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Cómo NO ir de excursión

(Por: Christopher)

Es un milagro que Giselle haya aceptado pasar la fiesta al siguiente fin de semana porque se necesita demasiada planeación. El fin de semana con mi padre consumió todas mis energías. Incluso cuando me muero de hambre, ni siquiera soy capaz de alzar bien la cuchara para comer.

—¿Estás bien? —Pregunta Regina.

Cuando alzo la vista veo que ella y Giselle tienen la misma mirada de preocupación.

—Solo está cansado —interviene Adrian, acercándome mi vaso—. Toma esto, te dará energías.

—¿Los estoy agobiando mucho con la planeación?

Giselle parece estar a punto de llorar, así que me tomo la soda y me apresuro a corregirla:

—No es la fiesta, es por el evento con mi papá este fin de semana, por el que te pedí que cambiaras la fiesta. Estuvimos doce horas seguidas en el hospital.

Empiezo a contar las historias con las que nos topamos el sábado mientras reúno las energías para comer. Sin darme cuenta, me acabo todo en menos de diez minutos. En cuanto la bandeja está vacía, Adrian me la quita y me entrega la suya con una mirada autoritaria.

La imagen de un Adrian ocho años más joven, alcanzándome un sándwich y una botella de agua se me atraviesa en medio de ese gesto.

***

—No se alejen del sendero, vamos a caminar durante una hora hasta la laguna. Tengan mucho cuidado, porque si se salen del camino se los va a comer el lobo feroz.

Algunas niñas chillan atemorizadas mientras los demás nos reímos. ¿De verdad siguen creyendo en esas historias?

Avanzamos con pocos tropiezos cerca de media hora, bajo un sol que me hace desear volver a casa con un litro de helado. Todos estamos sudando y con los abrigos enrollados sobre las mochilas.

La idea del helado hace que recuerde los caramelos que empaqué y me paso los siguientes minutos devorándolos, uno tras otro. El sol los hace pegajosos y tengo que parar varias veces a alejar a los bichos que seguramente están atraídos por el azúcar.

Sin embargo, cada vez se vuelve más difícil y después de cinco minutos, estoy cubierto de picaduras. Me detengo para volver a colocarme el abrigo (es mejor morir de calor que de picaduras) y decido descansar un rato. Los caramelos me han dado muchísima sed, y la única cosa que he olvidado empacar es la más necesaria ahora mismo: una Coca Cola.

Las voces se alejan pero no me preocupo mucho, mientras no me salga del sendero, terminaré alcanzándolos en la laguna.

El sudor está consiguiendo que estar en este maldito abrigo resulte una tortura, ¿qué clase de viaje escolar es este?

La próxima vez haré que mis padres que firmen una excusa. Como apenas leen los papeles que les alcanzo, seguramente no se darán cuenta. O podría intentar falsificar sus firmas, cada vez me va mejor en eso. Mamá incluso me felicitó por mi "proactividad" y mis instintos naturales para "evitar la burocracia", lo que sea que eso signifique.

Un ruido repentino me hace saltar en mi lugar, algo como una rama rota o una piedra pateada contra un árbol. Aunque la idea del lobo feroz me causa risa, eso no significa que pueda haber algo peor. Después de todo, hay animales salvajes en los bosque.

Estoy a punto de salir corriendo cuando la imagen de otro niño dobla la curva del camino.

Parece aliviado en cuanto me ve y empieza a correr para alcanzarme. Lo conozco, se llama Adrian Ponce.

—¿Dónde están los demás? —Pregunta al instante, mirando detrás de mí como si yo pudiera estar ocultándolos.

—Un poco más adelante, me quedé un rato a descansar.

Adrian se sienta en la roca de al lado mientras su respiración se normaliza. Estoy a punto de preguntarle por qué se quedó atrás cuando veo el ramo de flores que sobresale de un extremo de su mochila.

—¿Flores? —Le digo en tono burlón.

Empiezo a reírme y hacer sonidos de besos, pero Adrian alza la cabeza con orgullo y dice:

—Las junté para mi mamá.

Eso me corta la risa, sobre todo porque lo dice en serio.

Cuando alzo la mano para secarme el sudor, Adrian pregunta:

—¿Por qué no te sacas el abrigo?

—Los mosquitos me están matando.

Como para probar mi punto, tengo que apartar a uno que me ronda la cabeza.

—¿Quieres repelente?

Antes de que pueda responder, Adrian rebusca en su mochila y me alcanza una botella.

—¿Habías venido antes de excursión? —Empiezo a aplicar el spray en mis brazos y aunque no noto ningún cambio, me parece que de repente hay menos insectos.

—No, pero mi papá me explicó todo, ¿qué te dijeron a ti?

Me encojo de hombros.

—Mis papás me dejaron empacar lo que yo quisiera. ¡Tengo mi robot favorito!

Adrian me mira con envidia un rato mientras hago que el robot camine por el sendero.

—Es genial, quería uno así por navidad pero me regalaron un carro a control remoto.

Por su tono de voz, intuyo que hablar de mi montaña de regalos esta última navidad no será buena idea. Aunque cambiaría un par de regalos por tener a mi papá explicándome sobre el repelente, apenas lo veo desde que empezaron "las negociaciones".

—Deberíamos seguir —digo alzando al robot, a punto de estrellarse contra un árbol—. Antes de que la profesora se dé cuenta.

Adrian se pone de pie y juntos, avanzamos durante varios minutos por el sendero.

—¿Creerá que nos llevó el lobo feroz? —Pregunta alegremente.

Nos lleva al menos veinte minutos alcanzar a los otros pero finalmente todos tenemos una vista de la laguna.

Soy el primero en lanzarme al agua, rogando que me ayude a luchar contra el agobiante calor.

Sin embargo, unos minutos después, estoy completamente agotado.

Me muero de hambre y a pesar de que me acabo el paquete de galletas que traje, sigo necesitando comida.

Estoy a punto de ir donde la profesora, cuando Adrian aparece. Todavía no se ha metido al agua, preocupado por dejar las flores bajo un árbol para que tengan sombra y el sol no las marchite.

Justo cuando llega a mi lado, mi estómago da un gigantesco gruñido. Es eso o deberíamos renombrar al lago como Ness.

Adrian me sonríe y sin decir una sola palabra, me alcanza un sándwich y una botella de agua. A cambio, le extiendo un puñado de dulces.

***

—¿Así que solo googleaste "cómo preparar jelly shots"? ¿Y funciona?

Giselle parece impresionada y trato de no reírme de su expresión. Es muy difícil ya que Regina tiene exactamente la misma cara y juraría que el único alcohol que ha consumido antes es el de la sangre de Cristo.

—Por supuesto que funciona —respondo poniéndome una mano en el pecho y fingiendo indignación.

—Lo que no está diciendo es para qué funciona —dice Marissa burlonamente—. Podría funcionar para envenenarnos.

—Contigo no me importaría —consigo replicarle.

Marissa me saca la lengua y Giselle alza las manos con autoridad.

—Sin peleas —advierte mirándonos alternativamente.

—Sí, mamá —decimos al unísono.

Hemos empezado a llamarla así desde la semana pasada, y ella parece tomárselo deportivamente.

—Tenemos listo el trago, la decoración, el vestuario...¿los invitados?

—Fácilmente podemos conseguir que esta sea la fiesta del año —le asegura Adrian.

Sí, apostaría por ello. La gente apenas puede contenerse. Todos están hablando de la extraña fiesta de Giselle, y tercer año realmente hizo un sorteo clandestino para cambiar quiénes serían. Es como si estuviéramos organizando una fiesta de Halloween, pero en lugar de disfraces, puedes ser alguien que conoces. Y, en el fondo, con un par de tragos encima, puedes ser quien tú quieras.

—Has creado una psicosis colectiva —dice Marissa—. Todo el mundo está ansioso por poder ser otra persona en la fiesta. ¿Alguien escuchó de ese sorteo que hicieron los de tercer año?

Todos empiezan a comentar los mejores cambios y qué creen que pasará en la fiesta, hasta que Marissa dice la frase que me saca de cuadro:

—Ahora que los padres de Regina le dieron permiso, incluso Darla que se supone que es tú, puede venir. ¡Es genial!

Pero por supuesto, yo ya acepté que tengo que buscar alguien mejor. Sí, definitivamente ese dato no me importa. Nop. A mí no me afecta ni un poquito. Para nada. En absoluto. No. Me. Importa. 


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