Bleu Majorelle
(Por: Chloe)
Mi madre baja las escaleras, quejándose de que el teléfono del segundo piso está malogrado y no tiene recepción.
Sí, claro.
Le doy un asentimiento, murmurando algo sobre que hablaré con Fernando para que lo arreglen (algo que jamás haré porque Fernando y yo sabemos de qué va todo el asunto).
Mamá se tira en su chaise lounge favorito y empieza su rutina de comprobar el teléfono del primer piso.
—Sí está cargado —murmura cuando paso hacia la cocina por mi desayuno. Bertha lo tiene todo listo para mí, justo como indica el nutricionista. Doy las gracias educadamente y al terminar, me llevo el jugo de naranja para tomarlo mientras elijo mi ropa para ese día. Mamá ya ha pasado al nivel de hacer pequeñas llamadas al teléfono para asegurarse de que haya señal.
Escojo una falda plisada que papá ha enviado desde Venecia el día anterior y una de mis blusas perladas favoritas, tratando de que mi ánimo mejore. Ayuda un poco.
Cuando bajo, mamá sigue sin despegar la vista del teléfono. Me aclaro la garganta para conseguir mis treinta segundos de atención diaria.
—¿Mamá?
Ella alza la mirada y recorre mi atuendo con ojos inquisitivos.
—Maravilloso —susurra—. La falda que envió tu padre es preciosa.
Eso le recuerda que no está mirando el teléfono y la pierdo.
—Que tengas un gran día —susurro, depositando un beso en lo alto de su cabeza. Ella asiente levemente mientras yo acaricio su cabello.
Sin embargo, cuando estoy dando la vuelta, sucede un milagro:
—No tienes las uñas pintadas —murmura—. ¿Quieres que te lleve a la escuela y te las pintas en el camino?
¡Santos unicornios! Gracias a los dioses por dejar que ayer me olvidara de eso.
¡¡Gracias, gracias, mil veces gracias!!
—Claro, mami.
Subo a mi cuarto por el neceser y mamá encabeza la marcha al estacionamiento. Cuando escoge el Bugatti, casi se me escapa otro suspiro. Amo ese auto como pocas cosas en el mundo.
Lía, mi hermana mayor, había estudiando en la misma escuela hace tres años y dejó bastante clara la cantidad de dinero que tenía la familia Jensen, ¿por qué yo tenía que volver a hacerlo? En mi deseo de no alardear en la escuela, había pedido el Audi más barato que papá pudiera conseguir. Él no pudo resistirlo y me compró el deportivo más extravagante del mercado. Se arrepintió: tuvo que devolverlo y cambiarlo por un decente Audi A4. Destiné la diferencia de dinero a la fundación benéfica de su empresa.
Sin embargo, el auto de mamá es demasiado hermoso como para dejar pasar la oportunidad.
—No olvides la base —me aconseja ella asegurándose veinte veces de que tiene su celular con ella y de que está completamente cargado—. Si no te aplicas una buena capa, tus uñas se pondrán amarillas.
—Solo lo mejor —digo mostrándole las tres botellas de Yves Saint Laurent : base, color y brillo.
Mamá sale del estacionamiento con tanta elegancia que me recuerda por qué de pequeña era mi superheroína. Conduce un deportivo, en una ciudad pequeña, apenas mirando por dónde va y nadie sería capaz de hacerlo mejor.
—Bleu Majorelle —pronuncia ella en un hermoso acento francés cuando termino—. Uno de mis favoritos. Cuando fui de vacaciones donde tus abuelos hace tres años, Margaret lo tomó de mi tocador sin permiso. Ella no tiene una gran colección porque prefiere ir a los salones de belleza, pero no tuvo tiempo y necesitaba algo azul. Tu abuela le quitó su auto durante una semana por haberse atrevido a...
La historia de mamá sobre la tía Maggie queda interrumpida por la música de Brahms y grita tan fuerte que casi nos estrellamos contra el buzón de una casa. Estaciona como puede y contesta.
—¿Amor? Sí, solo estaba dando una vuelta.
Oh no.
Mi frente duele como si acabaran de pegarme con un mazo. La examino en el espejo pero no parece grave, tal vez ni siquiera califica para ser una contusión.
Mamá sigue hablando animadamente a mi lado, contándole a mi padre sobre las cosas que hizo el día anterior. Intento llamar su atención con pequeños movimientos pero es inútil. Cuando habla con papá, el mundo desaparece para ella.
—Adiós, mamá —murmuro bajándome del auto. La desventaja de esto es que voy a tener que caminar al menos unas cinco cuadras en tacones altos. Gracias por eso, papá.
Sin embargo, decido no ser la niña engreída que todos piensan que soy y camino como si me encontrara en las pasarelas londinenses donde actualmente Lía es una sensación.
En cuanto pongo un pie en el colegio, ya tengo a un chico intentando hablarme.
—Hola Chloe, ¿cómo estás hoy? Te ves hermosa.
No suelo interesarme por los tontos que siempre están deseosos de captar mi atención y muchas veces quiero ser grosera y alejarlos, pero si buscas una rubia engreída, estás hablando con la hermana Jensen incorrecta.
—Hola Renzo —saludo en mi voz más amable, ignorando el cumplido—. Todo está genial.
Excepto por la parte en que mi madre casi acaba de matarnos porque mi padre por fin se dignó a llamar por teléfono.
—¿Cómo va el campeonato? —Añado.
Atravesar los pasillos de la escuela es fácil: soy Chloe Jensen y todo el mundo quiere ser yo, así que me abren paso cuando avanzo.
Mientras él habla, paso mis dedos a través de mi cabello y empiezo a peinar las puntas. Amo su suavidad y la forma en la que es capaz de tranquilizarme. Mi cabello es una cascada de oro y no, no quiero escuchar un chiste sobre rubias.
Cuando llego a mi casillero, Renzo recuerda que ha quedado en encontrarse con los chicos del equipo y se despide.
Lindsay, Giselle y Karla me alcanzan unos segundos después. Son mis tres mejores amigas en la escuela, lo cual no es decir mucho, porque no las soporto por más de dos horas. Bueno, tal vez a Giselle por más tiempo.
—¡Me encanta tu falda! —Chilla Lindsay—. ¿De quién es?
Hola Chloe, ¿cómo estás? Bien, gracias, ¿y tú?
—No llegué a mirar la etiqueta, te contaré cuando llegue a casa.
Pocas veces miro la marca de algo. Mamá es dueña de una de las casas de diseño más exclusivas del mundo, pero me ha enseñado que mi percepción de belleza siempre debe estar por encima de la etiqueta.
"Gran parte del talento en el mundo del diseño se pierde porque esas personas no tienen un nombre conocido. Si algo te gusta, cómpralo y recuerda que hubo una época en la que América no sabía quién era Coco Channel", suele decir.
De hecho, mamá todavía contrata gente que recorre el mundo en busca de nuevos talentos. Como la mentora de sus descubrimientos, también logra ser la principal accionista antes de que se vuelvan famosos. Cuarenta y dos compañías de moda (y ningún fracaso) después, la fortuna de mi madre podría superar la de papá si ella se dedicara a contabilizarla.
Algún día, yo iba a ser una de esas personas, descubriendo talentos por el mundo, pero por ahora estoy atrapada con Karla contando algo sobre un chico con el que se enrolló el fin de semana en una fiesta universitaria.
—Cuando vayamos a la universidad el próximo año, será un sueño. Sus amigos eran perfectos para nosotras, incluso había un modelo, Chloe.
Debo haber dicho unas quinientas veces que, a diferencia de mi hermana, no me interesa el mundo del modelaje, pero la memoria a largo plazo de Karla es un desastre.
Bruno Montt y su séquito aparecen en la mitad del camino. El primero toma la mando de Lindsay y empieza a hablar de un show que ha descubierto la noche anterior.
Sergio "convence" a Karla de verla juntos en su casa esa misma tarde (sí, claro) y Jonathan intenta convencer a Giselle, pero antes de que termine su frase, la tomo de la muñeca.
—¿Me acompañas al baño? —es la primera cosa que se me ocurre—. Los alcanzamos en el salón.
Todos asienten mientras nosotras desaparecemos, y agradezco que Jonathan sea lo suficientemente idiota para no darse cuenta. Aunque ojalá tuviera un par de neuronas extras que le enseñaran que no debería acosar a Giselle cuando ella no está interesada en "ver una serie".
—Gracias —susurra Giselle.
—No entiendo cómo lo soportas —digo con sinceridad cuando estamos dentro.
—Son buenas personas —insiste ella jugando con mi cabello—. Solo debes tenerles paciencia.
Quiero a comentar que la paciencia no es lo mío pero la sirena nos hace reaccionar y salir corriendo hacia el salón. Afortunadamente, el profesor parece estar teniendo un buen día.
"Empatía" escribe en la pizarra. Estoy totalmente de acuerdo en que es algo que le falta al mundo.
—Voy a saltarme todas las lecciones diseñadas para explicarles la definición de empatía y sus diversas variantes. En cambio, tendremos un pequeño experimento que ya ha sido aprobado por el director, sus demás profesores, y la junta escolar. Empecemos. La bolsa azul es para los chicos y la roja para las chicas. Saquen un nombre.
Por alguna extraña razón, el profesor se salta los sitios al azar. Soy la última en sacar un tag y casi se me escapa un grito, pero he pasado mi vida manteniendo mis emociones bajo control, de modo que lo contengo.
Giselle nota mi incomodidad y se inclina para ver quién me ha tocado. Yo solo pienso en lo mucho que odio a Lydia Haro.
Ella había sido una chica rarita por algunos años (de hecho, apenas había tomado nota de su existencia en ese tiempo) hasta que el año pasado consiguió un novio....y este la dejó. Desde entonces, Lydia protagonizó los espectáculos más vergonzosos de la escuela, llorando y rogándole a su ex, o peleando con su nueva novia, sin dejarse ni una pizca de dignidad. Eso le había granjeado el popular apodo de Myrtle, La Llorona. ¡¿Cómo alguien es capaz de tener tan poco amor propio?!
No soy la mejor para hablar de eso, cuando mamá se pasa los días frente al teléfono esperando que papá la llame, pero eso no significa que me guste. Hacer un trabajo con Lydia va a ser una pesadilla.
—El nombre que han sacado en el sorteo, es el nombre del compañero que les ha tocado en este proyecto. También lo tengo anotado aquí, así que ya no pueden hacer cambios. ¿Han escuchado que antes de criticar a alguien deben caminar una milla en sus zapatos? El proyecto de este mes se llama: Tropieza una milla en mis zapatos. No, no es un trabajo en parejas. Por primera vez, van a conocer a alguien como si estuvieran en sus zapatos. Por un trimestre entero, todos ustedes van a comportarse como ese compañero. Van a vestir, a hablar, actuar y pensar como ellos. Tienen que ser ese compañero.
Estoy tan estupefacta ante la noticia que ni siquiera consigo articular una palabra, a diferencia del resto del salón.
Sigo sin poder hablar mientras el profesor nos cuenta que el proyecto ha sido pensado al detalle, y que nos entregará unos permisos con todas las reglas para que nuestros padres los firmen.
Usualmente, cuando un maestro suena tan emocionado por algo, me solidarizo con ellos y finjo un poquito de emoción, pero esta vez no puedo disimular mi cara de funeral.
Que mis notas y el proyecto se vayan al infierno. Jamás podré ser Lydia Haro. JAMÁS.
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Ok, hasta aquí la primera entrega para que conozcan a los tres chicos que van a narrar esta historia. Espero que les haya gustado la idea y comenten algo :)
Besos y calma!
Vale
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