaba empezando a relacionarme con ella desde el momento que me le acerque y le compré el jugo. Pero en el momento en el que Alfredo me dijo más o menos lo que debía hacer, fue cuando todo se aclaró más.

—Además —añadió—, tienes que ser generoso con ella. Tienes que ganarte su cariño, amigo.

Me sentía aún más como un niño en ese momento. Era como si Alfredo se hubiera convertido en una especie de gurú del amor. Pensaba en ese momento que él habría de tratarse de alguien experimentado en estos páramos. Creía que él habría de haber tenido muchos amores y mantenido cientos de relaciones sin que todo ese tiempo me hubiera dado cuenta. La verdad, no. Él simplemente me decía lo que pensaba yo debía hacer y cosas que le había dicho su tío. Esto me lo confesó otro día que tampoco recuerdo muy bien, pero que más o menos ocurrió en una pijamada.

—Ora —me volvió a decir—, que puedes ahorrar dinero y regalarle algo. Un peluche, quizás. Puedes regalarlo en secreto y después decirle que tú fuiste.

Eso sonaba a una muy buena idea que ni de broma habría pensado.

Al final salimos de allí. Él tal vez se sintiera como todos los días; pero yo, me sentía lleno de conocimientos y más liberado.

Y desde ese momento, me dediqué a ahorrar.

Mis domingos, los guardaba en una alcancía con forma de gato que le había heredado mi abuela a mi mamá, pero que, al no quererla realmente, me la regaló un día. La guardaba debajo de la cama y día tras día la llenaba.

De niño, era de mi deleite ver cómo cada día que pasaba, la alcancía se llenaba cada vez más. Sentir en mis manos el peso de las monedas era reconfortante. Para un niño como yo, esas monedas eran preciadas y eran una muestra de avance; avance hacía una meta.

Me obsesionaba cada vez más con el deseo de comprar el peluche. Ya casi lo sentía. Era tanta la obsesión que tenía, que tenía sueños con él. Y estaba tan ligado a estos sueños, que cuando despertaba, mi júbilo se convertía en tristeza al ver que el peluche que ya tenía en las manos realmente nunca existió.

También sentía más ganas de agarrar un martillo y matar al puerco que tenía mi dinero. En esos momentos no podía calcular cuánto dinero podría tener. Era un niño idiota, y creía que las cantidades debían ser de hasta cuatro dígitos.

Yo ya hasta tenía pensado cual iba a ser el peluche. Iba a ser un oso con traje de doctor que estaba en una tienda de peluches ubicada en un lugar que ya ni recuerdo.

Un día, rompí la alcancía, con el cerdito ya demasiado pesado. Lo tiré al piso con violencia.

Agarre las monedas. Utilice una calculadora. Vi que sumado eran en total tan sólo cuarenta pesos.

Las guarde en una bolsa de plástico y las puse debajo de mi cama.

En ese momento, llegó a mí una revelación, o más bien, recordé algo que había ignorado todo este tiempo: ¿Como iba yo a llegar lugar donde vendían al peluche?

Ese sitio, por lo que recuerdo, estaba lejos. Aparte, mi madre no me dejaría ir a comprarlo sin una muy buena justificación. Me daba vergüenza decirle que quería dárselo a Ana.

Cuando se lo confesé a Alfredo, era porque estaba muy desesperado por contárselo a alguien y no me daba tanta pena. A diferencia de mi mamá, con quién verdaderamente me sentía miedoso de decírselo.

Aparte, nisiquiera creo que esa hubiera sido suficiente excusa.

Entre toda esa maraña de pensamientos, llegó mi hermano.

Llegó a mi cuarto y comenzó a jugar con su SNES que le había regalado un tío.

—¿Puedo conectar la consola? —me preguntó—. Si quieres, también puedes jugar.

—Claro —dije, con un tono desanimado, pues seguía pensando en lo mío.

Él conecto la consola a mi tele. Él tenía su propio cuarto, para él solo, aunque lamentablemente no tenía televisión allí y por eso venía a jugar a mi cuarto. Realmente eso no me molestaba, pues siempre podía jugar junto a él.

Entonces él se sentó en la cama y se puso a jugar en la consola. Honestamente, ni me acuerdo cuál jugamos.

Jugamos por largo rato.

Entonces, me vinieron las ganas de confesarle. Quería otra vez la atención de alguien en estos momentos tan íntimos e importantes.

En un momento, le confesé.

Otra vez, no hubo realmente vergüenza, y hasta le pregunté:

—¿Como crees que le pueda comprar el peluche?

Aunque no sentía vergüenza, si parecía cuando hice esa pregunta.

Me sorprende lo "rajado" que me volví. Ya definitivamente había perdido el temor y mi cerebro se volvió idiota y romántico.

Después de esa pregunta, me agarró el hombro fuertemente y simplemente dijo «Mañana lo compro»

***

Le regale el peluche a Ana.

Allá por el fin de semana, le inventamos a mi papá yo y mi hermano que íbamos a ir a comprar de comer. Si trajimos de comer, pero nos tardamos de más yendo a la casa de Ana, y mi mamá ni nos recriminó.

Yo cargaba la caja con el peluche de osito, nervioso

—Tú sigue —me dijo mi hermano—, yo te espero por aquí.

Él camino apresuradamente y yo quedé ahí, solo, en camino a la casa de mi amor. Me temblaban las piernitas y las ganas de largarme de ahí no me faltaron, pero pudo más el amor idiota y ciego y sin querer, empecé a caminar.

Yo sólo veía como se movían mis pies como por algún mecanismo automático. Después, ese paso lento y robótico se convirtió en un andar apresurado y temeroso.

Corría y corría. Entonces sentí placer. La excitación se apoderaba de mí; la satisfacción de por fin estar ahí y entregarle algo al ser que tanto amaba y adoraba. Saliva caía de mi boca al piso. Lágrimas de alegría me salían y recorrían mis mejillas rojas.

Y sin quererlo, deje tirado la caja por ahí.

Pronto escape de ahí, con las piernas frágiles.

Me sentía en gloria.

***

Después de el mencionado suceso, me la pasé en ensoñaciones.

Una plaga de amoríos me invadieron, como al quijote cuando lo golpearon y derrotaron y un vecino lo llevaba a su casa; en mi caso, la gloria me había golpeado y el calor me habían derrotado la conciencia y el sentido, hasta hacerme alucinar como Don quijote con

Varios escenarios de amor entre Ana y yo pasaban ante mí. No era capaz de reaccionar ante el mundo exterior. Por fin me había derrotado la pasión, la pasión misteriosa y excitante.

Pero después esa pasión se transformó en nerviosismo.

Los pensamientos de romance que en mi dominaban desaparecieron y la realidad de la que tanto escapaba y me refugiaba volvió.

Entonces una idea se aferró a mi cerebro y se grabó como siendo grabada por un fierro caliente: "¿Y si nunca llegaba a corresponderme ese amor?."

Ese tipo de ideas me preocupaban. Más que nada, porque yo no estaba preparado para tales acontecimientos. Nunca ese tipo de cosas me habían rondado la cabeza. La realidad volvió a serme cruel.

Por un momento, también pensé en la inferioridad. "¿Acaso era digno para ella?". Otra vez esas cosas volvían y me molestaban.

Me sentía débil, no de emoción, sino por el hecho de que ahora una duda y un sentimiento de vacío surgían de mí.

***

Tiempo después de aquel suceso, ya pasado el fin de semana, volví a la escuela.

Recuerdo que en un momento hablo acerca de ello en clase Ana.

A esa hora, el maestro se había ido, y todos aprovecharon para tomar el tiempo para la ociosidad; por ello platicaba con sus amigas Ana. Al principio no le tomaba demasiada atención, pues yo mismo platicaba con Emanuel que estaba a mi lado, pero cuando escuché "peluche" salir de la boca de Ana, me interese más por lo que decía.

«Encontré el peluche hace como tres días —le decía a sus amigas—, estaba en la puerta.»

«Guau» respondió una de ellas.

Recuerdo haberme puesto nervioso al escuchar eso. Sentí emoción y tenía problemas para quedarme del todo quieto. Tenía miedo de que eso me delatara, así que procuraba ponerme lo más centrado en trabajar, pero ni eso evitaría que alguien se fijara en mis mejillas sonrojadas.

—¿Que ya no quieres platicar? —me pregunto Emanuel al ya no estar con él.

—N-na —le respondí—, mejor ponte a trabajar. Luego viene el maestro y nos reprocha el viejo.

Esto era algo nuevo. Era el sentimiento de gloria lo que me predominaba.

Sin embargo, todo eso tuvo que caer.

Los días de gloria tampoco son eternos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro