Capítulo 1: Una doctora sin sentimientos.
El sonido ensordecedor de la ambulancia rompiendo la calma de la tarde, hizo que todos en la sala de emergencias se pusieran en alerta. Rápidamente me coloqué mi bata blanca, dejé mi taza de café a un lado, y mientras mi equipo de enfermeros corría hacia la sala, yo iba detrás, leyendo el informe que acababa de entregarme el paramédico.
La situación era clara: Hombre de treinta y cinco años. Con una herida en la cabeza y una fractura expuesta en la pierna.
Caminé hacia la camilla donde los paramédicos acababan de traer al paciente. En ese instante confirmé lo leído: El rostro del paciente estaba pálido, con unas líneas gruesas de sangre corriendo por su sien derecha, provenientes de una enorme herida abierta en dos capas en la cabeza, y el hueso de su pierna izquierda estaba completamente afuera. La adrenalina parecía mantenerlo consciente, pues respondía entre gritos de dolor las preguntas de rutinas que hacía Roger; uno de los enfermeros, para ver qué tan ubicado en tiempo estaba el sujeto. Cuando vi que el paciente comenzaba a pestañear con frecuencia, supe que estábamos perdiendo tiempo valioso.
—Permíteme —le ordené a Roger, a medida que comprobaba su pulso. Luego miré rápidamente a la enfermera a mi lado —Samira ¿donde está el acceso venoso? Monitorea sus signos vitales. ¡Llamen a un ortopédico!
En medio del calor de la emergencia, una mujer, visiblemente angustiada, se acercó a la camilla, tomando la mano del herido, entorpeciendo el paso de los enfermeros que corrían y hacían lo posible por mantenerlo estable.
—¡Por favor, ayúdenlo! ¡Es mi hermano! ¡Díganme que va a estar bien! —exclamó entre sollozos.
—¡Señora, no puede estar aquí! ¡Está entorpeciendo nuestro trabajo para salvar a su hermano! —grité, y uno de los enfermeros la alejó unos metros de nosotros.
Mientras que yo mantuve mi mirada fija en el paciente.
—¡Presión arterial 90/55 y pulso elevado! —Informó Samira.
—Necesitamos actuar rápido. —me dirigí a Johana; otra de las enfermeras —Dale un bolus de fluidos. —la enfermera asintió, y fue directo a administrarle el medicamento intravenoso.
—¡¿Qué le pasó?! —un hombre llegó corriendo hacia la camilla, nuevamente entorpeciendo el camino —¡Él estaba en su bicicleta cuando...!
—Es irrelevante ahora... —le interrumpí ¿cómo era posible que no vieran la emergencia? Estábamos haciendo lo posible por mantener estable a su familiar, y seguían llegando llorando y desesperados, interrumpiendo nuestro trabajo —Lo que importa es estabilizarlo. Su historia médica la atenderemos después. Necesito que se calme y se retire por favor.
Me dirigí hacia mi equipo, totalmente irritada por la tensión del momento.
—¿Ya hay quirófano disponible? Hay que sacarlo de aquí en cuanto antes.
—El ortopédico disponible está de camino, llegará en menos de cinco minutos. —informó Roger.
En ese instante, miré hacia atrás, para encontrarme con los dos familiares abrazados y llorando. Ambos se miraban perdidos entre el miedo y la confusión. La mujer temblaba, incapaz de soltar la mano del hombre a su lado.
—Por favor, solo necesito saber que va a estar bien. —Dijo, en un hilo de voz débil.
—Su estado es grave, pero estamos haciendo todo lo posible —Informé, girándome hacia el monitor para chequear sus signos, los cuales ya comenzaban a estabilizarse.
Mientras la sala se llenaba de murmullos y el frenético movimiento de los médicos y enfermeros, yo continué con mi tarea: limpiar la herida de la cabeza.
—¿Dónde está la tomografía? —pregunté sin alzar la vista. —Necesito descartar una posible lesión cerebral para poder suturar.
—¡Aquí está! —gritó Joanha mientras entraba a la sala con el resultado en la mano —No hay lesiones internas.
Esa fue la luz verde para comenzar a suturar. El caos a mi alrededor se intensificó, el llanto de la señora se mezclaba con el ruido de los equipos médicos. La angustia palpable de los familiares contrastaba con la serenidad casi gélida que me obligaba a tener para mantener la concentración.
En ese instante, el ortopédico llegó a la sala con sus enfermeros, preparado para llevarse al paciente al quirófano y poder arreglar su pierna.
—¿Cuál es su estado? —Preguntó.
—Logramos estabilizarlo. —Informé —No hay daños en su cerebro, solo perdió mucha sangre. Necesitará una transfusión, pero nuestro trabajo ya está hecho, ahora todo está en sus manos, doctor Smith.
El hombre asintió y se llevó al paciente rumbo al quirófano. Luego, me voltee hacia los familiares y les dije:
—Ya está estable, solo queda operar su pierna.
Y así, me retiré a seguir bebiendo mi café... aunque ahora debía calentarlo.
🩺🩺
Luego de beber mi café, me dirigí a la oficina de papá para entablar con él una conversación pendiente. Pero, mientras camino hasta allá, mejor déjenme explicarles cómo continué con mi vida, y cómo acabé en el área de emergencias y no ejerciendo como psiquiatra.
Bueno, sí ejerzo como psiquiatra, pero sólo como asistente los días entre semanas, y los fines de semana trabajo en emergencias.
Bueno, empecemos por el principio...
¿Qué fue de mi vida luego del accidente? ¿Cómo fue mi relación con papá luego de vivir la pérdida de dos de las personas más importantes en mi vida?
Pues, son preguntas que no sé cómo responder... La muerte de un ser querido es algo que no logras olvidar, es algo con lo que tienes que vivir toda tu vida, y más si viste a esa persona morir de la manera más traumática posible…
Suicidio…
Accidente de auto…
Pero déjenme decirles una cosa. Como psiquiatra que soy les puedo decir que ese dolor se aplaca, nunca lo olvidas, pero sí aprendes a vivir con él. Siempre lo tienes presente pero aún así logras avanzar. A mí me costó bastante aprender a vivir con ello, pues nunca encontraron al desgraciado que causó el accidente que le costó la vida a mi hermano, dejándome con una cicatriz en mi abdomen como recordatorio de esa noche. Muchas veces me culpé de no poder ayudar a mi madre a superar su depresión, muchas veces me culpé de su suicidio.
Son cosas con las que he tenido que lidiar estos últimos ocho años…
Me gradué de psiquiatría con las mejores calificaciones. El día de la graduación ahí estaba papá, en la primera fila, mirándome orgulloso como siempre, pero hubo algo que me estrujó el corazón y me hizo un nudo en la garganta: Papá estaba solo. No había nadie más a su lado. Ya no estaban mamá y Jonathan aplaudiendo como cuando me gradué de medicina general. Esas son cosas que aún no supero, pero de las que tampoco hablo con nadie.
Eso está mal Isi…
Como buena psiquiatra que soy, sé mejor que nadie que el dolor no se oculta, hay que llorar, explotar, desahogarse, pero yo no, esa charla motivacional se la dejo a los pacientes, yo me desahogué de otra forma: Me esforcé en mis estudios hasta el límite. Me fui a vivir sola. Me voy de compras todas las semanas armando un guardarropas más grande que la oficina de papá ¿A quién no le gusta tener un guardarropas así? Pero hay algo en todo eso que me molesta… y es que aún no tengo mi propia consulta.
Se preguntarán ¿Cómo es eso posible si soy de las mejores estudiantes? pues no tengo ni idea… Yo soy objetiva, directa y no doy rodeos para decir lo que pienso… Y eso es lo que le molesta a papá, le molesta que "no trato cálidamente a los pacientes” y sólo por eso me tiene de asistente de psiquiatra y los fines de semana hago turno de guardia en el área de emergencias de su hospital, porque sí, trabajo en su hospital.
A mis veintinueve años sigo sin lograr mi objetivo de superación, aunque, de vez en cuando, hago una que otra consulta de psiquiatría a espaldas de él. He ayudado a varias personas a lidiar con sus problemas. Hago de todo menos para lo que estudié, pero esto tiene que acabar, yo no puedo seguir así ¡Necesito más! ¡Quiero más!
Así que por eso es que voy directo a su oficina; la oficina del Director General del hospital Mariana's Centers, o mejor dicho, la oficina de papá.
Al llegar toqué la puerta, esperé unos segundos y…
—Adelante —escuché su voz detrás de la puerta.
Al entrar lo vi, sentado detrás de su escritorio. Su bata de médico era de un perfecto y pulcro blanco, su cabello canoso estaba perfectamente peinado hacia atrás dándole un aire de elegancia. Papá es un hombre mayor que recién comienza sus cincuentas, pero que cada vez que puede entrena horas en el gimnasio, por lo que su cuerpo está trabajado por las máquinas, sus hermosos ojos color miel, los cuales mi hermano y yo heredamos, se escondían detrás de unos elegantes y caros anteojos.
Su oficina era blanca y pulcra, con muebles grises y acolchonados. Detrás de uno de los sofás había una foto de mamá, mi hermano y yo, y en su escritorio tenía un pequeño portarretratos con una foto de la boda de él y mamá.
Ahí estaba papá, detrás de montañas y montañas de papeles. Esa era su vida, saber de todos los casos que tenía el hospital, sólo los viernes y sábados papá atiende casos de su especialidad: cardiología. Sólo esos días puede ejercer la carrera que tanto le apasiona. El resto de los días tiene que revisar papeles de economía, cuáles eran los casos más serios que estaban internados en el hospital, los casos ambulatorios y otras cosas que atiende un director general, de las cuales no tengo ni idea. Me gustaría ayudarlo, pero él nunca quiso “atormentarme con esas cosas”, esas son sus propias palabras.
—¡Isi! ¿Qué te trae por aquí?
—¿No puedo venir a ver a mi papi hermoso? —rodeé su escritorio para darle un beso y un abrazo.
Aunque sus decisiones hacia mi futuro profesional me hervían la sangre, no podía negar que papá era mi razón de ser.
—Bueno, tenemos una cita esta tarde en el Cafeccino, por eso pregunto, además, algo me dice que tienes algo que decir —me miró con los ojos entrecerrados.
Me conoce tan bien…
—Que bien me conoces —respiré profundo —Vengo porque quiero pedirte que me dejes tener mi propia consulta. Soy tu hija, además me gradué con honores, probablemente sea la mejor psiquiatra que tenga este hospital y aquí me tienes —hice un ademán con mis manos —Recopilando información de personas y cociendo heridas, en vez de estar analizando traumas y dándoles solución —Solté sin respirar.
—¡Vaya! ¡No te andas con rodeos nunca!
—Me conoces muy bien papá, yo doy para más, no para una simple asistente, ni médico de emergencias, eso no es para mí, no es para lo que estudié.
—Sé muy bien para lo que estudiaste hija —se levantó de su asiento y se paró frente a mí —Pero no puedo permitir que sigas tratando a los pacientes como puzles que resolver.
—Pero, ¿qué dices papá? —su respuesta me dejó desconcertada.
—Sí Isabella, te he dado la oportunidad de atender a muchos pacientes, tanto en psiquiatría, como en emergencias, y todo el que pasa por tus manos significa para ti un puzle que resolver. Te observo hija, no veo una sonrisa hacia esas personas, no veo un abrazo reconfortante. Las personas no son rompecabezas que debes armar, ni adivinanzas que tienes que resolver, simplemente son personas. Son seres humanos que necesitan de afecto y empatía en sus momentos difíciles.
—No puedo creer lo que me estás diciendo ¡Soy la mejor doctora que tienes aquí! ¿Recuerdas aquella niña que llegó con vómitos, fiebre y falta de apetito y que todos pensaban que era una simple mala digestión? —Lo miré furiosa —¡Yo fui quien detectó su apendicitis!
—¿Por lo menos sabes cómo se llamaba esa jovencita que le salvaste la vida? —Me dejó algo desconcertada.
—¡No lo sé! ¡No trabajo en recursos humanos! ¡Sólo le salvé la vida!
—¿Y aquel señor que dejó de respirar y que todos querían abrir su garganta porque pensaban que algo le estaba obstruyendo su respiración? ¡Yo fui quien se dio cuenta de que tenía cianosis!! ¡¡Cianosis!! ¡Nadie se dio cuenta de que el problema estaba en un pulmón obstruido!! ¡Yo fui quien hizo la primera terapia de hipnosis porque tu psiquiatra "no se sentía segura para hacerlo”.
Mi pecho subía y bajaba por mi respiración agitada. Mi corazón amenazaba con salirse del pecho, mis orejas estaban hirviendo y papá me miraba atónito por todo lo que le acababa de disparar.
—Isi, no me cabe dudas de que eres la mejor psiquiatra y doctora general que hay aquí en Mariana's Centers. Muy pocas personas hacen lo que tú haces ¡Eres brillante! —sonreí victoriosa.
¡Lo estás logrando Isi! ¡Te va a ascender!
—Pero no puedo permitir que trates a los pacientes como si fueran un problema que resolver, necesito más humildad y humanidad de tu parte.
—¡Pero papá…!
—¿El señor con cianosis? Su esposa embarazada casi da a luz cuando le dijiste que su esposo probablemente no viviría.
—Hay que ser objetivos, no podemos dar falsas esperanzas —respondí.
—¿Luego de que le liberaste la presión a sus pulmones? ¿Es en serio? Ya no había peligro.
—¿Qué? —lo miré ingenua —Podía sufrir una infección.
«Papá suspiró cansado y dio un corto masaje en su sien»
—Te propongo algo, voy a ascenderte a psiquiatra, voy a darte tu propia consulta —sonreí victoriosa y lo abracé —Pero…
¡Qué! ¿Un pero?
—Tengo un amigo doctor en Flowerton. Es dueño de un pequeño consultorio ahí, quiero que pases un año trabajando con él.
—¡¡Qué!! ¡¡Estás loco!! ¡¡Acabo de quejarme porque no tengo el trabajo que me merezco y quieres mandarme un año a un pueblo olvidado!!! ¡¡Y quién demonios le puso Flowerton a un pueblo!!
—Isi quiero que trabajes con mi amigo como médico de familia. Quiero que te familiarices con las familias, con el pueblo, con la vida tranquila que hay en Flowerton. Quiero que aprendas a interactuar con los pacientes, que los trates como personas y no como acertijos.
—¡Papá! —le imploré, a punto de llorar.
—Por favor hija, te lo pido ¿qué es un año? Solo eso te pido y podrás tener todo lo que quieres.
No podía creer lo que me pedía. Estaba furiosa, podía sentir cómo la sangre hervía dentro de mí. Le pido que me deje tener mi propia consulta y lo que hace es mandarme a un pueblo de mala muerte a atender casos insignificantes y aburridos ¿Es en serio lo que me estaba pasando?
Lo miré furiosa, permanecí en silencio por unos minutos, incluso consideré la idea de salir huyendo de ahí, pero nada lograría con eso. Seguiría trabajando como lo estoy haciendo ahora y no lograría lo que quiero, así que, no me quedaba de otra que aceptar su propuesta.
—Vale —suspiré derrotada y papá sonrió disimuladamente —Solo un año y vuelvo, solo un año en ese lugar y tengo mi consulta ¿Prometido? —lo miré furiosa.
—Prometido Isi, te vas a divertir mucho en Flowerton, y cuando vuelvas vas a tener tu lugar —me abrazó, al principio no le correspondí, pero luego lo abracé fuerte.
No puedo creer que acepté, perfectamente puedo quedarme y seguir trabajando como lo estaba haciendo hasta ahora. Pero eso no es lo que quiero, yo quiero ser psiquiatra, tener mi propia consulta con mi nombre en la puerta, ayudar a personas con depresión como una vez la tuvo mamá… Y si para serlo tengo que pasar un año en un pueblo aburrido, atendiendo casos aburridos, es lo que voy a hacer, además ¿qué puede pasar?
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Fecha de publicación: 29 de diciembre de 2023.
¿Qué puede pasar?
Mmmm, no lo sé, quédense para averiguarlo.
Una vez más les doy al bienvenida a esta nueva historia.
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