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Capítulo 5: Encuentros indeseables.


 ¿Qué les puedo decir de mi cabaña? Pues que era bastante... acogedora.

Una vez que crucé el umbral, miré a mi alrededor y vi que había una chimenea pequeña, con un marco de madera oscura. A su lado, había un pequeño montículo de troncos cortados que le daban un toque rústico, listos para alimentar el fuego .

Los pocos muebles que habían, estaban cubiertos por sábanas blancas para protegerlos del polvo. La decoración era rústica, algo de mal gusto, pero aún así no resultaba desagradable a la vista; a excepción de la cabeza de ciervo que se alzaba sobre la chimenea, con sus astas expuestas, y el pez enmarcado que colgaba sobre el sofá, como un trofeo de pesca.

No me malinterpreten, amo que mi casero sea Rodrigo Yale. Pero el lugar dejaba mucho que desear en comparación con la mansión.

Seguí explorando y me dirigí a la cocina que, a pesar de su pequeño tamaño, cumplía con su función de manera eficiente; aunque, gracias al Creador, que Rodrigo me invitó a comer con él todos los días. Los electrodomésticos, aunque mostraban signos de haber sido usados en varias ocasiones, no parecían estar en un estado lamentable. En una esquina, había una pequeña mesa de madera rústica, rodeada por sillas que parecían haber sido talladas a mano, probablemente hechas por algún carpintero local.

Unos utensilios de cocina colgaban de un riel de metal, añadiendo un toque funcional aunque antiguo. Y a través de la ventana que estaba justo detrás del fregadero, podía ver la cabaña del vecino; totalmente en silencio y apagada.

Me quedé un instante mirando la cabaña, tratando de captar aunque sea un mínimo movimiento en ella, pero no había nada, solo silencio y oscuridad. Varias preguntas abordaron mi cabeza en ese instante mientras veía aquel lugar desierto: ¿Quién era mi vecino? ¿Por qué dice Rod que es difícil? ¿Dónde está a estas horas de la noche?

Ya habrá tiempo para descubrirlo.

Casi eran las diez de la noche, y aunque la preocupación me invadía un poco al no saber qué clase de vecino tenía, ni qué era Tomás, decidí no darle importancia por el momento, porque ahora, lo único que quería era: darme un largo y reconfortante baño y acostarme a dormir.

Seguí hasta la habitación y ¡vaya que me sorprendió! Es como si Rod hubiese comenzado por el dormitorio para decorar la cabaña.

Las paredes estaban revestidas de madera clara, con vigas expuestas que añadían un toque de autenticidad. Una ventana amplia, enmarcada por cortinas de lino blanco, permitía que la luz de la luna inundara el espacio y ofrecía vistas hacia la mansión.

El mobiliario era sencillo pero acogedor. Una cama de madera oscura, con un cabecero tallado a mano, vestida con una colcha en tonos suaves de azul, verde y crema, que se complementaban con cojines de diferentes texturas. A cada lado de la cama, había unas mesitas de noche de madera con lámparas de aceite.

Qué anticuado...

El suelo era de tablones de madera pulidos, cubierto parcialmente por una alfombra tejida. Un cómodo sillón de mimbre, acompañado de una mantita de lana, creaba un rincón perfecto para beber mi café mañanero. Y lo mejor de todo: tenía el baño cerca.

Sin pensarlo, coloqué mi maleta encima de la cama, saqué mi ropa de dormir junto con mis productos para el baño. Luego, abrí la puerta, para encontrarme con un lugar bastante bien; viniendo de lo visto anteriormente.

Sin pensarlo, me despojé de mi ropa y me dispuse a sumergirme en ese instante de calma que tanto ansiaba.

—Por fin —pensé, mientras acomodaba mis productos en el pequeño estante que había cerca de la ducha.

Sin embargo, ese momento de calma se vio congelado cuando al abrir el grifo de la ducha:

—¡¿Qué es esto?! —grité, mientras el agua helada me sorprendía como si estuviera siendo atacada por una horda de pingüinos.

Por un instante, me quedé paralizada, con la mano aún en la perilla del grifo. Con el corazón acelerado y la determinación que tenía que tener en la sala de emergencias, decidí que la única opción era bañarme así, pidiéndole al Creador que no agarrara un resfriado.

Me metí bajo el chorro helado, bañándome más rápido que un gato al que se le ha lanzado un cubo de agua. Con cada movimiento lanzaba maldiciones al aire, mientras intentaba enjabonarme sin dejar de temblar y haciendo malabares con mis productos de baño.

—Odio el campo —murmuré entre dientes, extrañando mi vida en la ciudad, mi apartamento de lujo, mis baños largos y espumosos, llenos de velas e incienso.

Después de ese chapuzón exprés que dejó mi cabello más despeinado, salí de la ducha mientras me colocaba mi bata.

Mañana lo hablo con Rod para que arreglen el calentador…

No podía irme a dormir sin antes organizar mis cosas en el pequeño armario. No sé cómo logré que todo entrara ahí, pero lo conseguí. Mañana será un día ajetreado y no tendré tiempo de poner en orden mis pertenencias. Luego, me cambié a mi pijama y me acosté, agradecida de que el aire acondicionado funcionara. Me envolví en las cobijas que traje conmigo y cerré los ojos…

🩺🩺

—¡¡Pero qué demonios pasa!!

Me desperté de un sobresalto en medio de la madrugada, el ruido retumbando en toda la habitación como si alguien estuviera organizando un concierto de rock en mi sala de estar. Con los ojos entrecerrados y aún nublados por el sueño, miré la hora en mi celular, para darme cuenta de que apenas había avanzado una hora desde que me había dormido.

—Pero qué mierda... —pensé, sintiendo cómo la rabia invadía cada parte de mi cuerpo.

El infernal ruido, con sus acordes estridentes y la batería resonando, parecía estar justo al lado de mi cama. Era como si una maldita banda de rock estuviera a punto de estrellarse en la cabaña.

Sin dudarlo, me levanté, fui hacia la cocina y me asomé por la ventana. Allí, en la cabaña del vecino, las luces que una vez estuvieron apagadas, parpadeaban con tanta intensidad que parecía que la fiesta estaba en su propio jardín.

Con que eso significaba la palabra difícil...

Así que te voy a conocer justo ahora...

🩺🩺

Estaba tan furiosa que no me importaba la ropa que traía puesta. Solo me puse por encima un camisón a juego con mi vestido de dormir y salí así mismo; despeinada y descalza. Caminé por el puentecito que conectaba ambas cabañas hasta llegar.

Respiré hondo, tratando de calmar la irritación que crecía en mi interior antes de que me diera un infarto. Ni siquiera llamé a la puerta porque esta ya estaba entre abierta. Me apoyé en el marco de la puerta, y contemplé el desastre que tenía frente a mí.

La música estaba a todo volumen, las luces de colores parpadeaban como si de una discoteca se tratase. Había botellas de cerveza, ya vacías y algunas semi llenas, esparcidas por el suelo. El aire estaba impregnado del olor acre del tabaco, un vicio que siempre había despreciado y que ahora me hacía sentir aún más asqueada.

—¿No entiende que hay gente que necesita descansar? —murmuré para mí misma, mientras mi mirada se paseaba por el lugar.

Decidida a no permitir que mi ira se apaciguara, di un paso al frente y seguí el curso de la música, donde los acordes se sentían aún más molestos e irritantes para mis oídos.

Y una vez que llegué a la habitación, alcé la vista para encontrarme con él, el mismo chico que estaba esta tarde en el parque. Traía puestas unas gafas oscuras que ocultaban su mirada, pero que no podían camuflajear la borrachera que sin dudas traía encima.

Su cabello, el cual no alcanzaba a distinguir su color por las luces parpadeantes estilo disco que habían, se escondía debajo de un sombrero de vaquero que permitía escapar algunos mechones que caían despreocupadamente sobre su frente, dándole un aire despreocupado y atractivo.

Traía puesta la misma camisa de cuadros rojos de esta tarde, desabotonada y que dejada caer con un aire despreocupado, como si hubiesen intentado quitársela en varias ocasiones, revelando un torso bien definido que mantuvo mi mirada en él más de lo que hubiese querido. Era el tipo de cuerpo que te dejaría sin aliento por horas de gimnasio, pero que también era el resultado de una vida activa, llena de trabajo duro y esfuerzo físico. Y su abdomen marcado y la perfecta "V" que se dibujaba en su cintura eran casi imposibles de ignorar.

Estaba tocando la guitarra eléctrica, y pude ver unos tatuajes cubriendo ambos brazos. Detrás de él habían dos chicas, que parecían sacadas de una pasarela de un concurso de belleza local. Ambas, estaban en ropa interior, haciendo alarde de sus cuerpos esculturales pero para nada sorprendentes.

Una de ellas, tenía la piel aceitunada, el cabello rizado, y una sonrisa que deslumbraría a cualquier hombre necesitado de atención. Ella, golpeaba la batería de una manera torpe y descoordinada, como si fuera solo un juego. Mientras que la otra era pelirroja, delgada y sin gracia. Ella, movía sus caderas con una soltura que dejaba poco a la imaginación, como si la música fuese su amante y ella una bailarina de cabaret.

—¡Hey! ¡No me dejas dormir! —grité furiosa, pero el ruido de la guitarra y los gritos de las chicas ahogaron mi voz. No estaba segura de si me había escuchado, y el hecho me molestaba aún más.

Justo en ese instante, la chica de cabello rojizo se lanzó hacia él para besarlo, sus labios ansiando los de él cual depredadora. El beso fue voraz, casi como si intentara devorarlo de un bocado, y él no dudó en corresponder, hundiendo su lengua en su boca como si no hubiera un mañana.

Cuando finalmente se separaron, la chica soltó una risita coqueta y caminó hacia su compañera. Mientras que él, se giró hacia mí, con una sonrisa traviesa en su labios. La expresión en su rostro exudaba una mezcla de arrogancia y diversión que solo lograba encender más la ira dentro de mí.

—¿Y tú quién eres...? —recorrió mi cuerpo con su mirada, como si fuese de la misma calaña que esas dos que lo acompañaban —Lindo vestido —fue lo que dijo sin dejar de tocar su guitarra.

Su comentario, me hizo mirar al instante.

Mi vestido de dormir, de suave satén en un delicado color rosa claro, abrazaba mi figura con sensualidad. El diseño era corto y juguetón, adornado con un encantador letrero que decía: “Princess”. Desde siempre he sentido una conexión especial con las princesas y las Barbies; mamá solía decirme que mi cabello largo y rubio me hacía parecer justo como una de ellas.

Encima traía puesto un camisón, ligero y etéreo que no me cubría mucho. Justo en ese instante maldije mil veces el haberme presentado frente a este cavernícolas con estas fachas, pero de nada servía que culpara las circunstancias. Pues, mi vestido tenía un escote sutil, pero un corte que dejaba entrever un poco más de piel, haciéndolo ver sexy.

Pero aún así, no pienso permitir que este idiota me hable así.

—¿De verdad? ¿Se supone que dices algo como eso y caen rendidas a tus pies? —repliqué, apretando la mandíbula, sintiendo cómo la rabia burbujeaba dentro de mí —Mejor déjalo para tus... amiguitas.

Entonces, él caminó hacia mí.

Avanzaba con una confianza desbordante, su figura imponente casi dominando el espacio a su alrededor. A medida que se acercaba, pude apreciar la hebilla de su cinturón brillando bajo la luz, su camisa desabrochada dejaba entrever un torso tonificado, mientras que la guitarra colgaba de sus manos como una extensión de su ser. Cada paso que daba era lento y retador, mientras sus ojos; escondidos detrás de esas gafas oscuras, se posaban en mí a la par que torcía sus labios en forma de picardía.

Una vez estando frente a mí, dejó en evidencia esa gran altura que se alzaba. Desde aquí, podía percibir su aliento a cigarros mezclado con la menta de la goma de mascar. Luego, se acomodó su sombrero de vaquero, y sin dejar de verme con esa sonrisa descarada en sus labios, dijo:

—Debes de ser la nueva vecina.

Y sí, estaba mascando un chicle.

—Y tú, el vecino "difícil" que mencionó Rod. —hice hincapié en la palabra difícil.

Él soltó una carcajada que me enfureció aún más. ¿Se está riendo de mí?

—¿Difícil? pensé que dirías sexy, esto es insultante.

—Se le olvidó mencionar lo idiota y mal educado que eres.

Llevó su mano a su pecho desnudo, en señal de falsa ofensa.

—Creo que la mala educada es otra —miró más tiempo de lo debido mis pechos; lugar donde estaba el letrero de "princess" —Te presentas en mi cabaña sin ser invitada, descalza, y vestida así.

Me dio una sonrisa torcida.

Aunque su comentario hizo que mi sangre burbujeara aún más por la rabia, decidí no seguirle la corriente.

—¿Sabes la hora que es? Mañana tengo que trabajar... a diferencia de otros.

Él volvió a sonreír.

—Es verdad... no tengo mucho que hacer —se volteó hacia las dos chicas, las cuales seguían bailando y bebiendo —Salvo divertirme con estas dos preciosuras —esas últimas palabras las dijo casi gritando. Las chicas al escucharlo gritaron y rieron como unas locas borrachas.

—Eres un cavernícolas.

Volteó su rostro hacia mí, nuevamente sin borrar esa sonrisa de picardía.

—Bueno, si no te nos vas a unir, vas a tener que usar tapones para los oídos. Dulces sueños… princesa.

Y diciendo esto se dio la vuelta como si nada y me dejó ahí parada como una idiota.

Imbécil…

Me fui dando un portazo que probablemente ni escuchó.

Así que esa noche tuve que dormir como pude…

🩺🩺

Al día siguiente:

¡Qué noche tan mala!

No tengo idea de en qué momento me quedé dormida, pero al final, el cansancio me ganó. Sin embargo, la paz fue efímera. Apenas el primer rayo de la mañana se filtró por la ventana, el sonido ensordecedor de la alarma me sacudió de mis sueños. Quería hacerla volar directo al estanque, deseando que el agua se la tragara, pero no podía. No, no debía. Tenía que cumplir mi parte del trato con papá.

Con un suspiro profundo y los músculos todavía adoloridos por el incómodo colchón, intenté encontrar mi energía y motivación para levantarme. En ese momento, un peso insólito se apoderó de mi abdomen, un bulto cálido y extraño que me hizo fruncir el ceño.

¿Qué demonios…?

Con el corazón latiendo desbocado, me quité la máscara de dormir con prisa, y ahí estaba...

—¡¿AHHHHH?!

—¿¿¡¡QUÉ MIERDA ES ESTO!!??

Mi grito reverberó por la habitación y probablemente por toda la propiedad, ahogado en una mezcla de terror y desprecio. Allí, encima de mí, había un animal que nunca hubiera imaginado encontrar en mi cama. Sus ojos brillaban iluminados por la luz del alba, fijándose en mí con una curiosidad inquietante. Me quedé inmóvil, el sudor frío surcando mi espalda, mientras ese extraño y feo animal me miraba con esos... ojitos.

—¡Isi! ¡¿Qué pasa!? —Rod entró corriendo en la habitación.

—¡Quítamelo, quítamelo! —le pedí desesperada, tratando de no hacer ningún movimiento brusco para que la mini bestia no caminara más.

—Aww —nos miró a ambos, tanto a mí como a la mini bestia peluda —Solo es Tomás.

—¿¡Tomás es un animal!?

Claro, ¿por qué me sorprendo?

—Es un ornitorrinco —se acercó y lo cargó entre sus brazos —No te va a morder Isi.

—¡¿Quién le pone Tomás a un ornitorrinco?!

—Es por Tomás Romay —lo miré sin entender, por lo que él prosiguió —¿El médico?

Claro que sabía a qué se refería. Simplemente no lo podía creer.

—Deja ver si entendí, ¿le pusiste Tomás a un ornitorrinco, en honor al médico que introdujo la vacunación antivariólica en Cuba?

—¡Sí!

—Siento que me va a subir la presión —dije.

—Tranquila Isi, no te va a hacer nada —sonrió y se acercó a mi cama nuevamente —Anda, tócalo.

Me miró con unos ojitos de ternura a los cuales no pude resistirme. Así que, con algo de miedo, lo toqué, y no era tan malo como parecía.

—¿Ves? —sonrió —¿En serio nunca habías visto un ornitorrinco?

—Rod, vivo en la ciudad ¡De dónde iba a sacar uno! —Rod se hechó a reír.

—Bueno, que bueno que estaba trotando, sino Tomás te hubiera devorado de un solo bocado —dijo con ironía, mientras que yo sin contener las risas, reaccioné rápido lanzándole una de mis almohadas.

—Anda vamos, que hice desayuno para todos

Caminó hacia la puerta, y justo cuando se iba, fue que caí en cuenta de algo:

—¿Para todos?

 🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺🩺

Hola, hola.

¿Les gustó el capítulo?

¡¡Tomás es un ornitorrinco!!

¿Y Jason? ¿Qué creen de él?

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